En 1774, el gobierno de Carlos III decidió ocupar Argel. España quería demostrar al sultán Mohammed III que no vacilaría en su determinación de conservar sus plazas fuertes en el norte de África que habían sido atacadas por el sultán.
Argel era un puerto berberisco clave, un destacado puerto comercial y centro de piratería en la zona que parecía vulnerable. Pero no era así. A las 3 de la tarde del 8 de julio de 1774, los españoles habían desembarcado en las playas de Argel a 16.000 soldados que se encontraban todavía a ocho kilómetros de distancia de su objetivo. Mil ya habían fallecido y otros 2.000 estaban heridos, entre ellos, un joven teniente de infantería que yacía en la arena, con una herida de mosquete en el pecho y al que habían dado por muerto, mientras sus compañeros pasaban a su lado a la carrera intentando evitar ese mismo destino.
Un marinero reconoció al teniente y comprobó que aún seguía con vida. Sin pensárselo dos veces, el militar sacó su cuchillo, hurgó en la herida y extrajo el proyectil mientras las balas enemigas zumbaban en sus oídos. El improvisado cirujano acababa de salvar la vida a un ingeniero militar de 33 años que viviría para convertirse en uno de los naturalistas y exploradores más destacados de todos los tiempos: Félix de Azara.
Félix Francisco José Pedro de Azara y Perera nacía en el año 1742 en Barbuñales, un pequeño pueblo a 50 kilómetros de Huesca, en el seno de una familia acomodada, e ingresó muy joven en la Universidad de Huesca, donde cursó Filosofía, Arte y Leyes.
En 1763 ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería, pasando un año más tarde por una de las escuelas de matemáticas más prestigiosas y reconocidas de la época, la del profesor e ingeniero Pedro Lucuce, en Barcelona.
Cuatro años más tarde fue nombrado subteniente de infantería e ingeniero delineador de los ejércitos nacionales, plazas y fronteras, puesto en el que realizó multitud de trabajos de ingeniería por toda España y con el que adquirió una gran experiencia y preparación científica, lo que le valió para ser designado, en 1774, maestro de los estudios de ingeniería de Barcelona.
Justo un año después participaría en el despliegue de Argel que casi le costaría la vida y del cual volvería con el grado de teniente, ascendiendo a capitán en 1776 y a teniente coronel de ingenieros en 1780.
La misión que cambiaría la historia
Tan solo un año después se le encomendaría una misión que cambiaría su vida y la de la Historia Natural para siempre: delimitar las nuevas fronteras americanas entre España y Portugal.
Uno de los mayores problemas con los que tenía que lidiar habitualmente el Imperio español era el de sus fronteras con Portugal. Mientras los dos países estuvieron unidos, entre 1580 y 1640, la división fronteriza entre los dos países dejó de existir, por lo que se expandieron en América sin tener en cuenta los límites que ambos poseían. Pero cuando fueron de nuevo independientes, se hizo necesaria la actualización de estos límites territoriales.
Para ello, en 1777, los dos países habían firmado el Tratado de San Ildefonso, pero sin entrar en los detalles y las precisiones necesarias para delimitar con exactitud las fronteras de sus posesiones americanas.
Félix de Azara recibió la orden de la Corona española de trasladarse al Virreinato del Río de la Plata como miembro de la comisión de límites, junto con la delegación portuguesa, para trazar las demarcaciones de los territorios, elaborar los mapas de la región y fijar las fronteras entre los dominios españoles y lusos en ultramar. Su misión era monumental, pero si alguien podía hacerlo era él.
Una vez en América se dirigió a Asunción para efectuar los preparativos necesarios de la expedición y donde debía esperar al comisionado portugués y su delegación, que no tenía ninguna prisa por delimitar unas fronteras que reducirían notablemente su territorio. Tardarían 12 años en llegar.
El nacimiento de una leyenda
Así que Félix decidió emprender el viaje por su cuenta mientras iba realizando el mapa que le habían ordenado trazar. Pero debido a su naturaleza inquieta decidió aprovechar aquella aventura para ejecutar el primer gran estudio geográfico, natural, cartográfico, zoológico y botánico de toda la región.
A lo largo de sus viajes Félix delimitó la región de Brasil, reconoció la costa septentrional, determinó los límites del río Paraná, dirigió la expedición que recorrió la Pampa argentina y trazó los mapas del distrito de la ciudad de Corrientes y de las provincias de Misiones y Paraguay.
Pero lo que le convirtió en el legendario naturalista admirado en toda Europa fue su compendio de historia natural, al que llamó Apuntaciones para la historia natural de las aves de la provincia de Paraguay. Para ello empezó a tomar apuntes y a investigar la flora, la fauna y los indígenas con los que se topaba durante sus desplazamientos. Y como su formación no alcanzaba el conocimiento de esas materias, estudiaba de forma autodidacta la obra de quien por aquel entonces era la máxima autoridad, el francés George-Louis Leclerc de Buffon.
A pesar de su inexperiencia, Félix se atrevió a desafiar las conclusiones que defendían los grandes antropólogos y naturalistas de su época, hilvanando una novedosa y polémica teoría, que se oponía a todo lo conocido hasta aquel momento. Mientras Leclerc y el resto de estudiosos consideraban que la evolución de las especies era un proceso degenerativo de pérdida de los caracteres originales, Félix sostenía que la naturaleza realizaba una labor de selección natural y de lucha por la vida que resultaba en las adaptaciones evolutivas que modificaban las especies.
Aquella hipótesis, que podemos considerar la primera teoría de la evolución, desafiaba las ideas de la época, pero aunque Félix también se equivocó en algunas de sus conclusiones, justificaba los fallos de sus colegas achacándolos a que recibían las especies embalsamadas tras largos viajes por el Atlántico, lo que deterioraba sus características físicas, evitando que llegaran a las mismas conclusiones que él, que tenía acceso directo y en persona a la fauna y flora que los demás tan solo habían visto en formol.
Inspirando a Charles Darwin
A pesar de que Félix no sabía explicar los mecanismos de la evolución, sus observaciones e interpretaciones tuvieron una notable influencia en el pensamiento científico de su época y 60 años más tarde, Charles Darwin, que llevaba siempre consigo un ejemplar de la obra Viajes por la América Meridional del español, coincidió con él en sus apreciaciones sobre la evolución, planteando de manera científica y en base a una sólida fundamentación teórica, lo que las ideas de Félix ya demostraban.
La inspiración que suscitó en Darwin fue tan colosal que cita en infinidad de ocasiones las observaciones realizadas por Félix de Azara en varias de sus obras.
De esta manera, una expedición que debería haber durado cuatro meses duró 20 años, desde 1781 hasta 1801, durante la cual el español llegó más lejos de lo que nadie había llegado antes jamás. A pesar de no tener conocimientos previos, ni acceso a bibliografía para consultar, Félix logró describir más de 448 nuevas especies de aves y cientos de animales terrestres, además de analizar y estudiar a las poblaciones indígenas y defender la conservación de la biodiversidad del continente americano.
En 1801 regresó a España y poco después viajó a París para visitar a su hermano, embajador ante Napoleón Bonaparte. Allí recibió el homenaje de los Museos de Historia Natural y su fama se extendió rápidamente por toda Europa. La llegada de tan ilustre personaje llamó la atención del emperador, que tenía en mente invadir el sur de Brasil a través del Río de la Plata, por lo que concertó una reunión con el español para tratar de obtener la mayor información posible, pero no consiguió nada de Félix.
En 1802 fue ascendido a brigadier de la Real Armada y rechazó el cargo de virrey de México que le ofreció Carlos IV, pero en 1805 aceptó formar parte de Junta de Fortificaciones y Defensa de Indias, momento en el que fue retratado por el mismísimo Francisco de Goya.
Participó activamente en la Guerra de la Independencia contra Francia y en 1808, tras la llegada al poder de Fernando VII, en desacuerdo con el absolutismo del nuevo rey, se retiró a su pueblo natal, Barbuñales, donde trabajó realizando estudios de agricultura para la Real Sociedad Económica Aragonesa.
En octubre de 1821 fallecía a causa de una neumonía, con 79 años de edad. Sus restos mortales reposan en la Santa Iglesia Catedral de la Transfiguración del Señor de Huesca.
La importancia de Félix de Azara como naturalista, geógrafo e ingeniero fue tan grandiosa que como homenaje se han bautizado a varias especies animales con su nombre, una cresta en la Luna, la Dorsum Azara, una ciudad en la provincia de Misiones y un premio anual que otorga la Diputación de Huesca, el Premio Félix de Azara, con el que se reconoce la conservación del espacio natural y el medio ambiente. Justo lo que Félix habría querido.