El Trump de 2024 será más constructivo y magnánimo que el de 2016
Bien haremos los europeos si, en lugar de quejarnos y lloriquear por el triunfo de Trump, nos preparamos para negociar con la nueva administración Trump en pie de igualdad.
El pueblo estadounidense ha hablado y ha llevado en hombros de regreso a la Casa Blanca a Donald Trump.
El Partido Republicano se alza con la presidencia de la república con una clara mayoría de compromisarios y del voto popular por vez primera desde 2004.
En el Capitolio, se hace con cincuenta y tres asientos en el Senado contra cuarenta y siete de los demócratas, y amplía en trece escaños más su mayoría en el Congreso.
En términos tenísticos sería bola de juego, set y partido para Trump. La concentración de poder institucional en manos republicanas, con pocos precedentes históricos, abre una página nueva en el libro de historia de los Estados Unidos de América.
Así las cosas, se elevarán muchas voces de alarma anunciando grandes males para América, Europa y hasta para la humanidad, toda vez que el segundo Trump podrá actuar sin cortapisas ni contrapesos legislativos o judiciales, y dado que el Tribunal Supremo actual sienta a una mayoría de magistrados conservadores, tres de ellos elegidos en su día por el primer Trump.
Ante esta negra perspectiva, muchos biempensantes tocarán a rebato y pedirán adoptar medidas defensivas y cavar barricadas.
"Cuando se es fuerte, se puede ser generoso y hasta magnánimo"
Yo me cuento entre los que piensan que un segundo Trump puede ser un presidente más constructivo y conciliador que el del primer mandato.
Entre otros factores, porque ha sido una constante de todos sus antecesores en la Casa Blanca querer pasar a la historia por un legado personal memorable y ser recordados como grandes benefactores de la nación, lo que obligará a Trump a moderar su discurso, abrir espacios de entendimiento y buscar áreas de consenso nacional.
Cuando se es fuerte, se puede ser generoso y hasta magnánimo.
Lo que parece claro es que, en un contexto global de incertidumbre, enfrentamiento geopolítico y multipolaridad, los estadounidenses han votado por un liderazgo fuerte que apuesta por más nacionalismo económico, proteccionismo comercial y repliegue estratégico.
Trump está convencido de que décadas de globalización desregulada han empobrecido a las clases medias y trabajadoras de Estados Unidos al provocar la deslocalización de industrias estadounidenses y la fuga de millones de puestos de trabajo a otras latitudes.
Asimismo, piensa que Washington no puede ni debe seguir siendo el policía del orden universal, lo que le acarrea más gastos que beneficios concretos. Su visión transaccional de los asuntos domésticos e internacionales presidirá su actuación.
Los resultados electorales no se podrían explicar sin una notable basculación del voto de las minorías raciales y culturales, que tradicionalmente han votado por los demócratas.
Hispanoamericanos, asiáticos y probablemente no pocos afroamericanos (habrá que analizar con detalle el voto desglosado) han podido decantarse en esta ocasión por el candidato republicano como garante de que los inmigrantes ilegales no podrán beneficiarse injustamente de las ayudas y los subsidios públicos.
De ser así, supondrá una evolución inesperada de las tensiones identitarias que pueblan la poliédrica sociedad estadounidense.
Recordemos que el fallecido politólogo y profesor estadounidense Samuel P. Huntington sostenía en su obra ¿Quiénes somos? la tesis de que la confrontación identitaria determinante del futuro de la sociedad estadounidense sería la que enfrenta a los WASP (blancos, anglosajones y protestantes), los fundadores del ethos de Estados Unidos, temerosos de perder su secular primacía, frente a la pujante y creciente minoría hispanohablante y católica que terminaría por desplazar a la primera.
"En Estados Unidos, cuanto menos Estado, mejor para el ciudadano y sus libertades individuales"
Asimismo, tras la victoria incontestable de Trump puede entreverse un triunfo de la autonomía de la sociedad civil sobre el intervencionismo estatal.
A diferencia de la tradición política europea, donde el Estado es considerado como un proveedor y protector del ciudadano, en los Estados Unidos este es visto como un mal menor a soportar y del que hay que desconfiar por principio.
Por tanto, cuanto menos Estado, mejor para el ciudadano y sus libertades individuales.
Esta carta ha sido jugada a fondo por Trump con éxito. De hecho, el candidato republicano ha enfrentado los intereses del pueblo soberano a los de las élites corruptas y sagas familiares políticas de Washington.
Trump ha sabido apelar al humus político compartido por la inmensa mayoría de los estadounidenses de que el destino de su país debe estar en manos de la gente común, para su felicidad y prosperidad, y no en las de las parasitarias elites políticas y financieras especulativas.
En política internacional, desde sus momentos fundacionales, la gran república estadounidense convive con una doble alma en permanente tensión dialéctica. La que existía entre los aislacionistas, liderados por Jefferson, que pensaba que América debía quedar al margen de los avatares del corrupto Viejo Mundo europeo, y los intervencionistas, capitaneados por Hamilton, que veían a los Estados Unidos como baluarte de la democracia investida por la providencia con la misión histórica de expórtala al mundo entero.
Hoy en día, los republicanos representarían la primera cosmovisión y los demócratas la segunda.
Bien haremos los europeos si, en lugar de quejarnos y lloriquear por el triunfo de Trump, nos preparamos para negociar con la nueva administración Trump en pie de igualdad, transparencia y reciprocidad en términos económicos, comerciales, tecnológicos y defensivos.
Trump podría convertirse, paradójicamente, en un acelerador externo del proceso de integración europea, sobre todo en el área de seguridad y defensa.
*** Nicolás Pascual de la Parte es eurodiputado del PP y exembajador de España ante la OTAN.