Algunas de mis historias favoritas de Vox son las que tienen a Javier Ortega Smith como protagonista. Bueno, no. Mis historias favoritas de Vox son las que tienen a Javier Ortega Smith como protagonista. Lo son por ese halo castrense y peliculero que imprime a cualquier situación, siempre agazapada la bronca en un hombre que desembarca en el Congreso con el apellido en la galleta del traje.
Jamás nadie estiró más los nueve meses de mili en Colmenar Viejo, que pareciera que se dejó allí el corazón (como El Yiyo) y despertara desde entonces cada mañana en Camp David. En el libro que acaba de publicar Macarena Olona (Soy Macarena) se desgranan por primera vez algunos de esos sketches.
Hablamos de anécdotas servidas con el aceitillo de la casquería política, capaces de explicarla mejor que cualquier manual, y dotadas de valor cuando quien las escribe (la máxima figura femenina que ha tenido el partido) es considerada por Vox como su Tommaso Buscetta. La mujer que, histrionismos tuiteros aparte, ha tirado de la manta.
No conviene destriparlas, elevado el spoiler casi a tipo penal, pero se puede contar algún pasaje. De Ortega hay dos que, al imaginarlos, y pese a la tensión que imprime la narradora, me arrancaron la carcajada. Una bronca en casa del matrimonio Iván Espinosa de los Monteros/Rocío Monasterio y el lío que formó cuando agarró, pionero, el coronavirus.
Sobre la primera.
Sucedió la única vez que, cuenta Olona, le dieron voz en "uno de esos saraos donde de verdad se cortaba el bacalao". No se refiere la exfigura de Vox a ninguna reunión del partido, ni comité de dirección, ni comisión parlamentaria al más alto nivel, sino a las "juntas extraoficiales" que, al menos hasta su marcha, se celebraban en casa de Espinosa y Monasterio una vez terminados los plenos.
No es del todo inesperado que las decisiones de Vox, como contaba Umbral que las tomaba Franco, tomando chocolate con soconusco, se resuelvan en torno a una mesa camilla. La tradición nació para ser defendida. Sí lo es que para dar la batalla cultural haya primero que guantear con los tuyos.
Y así sucedió esa noche de junio de 2019, sentados Ortega Smith y Olona en el salón de Espinosa y Monasterio junto a Enrique Cabanas, asesor de Abascal al que llaman Dios por algo (si bien cuenta Gonzalo Altozano, en una biografía del líder de Vox, que antes le llamaban MacGyver: en Vox se evoluciona).
Trataban un asunto importante. Cómo abordar el pacto en el Ayuntamiento de Madrid, enconada Begoña Villacís en ser alcaldesa. Que Cabanas (emisario de Abascal) le dijera al ex secretario general de Vox que su interés era personal e incompatible con los intereses del partido hizo que a Ortega "se le cruzaran los cables" y que casi tuvieran que agarrarlo en tan íntima reunión, nadie sospechoso de comunista. Cuanto más reducida es la fiesta, más ridícula es la pelea.
Dice Olona que nadie se sorprendió y que, al preguntarle a Cabanas al día siguiente, le contestó que "todos sabemos cómo es Javier". Aunque como Javier, padrino de uno de los hijos del líder, puedan ser pocos. En un partido donde no existen los polvos de reconciliación, sólo cabe lo panegírico. A no ser que te cargues al líder, donde ya no cabría nada.
Es lo que cuenta Olona que pasó cuando estalló la pandemia. Una exageradísima tentativa de contagio que fue "la única vez que verdaderamente ha peligrado la cabeza de Ortega Smith". Era 8-M, Vox celebraba un acto multitudinario en Vistalegre y el secretario general llegó de virus hasta las trancas.
"Pese a tener síntomas más que evidentes, se calló, nos tosió encima a mí y a otros compañeros, entre ellos, al presidente". Ortega Smith le pegó el coronavirus a toda la plana mayor. El entorno del presidente, encabronado, y aprovechando Kiko Méndez-Monasterio la situación, recomendó su cese. Pero ni confinado con Abascal en su chalé fue capaz su mariscal de campo, su hombre más inteligente y astuto, buen escritor, de convencerlo para echarlo.
Sin embargo, ese hombre que "ha bebido más cerveza, meado más sangre y chafado más huevos que todos vosotros juntos, capullos" aprendió una valiosísima lección: nunca le tosas al líder.