No sé qué me da más pereza de la victoria de Donald Trump, si los aspavientos que aquí en España hará buena parte de la izquierda o la sensación de triunfo propio que querrá vender un sector de la derecha.

Los primeros no se han enterado de nada. Como en el Bush versus Kerry de hace veinte años, otra vez esa falsa sensación de empate técnico creada por la burbuja ensimismada que retroalimentan el Partido Demócrata y los medios de comunicación que más contribuyen a que Europa piense en las ciudades cosmopolitas de la Costa Este cuando construye su imagen mental del conjunto de Estados Unidos.

De ahí se nutre la inmensa mayoría de nuestra opinión publicada. Por eso caen en los mismos errores que los políticos del otro lado del Atlántico. La agenda de temas que sólo interesa a una élite urbanita endogámica o la incapacidad manifiesta para enfrentarse al fenómeno Trump.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y Donald Trump, en 2018.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y Donald Trump, en 2018. Moncloa

Hubiera bastado una pequeña dosis de humildad para trabajar en entender a su votante en vez de dedicarse a mirarlo por encima del hombro. Cualquiera habría concluido en 2016 que la cosmovisión de Malasaña no sirve para explicar las realidades de ese país.

Pero aquí estamos ocho años después. Que se siga soñando con Alexandria Ocasio-Cortez da idea de la magnitud del despiste. El hombre es el único animal que vuelve a colocar la piedra exactamente en el mismo sitio.

Los segundos no quieren mostrarse menos obtusos. Pareciera que con el nuevo viejo presidente han descubierto que ellos también pueden jugar al populismo… y divertirse. Pero quizá haya algún que otro valor que deba prevalecer sobre el gusto del zasca al adversario ideológico.

Si será emocional la política de ahora que hay liberales celebrando la victoria de un tipo que dice su palabra favorita es "aranceles".

No hay simpatía por Donald Trump mínimamente justificable desde el 6 de enero de 2021. Quizá sea discutible si aquel día lanzó a las hordas contra una cámara de representación democrática en el trance muy trascendente de certificar un resultado electoral.

Lo que es seguro (estuvo pasando, lo estuvimos viendo) es que contempló el intento de golpe desde la Casa Blanca especulando con la posibilidad de gobernar lo que quiera que saliera de aquel asalto violento que se saldó con cuatro muertos.

Trump apareció tarde para afirmar que comprendía a los integrantes de la turbamulta, a los que dijo "querer" y que calificó como "gente especial".

Despachar esto como una minucia es convertirse en un accidentalista de la democracia.

El Partido Demócrata puede estar desnortado y Kamala Harris ser una pésima candidata. Es posible que ahora mismo sean elementos de la democracia funcionando mal, averiados, pero elementos de la democracia al fin y al cabo.

Sé que suena un poco a debate en un aula de 4º de ESO, pero visto el nivel vamos a aprovechar que tampoco desentona mucho: se trata de preferir a un dirigente democrático al que nunca se votaría a otro autoritario que aplique el programa político de nuestros sueños.

Todo este desenfoque contribuye a que no se perciba lo esencial. Aquí se lleva apropiarse de la agenda de Harris mientras se reproduce el modus operandi de Trump en lo que a su relación con los contrapesos se refiere.

A ver si ahora, que vuelven a coincidir, se ve más claro.