Este fin de semana, a las puertas del Día del Orgullo LGTBI, el feminismo ortodoxo se ha movilizado contra la Ley Trans que presumiblemente se aprobará mañana martes en el Consejo de Ministros. En algunos lugares, como Murcia, la tensión ha llegado incluso a las manos. Lo que constata que las discrepancias sobre el asunto dividen al movimiento en su conjunto, y no solamente al Ejecutivo.
Un Gobierno de coalición que, llegados a este punto, ha terminado por ceder ante el planteamiento extravagante y exagerado de la ministra de Igualdad, Irene Montero, que defiende sin ambages la autodeterminación de género. Lo que significa, en la práctica, que estará permitido el cambio de sexo sin necesidad de un informe médico a partir de los 14 años. Bastará con la voluntad del implicado y se dará la espalda a la realidad biológica.
La medida sigue la senda del feminismo queer, respaldado por Unidas Podemos, y contrasta con los planteamientos del PSOE y de la gran mayoría del feminismo tradicional, que representan los más de 100 colectivos feministas agrupados en la Alianza Contra el Borrado de las Mujeres.
Durante meses, la Alianza trató de reunirse con el equipo de Montero y despertar el interés de Pedro Sánchez para explicar las dramáticas consecuencias que pueden derivarse de la aprobación. Sin fortuna alguna. Ahora, consumado el desaire gubernamental, anuncian “un otoño caliente” para protestar contra una ley que "desdibuja a las mujeres como sujeto político y jurídico".
Contra la ciencia
La posición inicial del PSOE coincidía a pies juntillas con las palabras de la vicepresidenta Carmen Calvo, preocupada “por la idea de que se elija el género sin más que la mera voluntad”. Enfrente tenía la opinión de la ministra Irene Montero, que ha atestiguado cómo Sánchez ha dado como vencedora del pulso a la visión más radical en un asunto que le puede parecer menor, pero que no lo es.
La nueva legislación admitirá que el cambio de género requiera, básicamente, de acudir al Registro Civil sin necesidad de informes médicos, de testigos o de haber pasado por un proceso de hormonación de dos años (como estipula la actualmente vigente). Y de ratificar, meses después, lo declarado.
La Ley Trans permitirá, a su vez, que el adolescente de 16 o 17 años que lo solicite pueda iniciar un proceso de hormonación o acceder a una cirugía genital sin el consentimiento de sus padres o de sus tutores legales.
De fondo resuena el asunto de si existe una cosa distinta al sexo biológico, que es el género y lo dictaminaría uno mismo, y todos los matices que existen en nuestra legislación relativos al propio sexo. Algo que conlleva diferencias significativas en distintos terrenos. Por ejemplo, en la discriminación positiva en algunos trabajos, en las competiciones deportivas o en las penas estipuladas por la comisión de ciertos delitos, como incidimos en este editorial.
El boicot trans
Cuando el pasado 18 de mayo el Congreso de los Diputados rechazó una propuesta de ley de ERC en perfecta sintonía con los preceptos de la Ley Trans, el PSOE se abstuvo. Es más: su portavoz, Adriana Lastra, planteó serios reparos a la misma.
Ante la abstención y la consecuente paralización de la proposición, los principales colectivos trans se movilizaron contra el Gobierno y amenazaron a los socialistas con darles el mismo recibimiento que tuvo Ciudadanos en el Orgullo. Es decir, dejarían de ser “bienvenidos” en los actos que dan el pistoletazo de salida este lunes.
Si el Gobierno cede en este asunto sacudido por el temor a ser rechazado por una parte del colectivo LGTBI, comete un error de peso. Y secunda, como consecuencia, una tesis contraria a las reclamaciones del feminismo tradicional.
Por supuesto, no se trata de pasar por encima de los derechos de los transexuales. Ni mucho menos negar que hay situaciones en las que se debe proteger y acompañar a quien da el paso. Una persona que con certeza ha sufrido profundamente durante el proceso.
Pero es a todas luces disparatado que se permita el cambio de sexo sin el respaldo de unos criterios sólidos, científicos y consistentes, con el único requerimiento de la palabra. Y que se eche por tierra, a su vez, la lucha de las mujeres durante décadas por obtener la igualdad y ver reconocida su identidad en una civilización secularmente dominada por una visión patriarcal de la vida.