Noticias relacionadas
La nueva ola de calor del verano castiga la Puerta del Sol de Madrid con unos 37 grados. Por la plaza pasean Minnie, Bart Simpson, Bob Esponja, Super Mario, Darth Vader y Winnie the Pooh. Debajo de estos trajes sudan sin parar colombianos, bengalíes, ecuatorianos y peruanos. Dan vida a las figuras animadas durante una media de 10 horas al día por 15 euros.
Un periodista de EL ESPAÑOL se disfraza del personaje de dibujos animados Winnie The Pooh durante 5 horas por un total de 8 euros. Es decir, 1,6 euros la hora en las condiciones extremas de calor. Los mercurios se elevan a 37 grados en una semana en la que una ola de calor azota a la capital. La consejería de Sanidad activó la Alerta de Alto Riesgo. La temperatura, que no da tregua, no puede con los trabajadores que encarnan a los personajes de la Puerta del Sol.
Una niña de tres años hace un torpe esprint hacia Mickey. Su madre levanta la cámara para sacar una foto. Corren Bart y Bob Esponja y consiguen meterse en la foto. Las turistas se van. Atrás se quedan las figuras disputando los noventa céntimos que la madre ha dado a Mickey.
Hoy seré Winnie the Pooh. Me meto en la enorme prenda de vestir que huele a sudor seco desde varios metros de distancia. El traje consiste en un mono, botas, guantes y la cabeza de Winnie. Llevo menos de un minuto dentro y ya empieza a caer sudor por mi frente. Esto dificulta la visión, ya limitada, que permiten los pequeños ojos del personaje. Empiezo a caminar por la zona intentando no tropezar con nadie.
En menos de 10 minutos aparece el primer cliente. Una niña de unos seis años. “¡Winnie the Pooh!”, exclama mientras corre hacia mí. Se me cuelga de una pierna mientras su madre le saca una foto. La pequeña me extiende la mano y me da un euro. Dan las gracias y se van.
Pasan los minutos y no viene ningún cliente. La plaza está llena pero no consigo llamar la atención de nadie. “Tienes que insistir más, extenderles un brazo, saludarles. No van a venir solos. A sus padres les dices: ‘One photo’ y a sus niños los saludas”, me explica Mauricio -nombre ficticio-, un peruano; él es el dueño de mi traje, a quien he prometido entregar todas mis ganancias al final de la jornada. Lleva todo este tiempo observando. Entiendo que hay que ser más invasivo.
Después de un rato de observar a mis compañeros hacer su trabajo, empiezo a buscar instintivamente a los niños. Me pongo competitivo y empiezo a insistir a los turistas. Me acerco y abrazo a los que se ven más dispuestos a sacar una foto. Hay poca suerte. Algunos céntimos después de una foto. Monedillas de 5 y 10 céntimos. Los guardo en un bolso que me proporcionó mi ‘nuevo jefe’. Han pasado dos horas ya. Muchos turistas adultos quieren un abrazo con Winnie. Pocos dan dinero. Esta es la realidad con la que tratan los muñecos de Sol cada día.
LA MAFIA DE LOS DISFRACES
Veo a una familia y saludo a sus hijos desde lejos. Sonríen y me saludan pero sus padres les pillan. Me acerco a ellos y veo que aceleran el paso como si no me hubieran visto. Pasa otra niña en un carrito saludando y su madre dice en voz alta: “Deja, si es muy cutre”, y se va con prisa.
De repente, un grupo de jóvenes salen del metro, ven a Mickey y le piden una foto. Es mi oportunidad. Corro hacia ellos y me meto en la foto. Les saludo y me comentan que son belgas. Les pido algo de ayuda extendiendo un brazo. Esta vez me dan dos euros. Más de lo que había ganado en las horas anteriores, solo que hay un problema: Mickey se ha enfadado porque me he metido en su foto.
“Dame dinero”, exige una voz ronca con un acento asiático que sale del interior del ratoncito. Insiste y me empuja. “Dame dinero ahora mismo”, continúa. Mickey viene a por mí. Salgo huyendo disimuladamente. Al voltear veo por los diminutos ojos que viene detrás. De repente veo a un hombre moreno y grande que camina hacia nosotros. Es Mauricio. Mickey le ve y se marcha. Casi como si le tuviera miedo.
El peruano me explica que el respeto aquí se lo ha ganado con los años. “Una vez uno me intentó quitar dinero de un cliente y le di de hostias que casi lo mato. Con su traje puesto, le di hasta que no se levantó”, narra el propietario del traje.
Me pongo a comentar con una de las figuras de la Patrulla Canina, otro personaje de una serie animada para niños. Por dentro de la máscara habla Marco -también nombre ficticio), que se despierta a las seis de la mañana cada día para llevar a sus hijos a casa de su madre. Ella le prepara un tupper con comida antes de venir a disfrazarse a la plaza.
Hablo con otras figuras. “Hacemos lo que sea a cambio de una propina”, añade una mujer peruana de 53 años disfrazada de Minnie que se quita su máscara para beber agua. “Por lo menos es un trabajo honrado. Venimos y sufrimos este calor, muchas veces por unos céntimos. Yo tengo cinco hijos y he solicitado a todo tipo de trabajos pero a esta edad, ¿Quién me va a contratar?. Su piel está roja del calor. Mientras explica cae una lágrima por su mejilla. Se la limpia, se pone la máscara y se aleja. No hay tiempo que perder, tiene que seguir trabajando.
Después de cinco horas de trabajo disfrazado como Winnie the Pooh he conseguido recaudar tan solo 8 euros. Mauricio me mira con decepción mientras recibe mi dinero.
Trabajar para otros
Además de las figuras que caminan por la plaza hay otros que posan inmóviles en complejas estructuras que parecen estatuas. Uno de los que posa se llama Sebastián, un colombiano de 22 años. Personifica a un skater que hace un truco en el aire. Al ser preguntado por lo que gana en un día, sonríe y añade que eso solo lo saben los jefes que recogen el dinero. En su caso el jefe es Douglas, un venezolano de 41 años.
Douglas es uno de los hombres que poseen ‘estatuas’ en la plaza. Me aclara que en un buen día puede ganar entre 150 y 300 euros por figura. A pesar de haber reclutado a varios jóvenes para que le ayuden, Douglas también posa cada tarde disfrazado de bruja. No permite que sus hombres se expongan hasta después de las seis por el calor. “Soy un artista. Me forjé un trabajo y vivo de esto”, se defiende el venezolano. Sus estructuras le han costado más o menos 400 euros cada una y le llevó 10 días construirlas.
Fran, de Colombia, creador de la estatua de los ‘acróbatas en la vespa en el aire’ y el ‘motocrosista saltando’. Explica que a sus colaboradores les da 15 euros al día. No especifica cuánto gana él. Ellos están cada tarde por la zona, sin embargo, el verdadero rey de las estatuas humanas es un hombre de Europa del Este que tiene hasta treinta trajes repartidos por la ciudad, según comentan varias fuentes. “Lo que ese hombre hace no es arte, son negocios”, se indigna Fran.
Lo que hace consiste en aprovechar la situación precaria, ofreciéndoles un dinero fácil para subsistir, mientras el gana cientos de euros, si no miles, cada semana. El mafioso da trabajo a personas que están en el paro -incluso algunas veces sin papeles- para que posen dentro de sus trajes. Sus más emblemáticos son el ‘Alien’ y ‘Predator’ que están por las noches al final de la calle Preciados. También tiene trajes en el Retiro y en la Plaza Mayor.
El hombre es difícil de localizar, no permite que las figuras den su número ni acepta que alguien a quien no conoce trabaje para él. El jóven que se disfraza de Predator cada tarde explica que su jefe tiene los trajes ocupados y si surge alguna oportunidad de trabajo, ya avisará.
“Es el que más gana”, describe Anthony O’Conor, un irlandés de 65 años que da vida a Charles Chaplin, refiriéndose al mafioso. Día tras día, el hombre se sienta, inmóvil, de 10 menos cuarto hasta las cinco de la tarde delante de El Corte Inglés que desemboca en la explanada. “Vengo pronto porque en cuanto llegan ellos yo dejo de ganar dinero”, explica O’Conor mientras quita las monedas de cobre de su cajita de madera. Dice que le “dan mala suerte”.
Anthony conoce el negocio mejor que nadie. Lleva 6 años posando inmóvil en Madrid. El hombre es muy peculiar: no tiene móvil ni sabe usar el internet. “Lo único que llevo encima es este papel plastificado en caso de que caiga muerto algún día”, cuenta Anthony que, anteriormente, se dedicaba a la construcción. Tanto él y su mujer han sufrido problemas de salud que les apartaron de sus profesiones. Ahora su salario en la calle, es la única fuente de ingresos de su casa.
El irlandés padece de un enfisema pulmonar (una enfermedad que acumula aire en los tejidos del cuerpo) y ha colapsado ya dos veces mientras trabajaba. El Chaplin de Sol comenta mientras se le derrite el maquillaje que le ha puesto su mujer en la cara: “El calor no me importa pero durante el invierno lo paso muy mal, el frío me dificulta la respiración. La última vez me estaba yendo a casa cuando perdí la conciencia. Mi mujer se preocupa. A mí no me da miedo la muerte, pero sí me da mucho dejarla a ella”.
Este es el suplicio que viven las figuras de Sol que se han convertido ya en parte del paisaje de esta emblemática zona de Madrid. Cinco horas después, entrego los 8 euros y el traje a su dueño. Me retiro derrotado con el fuerte olor impregnado en mi ropa. Las figuras -que estaban cuando llegué- continúan cuando me voy.