La escritora Belén López Peiró por fin ha recuperado los nombres de las cosas, todo ese poder que una vez le fue arrebatado en los días estivales de la infancia, allá en el pueblecito de Santa Lucía donde su madre la dejaba tres meses al cuidado de sus tíos mientras ella trabajaba en la ciudad. "Y así me entregabas cada verano", escribió, dirigiéndose a su progenitora. "Era un paquete que depositabas en diciembre, después de terminar el colegio, y retirabas en marzo, toda cogida".
Hoy toma las riendas de la palabra más clara y diáfana que nunca: "Claudio Sarlo, excomisario de la provincia de Buenos Aires, tío político, padre de familia, abusó sexualmente de mí cuando era una niña". Escribe. Pronuncia. La boca grande, al fin. La vergüenza de los que dudaron. Nueve años después de la denuncia, un juez ha condenado a su tío a diez años de prisión.
Ella tenía 13 años la primera vez que pasó. Antes del Me Too. Antes de todo. La violencia sexual la arrolló hasta los 17. Sarlo era un hombre de 150 kilos que se aprovechó reiteradas veces de la soledad de la niña para abusar de ella. La tumbaba en la cama, la secuestraba entre sus rodillas y con una mano la manoseaba mientras con la otra se masturbaba. Cuando Belén intentaba levantarse, él le aplacaba la cabeza. A ella le costaba seguir respirando.
Luego tuvo que escuchar muchas veces que por qué tanto quilombo si no hubo penetración. Y sí la hubo, aunque no con el pene, que es lo único que conciben nuestras sociedades rancias, tan crueles, tan ciegas y falocentristas.
"Abusó de mí cuando yo aún no sabía que era el amor", escribe. Y una tiembla.
Lo más difícil para ella, recuerda, fue entender los límites de su cuerpo y que lo que estaba sucediendo "no estaba bien". Descubrió "que el cuidado no podía ser pagado con cuerpo, que el amor era otro. Eso fue lo principal".
Lo segundo fue reformular el concepto de "víctima" y de lo que se espera de ella. Aún no dimos con otra palabra, cierto. Pero Belén procuró patear el canon de su significado tan opresor, tan reaccionario, tan estrecho: ¿cuál es la vida correcta después de un abuso, cómo se ama después, es posible el placer y el sexo? ¿Quién va a dictarle lo que tiene que hacer? Nadie ya, nadie.
"Cuando somos abusados, hay algo del dominio del cuerpo que perdemos. Alguien toma nuestro cuerpo sin pedir permiso y hace lo que desea", dijo. Y empezó a contar sus armas.
En su primer libro sobre el tema, llamado Por qué volvías cada verano (Las Afueras), -gestado en el taller de escritura donde la joven comenzó a expectorar y a sanar-, López Peiró golpea con la polifonía, es decir, usa las voces de su abusador y las de todos los que le encubrieron, de todos los que le recomendaron a ella callar. Un coro de cómplices de todo tipo que revela que la naturaleza del abuso es social. Esto salpica a la familia. A los amigos y conocidos. A la justicia. A la medicina. A tantos, tantos, tantos. En Donde no hago pie (Lumen), su segunda obra, se centra en la tramitación judicial, espesa, pesadillesca. Y en ese lenguaje tan gélido de las instituciones, en esa sordera que nos descacharra de dolor.
['Donde no hago pie': el relato del arduo camino judicial tras una denuncia por abuso sexual]
"Declaraciones, pericias psicológicas, viajes de ida y vuelta a comisarías, fiscalías, tribunales de la nación. Un expediente: 500 páginas. Dos abogados. Una procuradora. Una comisión de justicia. Terapia por 15 años. ¡La mitad de mi vida! Mi familia entera partida en dos. Un pueblo encubriendo al abusador. Siete años de talleres de escritura", contó esta semana en una tribuna en El País donde quería ir ya zanjando el tema. "Por fin. Por fin, el 19 de diciembre llegó la audiencia de juicio. Y cinco días después, la sentencia. El veredicto del juez. Un juicio abreviado por el que luché para no declarar otra vez y otra vez, con el riesgo de perderlo todo".
Eso comentamos antes de arrancar estas preguntas, antes de empezar esta entrevista. La escritora expresa que, a pesar de lo "esperanzador" de esta noticia, a pesar de que considera necesario tratarla, no quiere repetir lo ya dicho para no hacerse "más daño en el camino": ya trabajó con todo su cuerpo y su escritura cada palabra sacada, hilvanada hacia afuera. Ya la padeció. Intentamos, entonces, no hacerla desandar el camino volviendo a las mismas cuestiones: a eso ya la obligó demasiadas veces la justicia. Hasta en ocho ocasiones tuvo que reavivar la historia.
Hoy se cierra aquí. En el punto final de este texto. Lo que venga después, será otra etapa de esta escritora punzante y brillante. Ya estuvo, ya fue. Ahora escribirá de otras cosas.
P.- Dices que vuelves a la escritura para dar la vuelta a la página, “ahí donde encontré reparación”. Me quedo con este matiz crucial. ¿Te ha reparado más la escritura que la llamada “Justicia” institucional?
R.- Mirá, creo que si hay algo que aprendí en este proceso judicial, tiene que ver con que hay tantas reparaciones posibles como personas que denuncian violencia sexual. Yo fui a la escritura para encontrar reparación cuando la justicia no me la daba, cuando la justicia me revictimizaba. Escribir me ayudó a ordenar los pensamientos, a obtener un registro, a, de alguna manera, llevar a la literatura la materia de mi experiencia para luego sublimarla y transformarla en una obra.
Encontré reparación en la escritura, en el recibimiento de los libros, en la cantidad de mujeres que habían atravesado algo similar a lo mío… porque, sin embargo, de puertas adentro de su casa predominaba el silencio y cuando llegó el libro hubo una identificación y un agradecimiento que fue reparador. Fue reparador entender que no me sucedía a mí sola, que era una problemática no sólo de Argentina, sino global.
Todo eso en su conjunto: la literatura y sus repercusiones y mi posibilidad de poder dedicarme a esto fue reparador para mí. Sin embargo, creo que cuando llegó el veredicto hubo también ahí algo inesperadamente reparador, porque me preparé para todo menos para que lo declarasen culpable, teniendo en cuenta lo difícil que es probar las denuncias de abuso o violación: justamente no hay testigos.
Parte del alivio que encuentro no tiene que ver sólo con el veredicto, sino con que yo no dejé mi vida en pausa hasta que llegó el veredicto. No me puse “en manos de” otra persona, de un juez, ni de la Justicia, ni mi vida dependió de eso. Sí me ayuda a dar un cierre, pero pude hacer algo más.
"Yo necesitaba que un juez declarase culpable a mi agresor, no tanto que fuese preso"
P.- Han pasado nueve años desde tu denuncia: un proceso eterno, larguísimo, cruento y terrible que me escama y me llena de rabia. ¿Qué es la justicia hoy para ti? ¿Crees en la justicia del Código Penal, en la poética, en la divina, en la “autojusticia” -como te leí también-? ¿Hay un tipo de justicia, muchos, ninguno?
R.- Es muy difícil. La palabra “justicia” abarca tantas cosas… yo creo que hoy por hoy la justicia penal ofrece un tipo de reparación que es la pena (en caso de que se logre, muchos años después, con mucho recorrido…). Y para muchas de quienes denunciamos -me doy cuenta con el tiempo- la pena no es a veces la reparación que buscamos. Y a veces sí. Muchas a veces recurrimos a la justicia para ser escuchadas, para ser acompañadas, para sentir que alguien nos respalda, que puede intervenir y derribar esa hipocresía.
Lo cierto es que eso, la gran mayoría de las veces, no sucede. Por eso la importancia de no totalizar, de ir a la particularidad de cada caso. La justicia no es la respuesta a todas las preguntas o a todas las personas que atravesaron una situación de abuso. En estos años aprendí a respetar a quienes quieren hablar, a quienes no quieren hablar, a quienes no quieren ir a la justicia y a quienes sí, a quienes en vez de eso se dedican a pintar o a dar clases de educación sexual, a dar talleres, a formar, a dar herramientas a otros niños o niñas… eso para mí se acerca más a lo que yo creo que es justicia.
¿El sistema funciona?
P.- Señalamos lo patriarcal de esa presunta Justicia que iba a ampararnos y como has apuntado tú misma, “nos expulsa a las mujeres, hace todo para que te vayas”. El mismo sistema que condena a tu abusador a 10 años tardó 9 en hacerlo. ¿Llegar tarde es no llegar? ¿Qué son esos diez años de condena suya para ti? ¿Tiene sentido el tiempo, cómo te sientes ante una cifra así?
R.- La Justicia no dejó de ser una institución patriarcal, queda mucho por recorrer. ¿Cuál es la medida del tiempo, cuál es la medida de las cosas? Para mí es muy difícil de responder. Esta causa judicial me llevó casi una década, casi de los 20 a los 30, un poco menos, un momento donde otras chicas por ahí gozan de su sexualidad, explotan sus deseos, comienzan a vivir plenamente sus vidas, sienten esa libertad… yo estaba dentro de los pasillos de un Tribunal. A veces es difícil decir cuál es la medida del tiempo y la medida de las cosas, pero la mía fue esa.
"Tuve que cruzarme a mi agresor en un mismo pasillo, en un Tribunal. Todo eso fue muy revictimizante"
P.- ¿Cómo conseguir que la justicia sea reparadora para las mujeres, cómo limpiarla de patriarcado? ¿Qué opinión te merece la ley ‘Sólo sí es sí’ de España, propulsada por el Ministerio de Igualdad?
R.- No soy experta y no puedo decirte exactamente cuáles son las medidas para poder desarmar, desarticular y reorganizar esta justicia. Sí puedo decirte que una de las cosas que más me hizo daño fue la declaración continuada, reiterada… eso sí fue muy dañino. A lo largo de estos años declaré al menos ocho veces. Tuve que cruzarme a mi agresor en un mismo pasillo, en un Tribunal. Todo eso fue muy revictimizante. Hay que ajustar esas medidas, que se pueda declarar una única vez, que eso sea como una garantía… Garantizar la distancia con el agresor parece una cuestión básica pero en mi caso no se respetó. Son pilares para poder llevar adelante un proceso penal.
Respecto a la situación en España y lo que sucedió en este último tiempo con la ley del ‘sólo sí es sí’, yo creo que es una medida que intenta ponerse al día. Es parte de este movimiento que quiere buscar una justicia más equitativa y que se ponga al corriente de las problemáticas actuales y que pone en el centro de la escena el consentimiento, que es una noción fundamental en esta época y que es algo que debería haber estado presente siempre. Esto de que no importa si fue un manoseo o una penetración, lo que importa es que no hubo consentimiento. Poner en el centro de la escena eso es revelador a la vez que sanador.
Obviamente, como muchos proyectos, encuentra sus dificultades, porque creo que nadie sabe de antemano qué es lo que va a pasar, pero creo que es una iniciativa que justamente busca dar respuesta.
P.- Ha habido polémica al respecto porque al aplicarla se ha rebajado la condena a violadores. Más allá de depurar responsabilidades, me interesa también otra cosa. Dentro del feminismo hay una escisión en este debate: hay una parte que considera que más años de cárcel para el agresor sexual no significa mayor protección para las mujeres (corriente antipunitivista) y hay otra parte que considera que sí, que es necesario para dejar de naturalizar los abusos contra las mujeres. ¿Cuál es tu visión?
R.- Considero lo mismo que mencioné antes: cada persona cuando denuncia busca algo diferente. Hay personas que necesitan tener a sus agresores tras las rejas para sentir tranquilidad, hay quienes necesitamos (y éste fue mi caso personal) que un juez le declarase culpable, no tanto que vaya preso. Era una cuestión más por ahí de poner la verdad sobre la mesa, pero bueno, repito, esto es personal e intransferible.
P.- Hablemos de educación sexual. ¿Por qué en 2023 aún no tenemos una asignatura al respecto, si acelera la detección de abusos; por qué la derecha no abre los ojos con esta cuestión?
R.- Sin duda la educación sexual es fundamental, es un pilar para poder transformar el presente y el futuro y creo que incluso es ahí donde tenemos que poner la mayoría de las energías. Trabajando en la educación sexual podemos llegar temprano a esas violencias. Trabajando en la justicia, que también es necesaria, de cualquier manera llegamos tarde.
En muchos lugares aún no se aplica la educación sexual y creo que hay cuestiones religiosas… en Argentina, en las escuelas católicas es más complejo. Lo mismo sucede en Italia. No sé exactamente el caso de España, pero debe de haber autoridades en escuelas privadas que se opongan a esto, ¿no? Esta idea de que sólo las madres y los padres tienen que educar a los hijos, sin ver que justamente muchas veces son los responsables de los cuidados quienes violentan y abusan de ellos.
P.- Leí que no sabías si tu abusador leyó tus libros, pero la entrevista es antigua. ¿Lo sabes ahora? ¿Cómo piensas en él hoy, con tu sentencia en la mano?
R.- No, no sé si leyó los libros ni tampoco pienso en él. No estaría siendo una opción ni de pregunta ni de respuesta.
P.- Leí las terribles consecuencias que tuvo el abuso también en tu cuerpo, en tus trastornos alimenticios, tus dolores de barriga, el displacer en el plano sexual… ¿cómo te comunicas con tu cuerpo hoy?
R.- Algo importante para mí a la hora de narrar fue traer el cuerpo al centro de la escena, no perder de vista que la escritura es un acto corpóreo y que la violencia siempre sucede en un cuerpo entero, con la emocionalidad también. Poner en el centro de la escena el cuerpo tuvo que ver también con ver los daños, las huellas… y creo que tanto yo como la gran mayoría de las personas que vivimos una situación de violencia sabemos que es un trabajo cotidiano. Muchas veces esas consecuencias aparecen sin que nos demos cuenta, llevan mucho trabajo, mucha conciencia y es un trabajo cien por ciento cotidiano.
P.- “Yo a partir de ahora me dedico a escribir otra cosa”, dices. Estaremos deseando leerte. ¿Cómo planteas tu escritura a partir de ahora?
R.- Aún es un poco pronto pero sí, estoy trabajando en un nuevo proyecto. Creo que haber cerrado esta etapa va a hacer que pueda comprometerme en cuerpo y emoción en otra cosa, tener la mente más liviana para crear otros universos… creo que el cierre de esta etapa y haber dicho lo que tenía para decir me habilita a tomar la palabra para poder decir otra cosa.