Ignacio Pérez-Blanco (Vigo, 1965) no es un aristócrata al uso. Rehúye los estereotipos, rechaza la ostentosidad y apuesta por la discreción. Padece esa contradicción de aquellos autores humildes que no desean llamar la atención pero que en el fondo sueñan con que sus obras arrojen un pequeño haz conocimiento sobre la sociedad. Al fin y al cabo, si el actual marqués de Valladares tardó diez años en concluir una mastodóntica investigación de más de 1.000 páginas y dos tomos en los que recogía los 800 años de historia de su familia, fue porque sentía que sus antepasados le habían implorado desde el más allá que resucitase la crónica de sus vidas y las sublimase a través de la tinta y el papel.
Su abuelo, un hombre callado y misterioso, murió cuando él tenía nueve años; apenas quince meses después, un infarto fulminó a su padre, último bastión de conocimiento sobre las semblanzas de los Valladares. El destino lo había condenado, ya desde niño, a desenterrar los secretos de su linaje, a sumergirse en viejas bibliotecas plagadas de crujientes anaqueles invadidos por apolilladas páginas amarillas que contenían colecciones de recuerdos caleidoscópicos, muchas veces ignorados o silenciados de forma interesada; memorias que anhelaban ser redescubiertas más allá de los sueños. Debía conocer quién era y de dónde venía, encontrarse a sí mismo en el fragor de la historia.
Tras quince años de investigaciones, Pérez-Blanco ha cumplido con el propósito del destino. Ha publicado cinco libros y, en septiembre, lanzará un sexto. A través de sus textos, no sólo ha desempolvado anécdotas sobre su pasado familiar y, concretamente, sobre Galicia, su tierra natal, sino que ha ayudado a arrojar luz sobre los misterios de la historia de España, hasta el punto de que esta misma semana, en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando, presentó un descubrimiento que estaba destinado a causar un terremoto entre los entendidos del arte. Gracias a las correspondencias entre Francisco de Goya y su cuarto abuelo, el diplomático y político Evaristo Pérez de Castro, el marqués pudo datar, junto a su primo Juan de Donesteve, el cuadro La Familia de Carlos IV del pintor fuendetodino y desvelar la verdadera identidad, ya sin lugar a dudas, de la misteriosa mujer que aparece con el rostro semioculto.
Pero para llegar a ese punto del relato hace falta remar hacia atrás en el tiempo. El marqués de Valladares elige el Real Club Náutico coruñés para el encuentro con EL ESPAÑOL | Porfolio a pesar de que no tiene barco ni es navegante. "Sueño con ser pasajero del Titanic, pero sólo si prescindo de la tragedia", bromea el romántico patricio. No ha elegido una localización baladí. Desde la terraza en la que desayunan los navegantes gallegos se erige, extemporáneo y a pocos metros de la moderna casa de varias plantas de Amancio Ortega, el Castillo de San Antón, un lugar que en 1757 hizo las veces de presidio insalubre para Javier Enríquez y Sarmiento de Valladares, marqués de Valladares, antepasado de Ignacio Pérez-Blanco, quien fue acusado en falso de haber asesinado a su padre.
"Al saber más sobre mi familia, una fuerza extraña y poderosa me salió de las entrañas, obligándome, empujándome a decir: 'Debo investigar'", confiesa Pérez-Blanco. Su tono de voz, grave y nasal, evoca al de Francisco Umbral, y si uno cierra los ojos y lo escucha departir siente viva la pluma de aquel dandy que escribió Mortal y rosa. "Creo que es algo que vino de más arriba, como si aquellos personajes que ya no están me imploraran transmitir su legado. Me gusta decir que me dedico a traer al mundo de los vivos el espíritu de los muertos, recuperar el alma de aquellos que ya no están con nosotros". Lo expresa con esa sencillez e ilusión que conceden la experiencia, mientras el sol y los barcos de recreo que atestan el puerto de La Coruña se reflejan en sus Ray-Ban negras. Tras los cristales oscuros uno imagina sus ojos cenetellear con la mirada de un niño que explica a sus amigos el funcionamiento de un juguete.
"La del Castillo de San Antón es una historia tan impresionante que se la presenté a una productora gallega para ver si algún guionista se interesaba en hacer una película. Hay amores, pasiones, envidias, embustes, celos. Es una crónica fehaciente, fabulosa, de cómo era la vida social de aquella época. El padre del entonces marqués de Valladares era un hombre al que le gustaban mucho las mujeres. Había tenido una amante, la boticaria del pueblo, e involucrado a su casero [el mayordomo que le cuidaba la casa] en su amorío", relata Pérez-Blanco. "El casero, que no era un tipo muy brillante, fue amenazado por el pueblo, bajo pena de ser ajusticiado, si no dejaba de ayudar a su inquilino".
Harto de sus manipulaciones y temeroso de su devenir, asesinó al padre del marqués y enterró su cadáver en el sótano. Para evitar la cárcel o la pena de muerte, echó la culpa a su familia, que fue la principal sospechosa y acabó encerrada en la Alcatraz coruñesa a la espera de juicio. "El casero y su esposa argumentaron que había rencillas, enfados, que los hijos apoyaban a la madre, que estaba separada, que el padre quería quitarles el título de marqués y los mayorazgos. Metieron en la cárcel de la víctima a toda su familia. Al marqués, a sus hermanos, a su madre y esposa del asesinado, a los cuñados y hasta a una nieta de once años. Estuvieron encerrados siete años, hasta 1766, con problemas de salud, enfermedades y angustias, embargados sus bienes y arruinados".
Fue tan duro el trance que la madre del marqués de Valladares y uno de sus hermanos murieron en el brutal presidio. En el juicio, el magistrado sentenció que los caseros habían asesinado a su padre. Ya era tarde. La humillación estaba hecha. "Todo esto lo cuento en mi primer libro, que me costó 10 años de investigación, algo horroroso". Se refiere a Un viaje por la historia de Galicia: del señorío al marquesado de Valladares (2018; Editorial Doce Calles), un leviatán de mil y pico páginas dividido en dos tomos que desgrana el pasado del título nobiliario que hoy ostenta con orgullo.
Además de escritor, historiador, genealogista y XIV marqués de Valladares, Ignacio Pérez-Blanco es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, trabajó en el gabinete de asesoría jurídica de la Cámara de Comercio de Vigo y, durante casi treinta años, ha formado parte del área comercial de una multinacional tecnológica.
"Mi vida profesional nunca me llenó interiormente. Estuve ahí por circunstancias vitales, pero un día me dije: 'No vuelvo a hacer nada en mi vida que no me satisfaga plenamente'. Da igual si gano más o menos dinero, si tengo más o menos reconocimiento: me niego a seguir en algo en lo que no me sienta realizado. Por eso comencé con la historia y la genealogía".
Fue así como se embarcó en sus investigaciones. Ya desde 2008, funda y dirige Historia & Linajes, una empresa que ofrece servicios de genealogía e investigación histórica. También es presidente del Cuerpo de la Nobleza del Antiguo Reino de Galicia, una organización cuyo objetivo es reunir en su seno a todas aquellas personas que forman parte de la aristocracia y que de alguna forma están vinculadas a las terras galegas. A través del comité de publicaciones del Cuerpo, que aún dirige, ha coordinado el lanzamiento de libros como Linajes y armerías del Reino de Galicia o Parentesco e identidad en la Galicia bajomedieval. Este 2024, los aristócratas gallegos ponen en circulación un monográfico sobre todos los títulos nobiliarios de la Comunidad Autónoma.
PREGUNTA.– Su pasión por la investigación histórica y la genealogía nace de una ausencia. ¿Qué cambia dentro de usted para dedicar su vida a la investigación?
RESPUESTA.– Hoy pienso que hubiera sido felicísimo si mi abuelo me pudiera haber invitado a pasear con él por los jardines de los silencios en los que se mantenía cuando aún vivía, que me hubiera relatado más historias sobre mi familia. Cuando, meses después, murió mi padre, me quedé sin nadie a quien preguntar, no sabía absolutamente nada. Al llegar a la universidad me empezó a entrar mucha curiosidad por mi pasado. Comencé a ir al Pazo de Castrelos, en Vigo, donde había una placa que decía: 'Este pazo ha sido donado por Fernando Quiñones de León, marqués de Mos y Valladares'. ¿Quién era aquel señor? Mi madre me decía que el Pazo era de la familia de mi padre, pero apenas sabíamos nada. Entonces algo cambió dentro de mí. Creo que vino de más arriba, como si mis antepasados quisieran que diera a conocer su historia. Así surgió la idea de investigar.
P.– El entusiasmo como motor del acto de creación. ¿Qué busca?
R.– No sé vivir sin pasión ni sentimiento. No busco dinero ni reconocimiento, sólo hacer las cosas bien, ser fiel y respetuoso con las fuentes documentales. Lo siento como un regalo que hago hacia aquellos que nos precedieron.
P.– ¿Tiene fe en la otra vida?
R.– Por supuesto, tanto de que hay otro mundo como otra vida. Las personas que mueren no desaparecen. Están con nosotros. Nos acompañan. Cuando investigo a los personajes de los que escribo, siento que están dentro de mí, en mis zapatos. Recuerdo haber investigado sobre José Elduayen, ministro del Gobierno, marqués del Pazo de la Merced, aquel hombre que le comunicó a Alfonso XII en París, en diciembre de 1874, que acababa de ser proclamado rey de España, quien lo acompañó en su viaje a Madrid para tomar posesión como monarca. Estaba preparando una conferencia sobre su mujer, Pura Fontán, y de repente abro el ordenador y, sin tocar nada, una fotografía suya aparece de fondo de pantalla del escritorio. ¡Es la primera vez que me pasa algo así manejando 20 años el ordenador! Este tipo de cosas pueden parecer fútiles, pero no son casualidad.
P.– ¿De dónde viene la historia de su linaje? Es uno de los más antiguos de España, con más de 800 años de historia.
R.– Los Valladares eran señores jurisdiccionales de varias tierras. El señorío lo ostentaban desde el siglo XII. Después tuvieron el de Meira y el de Saxamonde. Hablamos de Vigo, Cangas y Redondela. El de Valladares, cuya etimología es incierta, es uno de los señoríos más antiguos de Galicia. Me produce una enorme impresión pensar que represento a una familia afincada desde hace 800 años en Vigo y sus comarcas. Nuestro momento de mayor gloria fue en el siglo XVII, cuando el hermano del señor de Valladares fue presidente del Consejo de Castilla, el Inquisidor General y consejero de la reina regente, Mariana de Austria, madre de Carlos II. Ahí fue cuando le concedieron el marquesado de Valladares y el vizcondado de Meira. Hablamos de 1673.
P.– Antes de eso, uno de sus antepasados fue espía de Felipe II durante la guerra de sucesión por la corona portuguesa. Eso puso en el mapa a los Valladares.
R.– En 1589, el señor de Valladares salió de su palacio en Vigo y fue a Lisboa para esperar una Nao que venía de Brasil con mercancías. Fue a Lisboa y se hizo amigo del embajador de España. Entonces, el rey de Portugal murió sin descendencia, lo que dio pie a la Guerra de Sucesión por la corona portuguesa. Varios pretendientes se postularon al trono, entre ellos Felipe II de España. El señor de Valladares estaba en la zona, el rey le encargó que espiara a los portugueses y le hiciera un dibujo de todas la fortalezas y posiciones militares que tenían los portugueses en la costa de Lisboa. Toda esa documentación se la pasó al ejército del monarca, que estaba en Badajoz, y al duque de Alba, que se encontraba en Cádiz con su flota. Mientras hacía esta labor, fue descubierto, lo metieron en la cárcel de Lisboa y fue condenado a muerte. Sin embargo, el duque de Alba logró liberarlo a tiempo cuando irrumpió con sus navíos en Lisboa. Toda su historia está en el Archivo General de Simancas, en Valladolid.
P.– Su linaje incluso llegó a unirse al de los Moctezuma, antaño emperadores del Imperio Mexica.
R.– ¡Eso es! El duque de Atrisco, hermano del marqués de Valladares, se casó con la cuarta nieta del emperador Moctezuma, que era condesa de Moctezuma, y las hijas de este señor fueron marquesas de Valladares y condesas de Moctezuma. Por nuestro linaje corre su genética, pero no por nuestra sangre directamente, porque las dos hijas del duque murieron sin descendencia, y la línea biológica se agotó. Yo desciendo de una tía de esas señoras, que eran descendientes de Moctezuma por parte de madre. Mi parentesco, no obstante, viene por parte de su padre.
P.– Marqués, ¿qué papel cree que juega la nobleza en el siglo XXI?
R.– Creo que la nobleza debe alejarse de todo lo que sean vanidades y egos. Debe dar ejemplo a la sociedad, con valores y comportamientos éticos. No me atrevo a traducirlo en algo concreto, pero deberíamos aportar valores. ¿Cómo debe mostrarse un padre ante sus hijos? Debe darles ejemplo. Y no me tome nadie el símil de que un noble esté por encima y deba educar e instruir, por favor; lo que quiero decir es que yo, como marqués de Valladares, ostento la representación de un linaje con una historia, y tener un título nobiliario, que me parece algo precioso, te da una responsabilidad para con la historia que represento.
P.– Pero la sociedad no siempre lo ve así...
R.– Recuerdo que cuando, en 2011, pagué en Hacienda los 1.700 del impuesto de sucesiones para heredar el título, la señora que me atendió me dijo: '¿Y le compensa pagar eso por tener un título?'. Pues mire usted, claro que me compensa, igual que me hace ilusión tener un retrato de mi familia, un mueble de uno de mis bisabuelos o una cajita veneciana que heredé de mis antepasados.
Un descubrimiento sobre Goya
Una de las investigaciones más relevantes emprendidas por Ignacio Pérez-Blanco dio como resultado un hallazgo inesperado. En 2021, con motivo de la aparición de un lienzo de Caravaggio es una casa de subastas de Madrid, el marqués inició una serie de pesquisas sobre Evaristo Pérez de Castro, diplomático y político, cuarto abuelo suyo. Un hombre que fue uno de los máximos defensores del liberalismo en su época y participó en la redacción de la Constitución de Cádiz de 1812. El cuadro del pintor italiano formaba parte de la colección personal de Pérez de Castro, por lo que su nombre comenzó a saltar a los titulares de la prensa. "Fue presidente del Gobierno dos veces; también del Consejo de Estado, además de ministro, embajador y amante de las Bellas Artes".
Su hijo, Evaristo de Castro, mismo nombre, se casó con la hija del marqués de Valladares, que es de donde desciende Pérez-Blanco. "Mientras consultábamos las fuentes documentales para descubrir más sobre su persona, me encontré una carta firmada por Francisco de Goya. Me causó un asombro enorme, porque sabíamos que Goya había tenido un gran trato y amistad con Evaristo, hasta el punto de que el pintor le había regalado varios cuadros, y hata le retrató a él y a su sobrina. Cuadros que hoy están en el Louvre y en la National Art Gallery de Washington".
En aquella misiva, Goya aseguraba que estaba a la espera de recibir el retrato de la princesa del Brasil, que era la hija mayor de los reyes, Carlos IV y María Luisa de Parma, el cual necesitaba para terminar el famoso cuadro La familia de Carlos IV. "Lo primero que pensé es que aquel no podía ser el mismo que se exhibe en el Museo Nacional del Prado, porque la carta de Goya estaba fechada y datada en agosto de 1804 y todas las fuentes documentales, incluso las que recoge el Prado, aseguran que se terminó de pintar entre 1800 y 1801".
Pero los caminos del destino son inesperados, y lo que tenía entre manos resultó ser algo muchísimo más grande de lo que en principio pensaba. "Hubo un detalle que me llamó poderosísimamente la atención en esa carta, y es que el retrato de la hija de los reyes se lo había pedido al anterior secretario de Estado, Mariano Luis de Urquijo, que había desempeñado ese cargo hasta diciembre de 1800. Me empecé a poner nerviosísimo, cogí inmediatamente un avión y me fui al Archivo de Madrid. Necesitaba encontrar alguna carta de 1800 que corroborara lo que Goya decía en la que nosotros teníamos de 1804".
P.– ¿Qué encuentra en el Archivo de Madrid?
R.– Empecé a rebuscar en cajas, cajas y más cajas hasta que encontré una carta fechada en octubre de 1800 de la Secretaría de Estado en la que se hablaba de Goya, del cuadro de la Real Familia, y se decía que el pintor estaba a la espera de recibir un retrato de la princesa del Brasil para poder terminar el cuadro de la Real Familia. Se le decía: 'Pregúntele a Goya si puede esperar a que llegue ese retrato para pintar el cuadro'. Y Goya contestó afirmativamente. Todo esto, en el otoño de 1800. Entonces empecé a buscar más documentos; empezaron a aparecer más cartas y oficios que nos permitieron datar cronológicamente la pintura de forma correcta. Fue mucho más tarde que la fecha que señala el Museo del Prado. Pero, ya sabes, no fue lo único que descubrimos...
P.– Se confirmaba la identidad de la 'mujer misteriosa'.
R.– Efectivamente, permitía desvelar un enigma iconográfico que llevaba sin resolverse desde hacía más de 200 años por parte de especialistas e historiadores del arte, y es quién era la dama que vuelve su rostro en ese lienzo, como hurtando su mirada al espectador, así como toda la intrahistoria del cuadro. Resulta que, en primavera de 1800, Goya tomó la determinación de pintar unos bocetos al natural de cada uno de los miembros de la familia real que iban a formar parte de la composición del óleo para, ya con calma, en su estudio de Madrid, pudiese pintarlos sin necesidad de molestarlos con largas sesiones de posado. El problema es que la hija mayor de los reyes, doña Carlota Joaquina de Borbón, que estaba casada con el príncipe regente de Portugal, llevaba 15 años viviendo en Lisboa. Por lo tanto, no podía hacer un boceto natural de ella.
P.– ¿Cómo resuelve el contratiempo?
R.– Goya pide al secretario de Estado que encargue un retrato de la princesa del Brasil en Lisboa diciendo en qué forma, en qué posición y en qué postura otro pintor debía hacer el retrato. No obstante, no tiene en cuenta los contratiempos de la política: días después estalla la guerra entre España y Portugal y se produce la invasión del país vecino, lo que paraliza el envío del retrato. En 1804, la reina María Luisa le reclama a Goya el cuadro y él, en agosto de 1804, le contesta que para terminarlo necesita que se le entregue primero el retrato de la princesa, y que una vez llegue se demorará unos 15 días para concluirlo. De inmediato, la reina da orden de que se reclame a su hija el envío del retrato, y le dice al embajador de España en Lisboa: 'Por favor, exprésale a mi hija que, por su culpa, por su falta, está detenido el cuadro de la Real Familia'. El lienzo de la princesa no llegó a Madrid hasta enero de 1805.
P.– ¿Cómo cambia la historia del arte su investigación?
R.– Decir que cambia 'la historia del arte' quizás es un poco pretencioso, pero sí arroja una nueva perspectiva sobre la historia de uno de los cuadros más importantes de España. La primera institución a la que informé del hallazgo de estos documentos fue el Museo del Prado, pero no recibí respuesta alguna.
El marqués de Valladares dedica a su madre, María Elena, el libro en el que recoge sus descubrimientos, al que ha titulado La familia de Carlos IV de Francisco de Goya, nueva documentación, y que firma junto a su primo Juan de Donesteve. Dentro de un par de meses publicará otro volumen en el que explicará sus pesquisas sobre Evaristo. ¿Por qué precisamente a ella? "Tengo un convencimiento total y absoluto de que mi madre, que falleció en Navidad del año pasado, me ha ayudado desde el más allá a completar mi obra".
Mientras se confiesa, el ilustre entrevistado se recoloca los cabellos grises con una mano y vuelve a ponerse las gafas de sol. De fondo suena la bocina de un navío y una bandada de gaviotas surca el techado del Real Club Náutico de La Coruña. "A ella le encantaba que le contara las cosas que estaba investigando. Entonces le recé: 'Mamá, ayúdame a encontrar algún documento que me permita vincular más a Evaristo con Goya'. Según pasé por la puerta del Archivo de Madrid, encontré la carta que ha dado pie a todo esto. Eso no es casualidad".