Como si fuera un mesías, el nacimiento de Kiko Rivera ocupó varios minutos del telediario nacional. No venía a salvar el mundo ni a predicar una nueva fe, simplemente era el primer vástago de dos de las figuras más importantes del país: la tonadillera Isabel Pantoja y el torero Francisco Rivera, 'Paquirri'. Adoptando el mismo nombre que el padre, el 9 de febrero de 1984 vio la luz al que todos bautizaron como 'Paquirrín'. Su presencia engrosaba una constelación familiar donde se encuentran, resumiendo, otros dos diestros, una hermana, una reina del papel cuché fallecida en la bañera o incluso un reguetonero como Omar Montes.
Su vida, en definitiva, ha estado unida al 'famoseo' y al nombre de una finca tan mítica como Cantora, estandarte del cotilleo y la farándula española. Después de criarse perseguido por cámaras de televisión, entre portadas de revistas o yendo de plató en plató, ha llegado su momento. Con 40 años, mujer, tres hijos y varios éxitos a sus espaldas, Kiko Rivera quiere dejar de ser conocido por su linaje y obtener el beneplácito como artista.
En el currículum ya puede poner "músico y DJ" sin titubear: en 2023, El Mambo fue una de las canciones más escuchadas en plataformas durante meses. Hoy suma millones de visualizaciones y se convirtió en un himno del Deportivo de La Coruña. Repitió poco después con 'Malibú'.
Y a lo largo de más de una década ha ido salpicando con temas propios esas listas de éxitos. Pretende engrosarla en breve con un bombazo internacional del que no quiere adelantar nada, aparte de participar recientemente en un remix de La Rizos. Por eso, aunque no sea Jesucristo, aquel joven que se libró del mote sanguíneo reúne a miles de seguidores frente a las pantallas en sus canales virtuales y congrega a un generoso público que paga por verle pinchar en directo.
Podríamos decir, por tanto, que Kiko Rivera está en un momento dulce. Incluso si su nombre nutre a diario noticias debido a las polémicas con sus allegados o si recurren a atacarle por su pasado de adicciones. Se le nota esa satisfacción al relatar lo que tiene entre manos, al rememorar lo que ha superado o al compartir algunas dudas sobre su profesión. El músico, eso sí, quiere hablar de su oficio y no de otros asuntos, tal y como advierte su mánager. Aunque su carácter amable y cercano termine por abrir el abanico en una larga charla que tiene lugar en un restaurante del centro de Madrid.
Allí, Rivera sopesa las cosas buenas y malas de ser alguien notorio desde pequeño, las facilidades cotidianas que tiene por vivir en Sevilla y los cambios de la opinión pública en torno a él. "Para mí, los últimos meses de 2023 y lo que llevamos de 2024 son de los mejores a nivel musical. Las nuevas generaciones han puesto cara a alguien que no conocían: hemos tenido más de 100 actuaciones en verano", afirma con entusiasmo.
Vestido con el atuendo habitual de vaqueros, gorra y chaqueta con capucha, el artista se empeña en remarcar su estado actual: "Le tengo mucho respeto a la música. He estado con gente de la talla de Lola Flores, Julio Iglesias o Raphael y ha sido una suerte. Les sigo, aunque yo haga canciones para que la gente se lo pase bien y quiero seguir progresando, aprendiendo, aunque a mí me haya costado muchísimo porque tengo la cabeza dura".
"Ya conseguí un número uno en 2011 o 2012 por Quítate el top, pero la gente se metía conmigo y me hacía pensar que lo hacía mal. Lo que pasaba es que en ese momento me daba igual. Yo era el rey del mambo, ganaba una pasta y vivía al máximo", comenta, explicando ese posterior declive tanto musical como personal: ha narrado en varias ocasiones esa caída al vacío, cuando alteró ese género alocado y se dilapidó una fortuna en drogas y fiesta.
"Me ha costado, pero hemos consolidado un estilo fiel que nos gusta, que sabemos defender y que está superando los objetivos planteados", cavila, hablando en plural por su equipo e incluyendo unas circunstancias más favorables: "Estamos haciendo las cosas bien y eso ayuda", puntualiza.
Da "gracias a la vida" por haberle dado "otra oportunidad" y cree que "hay que agarrarse como un clavo ardiendo y no malgastarla". Esa oportunidad tiene que ver no sólo con lo profesional: en 2022, Rivera tuvo un ictus. Y en 2023 le dio una angina de pecho y le detectaron osteonecrosis, una enfermedad que afecta a los huesos. Se lo achacaron a ese pasado de excesos del que se quiere deshacer. "Salí yo solo junto con mis familiares más cercanos, que en este caso eran prácticamente mi mujer y mis amigos", recuerda, "pero soy lo suficientemente inteligente para saber en qué grado estaba".
Irene Rosales, la mujer a la que alude, ha sido una de las protagonistas de su recuperación. "Todos aportan un granito de arena para que la bestia del pasado no salga", concede. Kiko Rivera ha narrado en múltiples ocasiones esas noches interminables de alcohol, cocaína y otras sustancias, con situaciones en las que se ha visto al borde del precipicio. Ha contado cómo tuvo que parar todo y dar de lado a muchas compañías de esa época. "Hoy en día ya puedo ir a pinchar y tomarme una copa. No me pasa nada. Estoy capacitado para controlar una borrachera. Rara vez me verás con una, pero, ¡hostia, tengo un mínimo de control y ya sé hasta dónde llego!", aclara.
"En alguna ocasión ha venido un amiguete a verme y me he tomado algo con él. No pasa nada. Incluso te puedo decir que ese día he tocado de puta madre. ¡Tío, déjame entrar en el ambiente!", exclama, añadiendo cómo concibe hasta lógico que cualquiera del mundillo de la noche lo haga. "Es que estás viendo lo que conlleva. Es más, si yo veo un relaciones públicas anti-alcohol o antidrogas yo lo echo", ríe. "Entiéndelo: tienes que saber dónde te mueves y que forma parte del espectáculo", zanja.
Además, Kiko Rivera ha hablado de separase de sus amigos de entonces y llegar al punto drástico de borrar sus teléfonos o de esconderse si se cruzaba con alguno. "Ponte que yo tenía 20 contactos: pues tenía que deshacerme de 19 y quedarme con el de mi mujer, porque con todos había estado de fiesta", apunta. "Hoy en día ya puedo decir que puedo quedar con algunos que se drogan y crear recuerdos nuevos. Ya he superado la prueba", asiente, "tengo las herramientas y estoy muy orgulloso, sobre todo de pensar que puedes conseguir todo lo que te propongas".
Uno de estos logros ha sido, volviendo a la música, el de alcanzar su sueño infantil. Este sueño comenzó en los noventa, cuando vio a Dj Neil pinchando y se dijo que quería dedicarse a eso. "Era un referente", indica. Aun así, no siguió sus pasos. Según explica, lo que hacía este clásico del tecno no era lo que podía defender. Rivera, que ha estado en cabinas con sets propios y ajenos, empezó a desarrollar sus propios gustos y a tirar hacia lo que cataloga de 'electrolatino'. En este caso, su modelo fue Juan Magán, compositor con un olfato exquisito para el pelotazo.
"Quedamos pocos en este estilo. Yo en su día tomé una decisión incorrecta, que era cantar. No acerté, porque seguro que cantadas por otros artistas hubieran sido número uno. Pero la gente no identificada eso con el personaje de Kiko Rivera. Y lo que me gusta y ha funcionado es hacer bailar, disfrutar, gozar… Sacar una canción alegre", arguye.
Nota, en este sentido, un "cariño más profundo" por parte del público: "Empiezo a ver cómo se llenan las salas y los eventos. Ya pasaba con algunos gratuitos, pero cuando es vender tiques y llenas un espacio de 2.000 personas es algo nuevo. Y siempre he sido un artista que me he movido por celebraciones gratuitas, pero laboralmente es un momento bueno". ¿Supone más presión o miedo al fracaso? "Hemos superado el objetivo tan pronto que sería hacerme daño a mí mismo y a mi equipo exigir superar eso", responde, "lo único que hay que hacer es seguir trabajando y mejorar".
Rivera siente que debe continuar, pero a su ritmo. Se queja de la velocidad que ha tomado la música. "Lo que pasa es que muchos sacan una canción el primer día de mes y el 15 otra vez. Creo que están pisando demasiado el acelerador y no dejan que la gente las disfrute", lamenta. Ocurre más con los jóvenes, reflexiona, porque tienen más tiempo.
"Yo me puedo ir al estudio con el productor y encerrarme hasta que salga algo, pero tengo muchas cosas que hacer", resuelve, retomando la idea de alargar los plazos entre novedades. "Hay tal aluvión que yo me pongo siempre lo mismo. Y creo que hay que darles su tiempo a las canciones", incide, pensando en cuando escuchaba Danza Kuduro, de Don Omar, o cualquier otro "clásico" durante varios meses antes de su progresiva extinción.
En su caso, maneja un género que se mantiene gracias a píldoras como las suyas. "Quedamos pocos, pero sigue vivo porque nunca murió", sostiene. "Hay que diferenciar el 'electrolatino' con el reguetón. Yo quiero que mis canciones sean para todos los públicos, y no puedo hablar con palabras que usan los jóvenes, aunque meta alguna. Tengo que coger sonidos que ya no se utilizaban y que la gente se lo pase bien. Ya he entendido mi trabajo, ya carbura. Antes era como encender una moto sin gasolina", sentencia quien se ha librado de ese peso familiar y ha creado una comunidad en redes que ya busca a Kiko Rivera, sin saber su origen.
"No tenía otra salida. Era eso o vivir en casa de mi madre toda la puta vida", suspira quien no ha aprendido a ser famoso porque lo era desde el parto. Y quizás no sea un profeta iluminado, pero presume de una legión de feligreses. Como el chaval con manga corta y bermudas en pleno noviembre que, nada más pisar la calle, saca el móvil y, grabándole, grita: "Kiko, eres un grande".