Tres familias buscan a Javier, Francisco y Elisabet, de los que aún no hay rastro tras la DANA: "Ojalá que esta pesadilla acabe"
- Fueron vistos por última vez aquel trágico 29 de octubre, cuando la realidad se paralizó por horas llevándose consigo la vida de cientos de personas.
- Más información: "Esa cara entre el lodo es la mía, es la cuarta vez que me salvo de morir": así vivió Conchi el paso de la DANA por Catarroja.
Las catástrofes tienen una forma sutil de conectar historias. A menudo, el vínculo no se encuentra en los hechos mismos, sino en el vacío que dejan. En Valencia, la DANA arrasó con paisajes, hogares y certezas. Entre las ruinas, el dolor compartido de tres familias —las de Javier Sánchez Rocafull, Francisco Ruiz Martínez y Elisabet Gil Martínez— se convirtió en un río común de ausencia y esperanza. Aún hoy, casi un mes después, las aguas parecen haberse llevado más que a estas tres personas: se llevaron, también, la posibilidad de cerrar un ciclo, de hallar respuestas.
Cada una de estas familias navega su propio duelo inacabado, marcado por la misma pregunta: ¿dónde están? Si para miles de valencianos la vuelta a la rutina está siendo intratable, para los familiares de los aún desaparecidos está siendo imposible. "Ojalá que acaba esta pesadilla ya. Para todos lo pido", narra Samuel Ruiz, hijo de Francisco. Junto a su nombre, el de Javier y Elisabet, aunque desconocidos entre ellos, resuenan juntos estos días en una historia de lucha contra la incertidumbre.
El 29 de octubre, Valencia se despertó con una tormenta que parecía cualquier otra. Pero la lluvia, persistente y furiosa, se convirtió en una riada que concluyó en una de las peores catástrofes naturales de la historia de España. Entre los cauces desbordados que se llevaban coches y casas, desaparecieron cientos de personas. Muchos de ellos fueron encontrados sin vida —222, según la última cifra oficial— mientras que, hasta el momento, cinco personas permanecen desaparecidas.
Tras la riada
Elisabet Gil Martínez, de 38 años, viajaba con su madre, Elvira, en un Ford negro por Cheste cuando las sorprendió la riada. Según relató su tía hace unos días en La Hora de TVE, ambas se dirigían al hotel La Carreta, pero nunca llegaron. Días después, el cuerpo sin vida de Elvira fue hallado, pero no hay rastro de Elisabet. Hasta hoy, su búsqueda ha sido continúa siendo un esfuerzo titánico.
Cámaras de vigilancia, datos de rastreo y batidas organizadas han extendido el área de búsqueda hasta Quart de Poblet, a 24 kilómetros de Cheste. Grupos como los Topos Aztecas —rescatistas mexicanos especializados en desastres— llegaron a sumarse a las labores. Sin embargo, cada día que pasa parece añadir más peso al dolor de su familia. "Es desesperante", dice un primo de Elisabet. "No puedes dejar de buscar, pero tampoco puedes seguir viviendo normalmente. Todo se detiene hasta que sabes algo".
La historia de Francisco Ruiz Martínez, de 64 años, ha sido contada varias veces en medios de comunicación por lo deslumbrante del suceso: Ruiz estaba en el polígono de Montserrat con sus dos nietos cuando la DANA los alcanzó. La riada, provocada por el desbordamiento del río Magro, arrastró su coche. Con rapidez, rompió las ventanas para salvar a los pequeños y los subió al techo del vehículo. Su acto heroico salvó sus vidas, pero él no tuvo tiempo de ponerse a salvo y fue arrastrado ante la mirada de los menores.
Samuel, su hijo, recuerda la llamada angustiante que recibió ese día: "Mi padre siempre ponía a los demás antes que a él. Es lo que hizo con mis sobrinos. Pero no puedo evitar preguntarme si hubo un momento, un solo instante, en que supo que no iba a salir de allí". Los vecinos de Montserrat, junto con voluntarios y efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME), rastrearon la zona durante días.
Hace no tanto encontraron un zapato y una gorra de Francisco, como si el agua hubiera decidido dejar pistas diminutas de un hombre que lo dio todo por su familia. A pesar de los esfuerzos, las posibilidades de encontrarlo con vida disminuyen con el tiempo. Para Samuel, la espera es un castigo constante: "El silencio es insoportable. A veces, pienso que prefiero una respuesta, aunque sea la peor".
En Sot de Chera, un pueblo pequeño rodeado de montañas, Javier Sánchez Rocafull vivía con su esposa Ana y sus dos hijos, Javi y Ainhoa. Esa noche fatídica, la crecida del río Sot, exacerbada por las lluvias torrenciales, arrasó con su casa de tres plantas. Javi, de cuatro años, murió al instante cuando el edificio colapsó. Su padre Javier desapareció en las aguas, arrastrado por una ola mientras intentaba evaluar la situación desde una ventana.
Ana y Ainhoa sobrevivieron de una manera que muchos consideran milagrosa: tras caer desde el tercer piso, se aferraron a los escombros y resistieron toda la noche bajo la lluvia. Cuando las encontraron, al amanecer, estaban de pie, agarradas de la mano, con la mirada perdida en un paisaje que apenas podían reconocer. Para Ana, el duelo es doble: la pérdida de un hijo y la incertidumbre sobre su esposo. "Quiero creer que lo encontrarán, pero ya no sé qué esperar", dice entre lágrimas.
Buscando la esperanza
En las zonas afectadas, la vida sigue siendo un intento de reconstrucción. Pero para las familias de Javier, Francisco y Elisabet, el tiempo parece haberse detenido en el momento exacto de la tragedia. Cada llamada de las autoridades, cada pista que emerge del lodo, cada rostro encontrado, trae consigo una mezcla de esperanza y temor.
Aunque casi un mes después el panorama es desolador y las esperanzas se tambalean, no todo ha sido pérdida en esta tragedia. En Catarroja, cuatro miembros de una misma familia fueron encontrados con vida el pasado 4 de noviembre. Su paradero se descubrió gracias a la rápida acción de una vecina que, al ver las imágenes difundidas en redes sociales, los reconoció mientras caminaban por la calle y dio aviso inmediato.
En medio de tanto dolor, esta historia, difundida rápidamente por los medios de comunicación locales, se alzó como un destello de esperanza: un recordatorio de que, a veces, incluso en las peores circunstancias, aún es posible escribir finales felices.