Cuando el etíope Binyam Ahmed Mohamed regresó al Reino Unido el 23 de febrero de 2009 tras haber sido liberado del campo de detención americano de la bahía de Guantánamo, dio a conocer algo espeluznante a propósito de las torturas que había sufrido en la prisión oscura de la CIA en Afganistán: "No había luces encendidas en ninguna habitación la mayor parte del tiempo. Me colgaron. El segundo día, me permitieron dormir algunas horas. Pero luego me volvieron a colgar durante 48 horas. Mis piernas se hincharon y mis manos y labios se entumecieron. Entre tanto, había música a todo volumen. Pusieron Slim Shady de Eminem y el rapero Dr. Dre durante 20 días y (más tarde) lo reemplazaron por horribles risas de fantasmas y sonidos de Halloween. Muchos perdieron la razón. Podía escuchar a la gente golpéandose la cabeza contra las paredes y las puertas y gritando a todo pulmón".
Claro que lo verdaderamente sorprendente es que cuando el director de la organización de derechos humanos Reprieve, Clive Stafford Smith, se interesó por la tortura que le había resultado más difícil de tolerar en el sistema de prisiones secretas de Estados Unidos, Binyam no dudó en responderle con otra pregunta: "Si te dieran a elegir, ¿qué preferirías?, ¿perder la vista o la cabeza?". Es decir, durante los casi siete años que estuvo confinado en manos de los estadounidenses, el etíope recibió palizas; padeció privación del sueño; le cortaron con navajas; fingieron su ejecución; le colgaron boca abajo y, sin embargo, lo que más insoportable le resultó a la postre fue un suplicio psicológico que universalmente se categoriza como tortura sin contacto: el bombardeo constante y prolongado de música en combinación con sonidos terroríficos a mucho más de un centenar de ensordecedores decibelios.
A medida que se dio a conocer públicamente los casos de maltrato a yihadistas detenidos en Afganistán, Guantánamo o Abu Ghraib afloraron también otros detalles acerca de la forma en que los ataques auditivos mediante música llevaban siendo utilizados desde el último tercio del siglo XX para quebrantar a detenidos durante los interrogatorios, no solo por los norteamericanos, sino por los británicos, los israelíes o ciertas unidades policiales de Uruguay, Brasil, Guatemala, Filipinas, Irán, Argentina y Chile que fueron entrenadas por el Departamento de Seguridad Pública de Estados Unidos (1962-74) en el Centro de Inteligencia del Ejercito Estadounidense en Fuerte Huachuca, Arizona, o en la Escuela Militar estadounidense de las Américas (basada en Panamá hasta 1976).
El heavy metal despuntó ya desde el principio como la música favorita de los agentes de las PSYOPS (Operaciones de Guerra Sicológica), pero experimentaron incluso con Barrio Sésamo. Muchos medios de comunicación anglosajones trataron en su día de conseguir alguna de estas listas de canciones usadas para quebrantar a los yihadistas de Al Qaeda. Todo lo que se consiguió fueron inventarios fragmentarios de canciones elaborados a partir de los recuerdos de los encarcelados. Había listas pintorescas que incluían a Van Halen o Jimmy Hendrix, pero también a Christina Aguilera o Nancy Sinatra. No importaba tanto el ritmo y menos todavía las letras como el estupor que produce la repetición en bucle del atronador sonido. Quien crea que es solo una variante light de tormento se equivoca. Es como un misil dirigido a la línea de flotación de tu cerebro.
Un entrenamiento en España
¿Se ha practicado algo así en nuestro país? La respuesta es que sí, solo que durante simulacros de secuestros o interrogatorios llevados a cabo en el contexto de una formación específica dirigida a periodistas, militares, policías, diplomáticos o personal humanitario desplazado a zonas de conflicto. La capacitación en cuestión se imparte en todo el mundo con un temario semejante y es conocida comúnmente por el acrónimo inglés de HEAT (Hostile Environment Awareness Training), que significa "entrenamiento para concienciación en entornos hostiles".
En España, somos la gente que nos movemos por espacios geopolíticos convulsos quienes pagamos por medir nuestros límites, entrenar nuestros sentidos ante la eventualidad de vivir situaciones extremas y experimentar una versión a escala y mucho más modesta de esas formas incuestionables de tortura. Eso sí, bajo condiciones controladas y con fines pedagógicos.
El pasado día 20 de noviembre, 19 periodistas y dos oficiales de la Benemérita nos sometimos voluntariamente a este adiestramiento en el polígono de experiencias para fuerzas especiales que posee el Grupo de Acción Rápida o GAR (la unidad de élite de la Guardia Civil heredera del Grupo Antiterrorista Rural) en las proximidades de Logroño. La simulación de un secuestro y el bombardeo sónico ocuparon tan solo ocho de las 40 horas que duró en total el curso de capacitación para escenarios de conflicto, pero la experiencia es tan intensa que acapara el protagonismo de la formación. El que supera la prueba, obtiene el título.
Este año, los miembros de la Benemérita no lograron que nos quebráramos ninguno (habían asumido previamente que al menos dos de nosotros nos vendríamos abajo), aunque extendieron el periodo de privación sensorial y de bombardeo sónico hasta las seis horas y media, unas dos más que en la edición precedente. Lo normal es que un par de los participantes en el curso alcen la mano, que es la señal convenida para indicar a los policías que interpretan el secuestro que uno ha tenido suficiente. Las fotos se prohibieron para evitar malentendidos o que gente malintencionada lo sacara deliberadamente de contexto, pero existen algunos documentos gráficos de ediciones anteriores bastante ilustrativos.
El año pasado se sirvieron de llantos de bebé para destrozar las psiques de los periodistas. La semana anterior combinaron canciones de trash metal con un haziz recitando en árabe la sura de la vaca. El tono monocorde con el que el qari iba leyendo los versos de Al-Bakara solapado sobre los arrebatos estridentes de la música fue debilitando progresivamente nuestra capacidad de razonar y destruyendo nuestras líneas de defensa. En cierta manera, lo que inducen es cierta forma incipiente de sicosis.
Los actores que ejercían de secuestradores (cinco veteranos del GAR, de acuerdo a nuestra imprecisa cuenta de la vieja) siguieron grosso modo algunas de las técnicas experimentadas por la CIA con los prisioneros de Guantánamo y reforzaron el efecto dislocador de la música y los sonidos a un volumen monstruoso, encapuchándonos; vendándonos los ojos; amarrándonos las manos y obligándonos con una eficiencia sorprendente mediante zarandeos a mantenernos en posturas absolutamente incómodas que, a menudo comprometían incluso la posibilidad de mantener un ritmo de respiración que atenuara el nivel de estrés.
Lo único que variaba en este caso con las prácticas de Abu Ghraib era la duración del simulacro de tormento. Naturalmente, tampoco hubo violencia física ni vejaciones sexuales ni periodistas colgados de los pies, algo de lo que posiblemente, más de uno hubiera disfrutado en estos días. Pero en todo lo demás, el entrenamiento reproduce las condiciones de un siniestro interrogatorio de la CIA en Afganistán o Irak, unas prácticas estandarizadas de los servicios secretos norteamericanos cuyo objetivo final es fracturar la subjetividad de los prisioneros, su sentido del tiempo y finalmente, su resistencia al interrogador.
El proceso
Primero, fuimos secuestrados por sorpresa, encapuchados y amarrados. Y posteriormente, fuimos trasladados completamente a ciegas en furgoneta a una vieja casa situada en el polígono de prácticas del GAR, donde permanecimos a oscuras en medio de una música ensordecedora y disonante. La selección de temas que pusieron en bucle junto a la sura de la vaca corrió a cargo de los miembros del Grupo de Acción Rápida. Logramos identificar canciones de Pantera y posiblemente, de Metallica, pero entre los temas que reproducían en bucle había al menos una secuencia de tres composiciones chirriantes y más inarmónicas que la música industrial anarquista de los 70. En lo esencial eran ruido vagamente organizado con afinaciones graves, voces guturales y quejumbrosas, percusión rápida de doble pedal y delirantes riffs de guitarra con mucho overdrive (distorsión).
Atravesar esos 15 minutos de chirridos aberrantes con la cabeza incrustada en los altavoces en castigo por tratar de zafarse de la capucha era como caminar con las orejas sobre dos kilómetros de crepitantes rescoldos ardientes. Si alguien se interesara por mis sensaciones, debería confesar que llegué a sentir ira a contra mis carceleros. Inevitablemente, había algo de deja vu en toda la secuencia de castigos que evocaba en mi memoria sensorial otra experiencia de confinamiento mucho más real que sufrimos en la satrapía kurdoirakí de los Barzani hace cinco años. Claro que esa es otra larga historia.
En el caso de esta edición del HEAT, buena parte de los participantes revelaron sin problema el nombre de la líder del grupo previamente asignada durante la teatralización de un interrogatorio supuestamente llevado a cabo por miembros de Hezbolá. Estábamos tirando a idiotizados. Al agente del GAR que nos interrogaba deberían darle un Oscar por el modo en que se metía en el papel, parapetado tras una mesa y protegido por el potente haz de luz que nos dirigían al rostro, como en las pelis noir de Bogart. Sabíamos que no podían usar la violencia física por contacto más allá de un empellón, un vaso de agua a la cara o unos electrodos chisporroteantes, pero llegado a cierto punto, la mente simplemente comienza a desintegrarse en medio de esa intensa sensación de disconfort, acrecentada por el hecho de que uno desconoce la duración de la sesión o qué vendrá después o incluso el contexto general del artificio. "Mátame si quieres pero detén ya esto".
Que uno se preste a ello de forma voluntaria no lo hace eventualmente menos doloroso. Hubo tantas experiencias y tantos niveles de resiliencia como participantes. Varios de nosotros conseguimos cabecear en medio del sonido atronador. Es una especie de rendición, más que una prueba de dureza. Un fotoperiodista madrileño llegó incluso a dormirse (tal vez el CNI debería pensar en reclutarle). Otras bailaban, alguno gritaba pese a que ni siquiera él podía escuchar el sonido de su voz… La pregunta en este caso no es si algo así hubiera terminado por rompernos, sino cuánto tiempo más hubiéramos podido soportarlo cada uno de nosotros sin haber cantado la traviata. El realismo de la experiencia es aterrador y eso es lo que en teoría la hace útil.
Alguno logró zafarse de la capucha un par de segundos al principio de la sesión, menos movido por la valentía de averiguar dónde diablos nos habían trasladado que por el dolor que causaba la presión de la venda en los globos oculares. En el mejor de los casos, uno conseguía retener apenas un destello de lo que ocurría en el interior de aquella vieja casa oscura porque el guardián que nos flanqueaba se percataba de forma inmediata de la maniobra y acudía a castigarnos con una postura aún más dolorosa. Era un continuo tirafloja entre los prisioneros y los guardas. Llegados a ese punto, todos estábamos metidos hasta las trancas en el papel. El nuestro era de víctimas.
Vislumbrar a tus camaradas tan absolutamente subyugadas a la luz de las linternas de los miembros del GAR era alucinatorio porque el simulacro de secuestro y de tortura musical se nos figuraba por un momento una experiencia onírica. En cuestión de minutos, el grupo de vociferantes periodistas habíamos sido completamente reducidos y aturdidos por una intangible mordaza sónica. Entre nosotros había también dos oficiales de la Benemérita dejándose zamarrear por simples guardias (una de ellas, cargada de galones y de prestigio). Se inscribieron en el curso porque les exigen tener en posesión el título del HEAT en sus nuevos destinos internacionales en zonas calientes, como a muchos de los funcionarios europeos. Ambos lo experimentaron como una cura de humildad y aprobaron con nota con su mejor cara de póker. Durante seis horas y media, estuvieron en manos de sus subordinados.
Lo ocurrido al acabar
Al término de la prueba, tras ser liberados en otro simulacro por más miembros profesionales del GAR, fuimos interrogados acerca de nuestra percepción de lo ocurrido. Querían saber también cuánta información habíamos sido capaces de aprehender. ¿Se sirve el Ejército de España de estas experiencias con fines experimentales? El Regimiento de Operaciones de Información Número 1 incorpora un grupo de operaciones Psicológicas (Psyops), pero no están demasiado claras todas sus atribuciones, más allá de cosas obvias como ayudar a terciar con la población civil generando un clima de confianza en escenarios de conflicto.
Se diría que todos experimentamos una indisimulada satisfacción por haber superado ese reto. A mi lado, la periodista Erika Reija se preguntaba sobre la utilidad de la experiencia que acabábamos de compartir. Ella es una veterana reportera de televisión, muy curtida en teatros internacionales de peligro. Trabajó varios años como corresponsal en la capital de Rusia. Una semana después he vuelto a preguntarle y, con la distancia del tiempo transcurrido, Erika vuelve a reflexionar acerca de ello.
"El momento del secuestro no me pilló muy de sorpresa porque llevaba ya algunos minutos diciéndome a mí misma que estábamos en un lugar inmejorable para que nos capturaran. Mi primera reacción fue intentar mirar quiénes eran y me llevé algún golpe en la cabeza", me dice la gallega, ahora ya desde Madrid. "En cierta forma, no sabes cómo actuar porque eres muy consciente de que no es un secuestro real y que la Guardia Civil no te va a violar. Sabes que tu vida no está en peligro y que la sesión va a tener una limitación en el tiempo dentro de un contexto controlado, pero hay que sobrellevar sensaciones incómodas como que te venden los ojos o te amarren las manos durante un periodo indeterminado que desconoces".
"Lo que sí me sorprendió fue lo del bombardeo sónico", continúa Erika. "No había investigado demasiado acerca de lo que habían hecho en ediciones anteriores y solo me dejaba fluir. Tampoco imaginaba que tuviéramos que estar durante tantas horas en la oscuridad y ese sonido era muy desagradable. Inicialmente, lo llevé relativamente bien e incluso llegué a dormirme a pesar de ese estruendo horroroso. Algunas posturas son extremadamente incómodas, pero yo hago yoga y soy bastante flexible. Estoy en bastante buena forma física. No sentí en ningún momento que estuviera a punto de romperme aunque tengo que admitir que la última parte de la sesión de bombardeo musical se me hizo muy larga y hubo un momento en que comenzó a írseme la cabeza. Comencé a pensar que aquello rozaba los límites de una tortura psicológica y me empecé a poner de mal humor. ¿Por qué nos tienen así? Por favor, que termine esto ya".
"No pueden meternos una paliza ni violarnos, de manera que entiendo que esta es la única forma legal de la que disponen para llevarnos a una situación de extrema incomodidad, en mi caso más física que psicológica. A la postre, obviamente, uno aprende de todas las experiencias, aunque tengo mis dudas sobre el modo en que esto nos ayuda. Quizá sea una manera de trabajar la resiliencia o de que, en un teatro de operaciones, no te pille de nuevo el acabar con los ojos vendados o estrangulado por el sonido atronador de los disparos".
Ediciones anteriores
Hasta donde sabemos, buena parte de las "bajas" registradas en ediciones anteriores se dieron entre miembros del cuerpo diplomático. En ediciones anteriores, se han llegado a extender las sesiones de bombardeo sónico hasta las ocho horas de duración, aunque lo habitual es la mitad. La lista de sonidos y canciones las eligen los miembros del GAR que toman parte en el experimento. Por alguna razón, hay personas especialmente vulnerables que sufren ataques de ansiedad o entran en pánico. "De hecho, eso es justamente lo que persigue el ejercicio: llevar a la persona al límite", me comentó uno de los agentes durante el curso. "Lo que se le dice en ese caso viene a ser: ‘Ahora ya sabes identificar tus emociones y reconocer esa parte de tus reacciones, lo que debería ayudarte a gestionar el estrés. A menudo, te pones más nervioso porque no comprendes lo que tu cuerpo te está diciendo’. Lo que pretende el enemigo es destruir tu orientación, tu sentido del tiempo y tu capacidad de pensamiento. Pero estoy contigo: lo que se ha puesto este año, no es que fuera cansino, sino el siguiente nivel".
¿Son igualmente sometidos a sesiones semejantes los miembros del GAR o de otras unidades de élite del Ejército español? Definitivamente, sí, y a menudo, durante adiestramientos realizados fuera de nuestro territorio. El asunto es materia reservada. Le preguntamos a propósito de ello a un funcionario del Ministerio de Defensa y nos confiesa que se trata de "un tipo de entretenimiento muy poco común que se emplea específicamente en el adiestramiento de unidades de asalto como el propio GAR. Tiene un único sentido. Preparar a la fuerza para que aprendan a eliminar la distracción ambiental en su radio de acción y para que no les resulte sorpresivo durante sus intervenciones el estruendo de explosivos como granadas lumínicas y ensordecedoras que causan una parálisis en el objetivo y proporcionan una ventana de oportunidad a las unidades tácticas para neutralizar al enemigo. Son adiestrados igualmente para que sepan lidiar con los ruidos en espacios confinados. Se hace exactamente lo mismo con K9, los perros de ataque y de rastreo. Es cierto que esto se ha empleado y se ha adaptado a ciertas formas de interrogatorio, pero su uso no está permitido".
Además del curso que organiza la Guardia Civil en colaboración con Reporteros sin Fronteras (la idea partió de un oficial del GAR destinado en el CAE de Logroño), en España hay varias entidades y grupos privados que imparten el HEAT a periodistas. Algunos de ellos cuestan cerca de 3.000 euros. Naturalmente, el simulacro de secuestro y la privación sensorial y la tortura musical es solo una pequeña parte de los contenidos, que igualmente incluyen primeros auxilios o tácticas para hacer frente a checkpoints y emboscadas en terrenos hostiles, entre otras muchas cosas.
"Básicamente, el curso estaba dirigido a observadores internacionales, diplomáticos y a personas desplazadas a lugares donde las cosas se pueden complicar", me aclara el presidente de Reporteros sin Fronteras, Alfonso Bauluz. "Pero hace ya algún tiempo, nos contactó el coronel al mando del GAR para proponernos organizar uno destinado a periodistas. El que acaba de impartirse es el cuarto, hasta la fecha".
En total, este año se presentaron unas 60 solicitudes para las 19 plazas de reporteros que se concedieron. "Siempre hemos obtenido un feedback magnífico", me asegura Alfonso. "Todos y cada uno de los participantes nos han dicho que es una excelente oportunidad para mejorar su capacidad de afrontar destinos complicados. Tal y como yo lo entiendo, el Centro de Adiestramientos Especiales es el lugar idóneo porque el personal del GAR es el que tiene más experiencia acumulada. Ten en cuenta que la Guardia Civil también trabaja en despliegues internacionales con sus propias asignaciones. Y no olvidemos tampoco que el terrorismo en España ha hecho que adquieran una capacitación especial para hacer frente a ciertos retos. Al final del día, sesiones como la del miércoles o algunos de los ejercicios te preparan para que no seas presa del pánico y aprendas a usar tu capacidad de razonamiento y discernimiento".
En la edición presente se incluyó a última hora entre las actividades extracurriculares una vídeoconferencia del experimentado reportero de El Mundo, Javier Espinosa. Él también se ha formado en alguno de estos cursos y, a su vez, organiza el suyo propio junto a Mónica García Prieto, Fran Sevilla y Manu Brabo, otro heat más específicamente dirigido a periodistas. El taller de reporterismo de guerra lleva por nombre "Manchados de barro".
La experiencia de Javier es especialmente útil porque, al igual que el reconocido fotoperiodista español Ricardo García Vilanova, ha sufrido en sus carnes un secuestro. El 16 de septiembre de 2013 fue tomado como prisionero en Siria por el ISIS y no fue liberado hasta el 29 de marzo del año siguiente.
"Yo no hice el ejercicio del secuestro en el HEAT de la Guardia Civil porque sé que es ser un rehén y tampoco tenía mucho sentido volver a pasar por la experiencia", me dice Javier. "Sin embargo, sí vi la práctica y me pareció muy interesante tanto para quien la superó como para los que no pudieron aguantarla. Está muy bien para saber lo que no quieres hacer. En realidad, nadie quiere pasar por un secuestro pero hay gente que, además, no desea estar en situaciones en las que uno se expone abiertamente a ello, con lo cual eso te descarta".
Javier comenzó a cubrir conflictos durante los 90 y no hizo su primer curso HEAT hasta 2003, en Gales. "Lo que pasa es que al principio era un poco reticente", me dice. "Luego resultó que en aquel primer curso aprendí a protegerme tras un muro, interioricé aquella enseñanza, y durante los bombardeos de Homs, eso me salvó la vida. De no haberlo hecho, hubiera seguido pensando que era inmortal".
"Existen además otras muchas cosas que resultan útiles como los primeros auxilios", prosigue Javier. "Sin embargo, existe un problema gravísimo durante los HEATS que se imparten últimamente. Se proporcionan recomendaciones básicas que no se aplican a los periodistas porque están concebidos con la mentalidad de un militar. Y resulta que si piensas que eso te va a salvar, al final sucede lo contrario y mueres. Por ponerte un ejemplo, nosotros no podemos llamar a la central para que nos evacúen de manera que uno debe disponer de un plan previo de salida para ciertas contingencias".
Por seguir con los ejemplos, Javier me saca a colación que muchos de esos HEATS proporcionan consejos sobre cómo viajar en convoy y nosotros no viajamos en convoy. "Y luego, hay toda una serie de recomendaciones que es preciso cambiar radicalmente desde hace algunos meses a raíz de la guerra de Ucrania y la incorporación a los conflictos de los drones", añade. "Hace ya algún tiempo que el Ejército ucraniano no trabaja con la gente que lleva en el chaleco o en el coche el cartel de "Prensa" porque a esos son los primeros a quienes les zumban. ¿Cuántos periodistas han sido asesinados en Gaza porque llevaban lo de Prensa en el chaleco y van justamente a por ellos?".