El arte de la falsificación
Copiar a los genios es tan antiguo como las primeras manifestaciones artísticas. Pero solo los mejores falsificadores se han lucrado con ello.
5 julio, 2018 12:52Se suele contar la anécdota de que pintores reconocidos tuvieron alguna vez delante presuntas obras suyas que no recordaban, pero que -tal era la fidelidad del estilo- no podían ser de nadie más, así que le estampaban su firma e inmediatamente hacían el trabajo suyo. Sin embargo, detrás de esos trazos estaba la mano de anónimos capaces de replicar a los grandes maestros... e incluso de lucrarse con ello.
Picasso o a Dalí, por poner algún ejemplo, se vieron alguna vez en esa escena. Pero el mundo de las falsificaciones ha alcanzado todas las manifestaciones artísticas y todas las épocas: suponía un filón demasiado tentador.
El caso Vermeer
Falsificadores hay tantos como artistas y estilos, pero, por motivos obvios, los más recurridos son los que ya no pueden descubrir estos trucos. Es el caso de Vermeer. El pintor flamenco ha dejado algunas de las obras más valiosas del costumbrismo neerlandés del siglo XVII. Su producción, no obstante, es reducida y se cree que algunos de sus lienzos desaparecieron o se perdieron en el tiempo.
Tal circunstancia fue aprovechada por un compatriota que viviría en el siglo XX, Han van Meegeren. Poseía un gran talento pero su preferencia por pintar como el maestro de siglos atrás, provocó que la crítica considerara su estilo obsoleto y falto de originalidad.
Herido en su orgullo, Van Meegeren ideó un sistema para replicar los trazos y las técnicas pictóricas que le permitieran simular los siglos de diferencia. Su producción fue amplia y hasta alcanzó cierta fama. Tanta, que paradójicamente eso fue a ser su perdición ya que uno de sus grandes éxitos acabó costándole la cárcel: Cristo y la adúltera, que sacó al mercado con la firma de Vermeer y que el destino quiso que acabara en la colección personal del jerarca nazi Herman Göring. Al final de la guerra se rastreó el origen del cuadro hasta dar con su pincel, que acabó pasando varios meses en prisión.
Van Meegeren también tiene otro dudoso mérito: el de haber vendido una de las falsificaciones por las que se pagó más dinero. En 1937 se basó en una obra de Caravaggio, Los discípulos de Emaús, para elaborar una versión propia. Su trabajo fue tan fiel al original de Veermer que la pintura no solo fue dada por buena por los expertos sino que alcanzó una cifra superior a los cuatro millones de dólares en una subasta. "La firma de un artista famoso nos hace pensar en las pinturas como si fueran artefactos sagrados, tocados por la mano de un genio", argumentaba.
Una historia de espías
La historia de las falsificaciones es también la de sus propios autores. Y detrás de las buenas imitaciones hay episodios que podrían inspirar novelas. Es el caso de Elmyr de Hory. Nacido en Budapest (1906), sus biografías entremezclan datos verídicos y otros sospechosamente parecidos a las películas de espías. Lo cierto es que De Hory fue un tipo con un extraordinario talento para recrear estilos tan diferentes como los de Renoir, Matisse, Modigliani o Picasso.
El nivel de De Hory alcanzó tal cota que -se dice con cierta sorna- muchos museos del mundo tienen colgados cuadros suyos en sus paredes. Incluso -y esto le haría menos gracia a él- llegó a darse una paradoja, la del falsificador falsificado, ya que cobró tanta fama en estos círculos que hasta las copias de sus copias adquirieron un notable valor. Él, que se lucró sin reparos de lo que denominaba "trabajo de interpretación, no de copia", no preveía eso por mucho que fuera más que consciente de su excepcional talento: "El día que mis cuadros lleven colgados tiempo suficiente en un museo acabaran siendo auténticos”, llegó a decir.
Lo cierto es que parte de su leyenda está en su prolífica actividad (se dice que elaboró más de 1.000 cuadros) y en el hecho de haberse convertido en personaje de un libro e incluso en protagonista de un reportaje firmado por Orson Welles: Fraude (F to fake).
Rosario Weiss, la 'ahijada' de Goya
El mundo de las falsificaciones ha dejado tradicionalmente a las mujeres fuera de su imaginario colectivo, de tal modo que es complicado hallar nombres como los precedentes en esta lista. Rosario Weiss es la que más se acercaría.
Y es que Weiss, madrileña de nacimiento (1814-1843), no solo fue contemporánea de Goya sino que vino a ser como una hija para el pintor, hasta el punto de que la rumorología incluso apunta sin rubor que fue su padre biológico. Lo cierto es que más allá de estos rumores, la joven tuvo en el autor de Los fusilamientos del 3 de mayo un profesor particular y muy cercano que le permitió desarrollar su talento. Y aunque su nombre hoy sea bastante desconocido, una exposición en la Biblioteca Nacional mostró dibujos hechos por ambos y parte de su obra propia.
En otras ocasiones, Goya le proponía copiar sus obras como 'ejercicio' y aquí es donde el trabajo de Weiss comienza a entrar en zonas más pantanosas, ya que una vez fuera del paraguas de su mentor se ganó la vida replicando pinturas del Museo del Prado. Es cierto que su biografía no refleja una intención de engañar pero hizo de la copia un medio para sacar un beneficio.
Modigliani "Pintó más de muerto que de vivo"
“Amadeo Modigliani (1884-1920) pintó más de muerto que de vivo”. Hasta tal punto el arte del italiano ha sido -y es- objetivo de los plagiadores, según el experto Carlo Pepi. Pepi califica la situación generada como "aberrante", sobre todo a partir del escándalo que envolvió la muestra dedicada al artista en 2017 en Génova, en la que se descubrió que 20 de las 70 obras expuestas eran falsas.
Kenneth Wayne, una de las eminencias en el estudio de Modigliani, asegura que "decir que la situación del catálogo razonado de las obras de Modigliani es un desastre es quedarse corto" porque, como bien apunta, incluso obras consideradas verídicas están bajo sospecha. Y entretanto -y esto es algo que los falsificadores tienen muy en cuenta- la cotización de las mismas no deja de crecer.
Dalí, el 'autofalsificador'
El genial artista de Figueras hacía gala de su talento cada vez que tenía oportunidad. Generalmente también se apunta su tendencia a firmar hojas en blanco, miles según los cronistas, con los que lograba elevar sus ya de por sí saneados ingresos. El caso es que este material era perfecto para sacar dinero extra al pintor; también porque esos espacios inmaculados resultaban ideales para tentar al destino con réplicas de su trabajo y falsificaciones varias, lo que al final acabó pasando.
Así se explica que sea uno de los artistas más plagiados. De vez en cuando aparecen en prensa informaciones al respecto. La última, las 47 litografías de la serie Relojes blandos atribuidas a sus manos que fueron aprehendidas en una operación policial en 2012. Tristemente, la situación no es nueva. Sus copias apócrifas se han detectado no solo en España sino también en Estados Unidos o Japón.
Banksy y sus cosas
Cambian los tiempos y cambian las manifestaciones artísticas. Un ejemplo claro es el de Banksy, un artista anónimo británico que ha labrado su fama a base de arte urbano, con imágenes en paredes y espacios públicos de temática satírica o de tintes políticos. Su éxito es tan abrumador que algunos de sus murales han sido directamente expoliados y puestos a la venta.
Él nunca ha hecho ningún comentario sobre las obras que le atribuyen, de tal modo que se abría la veda para que cualquier 'valiente' lanzara al mercado sus propias obras con la esperanza de sacar tajada.
Y no parece mala idea porque hasta el mismo autor asegura que "muchas copias son de una calidad superior a los originales”. La obra de Banksy por la que más se ha pagado es Space Girl and Bird, por la que se pagaron 288.000 libras esterlinas en una subasta.
¿Cómo es posible?
A veces una falsificación salta a la vista, especialmente para el ojo entrenado. Pero si el trazo o los colores son absolutamente fieles al original, discernir entre un original y una copia exige un análisis profundo del material. El más obvio es el del lienzo. Medir de qué época es una tela es algo relativamente sencillo, de ahí que simular esa antigüedad sea una de las mayores dificultades para el falsificador. El problema, eso sí, parece superado: algunos han creado un sistema de imprimaciones que dota a la obra de una apariencia del pasado casi indistinguible.
Los pigmentos también son unos chivatos. Según la época, la región, la escuela artística, etc., cada color tiene una composición basada en unos ingredientes concretos que, en ocasiones, basta para desenmascar a un impostor.
La falsificación de escultura también viene de largo. De hecho fue uno de los orígenes de este dudoso arte. En Roma, por ejemplo, era común el negocio de las figuras de procedencia griega que, por supuesto, no llegaban a través del Egeo. Miles de años después, aquellos ardides siguen vigentes. Las obras de Giacometti, por ejemplo, son algunas de las más imitadas, aunque la búsqueda del engaño ha mirado muy atrás y para ello, no se ha dudado en hacer desconchones, pulir superficies o aplicar tratamientos de envejecimiento para hacer pasar por verdaderos objetos del pasado que están hechos mucho más recientemente de lo que pudiera parecer.