El 13 de septiembre, la joven kurdo iraní Masha Amini fue detenida en Teherán por la Gasht-e Ershad (policía de la moral o policía religiosa iraní) porque, al parecer, no llevaba puesto el velo de manera correcta.
En la misma furgoneta en la que se la conducía al centro de detención para ser “reeducada”, fue golpeada con fuerza con una porra en la cabeza. A pesar de su estado, no fue llevada a un centro médico hasta mucho más tarde. Tres días después, murió.
Tras la primera protesta en las calles de Teherán por el asesinato, se han ido sucediendo las manifestaciones en prácticamente todas las poblaciones del país (concretamente, en 28 de sus 31 provincias) sin que la dureza de la respuesta desplegada por las fuerzas de seguridad del régimen de los Mulás haya conseguido frenarlas.
Según cifras oficiales, podemos hablar hoy de 31 muertos y multitud de heridos. El número real no se conoce. Menos aún el de detenidos.
Por si tenían alguna duda, déjenme aclararles que en Irán no existe ninguna garantía legal de defensa o juicio justo para quien traspasa las puertas de los centros de detención. Si acaso, la seguridad del maltrato y la tortura, como primera providencia.
De cualquier manera, no les hablo del caso de Masha Amini y de la violencia en la represión de las protestas porque sea noticia, sino porque no lo es.
La Policía de la Moral y las prácticas por las que se rige, así como el sistema judicial, policial y penitenciario, forman parte de la estructura legal, formal e institucional del régimen iraní.
Es decir, que lo que le ocurrió a la joven Masha Amini no es una excepción fruto del exceso de celo de un funcionario concreto, como tras negar inicialmente los hechos insisten en hacernos creer las autoridades iraníes. Es algo, por tanto, si no normal, sí habitual y absolutamente previsible.
¿Cómo se entiende, entonces, la ola de protestas que recorre Irán? Por lo mismo que las de 2009 o las de 2017-2018: es la gota que colma el vaso.
Por eso, en esta, como en las manifestaciones de años pasados, el motivo que enciende la mecha importa. Pero importa más, y así lo dejan claro los gritos que corea la multitud o las pancartas, la caída del régimen y la libertad.
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Y ahora llegamos a la respuesta internacional. Pasaré por alto la de Irene Montero y la de Podemos porque no espero nada de ellos y porque me importa bastante poco (más bien nada). Así que para qué insistir. O la de Pedro Sánchez que, según manifestó a los medios, no había tenido tiempo de enterarse de lo que había pasado en Irán.
He visto a las mujeres iraníes salir a la calle y cortarse el pelo o quitarse el velo en protesta por el asesinato de la joven Masha Amini, en Irán y fuera de Irán, pero no he visto nada que se parezca lo más mínimo a una reacción similar a la de la muerte de George Floyd por brutalidad policial.
Nadie arrodillado en partidos de fútbol u otros actos públicos ni nadie reivindicando que las vidas de las mujeres iraníes importan. Nadie más allá de las manifestaciones de gente particular o de alguna persona relevante.
Pero hablamos de lo que es tendencia, y la situación de los derechos y libertados de los iraníes no lo es y nadie teme ser “cancelado” por no mostrar la sensibilidad suficiente ante dicha situación.
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Sin embargo, no es eso lo más grave. En España ha habido manifestaciones por la muerte de un perro, sólo hizo falta instrumentalizar su causa. Lo que es para mí más difícil de digerir es la presencia de Ebrahim Raisi en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el mismo momento en que sucedían esos hechos en su país, sin asomo de censura por parte del resto de dirigentes internacionales.
Me dirán que no es el único representante de un régimen dictatorial al que se le da la palabra en ese foro y que la presencia de Rusia y de China como miembros permanentes de la Comisión de Seguridad de la ONU, o el listado de satrapías que van rotando en el Consejo de los Derechos Humanos del mismo organismo, no dan para abrigar muchas esperanzas acerca de su utilidad, pero creo que cabrían ciertos límites.
El embajador de Israel ante las Naciones Unidas se levantó y se fue en el momento en que Raisi entraba en la sala para hacer su intervención. Sobre su asiento dejó las fotografías de sus dos abuelas, supervivientes ambas del campo de exterminio de Auschwitz. El día anterior, en una entrevista, Raisi había puesto en duda el Holocausto.
En el momento de justificar su acto de protesta, el embajador israelí, Gilad Erdan, hizo referencia a lo que debería justificar la existencia de la ONU más allá de los buenos propósitos con los que fue fundada: la cuestión moral.
Si al corresponsable de la muerte de 30.000 opositores en 1988 (el otro, Hamid Nouri, ya ha sido condenado por un tribunal de Estocolmo a cadena perpetua por los mismos hechos), y responsable final de la muerte de Masha Amini, se le permite hablar con normalidad e incluso exigir garantías a EE. UU. para volver a firmar un pacto nuclear.
Si el presidente francés Emmanuel Macron se reúne con él (con foto incluida) para tratar de desbloquear ese pacto.
Si la institución que tiene los Derechos Humanos por bandera vale de plataforma para cualquiera, no importa los crímenes que haya cometido ni los que se cometan en su país, ¿para qué sirve la ONU?
Y sí, de rodillas o como haga falta. A mí sí me importan las vidas de las mujeres iraníes.