• Esta crítica de la película 'Oslo', disponible en HBO y protagonizada por Andrew Scott y Ruth Wilson, no contiene spoilers.
¿Pasa algo?” pregunta un intermediario noruego al ministro de Economía de la Organización para la Liberación de Palestina instantes antes de que empiece una histórica y secreta reunión entre los representantes de dos enemigos acérrimos desde la controvertida fundación de Israel el 14 de mayo de 1948. La respuesta de Ahmed Qurei sintetiza a la perfección el absurdo de un conflicto geopolítico deshumanizado que no tiene vistas de solucionarse a medio o largo plazo. “Nunca he visto a un israelí en persona”, confiesa inquieto un hombre que acabaría ejerciendo como primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina entre octubre de 2003 y enero de 2006.
HBO estrenó el pasado domingo Oslo, la versión cinematográfica de la aclamada obra que en 2017 se hizo con todos los premios de la industria teatral neoyorquina. El dramaturgo J. T. Rogers es el encargado de adaptar su propio texto, una historia basada en las complejas negociaciones que mantuvieron una serie de representantes de Israel y Palestina en la capital de Noruega a espaldas de los principales poderes internacionales. Ruth Willson (The Affair) y Andrew Scott (Fleabag) interpretan a un matrimonio de intermediarios noruegos (una funcionaria del gobierno y el sociólogo y presidente de la Fundación) que, tal y como insisten en varias ocasiones, no pueden intervenir en el debate. Solo están ahí al hacerlo posible.
A lo largo de la propuesta, ese punto de vista cae en dos errores: priorizar a menudo el punto de vista occidental al conflicto (llegamos a ver unos flashbacks sobre una visita casi letal a Gaza destinados a explicarnos por qué la negociación es algo personal para ellos) sobre el de los verdaderos protagonistas del relato y presentarse como una aproximación más imparcial de lo que finalmente resulta ser la propuesta de HBO. Cuanto más se centra la película en humanizar la relación entre dos vecinos que se odian a pesar de que no se conocen más interesante resulta.
Oslo se suma a la reciente moda de adaptaciones que han viajado desde los escenarios de Broadway a las plataformas de streaming. Al igual que pasaba en mayor o menor media con Una noche en Miami, El padre y La madre del blues, una película basada en una serie de reuniones secretas difícilmente puede huir de la teatralidad inherente a la producción. El gran acierto de la tvmovie es contar con el director de fotografía Janus Kaminski, ganador de dos Oscar por Salvar al soldado Ryan y La lista de Schindler. El veterano aporta un look envejecido y vistoso que, por momentos, cae en lo anacrónico. Si no fuera porque hay carteles que nos indican constantemente que estamos en 1993, la producción de HBO podría pasar por una película de los años 70.
Peculiarmente interesante es el uso que hace el cinematógrafo predilecto de Steven Spielberg de la iluminación, tan sobrecargada en algunos planos que dificulta ver quién está diciendo qué, una decisión que ayuda a subrayar una de las ideas más interesantes de Oslo: la importancia del mensaje y que todas las partes se escuchen, independientemente de quién sea el interlocutor que las esté emitiendo.
La decisión de contar con Bartlett Sher (un reputado escenógrafo en musicales y obras dramáticas que ya llevó esta historia al teatro) como director de la adaptación audiovisual subraya esa sublimación de la retórica. Sin embargo, el realizador se reserva algunos detalles visuales que se agradecen, como los planos circulares en algunos de los momentos más tensos de las discusiones o el punto de vista cenital que marca la distancia de los dos bandos del conflicto entre palestinos e israelíes.
Sobre las tablas, las discusiones entre los diplomáticos y los representantes del conflicto se alargaba por encima de las tres horas. En su versión en HBO, la duración se queda en unos sucintos 118 minutos que resultan tan entretenidos y dinámicos como excesivamente familiares. Quien se acerque a una historia como Oslo seguramente sepa de antemano los puntos principales del conflicto de Oriente Medio: la lucha por la dignidad de Palestina, el deseo de Israel de ser reconocido por sus rivales como un estado legítimo y la disputa de ambos por el control de Jerusalén.
Tampoco resulta muy efectiva la decisión de Sher y Rogers de incluir escabrosos fragmentos de los medios de comunicación sobre las consecuencias del conflicto. No hace falta sentarse a ver una tv movie para ver las consecuencias de uno de los grandes fracasos de la política internacional en el último siglo. Con poner el telediario es suficiente. El mayor de sus pecados, no obstante, es descontextualizar esas imágenes y no explicar de dónde vienen.
Resulta difícil ser objetivo en un conflicto tan controvertido, doloroso y alargado en el tiempo como la guerra entre palestinos e israelíes. A pesar de su vocación conciliadora, hay decisiones en Oslo que decantan la mirada de sus responsables en favor de uno de los frentes. En sus momentos finales, la película decide voluntariamente evitar entrar en las razones de la Segunda Intifada que acabó con los casi siete años de paz entre vecinos. Tampoco cuenta cómo Israelí se echó para atrás en algunos puntos del acuerdo al que habían llegado ambas partes en la capital noruega. La información es poder. La falta de ella, también.
'Oslo' ya está disponible en HBO.
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