Ganador de dos Goya al mejor actor de reparto por También la lluvia (2010) y Ocho apellidos vascos (2014), Karra Elejalde (1960) es una apuesta segura para que una película funcione en taquilla. El pasado 28 de marzo se estrenó con 300 copias Tierra de nadie, un movido thriller que es una oda a la amistad en una trama vinculada con las drogas. Le acompañan en esta aventura Luis Zahera, Jesús Carroza, Vicente Romero o Paula Díaz, entre otros.
La agenda le echa humo. "Tengo varias películas por estrenar este año y por ahora ruedo como cuatro, lo que pasa es que no puedo hablar sin tener un contrato firmado. Sé que para el 28 de abril tengo un rodaje y en junio o julio tengo otro. Después tenemos tres guiones que aún tenemos que leer para ver si este año me sigue quedando alma para trabajar", confiesa con desparpajo a EL ESPAÑOL.
Originario de Vitoria-Gasteiz, se mudó hace casi dos décadas a Molins de Rei, a las afueras de Barcelona, por su hija Ainara, que debutó como actriz en 2023 con el filme Els Encantats. La joven es fruto de la relación que el actor tuvo con la también intérprete catalana Sílvia Bel, a quien conoció durante el rodaje de Año Mariano (2000). Los dos se llevan divinamente. Se entienden, se apoyan, se respetan y se dan mucho cariño.

Elejalde combina el drama y la comedia en una filmografía que ha marcado a varias generaciones.
Karra Elejalde es un cañón. Si saca la lengua a pasear prácticamente no deja títere sin cabeza, pero así es él, espontáneo, franco y sin dobleces. Aunque en más de una ocasión haya tenido que pagar un alto precio.
Es un hombre polímata que tiene los pies pegados al suelo. Ha fundado varias compañías teatrales (Grupo Samaniegoaa, La Farándula, Klacatrak, Ttiti-Ttapa), ha escrito canciones de rock para conjuntos vascos como Hertzainak, ha sido presentador del Festival de Cine de San Sebastián y no se amedrenta ante casi nada.
Ha rodado una sesentena de filmes entre los que destacan Vacas (1992), Airbag (1997), Año mariano (1999), Ocho apellidos vascos (2014) u Ocho apellidos catalanes (2015). Por estas dos últimas alcanzó su mayor cuota de popularidad. Karra charla con EL ESPAÑOL después de haber presentado Tierra de nadie en el Festival de Cine de Málaga.
"Cada vez que salgo de una película salgo enfermo y necesito hacer otra para curarme"
P.– ¿Cuál sería la moraleja de la película?
R.– Tierra de nadie nos pone en situación y nos alerta. Cádiz es una de las provincias con más paro, la juventud no tiene futuro y, a veces, uno se puede agarrar a un dinero fácil. Y aquí vienen los problemas. Somos la puerta de Europa para la droga. Lo que antes eran clanes familiares, que empezaron con el tabaco de batea y con el chocolate, allí todo se conoce y se hace un poquito la vista gorda, pero han entrado mafias internacionales, tanto sudamericanas como europeas. Hay daneses, rusos, en fin.
Estos vienen con pistolas y están utilizando los caminos que abrieron estos pequeños narcos de bajo perfil o de baja intensidad. También creo que hay un toque de atención. Los jueces, como explica el personaje maravilloso que interpreta Mona Martínez, están sobrepasados ante la situación. Los narcotraficantes tienen más infraestructura tanto económica como técnica que la propia Guardia Civil y, por si eso fuera poco, en la manzana también hay gusanitos. O sea, que es jodido. Somos la puerta a Europa y somos los encargados de una misión prácticamente imposible.
P.– Justamente, en el último año en Cádiz se han vivido situaciones críticas como la persecución a narcolanchas por parte de la Guardia Civil que terminaron con la muerte de varios agentes, otros cinco narcotraficantes han fallecido mientras intentaban alijar la droga, se ha criticado mucho la labor de Marlaska… ¿Hasta qué punto llegó a alterarse el rodaje por estas situaciones? ¿Cómo lo vivisteis? ¿Hubo algún giro de guion?
R.– El guion ya estaba escrito antes de que sucediera todo esto y no cambió. No quisimos y nos pareció el momento oportuno. De hecho, aunque parezca redundante hubiera sido oportunista hacer un quiebro en el guion para abordar ese tema que ya de por sí es bastante doloso. No sé lo que pudo afectar a la producción pero, desde luego, no puedes ir a comprar un uniforme de la Guardia Civil porque sí porque entonces cualquier delincuente lo compraría. Lo mismo que te dejen tres Nissan de la Guardia Civil y que tengas tú que vinilarlos. Supongo que ese hecho alteró más a la producción que al concepto artístico de la película.
P.– Uno de los grandes descubrimientos en los últimos años de la ficción española ha sido justamente Albert Pintó, director de la película, que ha marcado un antes y un después con La Casa de Papel y Berlín. Tiene éxito y es muy joven, ¿qué rasgos destacarías de él?
R.– La gente que sale de la ESCAC (Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña) sale muy preparada. Albert Pintó es un tío al que le gusta hacer películas sobre personajes. Él mismo lo decía ayer, que puede hacer terror o tocar cualquier género, pero nunca se dedicaría al género como tal. Si no empatizas, si no arañas un poquito la cáscara de los personajes y ves lo que hay detrás, la acción por la acción, el terror por el terror, no le sirve de nada, ¿no? Tiene una mano izquierda increíble, la relación con los actores es muy buena, es un amor, un zalamero, un puñetero y luego rueda divino (risas). Te lleva al huerto siempre y, en este caso, como ha sido una peli muy física también ha exigido mucho. Pero ya te digo, toda la gente que sale de la ESCAC está muy bien formada. De hecho yo había rodado con Luis Quílez la película Bajocero. Me he identificado mucho con su modo de hacer porque es afable, cercano y un talentazo.

El intérprete, entrevistado por EL ESPAÑOL, reivindica el papel del cine como reflejo crítico de la realidad social.
P.– Una combinación interesante para los actores, sobre todo, cuando eres uno de los actores que más curran en este país porque es asombroso llegar a rodar hasta cinco películas en un año. ¿Qué te motiva ir empalmando un proyecto tras otro porque esto es no tener vida prácticamente?
R.– Efectivamente, esto es una especie de pez que se muerde la cola. Cada vez que salgo de una película salgo enfermo y necesito hacer otra para curarme de la anterior. Intento alternar comedias y dramas, porque hay que recordar constantemente a productores y directores que no nos importa hacer lo que haga falta. Hay gente que se siente más en un lugar de confort haciendo solo comedias o solo dramas. A mí me encanta variar, porque de esta manera el espectro es más amplio, el abanico es más grande y las posibilidades también.
P.– ¿Y no te lo llegan a recriminar tus amigos, tus seres queridos, la familia?
R.– ¡Qué puedo hacer! ¡Qué puedo hacer yo, chico! Si quieres digo que no para que lo puedan hacer otros. Si es que soy muy solidario. Si alguien está muy apurado que me llame por teléfono y me diga "Oye, Karra, tío, haz el puto favor de darme el próximo protagonista". Sí, la verdad es que... Y espérate que llevamos toda la vida en esto, pero a raíz de 'los apellidos' —Ocho apellidos vascos, Ocho apellidos catalanes— ha sido un no parar.
P.– Es que en el fondo se trata de una montaña rusa, ¿no? Que hoy haces mucho y quizás mañana nada. Vamos, que ni calvo ni tres pelucas.
R.– Es verdad que aquí en un año haces cuatro películas y resulta que Hacienda te quita la mitad porque has hecho muchas. Y luego en cinco años no haces ninguna peli, hay telarañas en el frigorífico, pero Hacienda no te da de comer. Deberíamos ver cómo podríamos gestionar todo esto. Hay días de mucho y vísperas de poco.
P.– ¿Qué siente un actor cuando siente la necesidad de fundar una compañía? Porque de verdad, en España no sé si habrá alguno más, pero tú has creado cuatro grupos de teatro, todo un récord, ¿no?
R.– Sí, bueno, eran otros tiempos. Hace muchos años de todo aquello, eran momentos más convulsos, existía la coordinadora de grupos de teatro independientes profesionales y es en este contexto y cuando tienes 25, 26 o 30 años en los que vas fundando compañías profesionales. El teatro es el taller donde se forjan los actores y luego el cine es un ejercicio de interpretación en el que tienes que llevar una continuidad, acordarte de que hace mes y medio rodaste aquello y si no te vas al combo, miras cómo lo hiciste y dices, venga, vamos a empalmar esto. Digamos que en teatro todo va por progresión dramática y, de repente, la propia emoción por empatía, acabas llorando o riendo. En el cine no.
Aquí dices vamos a hacer la pieza del puzle 114 en la que hay un poco de cielo, un poco de edificio y un poco de pinos. Y, de repente, entras y dices, venga, esta es en la que te toca llorar. Y dices: "Joder". En teatro es más fácil porque por progresión dramática es más fácil llegar a momentos emocionales. En el ejercicio del cine la dificultad que tiene es sacar esas emociones y que luego, en montaje, peguen y no canten, ¿no? Es un poquito nuestro trabajo. Aparte de que somos unos mentirosos profesionales. O sea, que los euros que ha pagado en la entrada le salen rentables porque le hemos contado una mentira que se parece lo más posible a la verdad.

Con su carácter franco y sin filtros, Karra Elejalde se ha convertido en una voz singular del cine español.
P.– ¿Hasta qué punto imprime carácter trabajar cuando uno es un crío? En tu caso, tus padres tenían un bar donde pelabas patatas subido a un taburete o servías bebidas.
R.– Sí, bueno, pero a un niño de 9 años hoy no le pasa esto. Yo tengo 64 y cuando tenía 9 cogía la goma del vino de garrafón, llenabas botellas, hacías pinchos, cafés… mientras mis amigos estaban jugando y mis padres, de alguna manera, pobres, me estaban explotando porque formaba parte del negocio. Y luego ya con 11 o 12 años les decías ¿y yo no cobro nada?
Y te contestaban: ¿No tienes unas zapatillas Adidas?, ¿No vas al colegio? ¿No estoy vistiendo y dando de comer? ¿Lo pagas tú? Pues eso. A día de hoy me gusta mucho cocinar, pero fue un trago gordo lo de este negocio porque lo cierto es que todo lo que tuviera que ver con la cocina lo odiaba un poco. Después de unos años mi vieja cerró el restaurante, bueno, el merendero, lo que fuera aquello, aquella caverna que tenía encantadora y abrió una pescadería en Vitoria. Y entonces pasamos también la fase de comer pescado todos los días porque no se podía tirar. Y así que también he pasado por la fase de dejar de odiar el pescado.
P.– Por cierto, ¿qué es exactamente un txoco?
R.– Es una sociedad gastronómica donde se juntan un número de socios porque hay que alquilar el lugar que ha de tener butano, leña o una parrilla, unas mesas, y que haya un poco de todo como ajos, cebollas, vinagre, aceite, aceitunas, de esta manera las cosas salen más baratas. Fíjate, esto es lo que me han dicho, los jueves solían ser el día de las modistillas. O sea, de la movida de los txocos tienen culpa las chicas. Por eso tengo como un rencor todavía de que en algunas sociedades gastronómicas, que a mí me parece una malísima idea, solo pueden estar los hombres. Las modistillas todos los jueves se juntaban y se iban de fiesta. Y los hombres, solterones o no, se juntaban entre ellos ese mismo día y se iban al txoco. Por este motivo, cuando ellas se iban de fiesta, como algunos no sabían hacer la comida, veían que era el momento de aprender. En Euskadi en muchos restaurantes hay más cocineros que cocineras. Euskadi es uno de los lugares del mundo que aparte de ser la milla de oro de la estrella Michelin es donde más cocineros. Yo tuve la suerte, una desgracia en aquel entonces, de que mi vieja nos enseñara a todos los hermanos a cocinar, pero de esa desgracia me he curado y ahora cocino con ilusión, que me parece un acto de generosidad.
P.– Qué duda cabe que las mejores conversaciones surgen en la sobremesa, algo que desafortunadamente se va perdiendo.
R.– Es una tradición que no debería perderse, al igual que jugar una partida al mus. Nosotros lo hacemos ya que si somos 14 hacemos un torneo de cuatro en cuatro y a ver quién gana. La verdad es que es toda una experiencia. Soy socio en Molins de Rei (Barcelona) de un txoco en el que somos 22 socios. Y cada dos meses, como hacemos parejas, te toca cocinar.
P.– No me he podido reír más en la vida cuando dijiste en una entrevista que "las mejores ideas se me ocurren cagando". No tienes pelos en la lengua, dices lo primero que piensas…
R.– No, no, no es lo primero que pienso, lo he experimentado. Soy un tío que me ha tocado escribir guiones, me ha gustado pintar y bueno, es acojonante, porque las ideas buenas siempre se me ocurren cuando estoy en el baño. Yo creo que es un momento en el que psicológicamente, primero, para que se relaje el esfínter tienes que estar relajado y las musas, o quien sea el que se encargue de que germinen en nosotros las ideas para que las cosas sucedan, dicen "¡Ey, tú venga, métele la musa ahora que está cagando". Muchas veces que he escrito los guiones a dos, tres y cuatro manos y me he dicho "me cago en la leche, qué bloqueo, dame un cigarro, me voy a cagar", allí todos me miraban y decían "¿qué?" y les decía, "lo tengo, ya sé lo que vamos a hacer". Y muchas veces mis compañeros me mandan a cagar. Y me voy.
P.– Qué tiemble el método Stanislavski y el de Stella Adler.
R.– Sí, sí, que tiemblen todos, Layton, Strasberg, Stanislavski. Que tiemblen, que tiemblen porque voy a escribir el manual para ser más creativo, capítulo uno, "vete a cagar", así se va a titular.
P.– Además de ser un trabajador nato aportas suerte porque te convertiste en un talismán para una generación de directores bastante pintorescos, desde Calparsoro a Vigalondo pasando por Medem…
R.– Y Ulloa… y tantos otros. He tenido suerte, de verdad. Esta es la que me ha bendecido, pero no es por mi culpa que las pelis hayan tenido éxito. Pero también la suerte ha de ir acompañada de trabajo, vocación, ilusión, pero sí es cierto que he tenido la posibilidad de participar en muchas películas porque si juntas Airbag, Año mariano, Ocho apellidos vascos, Ocho apellidos catalanes y dos o tres más han sido películas que han llevado a la gente al cine en masa. Y yo he tenido esa suerte porque te prometo que cuando haces una película la haces para el espectador, nunca estás pensando en otras cosas, porque nosotros cobramos, actuamos, luego promocionamos y se acabó. Si hacemos otra película y supera a Ocho apellidos vascos yo no me voy a comer nada de eso, pero ahí estamos con ilusión porque hemos participado en ese proyecto.
P.– Tomando prestado el nombre de la serie ‘la que se avecina’, ¿crees que estamos a un paso de la involución con todo lo que está cayendo con Trump?
R.– Totalmente. Estamos viviendo momentos peores a la crisis de los misiles, son jodidos y puñeteros. Y que luego la Von Der Leyen nos diga que cojamos una mochila con tres yogures para tres días, a ver, tú dile a un ucraniano qué hace con una mochila como esa, no sé lo que nos están contando. Supongo que nos quieren convencer de que hay que rearmarse, aunque no nos guste la expresión. Estamos viviendo momentos convulsos y la elección de Donald Trump como presidente ha sido determinante para que vivamos situaciones tremendas.
P.– Hace unos días saltaba la noticia de que la izquierda abertzale desafía al Estado porque hay más de un centenar de ayuntamientos que quieren autoproclamarse como la república vasca…
R.– ¡Ay, la hostia!.
P.– Sí, tal y como ocurrió en Cataluña. ¿Cómo lo vives tú como vasco y como catalán adoptado?
R.– Vivo en Cataluña y algunas veces ha habido momentos que he vivido como si fueran un déjà vu. Si tú me dices que no son cien personas, sino que hay cien municipios que lo están pensando habrá que valorarlo. No sé si deberíamos empezar a pensar que si hay cosas que se pueden cambiar de la Constitución podríamos pensar en ser un estado federal como Alemania o Estados Unidos, que las leyes de Ohio no son como las de Texas, donde tienes que elegir dónde delinques porque te va la vida. No me extraña que cada uno quiera reivindicar su identidad, no tengo nada que decir al respecto, a mí que cada uno piense como quiera, opte por lo que pueda y consiga de un modo legal y limpio lo que quiera. Sinceramente, ahora mismo quisiera borrarme del mundo.
P.– Como dice Bart Simpson, a multiplicarse por cero.
R.– No, no, pero si lo que vamos a acabar siendo es un estado militar a mí no me interesa, ¿me entiendes? Puedes comer mierda o gominolas y entre estas dos opciones, me quedo con las gominolas.
P.– Y ya para acabar, hay una obsesión por la cuota del catalán en las escuelas…
R.– (Interrumpe), pero, tío, que yo no soy un político, que estoy vendiendo una puta película. Digo, vendamos la película o paremos, no me hagas meterme en mierdas, ¿vale? Cualquier cosa que dices es un cristo para mí en las redes. No sé lo que les pasa a los catalanes.. sí, lo sé, pero no soy yo quien lo puede arreglar con lo cual, que yo te dé mi punto de vista no aporta nada al problema. Si no puedo solucionar ni aportar porque la verdad, mi trabajo aquí es promocionar, no rehuyo la pregunta, pero te tengo que decir paremos tío. ¿Estás de acuerdo, Luis?