Una de las imágenes de las peleas de gallos.

Una de las imágenes de las peleas de gallos. Domingo Díaz

Reportajes

En las últimas peleas de gallo con las que "no puede la Ley Belarra": no ganan dinero y el 95% no mueren

EL ESPAÑOL pasa un fin de semana con los amantes de los gallos. Así se crían preparan para luchar con unas normas estrictas estos animales.

29 abril, 2023 02:58

Sábado, 15 horas. Es momento de riña en Las Palmas de Gran Canaria. José Luis Martín, casteador y presidente de la Federación Gallística Canaria, está nervioso. Trae sólo dos gallos a una jornada que se alargará más allá de las 7 de la tarde. El cuidador de la gallera de Telde ha dejado en casa a un tercer ejemplar. "Tenía algo en el pico y no quise que estuviera incómodo. Lo hemos cambiado en el último momento", dice al reportero. Está a punto de saltar su primer peleador cuando su mujer, sentada a su lado en la grada del pabellón municipal López Socas, le alcanza el móvil. Él contesta la llamada y sale del pabellón. Cuando vuelve, lo hace más agitado aún: "La Guardia Civil ha entrado en la gallera de Teguise (Lanzarote) y han cancelado la riña".

Este pabellón es ajeno, en su mayoría, a la llamada. La pelea que se ha disputado entre tanto aquí ha enfrentado al gallo de Martín, debutante, contra uno de la gallera Unión San José, del casteador La Cáscara Amarga, cuyo ejemplar ya peleó en una ocasión anterior. Ambos pesan cuatro onzas y dos libras inglesas. Tras unos pocos minutos, el de Martín gana mientras él aún atiende la llamada.

Al retomar su asiento, Martín narra la noticia enfurruñado. La velada aquí prosigue cuando un vídeo le llega a José Luis a su dispositivo telefónico. Se ve cómo los agentes del Seprona han entrado en el recinto privado de una de las galleras de Teguise para comprobar lo que allí ocurría. Se escucha decir a la agente que allí hay maltrato animal; han entrado por una denuncia anónima. Los presentes lo niegan, no dan crédito a lo expuesto.

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Imagen de la segunda pelea de la tarde y sus asistentes.

Imagen de la segunda pelea de la tarde y sus asistentes. Domingo Díaz

Los presidentes de las galleras que se iban a enfrentar en la isla de Lanzarote han llamado a José Luis para saber qué hacer. Él les aconseja que no hagan nada y alguno le reprocha su pasividad. Explica que el acta de entrada de la Guardia Civil tendrá que decir el motivo de su llegada y qué han encontrado los agentes. "Ya dirá el abogado de la Federación qué hacer", comenta José Luis, nervioso por la molestia pero sin excesiva preocupación: Canarias es junto a Andalucía el único lugar donde aún son legales las riñas de gallos en España. Martín explica que ni siquiera la ley de Bienestar Animal las prohibirá: "Tengo la ley subrayada y no se hace mención. Aunque es ambigua, solo habla de animales de compañía".

Sin embargo, hay un motivo para la intranquilidad: es la tercera vez que los agentes se personan en Teguise para frenar estas peleas y en esta localización se disputará, el último fin de semana de mayo, el Campeonato de Canarias. Ya está todo preparado, pero no quieren que les agüen la fiesta cuando lo que realizan está permitido por el reglamento regional y nacional.

Una mañana en el criadero

Viernes, 12.30 horas. Telde (Gran Canaria). José Luis Martín recoge al reportero en una gasolinera y se dirigen a su gallera. "Le abrimos las puertas a todo el que quiera, no tenemos nada que esconder", apunta. Él tiene su núcleo zoológico en regla, en una pequeña finca donde acumula una gran cantidad de animales bien alimentados y en perfecto estado.

Va mostrando las galleras una a una. Cuenta cómo se hizo con cada una de ellas y el trabajo que conlleva montarlas. Las jaulas están formadas por seis paredes. "Debajo de la arena también hay alambre. Si les dejo un resquicio, los gallos escarban en la arena y salen a pelearse", comenta. Además, las jaulas no pueden estar juntas, tienen que ser compartimentos individuales. "Pasaría lo mismo. Se pelearían, engancharían los espolones, se harían daño y, a alguno me los encontraría al día siguiente muertos".

José Luis, en su gallera, con uno de los gallos.

José Luis, en su gallera, con uno de los gallos. Domingo Díaz

Aquí se crían gallos combatientes canarios, provenientes de la variente inglesa Old English Galle. Estos, en teoría, no tienen nada que ver con el gallo jerezano, también conocido como gallo combatiente español. José Luis enumera las diferencias entre las distintas razas y comenta que algunas ya se han extinguido.

Por ese motivo, entre otros, no quiere que desaparezcan aquí los gallos ni se terminen las riñas. "¿Sabes el trabajo de selección que llevamos haciendo durante años?", pregunta. A través de las riñas, apunta, mejoran la raza.

"Una vez que el animal ha peleado y ha pasado su edad o se ha lesionado, lo dejamos como reproductor", explica. Si el animal no pasa a ser reproductor, vive en el campo a partir de entonces y hasta que muera, dicen. "Una gallina en cautividad puede vivir hasta los 15 años", comenta José Luis, comparando con los cuatro o cinco años que vivirían en libertad.

Martín explica que la pelea es la naturaleza de este animal. "Yo me he encontrado pollitos de días muertos porque se ponen a pelear entre ellos. Cuando llego al día siguiente están exaustos porque no abandonan". A los días, envía un vídeo al reportero de un pequeño con agallas.

En su finca hace la prueba delante de los ojos del reportero. "Tú no quieres hacerlo, pero lo voy a hacer yo". Entonces, entra en una de las jaulas, la abre y deja a uno de sus gallos en libertad. 

Este ejemplar joven se acerca a otra de las jaulas, donde están los gallos que ya han pasado la edad de pelear en competición. Comienza a retarse con otro a través de una lona. Ambos animales ponen sus picos muy cerca. Hay una reja a cuadros entre ellos, pero eso importa poco. Uno de ellos da un brinco, bate las alas y ataca con las espuelas. 

La valla repele el golpe y José Luis separa a los dos ejemplares. "¿Lo has visto?", cuestiona. "Es su naturaleza, los gallos pelean, no les obligamos a que lo hagan como dicen por ahí".

Un gallo en libertad reta a otro gallo enjaulado.

Un gallo en libertad reta a otro gallo enjaulado. Domingo Díaz

Los gallos se enfrentan al minuto de andar uno de ellos suelto.

Los gallos se enfrentan al minuto de andar uno de ellos suelto. Domingo Díaz

Este entorno está repleto de gallos. José Luis no puede mantenerlos a todos, así que expone que ha regalado muchos a otros aficionados. La venta de estos ejemplares está prohibida, aunque en el mercado negro podrían llegar a valer decenas de miles de euros. El motivo es que el lucro está penado en esta afición. "A mí esto me cuesta unos 4.000 euros al año", dice José Luis. Todo eso sin contabilizar el trabajo ni la amortización del terreno. 

Los gallos descansan en un lugar apartados del resto hasta el día siguiente. José Luis los mira uno a uno y se da cuenta de que uno de los combatientes de mañana tiene algo en el pico. "Este lo vamos a cambiar porque puede tener molestias al picar y es mejor que no esté incómodo. Tendrá que ser en otra ocasión", dice. A partir de ahí, le cuida la herida inflamada y lo devuelve a su departamento.

El casteador coge ahora un cubo grande con la mezcla. Comienza a dar de comer al resto de gallos y gallinas que hay en este inmenso corral separado en departamentos. Con su propia mano, va echando un puñado a cada uno. Aquí el peso ya no importa tanto como en los ejemplares de competición. 

"Cuando yo no estoy, viene mi mujer a echarles de comer y a trabajar con ellos", apunta José Luis. Ángeles también es una apasionada de este mundillo desde muy joven. El casteador corta ahora la alfalta para dársela a los gallos y las gallinas. "Esta es su golosina", dice antes de cerrar el día en la finca.

Gallo y gallinas reproductores.

Gallo y gallinas reproductores. Domingo Díaz

La competición

El viernes Martín ya tiene seleccionados a los ejemplares que llevará a pelear. Son tres, con edades comprendidas entre el año y medio y los tres años. "Un gallo puede pelear hasta los cinco, pero a mí no me gusta. Son como atletas. No es lo mismo que luchen dos hombres de 40 años a que lo haga uno de 40 contra uno de 20. Puede darse, pero son raras excepciones", apunta.

José Luis echa de comer a los competidores con una pequeña lata de atún reutilizada como cazo. Esa es la medida exacta que deben comer estos gallos durante dos días. Ni más, ni menos. "Hay quienes le echan un pienso específico de competición, pero eso es caro. Yo le hago mi propia mezcla con aquella hormigonera", apunta señalando al utensilio. 

El motivo por el que debe medir la comida de estos ejemplares es que no pueden subir de peso dos días antes de la pelea: los gallos ya están casados. Eso significa que han sido pesados y en la otra gallera tienen un ejemplar del mismo peso contra el que luchará el sábado.

"Los pesamos los jueves y mandamos los pesos. Una vez que se casan hay que mantenerlos en el peso hasta el día de la pelea", explica el casteador. Momentos antes de la pelea, los gallos volverán a ser pesados. Si uno de los elegidos pesa diez gramos más de lo que se comunicó el jueves se le dará la pelea por perdida. No suele ocurrir.

Pesaje de un gallo de peleas.

Pesaje de un gallo de peleas. Domingo Díaz

Cabe destacar que estas peleas se encuadran en unas reglas bastantes estrictas. Con respecto a lo del peso, se utiliza como medidor un contrapeso antiguo al estilo inglés, con pesas en onzas y libras inglesas. "Perderíamos menos tiempo con un peso digital como el que utilizamos en casa, muchos lo piden, pero mantenemos esto porque estamos hablando de una tradición", explican en Gran Canaria.

Una de las curiosidades de estas peleas se da justo antes del comienzo. Los gallos son examinados con agua y algodón, para evitar que nadie le haya echado, como ucurría antiguamente, excremento de hurón a su combatiente en el pecho. Esto hacía que el otro fuera repelido. Además, se examinan las patas. Aquí están prohibidas las cuchillas en las espuelas.

Además, los peleadores deben estar tatuados debajo del ala con el nombre de su casteador. De esta manera evitan que se cometan robos de gallos, como ocurren en otros lugares frecuentemente, por ejemplo en Andalucía. "Evitamos que alguien que no los cría los pueda robar y pueda pelearlos de manera legal. Aquí hemos acabado con los robos". 

Imagen de un tatuaje bajo el ala.

Imagen de un tatuaje bajo el ala. Domingo Díaz

Eso no ocurre en Andalucía, donde hay robos de manera más frecuente y las peleas de gallos legales son aún más difíciles de ver. Allí solo pueden acudir los miembros de la Federación Gallística. La mayoría se concentran en el entorno de Sanlúcar de Barrameda y Jerez de la Frontera. Todos los viernes, por un grupo de Whatsapp, se exponen cuáles son las galleras en las que se harán competiciones legales.

Preparación y manías

Las peleas de gallos conllevan mucha preparación. Estos "atletas" son entrenados por algunos preparadores. José Luis cuenta cómo antes tenían hasta dos contratados en la gallera de Telde, pero ahora es imposible. Su trabajo, además, no le da para más, por lo que entrena con sus gallos lo que puede. "Aun así, son muchos años de trabajo. Puedo ganar, perder o acabar en tablas, pero al que le toca contra mí se le arruga el morro". 

Una de las imágenes de las peleas de gallos.

Una de las imágenes de las peleas de gallos. Domingo Díaz

El trabajo de entrenamiento de los gallos implica la pelea, pero nadie quiere desvelar sus secretos. "Cada uno tenemos los nuestros", dice José Luis antes de entrar en materia. "Lo importante es trabajar la fuerza en las piernas y el pecho". El entrenamiento consiste en que salten y corran para aguantar físicamente los diez minutos de pelea que pueden llegar a tener. "No sirve de nada tener un gallo fuerte, porque si no te gana en dos minutos y luego está exhausto...".

En realidad, son los reglamentos de la competición los que imponen la preparación física. Alrededor del mundo, las peleas de gallos tienen distintas normativas. La de Canarias es férrea: diez minutos y, si no, serán tablas. Si un gallo no ataca a otro durante unos minutos, se pone un contador de un minuto. Si el gallo sigue sin pelear, se le da por perdida la pelea. Si alguno salta de la valla huyendo, se termina la pelea. 

El contador de victorias y derrotas tiene en cuenta también el tiempo que dura la riña. Cuanto menos tiempo tarde en perder un gallo, mucho mejor. Eso lo llevan los jueces de la mesa, un organismo compuesto por un miembro de cada gallera participante.

Los soltadores son los únicos que pueden pisar la valla durante la pelea. Lo pueden hacer en tres ocasiones para levantar a sus gallos. Si el gallo no puede seguir, habrá perdido. El soltador que pierde entrega el gallo ganador a su rival en señal de respeto. Luego se dan la mano con total deportividad.

Imagen de la mesa de jueces y algunos aficionados.

Imagen de la mesa de jueces y algunos aficionados. Domingo Díaz

José Luis explica toda esta normativa en profundidad utilizando de ejemplo a los gallos que participan en las riñas. 

Otro aspecto curioso es que aquí las supersticiones son claves. José Luis cuenta las de un amigo: "Si ganaba la primera riña de la temporada, llevaba la misma camiseta todo el año. Daba igual que luego perdiera siempre". Él tiene otra: "Yo lo que hago es dejar abierta la gallera de donde les he sacado". Eso significa que sus gallos no sufrirán ningún percance mortal y volverán al lugar del que salieron.

José Luis no trata de engañar a nadie. Los animales pueden morir en estas peleas, aunque ellos intenten que no. "Habrá entre un 5% y un 10% de muertes por malos golpes".

La pelea

El aforo de este polideportivo público que habitualmente acoge lucha canaria es de unas 800 personas, pero aquí hay unas 50 personas, dependiendo del momento. Se construyó orginalmente como gallera, pero ahora se dedica en su mayoría a otros menesteres. Los sábados aquí se siguen celebrando estas riñas en las que no pueden entrar los menores de 16 años ni para pedir en la cantina.

Los asistentes llegan temprano. Tan pronto que aún no está ni montada la taquilla. Momentos antes del inicio, el taquillero avisa: "Pasad por la taquilla, que vamos a empezar". Todos los que ya están dentro van y pagan religiosamente sus 8 euros. 

Los gallos sujetados por los soltadores antes de comenzar la riña.

Los gallos sujetados por los soltadores antes de comenzar la riña. Domingo Díaz

El montante se utiliza para repartirlo entre las galleras, por los gastos. Sin embargo, nunca pueden tener más ingresos de lo que han gastado. "Guardad las facturas", les pide José Luis. Y también se saca para un sorteo. Antes se han llegado a rifar hasta lechones, pero ahora se dan 50 euros y nada más. Atrás quedaron las anécdotas. 

Las primeras riñas comienzan y se van a los diez minutos: es decir, acaban en tablas. El público está alejado de los gallos y, desde su posición, es imposible pensar que este es un espectáculo violento.

En la tercera pelea, sin embargo, un gallo cae al suelo y desorientado no consigue ponerse en pie. Es retirado rápidamente de la valla y nuestro experto gallero explica: "Le ha tocado un nervio. Generalmente, se recuperan sin problemas. Como mucho, no podrá volver a competir, pero se recuperará en unas semanas".

En total, se disputan 24 riñas durante toda la tarde ante los ojos de EL ESPAÑOL. En ninguna de ellas muere sobre la valla un gallo. La mayoría de ellos, eso sí, salen con heridas. Según cuenta José Luis, "se les curan y en tres días están bien. Pueden volver a pelear en unas tres semanas tras la recuperación".

Un inglés y un antropólogo

Una de las imágenes que se tienen en mente sobre las peleas de gallos es la de hombres con malas pintas, con fajos de billetes en las manos, chillando y apostando cantidades ingentes de dinero mientras los dos animales están en un corral luchando hasta la muerte. Sin embargo, nada de esto ocurre aquí.

No existe un gallista típico en estas gradas. Aquí hay un señor de tez morena con un traje blanco; otro con más de 80 años, camisa y vaqueros; y están los jóvenes, trayendo muchos una estética similares de pantalón corto, deportivas y camiseta. Algunos suman a su estética la riñonera de moda cruzada en la espalda. No todos los aficionados son locales. Aquí también hay cubanos. La tradición gallística está muy extendida en Latinoamérica.

También hay aquí mujeres. Algunas de ellas participan en la preparación de los gallos,  incluso, aunque se trata de un sector masculinizado.

Por cierto, que lo de apostar no se lleva en demasía. Solo en una pelea hay un amago de apuesta, que al final no se consolida. Aquí no hay un lugar. Simplemente un aficionado grita el montante que apuesta y otro le dice si va. Al final, el perdedor se levanta para entregar el montante.

Los aficionados lo viven con pasión, muchos de ellos llegan a gritar "pica, pica" y se ponen de pie. Pero es pura competición. "Los animales no les escuchan", dice José Luis. Los soltadores también lo viven y alguno cloquea para centrar a su animal. Según Martín, eso puede ser contraproducente porque el animal puede estar ciego en la pelea. "Lo que harías sería distraerlo si no ve dónde está el otro".

La mayor parte del tiempo, el público es sosegado. En las gradas del municipal de Las Palmas hay intecambios de libros sobre la tradición gallística. Francisco Mirelles, historiador y antropólogo, es uno de los que recibe uno de estos ejemplares y acude regularmente a estas peleas. Entiende perfectamente a quienes no comparten su pasión. A él se la transmitió su padre y se ha reenganchado hace poco. Él hizo su tesis doctoral sobre la tradición gallística en Canarias. El piensa que estamos "ante un fósil cultural". 

Gallo corredor, una de las estrategias utilizadas.

Gallo corredor, una de las estrategias utilizadas. Domingo Díaz

En general, sobre estas peleas hay bastantes más estudios académicos de los que pudiera parecer. Cuenta que la intención de prohibir los gallos de peleas es antigua. En 1700, cuando esta competición se comenzó a celebrar en las islas importadas por los ingleses, fueron muchos quienes se opusieron. Hay varios escritos sobre ellos. Una de las curiosidades narradas es que la iglesia también trató de prohibir esta práctica: "¡Porque los feligreses no iban a misa!".

Ahora, explica, la ley canaria 8/1991 de 30 de abril trataba de extinguirlas de manera natural. En su preámbulo, dicho texto legislativo expone: "Si bien pueden argüirse en su defensa los aspectos tradicionales y aun culturales, es evidente que son tradiciones cruentas e impropias de una sociedad moderna y evolucionada. Por ello, esta Ley propicia su desaparición natural, mediante mecanismos normativos que impiden su expansión, prohibiendo el fomento de estos espectáculos por las Administraciones Públicas, no autorizando nuevas instalaciones, y, especialmente, no favoreciendo la transmisión de estas aficiones a las nuevas generaciones mediante la exigencia de que se desarrolle en locales cerrados y prohibiendo su acceso a los menores de dieciséis años".

Hay cosas que son inexplicables para él sobre por qué sigue yendo gente joven a ver los gallos. Aquí hay aficionados que no pasan de los 30 años, cuando se promulgó la ley en vigor, por lo que hasta los 16 no accedieron. "Es una tradición que pasa de padres a hijos", cuenta. Es difícil tratar de entenderlo, como por ejemplo por qué en 1700 se asentó este ocio y no las corridas de toros.

Otro detalle: está prohibido grabar sin consentimiento de la Federación para evitar las bullas innecesarias en redes sociales. En la grada, un aficionado inglés lo comprueba. Alguien le pide que cese si no es el periodista que está haciendo un reportaje hoy aquí.

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Luego, el gallista inglés cuenta al reportero su experiencia con la prohibición de esta tradición en su país. No quiere que salgan su nombre y su foto, preocupado por que los animalistas ingleses le señalen y le quiten su finca. Él cría gallos, pero no puede pelearlos. Por eso quiere que alguien en Canarias le incube algunos de sus huevos.

Cuenta que el Old English Galle se ha perdido después de la prohibición de las peleas en Inglaterra, donde también era una tradición ancestral. Allí ahora los gallos son prácticamente de exposición y la mejora de la raza se produce con una intención meramente estética. "Eso les hace perder la casta y que no tengan la fuerza de un gallo de pelea", comenta.

Lejos de lo que se suele pensar, y a pesar de estar en la picota, las peleas de gallos se siguen celebrando en muchos lugares. Por ejemplo, están permitidas en el norte de Francia, apuntan Francisco y José Luis.

Aquí, según los aficionados, pasaría lo mismo si acaban prohibiéndose las riñas. "Llevamos muchos años trabajando en la mejora de la raza", dice José Luis. Ni siquiera le Ley de Bienestar Animal podrá acabar con ellos. "En el texto no lo pone. La ley entra en vigor el próximo 29 de septiembre —lo tiene todo bien estudiado—, a ver qué pasa".

Mientras todas estas conversaciones se producen, las riñas están por terminarse. Todo culmina con victoria de la gallera de Teguise, la de Gáldar y la de Gallardete, las tres que encabezan esta especie de liga. Sobre la valla, los propios soltadores comienzan a desmontar el chiringuito. Lo primero es quitar del tapiz todas las plumas que han dejado los competidores. La zona de abajo también está repleta de plumas. Las luces se apagan, pero volverán a encenderse la próxima semana. Y a la siguiente también. Y quién sabe si el próximo septiembre, con la Ley de Bienestar Animal en vigor también. El tiempo dirá qué pasa, pero mientras los aficionados a estas riñas seguirán poniéndose gallitos ante los que quieran prohibirlas.

Recogida de la valla, donde se enfrentan los gallos.

Recogida de la valla, donde se enfrentan los gallos. Domingo Díaz