La gran desmemoria con víctimas de la ‘retaguardia roja’: ¿otra ley para héroes como Melitón y Manuel?
Por qué en vez de hablar de ‘Memoria Democrática’ no se apuesta por una Memoria de la Reconciliación, se pregunta el historiador y autor del libro “Retaguardia roja”, que estudia matanzas en zonas republicanas.
19 septiembre, 2020 02:09Noticias relacionadas
Los historiadores no han llegado a ponerse de acuerdo en si Ruidera, -Roidera en algunos documentos de la Orden de Santiago históricamente fuerte en la zona y Ruydera según Cervantes en el Quijote-, proviene de ruido, de riada o de ruina. Ruido, por el sonido del agua de las cascadas que unen sus lagunas. Riada por las crecidas del río Guadiana a lo largo de la historia. Ruina, con un origen catalán, debido a las pérdidas sufridas por sucesivas invasiones en esta zona. El vocablo da nombre al parque Natural de las Lagunas de Ruidera, uno de los principales humedales de España. Y también a la localidad de Ruidera, Ciudad Real.
En 1907 era una aldea dependiente de Argamasilla de Alba y allí nació Melitón Serrano Ortiz. Electricista de profesión, es uno de los personajes que más ha llamado la atención del historiador catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Fernando del Rey, en los 15 años que ha pasado investigando la violencia en la retaguardia roja de Ciudad Real durante la Guerra Civil.
Retaguardia Roja: así se llama el libro fruto de sus pesquisas. Y éste es su resumen de la vida de Melitón: “Era un joven y muy inteligente líder socialista de primera hora, luego pasado al PCE, fue capaz de enfrentarse a sus correligionarios más radicalizados en fechas tan tempranas como mediados de agosto de 1936, intentando parar las matanzas de derechistas, un empeño que mantuvo varios meses. En esas circunstancias eso suponía jugarse la vida”.
Hizo gestiones para liberar a presos a derechistas en las localidades en las que vivió: La Solana y Alcázar de San Juan. Denunció abiertamente los crímenes, diciendo que quienes quisieran “matar fascistas” podían hacerlo en el frente, pero que los crímenes en la retaguardia sólo servían “para desprestigiar la causa”. Al final, tras la Guerra, “fue fusilado sin contemplaciones en Ciudad Real el 18 de octubre de 1941, sin que el tribunal militar que le juzgó encontrara prueba alguna de su implicación en las matanzas”. Melitón se había entregado voluntariamente, tras permanecer unos días escondido en casa de su hermana.
El de Ruidera fue “un rara avis en el universo revolucionario manchego”, dice el libro. Y sus denuncias resumen el trabajo de Fernando del Rey. Es catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid, UCM, y comenzó en los 90 con unas primeras indagaciones sobre la violencia en la retaguardia de Ciudad Real durante la Guerra Civil. Publicado a finales de 2019 su libro recoge la vida de Melitón y la de cientos de vecinos más de Ciudad Real que perdieron la vida en ese escenario. Una provincia agrícola, “una tierra cuya historia aún no es muy conocida y que, sin embargo, ofrece, como otras provincias del entorno, grandes posibilidades para el análisis histórico”, explica en sus páginas. Recuerda, que “el conjunto de la actual Castilla-La Mancha albergó en términos relativos la segunda matanza en importancia de la España republicana, sólo superada por Madrid”.
El título I define a la víctimas:
“Título I, las víctimas
Se determina la consideración de víctima con arreglo a los parámetros internacionales de Derechos Humanos y declara el carácter nulo de todas las condenas y sanciones dictadas durante la Guerra Civil y la Dictadura por los órganos de represión franquista, que asimismo se declaran ilegítimos. Todas ellas tendrán derecho a una Declaración de reconocimiento y reparación”.
Melitón está incluido por tanto en esa definición de víctima, como fusilado por un tribunal franquista. Pero, ¿qué hay de las víctimas de esas matanzas que él denunció en vida?
En su libro, Fernando del Rey recuerda que hubo víctimas a ambos lados y que como historiadores no hay que obviar la sangre de ningún lado. “Como ha defendido con valentía muchas veces Santos Juliá –historiador y sociólogo fallecido el año pasado- a contracorriente de las modas memorialistas”, ‘los militares, con su rebelión, provocaron una Guerra Civil, pero los crímenes cometidos en territorio de la República no pueden pasarse por alto”.
Es lo que ha hecho en su libro Fernando del Rey. No pasar por alto de los 2.292 vecinos de Ciudad Real y 140 ciudadanos de otras provincias que perdieron la vida a mano de los revolucionarios. Los datos son la macroeconomía. Él lo cuenta en modo micro: historias personales con nombres y apellidos. De víctimas, pero también de ejecutores.
Organización y matanzas: Valdepeñas
Del Rey recoge en su libro las matanzas más cruentas de la provincia. Como la de Valdepeñas del 29 al 30 de agosto de 1936, con 42 ejecutados, por “orden verbal” de Félix Torres, quien fue presidente de la Casa del Pueblo de esta agrovilla. En el libro, se le conceptúa como el típico “señor de la Guerra” forjado en circunstancias de este tipo. Según Del Rey, “bajo su liderazgo se llevó a cabo en esta comarca la represión más sangrienta de toda la provincia”.
Valdepeñas concentró 435 víctimas, el 18,95% del total de Ciudad Real. Según la Causa General –la investigación instruida por Franco que recopiló la información sobre los crímenes en zona republicana- 117 de estos fallecidos no eran residentes en la localidad. Por eso, se considera en el libro que Valdepeñas “hizo las veces de matadero para buena parte de los derechistas y falangistas procedentes de los pueblos de alrededor”.
También sostiene Del Rey que la violencia de la retaguardia republicana no fue algo espontáneo, sino que existió una organización y unas redes punitivas muy bien orquestadas que encauzaron las matanzas bajo una lógica de limpieza selectiva del enemigo interno. Es, recuerda, “la tesis principal del libro”. Lo explica: Salvo las dos o tres primeras semanas del conflicto, donde imperó una lógica de violencia caliente con desafueros que se produjeron sobre la marcha en ese afán por neutralizar al enemigo, desde principios de agosto se impuso una estrategia fría de eliminación de los “desafectos” más destacados, por utilizar el lenguaje de la época. Y en esa tendencia, impulsada desde los poderes revolucionarios de base (comités y milicias), hubo mucha coordinación entre los diversos centros donde se tomaban las decisiones, a escala local, comarcal y provincial, pero también con nexos con Madrid. El primer Gobierno de la República, el que presidió José Giral, se vio desbordado por la revolución y no cabe imputarle responsabilidad alguna. En el caso del Gobierno de Largo Caballero, la cuestión es mucho más compleja”.
Complejidad. Y desigualdad. Porque Del Rey señala que, todavía a día de hoy, se ha estudiado más a las víctimas de un lado que de otro. En cualquier caso, comprende las razones: “Si tenemos que hacer un balance de los estudios académicos disponibles, iniciados hace algo más de 30 años, hay un desequilibrio manifiesto a favor de las víctimas causadas por la represión de los sublevados y del régimen de Franco. Lo cual, en cierto modo, es lógico y comprensible, dado el silencio y el olvido al que durante cuarenta años les sometió la dictadura”.
Ahora bien, como historiador, Fernando del Rey insiste en avanzar: “Dicho lo cual, deberíamos empezar a romper esquemas simplistas, porque los muertos causados por la violencia revolucionaria (que no republicana) en la otra retaguardia se las apropió el franquismo, pero en su inmensa mayoría ni estuvieron implicados en el golpe ni les dio tiempo a atisbar siquiera que aquella guerra fratricida desembocaría en una larga dictadura militar. ¿Se hubieran identificado con ese régimen de haber sobrevivido? Imposible saberlo”. En cualquier caso, asegura, “es obligado”, a su juicio, “que la democracia actual, en la medida en que es la casa de todos los españoles, haga suyas todas las víctimas”. Y concluye: “Hay una cuestión elemental: aquello fue una guerra civil que provocó la muerte de más de medio millón de nuestros ancestros. Sería una barbaridad no asumir esa dimensión originaria. Afortunadamente, hoy el demos lo integramos todos, sean cuales sean nuestros antecedentes familiares o nuestras querencias políticas”.
Las dos muertes del cura Aníbal Carranza
Agosto de 1936. La Solana, Ciudad Real. “Al sacerdote Aníbal Carranza Ortiz lo dejaron malherido tras dispararle en la calle del Cieno, situada a las espaldas del templo parroquial, en la creencia de que habían acabado con él”, recoge Del Rey en su libro. El sacerdote se recuperó. Y meses después, unos milicianos volvieron a por él. Para rematar esta segunda vez, se lo llevaron al cementerio, “preservando su anonimato y fuera de la vista de testigos incómodos…o eso creyeron”, continúa el libro.
Sobrevivió al primer asalto. Una ambulancia de la Cruz Roja lo recogió herido de tiros de fusil y de escopeta. Estuvo hospitalizado hasta mediados de noviembre, cuando aprovechando que el médico se había ido, unos milicianos lo llevaron a la fonda del pueblo. “Allí permaneció hasta el 30 de noviembre. Otra vez sacado y conducido por milicianos, lo llevaron a las tapias del Cementerio del pueblo”. Aquella noche le asesinaron. Un miliciano, recoge el libro, según los testimonios y documentación recabada, iba diariamente al hospital “a martirizarle, diciéndole que le iban a asesinar, le escupía…”.
La dos muertes del sacerdote Aníbal Carranza constituyen una de las historias de curas asesinados en la provincia. Del Rey dedica un capítulo a la Clerofobia. Nombres y apellidos y de nuevo, cifras. En este caso, de informes del Obispado: de 180 sacerdotes que existían en Ciudad Real en 1936, tras la rebelión militar sólo sobrevivieron 84. Con estos datos, un cálculo matemático: “Habría sido eliminado el 53,3% del clero secular”.
En Clerofobia, Del Rey recuerda que la Iglesia había actuado como actor político “de suma importancia”, a través de la CEDA, enfrentándose a “la legislación laica y al sistema republicano cuando gobernaron las izquierdas”. Así, incide, desde el primer momento, se identificó a la Iglesia con el levantamiento.
Preguntado por ese anticlericalismo de la violencia republicana, Fernando del Rey nos recuerda que la cuestión siempre fue más compleja. Para empezar, el historiador no habla de “violencia republicana”, sino “revolucionaria”. Asegura que sus autores “son perfectamente identificables, con siglas, nombres y apellidos”. “No podemos atribuir a la democracia que comenzó a construirse en 1931 los horrores cometidos en la retaguardia contraria a los rebeldes”, continúa.
“La cosa, dice, es compleja”. Pero intenta resumir: “Las motivaciones de esa violencia fueron estas: la respuesta reactiva al golpe en la pugna inicial por el control del territorio; el estallido inmediato de un proceso revolucionario que implicó la limpieza política selectiva del enemigo interior; el desarrollo de la guerra, con su cadena de represalias y venganzas en respuesta a las brutalidades que se cometían en el otro lado, los bombardeos, etc.; pero también las experiencias inherentes al combate político en los años previos, que sirvieron para fijar los objetivos humanos unas vez que estalló el conflicto; y, por ende, la cultura política que guiaba a los artífices de las matanzas, imbuida de valores y creencias que poco tenían que ver con los principios de la democracia”.
Manuel Rey Merchán
Manuel Rey Merchán nacido en Consuegra era empleado Municipal en Campo de Criptana al estallar la Guerra. En 1934 se había afiliado a Izquierda Republicana. Desde el Ayuntamiento, “hizo muchos favores calladamente a sus vecinos derechistas”. ¿Por ejemplo? “Proporcionando salvoconductos de la CNT a los que más necesitaban irse y buscar refugio en el anonimato de Madrid”. El posterior alcalde franquista le agradecería después sus servicios. Se le llegó a calificar de “verdadero héroe”, recoge el libro. De hecho, el día que las tropas nacionales entraron en Criptana, con el propio Franco, se le vitoreó con un Viva Manuel Rey y tuvo que salir al balcón central del Ayuntamiento a saludar. Pero en septiembre de 1940, “como consecuencia de alguna denuncia” le enviaron a prisión. Los incontables favores que “había hecho al pueblo”, no le privaron “de ser condenado a seis años y un día de prisión mayor en el consejo de guerra al que fue sometido”.
Rey, tras cumplir su condena en la cárcel, en unas durísimas condiciones donde tuvo que soportar palizas de un policía local que se desplazaba hasta la prisión para pegarle, ‘huyó’ a vivir a Valencia. No pudo volver a trabajar en la Administración y sobrevivió con los escasos ingresos que su mujer obtenía limpiando en casas y comercios.
Todos los matices de esta biografía, como el destino de Manuel Rey Merchán, rompen con la idea de las dos Españas. Precisamente el catedrático que ha recogido su historia es uno de los grandes enemigos de esta expresión. “Pues claro que no hubo dos Españas. Ese es uno de los grandes tópicos alimentados por los sectarios y simplificadores de toda condición, a derecha e izquierda. En realidad, hasta los inicios de la guerra el país presentaba un perfil políticamente muy fragmentando. Pero los sectores radicalizados consiguieron imponerse. Los golpistas en primer lugar, por supuesto; pero en sus antípodas ideológicas también buscaron la guerra civil —y les allanaron el camino— otros muchos cuya estrategia trascendía la democracia republicana, a la que motejaron de “burguesa” con desprecio. Con todo, los moderados, desde el centro-izquierda al centro-derecha, eran mayoría en los años treinta pese a la intensa politización que caracterizó la época en toda Europa. Pero no supieron hacerse valer”.
Y esa gran defensa de las Españas varias, entre ellas la que intentaba sobrevivir, se ve a través de todo su libro, pero sobre todo en el capítulo llamado Solidaridad comunitaria y humanitarismo.
Es obligado, asegura, que el historiador se fije en la humanidad de los protagonistas que estudia. “Porque incluso en un momento tan extraordinario como una guerra civil, donde tu enemigo puede ser un vecino o incluso un familiar, hay mucha más generosidad y solidaridad de lo que en principio cabe imaginar”. Asegura que “esa dimensión ha permanecido ignorada hasta hace poco, pero ya se empieza a explorar”. Y continúa, “como ciudadanos imbuidos de valores democráticos y universalistas, hechos así nos devuelven la esperanza en el género humano”.
Los otros desaparecidos: Andreu Nin
Y al hablar de devoluciones hay que hacerlo también de cadáveres, como todos los que faltan por recuperar de la represión franquista. Pero, ¿hay muertos desaparecidos, en cunetas también del lado ganador?, preguntamos a Del Rey: “Hasta donde yo sé, el franquismo hizo un barrido intensivo, una localidad tras otra, de las víctimas de la violencia revolucionaria. Con todo, muchos cuerpos no se recuperaron y no se dispone de un censo que podamos considerar definitivo”. Continúa: “En Madrid capital, por ejemplo, se han contado ocho mil y pico muertos, pero hay razones para pensar que fueron bastantes más. Es un tema abierto”.
Un nombre resuena al hablar de desaparecidos: Andreu Nin, fundador del POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista. Nos vamos a Cataluña de la mano del historiador mallorquín Manuel Aguilera, profesor del CESAG-Universidad Pontificia Comillas. Es experto en “antifascistas asesinados por otros antifascistas por motivos políticos”. Dice que “están en un limbo”. Y añade: “Tengo más de 1.000 identificados”. En realidad, explica, “se han estudiado más las víctimas franquistas. Durante la dictadura hubo una investigación llamada Causa General que investigó todos los crímenes republicanos. Ahora se hace lo del otro bando pero queda mucho por saber”.
En su libro Compañeros y camaradas, las luchas entre antifascistas en la Guerra Civil Española, recuerda a Nin, el líder político izquierdista que desapareció después de ser detenido, torturado y asesinado en 1937. Político, maestro y periodista, Nin había llegado a ser Consejero de Justicia de la Generalitat. En su biografía, más logros: tradujo al catalán varios clásicos rusos: A Tolstoi con Ana Karenina, el Crimen y Castigo de Dostoievski y obras de Chéjov. “Fue asesinado por comunistas estalinistas y enterrado en una cuneta desconocida”, explica Manuel Aguilera, quien recuerda que “al no ser asesinado por franquistas, no entra en la ley” que ahora prevé aprobarse.
Aguilera señala que uno de los episodios que ha estudiado que más le ha impresionado sucedió también en Barcelona. “El asesinato de 12 jóvenes anarquistas por comunistas en Barcelona. Los llamados “Mártires de Sant Andreu”. Ocurrió en mayo de 1937 y jamás se juzgó a nadie por ello. No ha habido justicia ni reparación”, explica.
‘Memoria de la Reconciliación’
Pero, ¿cómo reparar el daño a las víctimas desde todos los ángulos? Preguntamos a los dos historiadores. El catedrático Fernando del Rey nos invita a viajar un poco atrás en la historia: “La clave la dieron nada menos que los comunistas españoles hace más de sesenta años, cuando los vientos de la desestalinización —una vez muerto el tirano soviético en 1953— les llevaron a reivindicar la “reconciliación”. ¿Por qué, en vez de hablar de “Memoria Democrática”, término que se presta a un juego muy ambiguo, simplista y nada inocente, no apuestan nuestras autoridades por la “Memoria de la Reconciliación?”.
Entre las herramientas para ello, la educación. “Impulsar en el sistema educativo el estudio de la guerra civil desde la complejidad, huyendo de maniqueísmos, sin sectarismo y leyendo a historiadores de tendencias distintas, pero cuyas obras sean garantía de rigor científico. Hay muchos y muy buenos. No voy a dar nombres porque se me enfadarían los colegas no citados. Pero no me privo de aludir a mi añorado Santos Juliá, ahora que hace casi un año que nos dejó… Sus reflexiones sobre la crisis de los años treinta, la dictadura franquista y la transición a la democracia son de lectura obligada”.
Del Rey recoge alguna de esas reflexiones en su libro: “Todos los que sufrieron la violencia asesina fueron víctimas de graves violaciones de derechos humanos”, por eso, “un Estado democrático no puede recordar a unos y olvidar o volver invisibles y excluir a otros, como fue el caso de la dictadura, por la simple razón de que una democracia no es una dictadura vuelta del revés”.
De la misma opinión es Manuel Aguilera. Más historiadores y más educación. “Como dice la ley, que por fin se estudie la Guerra Civil y el Franquismo en el currículum de la ESO y Bachillerato. Hay que acabar con el silencio y el miedo. Y contar con profesionales que expliquen los hechos en su contexto, sin fomentar el guerracivilismo. Sólo la verdad nos permite comprender el pasado, cerrar heridas y construir un futuro mejor. Debe fomentarse la cultura de la paz, la reparación y el perdón”. Por ello, insiste en dar más “protagonismo a los historiadores”.
También a la hora de asesorar al Gobierno. ¿Se ha consultado a los historiadores?, preguntamos a Fernando del Rey: “Hasta donde sé, hay un catedrático de Historia Contemporánea asesorando al Gobierno, Fernando Martínez López. Pero creo que no se ha constituido ningún comité de expertos, lo cual, en mi modesta opinión, es un gran error”, responde. Lo tiene claro: “Ante un asunto tan enmarañado y delicado se debería haber reunido un grupo bien elegido de especialistas sensatos que orientaran bien a nuestras autoridades”. No entra en el quiénes. “Los hay muchos y muy buenos”.
Aunque a veces, como con el origen del nombre de Ruidera, la aldea de Melitón, el comunista que denunciaba en las plazas públicas manchegas la violencia de la retaguardia roja, no se pongan de acuerdo.