Carmen Fernández de Araoz, conocida en los círculos de sociedad como Piru Urquijo, y José Luis Martínez-Almeida no solo comparten a Teresa Urquijo Moreno, nieta de la primera y novia del segundo. Ambos tienen una estatura parecida y son, sin duda, dos de los personajes más poderosos de Madrid. La primera en su versión oficiosa; el segundo, oficialmente y sin fisuras. “¿Qué es lo que quiere de mí, querido?”, dice al descolgar el teléfono. Piru confiesa que considera que no interesa a nadie, que su vida no es relevante, pero para los neófitos en este personaje único del viejo Madrid resultará pronto evidente que esta afirmación no es cierta.
Nuestra protagonista, que en una época fue más conocida que la Cibeles de Madrid, reside en el epicentro del Barrio de Salamanca, en las inmediaciones de la iglesia de los Jesuitas, donde Carrero Blanco fue asesinado por ETA cuando iba a misa, en un apartamento que podría haber decorado perfectamente Renzo Mongiardino, el favorito de Lee Radziwill: mucho “chintz”... y mucho gusto.
En cambio, Almeida lo hace en una residencia de tonos neutros y apariencia de piso piloto en Tetuán, en las antípodas de la Milla de Oro. Si el alcalde recibe a la oposición o participa en diferentes actos, Piru departe con aristócratas e incluso reyes, como de los de Bulgaria o España, en el salón de su casa, bajo la supervisión de su mayordomo, siempre impoluto de blanco. ¡Hasta lleva guantes! Por su puesto, uno de los últimos invitados ha sido la máxima autoridad de la ciudad… y del corazón de su nieta Teresita.
—¿Lo ha conocido? —pregunta este periódico, ya que está reunida y no demasiado interesada en responder a cuestiones personales.
—¡Por supuesto! Cómo no…
—¿Y qué le parece?
—Es muy joven de naturaleza, aunque mayor que Teresa, pero inteligentísimo y tiene un gran sentido del humor, algo que, personalmente, me gusta mucho.
—¿Le hace gracia que se refieran a usted como la abuela del alcalde?
—Uy, no me haga esas preguntas. Con la edad que tengo, de aquí a que se casen me parece que seré más bien la bisabuela o la tatarabuela de Almeida —comenta riéndose.
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Otro alcalde testigo de su boda
El novio de su nieta no es el único alcalde de la capital al que Piru ha tratado. José María de la Blanca Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde y alcalde de Madrid entonces, fue uno de los testigos de su boda con su marido, Jaime Urquijo y Chacón, celebrada en San Francisco 'El Grande' en julio de 1957. El encargado de llevarla hasta el altar fue su abuelo, el prestigioso médico Gregorio Marañón, y entre el resto de invitados estaban el almirante Abárzuza, ministro de La Marina; el teniente general Barroso, ministro del Ejército, o el ex embajador estadounidense James Clement Dunn. El banquete fue en el chalet de Tiro de Pichón de La Moraleja, en Madrid.
Hasta la muerte de su marido en 2019 y tras 62 años de feliz matrimonio, crearon una amplísima familia de seis hijos: Juan, financiero fallecido en 1995 durante un accidente aéreo; Cristina, Gonzalo, Lucas, Victoria y Pedro. Todos están bien casados, fruto a su vez de las buenas conexiones de Piru y Jaime.
El primero, Juan, contrajo matrimonio con Beatriz Zobel de Ayala y Miranda, descendiente de los fundadores de Sotogrande, una de las mujeres más ricas de Filipinas y hoy esposa del fotógrafo Fernando Manso.
La segunda, Cristina, con el economista Antoine Velge Thierry.
El tercero, Gonzalo, consejero delegado de TALGO y ex presidente de Abengoa, está casado con Marta Barreiros Cotoner, nieta del marqués de Mondéjar, primer jefe de la Casa del Rey.
El cuarto, Lucas, director de comunicación de Roche Farma, es el padre de Teresa y su mujer es Beatriz Moreno y de Borbón, hija de los marqueses de Laserna y primos del rey Juan Carlos —de ahí que la novia de Almeida sea la que, últimamente, hace los mejores plongeons de las recepciones reales—.
El marido de Victoria, inversora, es el también economista Nicolás Thierry Gudefin y la esposa de Pedro es Alba de Donesteve y Goyoaga.
Además de todo este frondoso árbol genealógico hay que destacar que Piru es tía abuela de Sofía Palazuelo, la futura duquesa de Alba, y que en su día fue una de las propietarias del Palacio de Galiana, hoy gestionado por Sofía.
Si Capote la hubiese conocido la hubiera convertido al instante en unos de sus cisnes y la invitaría a La Côte Basque 1965. Tiene las hechuras de musa del literato: un cardado inquebrantable y un gusto muy personal por la moda. No se asusta al mezclar estampados o tender al exceso. Sus joyas son únicas y especiales, como su vestidor. No le gusta presumir, pero un día, contó a este periodista que tenía un Balenciaga que donó a unas monjas para que le hicieran una saya a un santo, con tan mala pata que lo destrozaron.
Si Piru cita a mediodía, tiene la deferencia de recibir con unas croquetas ardientes, recién hechas, y un poco de jamón. Del bueno, claro. Y todo en bandeja de plata. Tiene agenda de alcaldesa porque, aunque reciba por la mañana, le da tiempo a ir a almorzar al Club de Campo, asistir junto a otras damas del Ibex 35 al desfile de turno de su diseñador de cabecera, por ejemplo, Jan Taminiau, o asistir a algún acto filantrópico por la tarde. Piru tiene secretaria, la eficaz Rosa, chófer, muchos años —hablar de ello podría ser considerado una absoluta falta de respeto— y una energía incombustible. Seguro que en eso incluso gana a Almeida.
Fin de raza
Cuando estás con ella, es fácil darse cuenta de que se está frente a una fin de raza. Lo explica el hecho de que, en verano, ella y su marido navegaran en el yate de un buen amigo suyo, el empresario Ricardo Sicre, espía de EE UU en la España franquista durante la II Guerra Mundial. No iban solos. Les acompañaban el torero Luis Miguel Dominguín, la princesa Domitila Ruspoli o el escritor Robert Graves, entre otros amigos.
Por ejemplo, durante una travesía 1962, el literato “nos amenizaba comentando Yo, Claudio, su obra de plena actualidad en aquellas fechas, y se paseaba por cubierta con un gran sombrero negro de ala ancha”, comentó Piru a este periodista.
Eran estíos en los que la “abuela del alcalde” vestía de Yves Saint Laurent y deseaba llegar a puerto: la casa de su amigo Salvador Dalí, otro de los tripulantes. “Gala, más difícil de carácter, no encajó en el viaje desde el primer momento. Le incomodaban los horarios, las comidas y la navegación. Al cabo de unos días, desembarcó en el primer puerto que encontramos y se quedó ahí, rodeada de un magnífico equipaje de Louis Vuitton. Nunca más volvimos a saber de ella ni se la volvió a mencionar. Pienso que la única que se quedó preocupada por ella fui yo”, comentó a este periodista entre risas.
Los Molinillos, su paraíso particular
Aunque siempre han vivido en Madrid, pronto la residencia de recreo del matrimonio fue Los Molinillos, el que se ha convertido en el lugar favorito de Piru en todo el mundo. Ubicada en Navalagamella (Madrid), es una finca salpicada de jardines y puntos de ensueño. Cuenta con antigüedades que ha ido coleccionando de todo el mundo o, sin ir más lejos, piezas de la Real Fábrica de Cristales de La Granja. En ocasiones, la Guardia Real se entrena allí.
En sus primeros años de vida profesional, su marido estuvo ligado al Grupo Banco Urquijo. Luego a Energías e Industrias Aragonesas durante cincuenta años y, durante cuarenta años, fue consejero de Tabacalera, la mitad de ellos ostentando el cargo de vicepresidente.
Según su hijo Gonzalo, presidente de la Fundación Hesperia de los reyes, constituida tras la donación de cuatro millones de euros en 2010 por parte del menorquín Juan Ignacio Balada a los entonces príncipes de Asturias y a los nietos de los reyes eméritos, siempre fue una empresa muy querida por él, ya que su padre, Luis de Urquijo y Usía, marqués de Amurrio, la presidió durante varias décadas. Fue un firme defensor del negocio de los puros, buscando acuerdos con Cuba.
Un día, Piru se sentó al lado del dictador cubano, que era apasionado de la gastronomía española. Por ejemplo, a Juan José Hidalgo le preguntó cómo se cocinaba el cochinillo que hacía su madre cada Navidad.
Según Jaime Peñafiel, los reyes no pueden ni deben tener amigos, pero Piru podría ser una excepción. Cuando tuvo un problema de traumatología con una de sus piernas, el rey Juan Carlos le hizo llegar una de sus muletas ergonómicas. Cuando se curó, la colgó encima de su cama. “Si uno se tropieza, se vuelve a levantar”. Piru for president.