Macron agita la diplomacia para disuadir a Putin sin esperar a la OTAN: "La guerra no está tan lejos"
El presidente francés busca un mayor liderazgo en el tablero internacional, pasando por encima de Estados Unidos si es necesario.
16 marzo, 2024 02:19La decisión de Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa, de plantar cara a Vladímir Putin públicamente y exhortar a sus aliados a hacer lo propio ha sacudido con fuerza la diplomacia occidental. No es para menos. Macron ha puesto sobre la mesa lo que toda Europa y, por supuesto, Estados Unidos, llevan años tratando de orillar: con Putin no se puede negociar, hay que actuar. No valen los acuerdos porque se los salta. No conviene ceñirse a sus líneas rojas porque para él no existen. No se puede permitir al matón que controle a su antojo el patio de recreo.
Cuando Macron habla de Putin ciñe su discurso a Ucrania y habla de defender el país de Zelenski incluso con tropas propias y de la necesidad de cortar el avance ruso antes de que sus hombres pisen la frontera de Polonia, Moldavia o Rumanía.
Ahora bien, esto viene de más lejos. Hace años que Rusia, junto a China, pusieron sus ojos en el control de las infraestructuras y las materias primas de los países en vías de desarrollo, especialmente en África. Se trata de una estrategia calcada del postcolonialismo europeo: seguridad para los dictadores a cambio de recursos y jugosas comisiones.
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De esta manera, países como Francia han ido perdiendo su influencia sobre el vasto continente africano y la intervención del Grupo Wagner en Mali ha sido la gota que ha colmado el vaso. De ahí que aliados tradicionales de Vladímir Putin como Marine Le Pen se hayan unido al presidente Macron en su desafío casi de la noche a la mañana.
Hay un sentido de ofensa a la patria que no se percibe por ejemplo en La Francia Insumisa, la organización de izquierdas dirigida por Jean-Luc Melenchon que sigue apostando por un falso apaciguamiento consistente en seguir las guías marcadas por el Kremlin para no molestar.
Fin del paraguas de EEUU
Es normal que la virulencia del discurso de Macron resulte chocante, sobre todo cuando se enfrenta a la amenaza nuclear rusa, ese recurso que Putin lleva utilizando casi desde el mismo 24 de febrero de 2022 para amedrentar a la opinión pública occidental.
Macron es el primer líder europeo en verbalizar sin ambages el desacuerdo y la autonomía. No va a hacer lo que le dicen y desde luego no lo va a hacer por miedo. Él es el presidente de Francia y eso debería bastar. Hablamos de una potencia histórica que ha sabido actualizarse con un arsenal nuclear suficiente como para causar daños irreparables a cualquier enemigo.
Con todo, este grito de guerra de Macron refleja algo más. No es solo un desafío a Rusia, sino también un claro distanciamiento de los Estados Unidos. Cuando Macron sale en televisión y dice que tenemos la guerra ante nosotros y que intentar rehuirla solo la acercará aún más, lo dice en clave europea.
Habla como si Estados Unidos no existiera, como si ya no fuera ese paraguas que nos lleva protegiendo desde el final de la II Guerra Mundial, cuando Europa era un erial y Stalin soñaba con apropiárselo.
La dinámica de la Guerra Fría, con su división de bloques, convertía a Europa en un satélite, un terreno de juego donde se dirimían las disputas entre estadounidenses y soviéticos. Sí, los tanques entraban en Praga y en Budapest. Los muros se construían en Berlín. Las revueltas se patrocinaban en Bonn y en París. El terrorismo se alentaba en medio continente.
Todo ello era, sin embargo, la expresión concreta de un conflicto abstracto: dos imperios buscando derrotar al contrario sin querer enfrentarse directamente. Algo parecido a lo que estamos viendo estos días con Irán y Estados Unidos en Oriente Medio.
El fracaso de Biden
Macron tiene la sensación de que, por mucho que Rusia haya dejado de ser comunista, no ha renunciado a ser un imperio. Ni siquiera es una sensación, es un hecho. Rusia busca imponerse a Occidente como viejo rival de siglos y siglos y, sobre todo, busca recuperar toda su área de influencia desde la lógica absurda del nacionalismo: lo que algún día fue mío me pertenecerá para siempre. En cierto modo, no es un conflicto que encaje con la Guerra Fría, sino más bien con las guerras territoriales de los estados-nación de la Edad Moderna.
De ahí que Francia tenga dudas con Estados Unidos y con la OTAN. De ahí que le hayan entrado las prisas. Si uno mira al otro lado del Atlántico, solo aprecia inseguridades. Joe Biden es un hombre bien intencionado cuya administración se ha volcado en el apoyo a Ucrania. Ahora bien, es un hombre débil. No ya por su edad, sino por el propio reparto de poder que hay ahora mismo en Estados Unidos.
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Incapaz de convencer a los republicanos de la Cámara de Representantes de la necesidad de salvar a Ucrania y con Ucrania a Europa, Biden se ha convertido en una especie de hombre de paja. Alguien que no puede tomar las decisiones por sí mismo.
Y no puede tomarlas porque Estados Unidos se ha roto en dos. Ha dejado de ser la gran nación que defendía determinados ideales, a menudo, incluso, torciéndolos y llevándolos al extremo y el horror. Estados Unidos se ha instalado en el populismo y el conflicto interno. Al Partido Republicano no le interesa la defensa del liberalismo, ni del comercio mundial, ni del Estado de derecho, ni de la democracia. Le interesa lo que Trump diga que es interesante.
Todo puede cambiar si el trumpismo se viene abajo en las elecciones de noviembre, pero Macron siente que no puede esperar. Si Trump gana, ya ha anunciado que se desvinculará de toda lucha contra su amigo Putin. Si Biden gana, tendrá que recuperar también el Congreso, y no es fácil.
Aparte, si algo nos está enseñando la guerra de Gaza es que la diplomacia de Estados Unidos está para pocos excesos: lleva meses intentando convencer a su máximo aliado en la zona, un país que le debe casi la existencia, para que llegue a acuerdos y adopte políticas que dicho aliado rechaza constantemente. La sensación de fracaso es tremenda.
Distancia con Alemania
Por eso, Macron, en cierto sentido, se está adelantando. Eso siempre es peligroso y siempre da miedo, pero a veces es necesario. El tiempo dirá. Macron está actuando como si el mundo ya fuera multilateral y Estados Unidos hubiera dejado de ser la única referencia. Macron está intentando colocar a Francia en un mapa convulso en el que demasiados países -Rusia, China, Irán, Corea del Norte…- se erigen en orgullosos enemigos de la civilización occidental y se permiten la amenaza constante.
Durante ochenta años, esa amenaza ha tenido la respuesta, incluso armada, de Estados Unidos. Todo apunta a que esto ha dejado de ser así. Si Estados Unidos renuncia a ser imperio, alguien vendrá a ocupar su lugar y desde luego a Francia no le conviene que así sea. Ha decidido que va a defenderse en la confianza de que solo el hecho de plantar cara sirva para disuadir al matón. Ha hecho, en definitiva, lo que habría hecho cualquier presidente estadounidense desde Truman hasta Obama.
Sin hermano mayor de por medio, Macron ha iniciado una revuelta que ha pillado con el pie cambiado incluso a sus compañeros de la OTAN. Sus compañeros occidentales, en realidad, porque los orientales ya saben de qué va el asunto. Sus críticas a Alemania y al SPD por su "cobardía" han sido públicas y notorias.
Este viernes, el presidente francés se reunió en Berlín con el canciller Scholz para "calmar los ánimos", pero nada apunta a una posición común. Alemania tiene miedo y se nota demasiado: de entrada, no dispone de armas nucleares y necesita pensar que el paraguas sigue ahí. Aparte, su dependencia energética de Rusia es brutal y, tanto geográfica como políticamente, está un paso más cerca del avispero.
A todo ello hay que sumarle la influencia de los "pacifistas". Esta misma semana, el portavoz del SPD en el Congreso, Ralf Mützenich, aseguraba que la prioridad ahora debería ser congelar el conflicto y ver cómo resolverlo más tarde. Exactamente lo que solicitaba Rusia antes de darse cuenta de que la inacción occidental puede llevarle directamente a la victoria militar sin esperar a ese "más tarde". Macron intuye que no puede confiar en Estados Unidos, pero sabe a ciencia cierta que no puede confiar en Alemania. Su lucha con Rusia requerirá de otros aliados.
Chamberlain, pero al revés
¿De qué aliados? Eso es lo que no sabemos. Gran Bretaña, desde luego, cumple todos los requisitos. Además, de alguna manera, sigue pagando "la deuda de Chamberlain", algo que nunca se ha perdonado como país. Macron no quiere una guerra y desde luego no quiere una guerra nuclear. Si finalmente manda tropas a Ucrania, no lo hará para enfrentarse en el Donbás con el ejército ruso. Las colocará al oeste del Dniéper para que sean los ucranianos que protegen esas posiciones los que puedan avanzar hacia el este.
Ese sería el peor de los escenarios y en París están convencidos de que Putin no va a iniciar una guerra nuclear por algo así. Igual que no la inició cuando la OTAN mandó blindados, ni cuando envió misiles de largo alcance, ni cuando Ucrania atacó Crimea, ni cuando Estados Unidos aceptó la venta de cazas F-16.
Macron cree que aceptando la posibilidad de la guerra se acerca uno a la paz. Que decir "estoy preparado" es una manera de invitar al enemigo a bajar el tono. Le está diciendo a Putin: "Si atacas los países bálticos, si te atreves con Polonia… da igual lo que hagan los americanos, a mí me tendrás enfrente". Chamberlain en Munich, pero al revés.
Hay que remontarse a los años cincuenta y a los primeros sesenta para recordar tiempos parecidos. La diferencia es que, entonces, eran dos bloques y dos líderes. Esa dinámica se ha roto. La rompió Kim Jong-Un, la rompió Xi Jinping y la rompieron los ayatolás.
Que Macron la quiera romper en Occidente puede no ser una mala noticia. Europa debe convertirse en un agente activo sin necesidad de traicionar ninguno de sus ideales. Hacer como si no pasara nada o como si estuviéramos ante un problema regional y transitorio nunca ha llevado a nada bueno. Europa ha olvidado lo que es atacar y no hay nada de malo en ello. Al menos, eso sí, debería volver a aprender a defenderse.