Mujeres relacionadas con el crimen organizado mexicano.

Mujeres relacionadas con el crimen organizado mexicano.

América

Ser mujer y narco en México: "Mi novio era sicario y me enseñó a disparar"

El número de mujeres activas en organizaciones criminales mexicanas ha aumentado exponencialmente en los últimos años.

17 diciembre, 2023 03:39
Ciudad de México

B. entró en el mundo del crimen organizado a causa de su novio, sicario de profesión: "Al principio me dejaba jugar con su arma, sostenerla. Era como un juego. Me tomaba fotos sujetándola. Después me preguntó si quería aprender a disparar y me fue enseñando. Así le fui cogiendo gusto a las armas. Aprendí todo: a limpiarlas, desarmarlas… Un día me llevó a un rancho, olía como a carne asada y ahí vi cómo quemaban vivos a unos hombres. Yo quería cerrar los ojos, pero él me obligó a ver. Me decía que tenía que volverme fuerte si quería estar con él".

Por la misma razón, S. comenzó a traficar con drogas: "Mi pareja era traficante, pero como le ponía bien machín al cristal [dícese de alguien que consume metanfetamina], nunca le daban las cuentas. Siempre estaba debiendo, entonces le pegaban a cada rato y me daba mucha lástima porque le dejaban su piel toda abierta. Empecé a ayudarle a despachar. Nunca tuve problemas, siempre tenía las cuentas bien. Pero él se fue volviendo más baquetón [perezoso], porque sabía que yo estaba a cargo. Hasta que el patrón se enteró y, cuando mi novio cayó a la cárcel, me dijo que si quería apoyarle debería seguir trabajando, que ya le sabía. Y así empecé, primero más por el temor, como obligada, se podría decir. Pero ya después sí me gustó”.

Ellas son sólo dos de las miles de mujeres a las que el narco ha comenzado a seducir en los últimos años, a pesar de que en el constructo social éste siempre haya sido un mundo principalmente de hombres. En México no existen datos oficiales que detallen la presencia de mujeres en grupos criminales organizados. Sin embargo, se estima que constituyen entre el 5 y el 8% del personal activo. Similar a sus contrapartes masculinas, las mujeres ocupan diversas posiciones. Desde participar en actividades ilegales de bajo nivel, como por ejemplo robar automóviles, hasta ascender a roles más prominentes en las jerarquías criminales y ser traficantes, sicarias o incluso coordinadoras de cédulas de los principales cárteles de la droga.

Las parejas románticas son una de las principales vías de reclutamiento. Pero no la única: también lo son las adicciones a las drogas -los grupos criminales reclutan nuevos miembros en lugares donde se venden, compran y consumen drogas ilícitas- y los lazos familiares. “Cuando caí en prisión, mi hijo menor tenía 10 años. Cuando venía a visitarme, veíamos a las otras familias comiendo en las mesas de al lado y nosotros no teníamos ni una soda para compartir. Un día vino a verme muy contento y me enseñó que tenía 300 pesos [16 euros] para comprarme lo que quisiera. Y entonces empecé a llorar y le pregunté: "¿Qué hiciste, hijo?". Él simplemente me abrazó y me dijo «"o que tenía que hacer para comprarte una comida en este lugar". Fue entonces cuando supe que había empezado a trabajar como sicario, tenía 14 años”, explica L.

Un informe de International Crisis Group (ICG) —una organización no gubernamental dirigida a la resolución y prevención de conflictos armados internacionales— denuncia que la presencia de mujeres activas en organizaciones criminales mexicanas ha aumentado preocupantemente durante los últimos años. Los motivos son muchos y parten desde lo económico hasta la búsqueda del poder y el respeto que generalmente las mujeres carecen en la sociedad mexicana. “Para muchas de las mujeres que se encuentran dentro del crimen organizado, la vida criminal es un medio de autodefensa y una forma de evitar ser victimizada”, detallan desde la organización.

"O te haces cabrona o te lleva la chingada"

Es muy difícil rechazar las propuestas económicas del narco en algunas regiones de México, pero no sólo: muchas de las mujeres se ven obligadas a adentrarse en este mundo para sobrevivir a comunidades plagadas de violencia y comportamientos amenazantes, y así adquirir cierto grado de autonomía e incluso la percepción de dignidad. “Desde pequeña entendí que tienes de dos, o te haces cabrona o te lleva la chingada. Y no es así como que digas ‘Ay, voy a ser malandra’, pero te das cuenta de que no puedes andar en la pendeja, que si quieres vivir tienes que saber cómo defenderte y saber con quién te juntas. Una cosa te lleva a la otra y terminas así”, confiesa M. J. al ser preguntada sobre los motivos que le llevaron a trabajar para el narco.

En realidad, la presencia creciente de mujeres en el crimen organizado en México no puede entenderse completamente sin examinar las complejas interacciones de factores socioeconómicos que impulsan su participación. En un país marcado por desigualdades económicas y limitadas oportunidades, y donde según datos de CONEVAL el 37% de los habitantes se encuentran en situación de pobreza moderada o extrema, muchas mujeres se encuentran atrapadas en situaciones desesperadas que las empujan hacia el oscuro mundo del crimen organizado como una salida aparente. El rezago educativo, las carencias de acceso a servicios de salud, seguridad social, vivienda y alimentación de calidad son algo habitual en millones de personas mexicanas.

Estas declaraciones de mujeres retiradas y de otras que continúan activas en grupos criminales revelan además que los vínculos emocionales con sus hijos y parejas pueden hacerlas particularmente susceptibles a ser reclutadas por estos grupos. Otras veces, se les manipula hábilmente para que se unan a sus filas, reconociéndoles habilidades valiosas en contextos de negatividad y precariedad extrema: “El jefe me dijo que era muy buena trabajadora, que le gustaba cómo trataba a mis clientes y que se podía confiar en mí y que eso era difícil de encontrar entre tantos adictos y chapulines [traidores]. Nunca me trató mal. Siempre fue muy respetuoso, nunca fue grosero ni amenazante”, dice N.

Niños huérfanos y políticas públicas inexistentes

Angélica Ospina es investigadora especializada en género, drogas y violencia criminal, y también la autora del informe Socias en el crimen: el ascenso de las mujeres en los grupos ilegales mexicanos” publicado por International Crisis Group. Atiende a EL ESPAÑOL en México para abordar la problemática que subyace del aumento de mujeres en el crimen organizado. “El crimen organizado está reclutando a mujeres no sólo por una cuestión de números, de cuerpos, sino porque se han dado cuenta de que las chicas ofrecen algo distinto a los varones. Están capitalizando estos estereotipos de género para sus propios beneficios”, advierte.

Pregunta.- El informe menciona que las mujeres a menudo ven la participación en el crimen organizado como una forma de autodefensa. ¿En qué medida este enfoque contribuye a su toma de decisiones?

Respuesta.- Una de las motivaciones más importantes, digamos, es esto de sentirse protegidas y que ellas están hartas de sentirse victimizadas. Esta sensación que vivimos muchas mujeres aquí en México de que siempre tienes la percepción de que te va a pasar algo malo. Hablamos de contextos muy negativos en colonias muy complicadas de Guerrero, Zacatecas, Sonora o Baja California, donde no tienes acceso a la justicia en caso de que te suceda algo. Y ahí, donde el Estado no llega, es donde aparece un grupo criminal y te brinda esa certeza de protección.

P.- Hablamos de zonas especialmente vulnerables. ¿Cómo ha afectado la participación creciente de mujeres en los grupos criminales a estas comunidades locales?

R.- Como consecuencia inmediata está el asunto de que ya nadie se queda con los niños. Y entonces lo que vemos es un mayor volumen de huérfanas y huérfanos, que enfrentan su vida desde muy chiquitos. Tienen que vivir con esa sensación de que nadie los quiere, y con muchísima estigma y discriminación. Porque si tú papá es criminal, como que pues no le agrede eso. Pero si tu mamá es criminal… hay un estigma mucho más presente y es aún mucho más difícil escapar.


Algo que vio en sus propios ojos Lizeth García, directora de un centro comunitario en Ciudad Obregón: “En el albergue había un niño al que le habían asesinado a su mamá y a su papá porque estaban involucrados en el narco. Estuvo un tiempo entre casas de familiares, pero nadie se quería hacer cargo de él porque era un niño difícil, muy agresivo, con problemas. Todo el tiempo jugaba a ser sicario. Cargaba una medallita de la santa muerte que era de su mamá. Un día, peleando con otro niño, éste le tiró la medalla y se puso a llorar como nunca habíamos visto. Entendimos que esa medalla era todo lo que le quedaba de sus padres, que como fuera, lo cuidaban y lo querían. Como él hay muchos niños aquí, que vemos con tristeza que es muy probable que sigan los pasos de sus padres, porque no hay quien los guíe por otro camino posible”.

P.- ¿Cuál es el papel del Estado? ¿Se han implementado algunos programas para apoyar a las mujeres involucradas en el crimen organizado o a sus hijos?

R.- Lo que nosotros hemos encontrado es que no. Ya tenemos 16 años de guerra contra las drogas, tenemos una cantidad absurda de muertes. Aún hoy, por ejemplo, no hay un programa específico para acompañar a los niños y niñas en regiones sumamente violentas, donde los tiroteos son parte de la rutina, en el colegio aprendes a tirarte al suelo y muchas veces no puedes salir de casa porque hay que esperar a que retiren a alguien que acaba de ser asesinado en tu propia puerta. Normalmente entendemos la violencia como si fuera una enfermedad, y lo es, pero lo que no entendemos es que hay personas que deciden ejercer la violencia como una medida desesperada y porque es a lo que han estado acostumbrados desde siempre. Y ahí el Estado no está.

P.- Imaginemos que una mujer que trabaja para el narco quiere dejarlo. ¿Cuáles son los principales desafíos que puede encontrar al intentarlo?

R.- En el caso de que eso se pueda, se enfrentan al estigma y a la discriminación de la mujer criminal y violenta. Tienen que regresar a posiciones de subordinación muy complicadas. Por ejemplo, regresar a una familia donde está siendo humillada y donde le echan en cara todo el tiempo su pasado criminal. O después de haber experimentado ese supuesto empoderamiento, regresar a una relación de pareja en un contexto donde el hombre la golpea y ejerce diferentes violencias sobre ella. Pero recordemos que los grupos criminales no quieren que nadie se salga. Es muy fácil entrar, pero salir es imposible. Antes te matan a ti o a alguno de tus familiares.

De víctimas pasivas a activas

La ascensión de las mujeres dentro de los grupos criminales mexicanos representa una notable desviación de la manera tradicional en que históricamente se han vinculado con estas organizaciones. Durante un extenso período, las mujeres y sus cuerpos han sido blanco de acciones criminales. En los conflictos territoriales entre grupos, es frecuente recurrir a feminicidios y desapariciones de mujeres. Es decir, asesinarlas y deshacerse de sus restos, en parte como una forma de demostrar el control sobre la región. Históricamente, los crímenes contra las mujeres han experimentado un aumento en áreas donde las organizaciones ilegales disputan el control. En la década de 1990, se registraron masacres en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez. Y más recientemente se han producido en Zacatecas, Puebla, Veracruz, el Estado de México y otros lugares donde los grupos delictivos luchan por el poder.

Ahora, sin embargo, las mujeres son parte activa de estos grupos criminales, principalmente cárteles de la droga. Y algunas de ellas desempeñan la función más violenta de todas: matar. Diversas mujeres sicarias compartieron que los estereotipos de género desempeñan un papel fundamental tanto en su preparación para convertirse en asesinas como en su capacidad para eludir la atención de las autoridades estatales. En la sociedad mexicana persisten normas patriarcales que imponen a las mujeres el ser calladas y sumisas. Lo que facilita que puedan acceder a sus víctimas, en su mayoría hombres, de manera más efectiva.

Otras además llegan a tener roles de poder dentro de estos grupos y se enfrentan a los varones que, aun siendo subordinados, desafían su autoridad. “Yo era la única mujer. Y eso no les gustaba. Había veces que yo estaba allí y alguien decía, «¿Cómo que me vas a mandar tú?». Y yo sin mente sacaba mi nueve [arma de fuego] y a la cabeza. "Oye, bájale de huevos. Aquí la patrona soy yo y si no te gusta, mijo, pues ábrase, cómo ve". Y si no le bajaba, ahí mismo quedaba [le disparaba] y los otros se encargaban del cuerpo, porque al patrón no le gustaba que dejáramos bronca. Entonces ya sabían cómo era yo, por las buenas, muy buena, y por las malas, la peor”, narra una exjefa de grupo de uno de los mayores cárteles del estado de Baja California.

El Gobierno niega y el narco avanza

A pesar de que México vive uno de los momentos más violentos de su historia -hace seis años que el número de homicidios anuales es superior a 30.000-, López Obrador ha asegurado recientemente que la propaganda en torno a la guerra criminal es mayor al dominio real que tienen los narcos. En 2019, un periodista le preguntó en rueda de prensa si se había acabado la guerra contra el narco. “No hay guerra” respondió el mandatario. “Oficialmente ya no hay guerra. Nosotros queremos la paz”. Sin embargo, en México no se recuerda una militarización parecida a la actual: el gasto en el Ejército se ha incrementado un 60% desde 2018, el último año de Enrique Peña Nieto. Mientras tanto, los grupos organizados y cárteles del país -principalmente el de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación (CJNG)- continúan disputando territorios y expandiéndose por América Latina. Ahora, también con mujeres.