Que el mundo está loco es algo de lo que uno se va dando cuenta con el paso de los años, cuando alcanza la madurez y el discernimiento adecuados. Sobre todo si uno no se pasa el día metido en TikTok, Facebook y Twitter buscando que la realidad se ajuste a su medida. Es importante leer de todo. Y en especial, escuchar a todo aquel que piensa de manera diferente a la de uno mismo. Y así, poco a poco, se va gestando el sentido crítico.
Hay quien lo tiene de manera natural y hay quien de manera natural se guía por impulsos y hace caso de lo primero que ve, del primer trapo que le enseñan. En la película El indomable Will Hunting hay un momento en que el profesor Lambeau (interpretado por Stellan Skarsgård) y el terapeuta Sean (interpretado por Robin Williams) suben unas escaleras y se preguntan por las probabilidades que hay de que a uno le toque la lotería. En realidad, el profesor Lambeau le pregunta a Sean: "¿Sabes cuál es la probabilidad de perder?". "¿Cuatro contra uno?", inquiere un optimista Sean. "Treinta millones contra uno", le responde Lambeau.
¿Cuáles eran las probabilidades de que el Capitolio de Estados Unidos (EEUU) fuera asaltado por una turbamulta encabezada por un tipo ataviado con cuernos y piel de bisonte? En 221 años de historia del Capitolio es la primera vez que ocurre. Así que podemos decir que en los 80.665 días que lleva en pie, el edificio nunca había sufrido un ataque similar hasta el pasado 6 de enero de 2021. Por tanto, las probabilidades nos dicen que al menos una vez cada 80.665 días puede volver a ocurrir.
En realidad esa masa de gente no llegó hasta el Capitolio de forma espontánea. Aquellos descerebrados estaban dirigidos por un líder y ese líder no era otro que el expresidente Donald Trump. El mismo en el que se inspiró Robert Zemeckis cuando diseñó el porvenir distópico al que nos lleva en la segunda parte de Regreso al Futuro, donde Biff Tannen es el amo y señor de la ciudad. Acertó Zemeckis no sólo al inspirarse en Trump, sino al plantear la mejor pregunta que se ha formulado en el cine de los últimos 40 años: "¿Qué nos ocurre en el futuro, doc? ¿Nos volvemos gilipollas o algo así?", le espeta Marty McFly (Michael J. Fox) al doctor Emmett Brown (Christopher Lloyd).
Algo así debió ocurrirles a los seguidores de Trump, que se dejaron persuadir por sus acusaciones de fraude electoral. Y aunque el exmandatario estadounidense intentó recular, lo hizo demasiado tarde. Sus partidarios asaltaron, enfurecidos, la sede de la soberanía nacional e impidieron que se celebrara la sesión en la que se iba a confirmar el nombramiento de Joe Biden como nuevo presidente. El balance al día siguiente fue de cuatro muertos y 14 policías heridos, tal y como contamos en EL ESPAÑOL.
Este capítulo no sólo ha supuesto un duro golpe para la democracia estadounidense, sino que ha venido a demostrar al mundo entero que el país que se autoproclama como adalid de la libertad atraviesa una grave crisis de polarización en la que ninguno de los dos grandes partidos, ni el Demócrata ni el Republicano, fueron capaces de imponer el sentido común.
Los primeros, por no prever lo que se estaba gestando ni demostrar el coraje suficiente para atajar un ataque semejante. Y los segundos, porque pusieron de manifiesto que no son capaces de respetar las reglas del juego, reconocer la derrota y felicitar al rival por su victoria. Como venía siendo tradición hasta ahora en el país de la bandera de las barras y estrellas. El único precedente más o menos similar lo podemos encontrar en la derrota de Al Gore contra Bush y el polémico recuento de Florida. De aquello han pasado ya 20 años. Y, aunque la pelea fue a cara de perro, no se llegó al extremo alcanzado el pasado 6 de enero.
Afortunadamente, dos semanas después del asalto al Capitolio, Biden pudo tomar posesión como 46º presidente de EEUU. Consciente de la situación, el nuevo inquilino de la Casa Blanca fue rotundo en su discurso al asegurar que "sin unidad, no hay paz, sólo amargura y furia". "La unidad es el camino a seguir" en medio de "crisis y desafíos históricos", insistió entonces.
La salida de Afganistán
Sin embargo, las zancadillas de Trump hicieron que Biden llegara al poder debilitado (aunque pueda sonar contradictorio). Falto del carisma de Obama y muy alejado del histrionismo de Trump, Biden intentó poner orden y mesura al llegar a la presidencia pero no lo tenía nada fácil. Debía unir a un país dividido, hacer frente a la pandemia de la Covid y, por si esto fuera poco, el 13 de abril de 2021 anunció la retirada de todas las tropas de EEUU de Afganistán. Quería hacerlo coincidir con el 20 aniversario del 11-S. Retrasando así la decisión de Trump, que había fijado el repliegue de todos los militares estadounidenses de Afganistán para el 1 de mayo.
La estrategia no le pudo salir peor. Biden se equivocó en todas sus previsiones. En el mes de julio llegó a asegurar que los talibanes no tomarían Afganistán, convencido de que el Ejército afgano estaba lo suficientemente preparado como para mantener el control de la situación. Y se reafirmó en esa misma tesis frente a todas y cada una de las preguntas de los periodistas.
La realidad fue bien distinta. Y es que, por utilizar una expresión coloquial, podemos decir que la retirada de las tropas de Afganistán fue una demostración de mala y apresurada gestión. La debilidad de Biden salió a relucir una vez más. Y si el líder de un país se muestra blando, eso deja al país en una situación de fragilidad.
Una prueba de esa dosis de flaqueza la encontramos en que el primer ministro británico, Boris Johnson, convocó al G7 de forma urgente el 23 de agosto (en plena retirada de tropas), para forzar a EEUU a retrasar la evacuación de Afganistán.
"Es vital que la comunidad internacional trabaje unida para garantizar evacuaciones seguras, prevenir una crisis humanitaria y apoyar al pueblo afgano para asegurar los logros de los últimos 20 años", escribió Johnson en su cuenta de Twitter.
Fue inútil. La retirada de tropas siguió adelante. En contra de los pronósticos de Biden, los talibanes alcanzaron el poder con mucha mayor facilidad de la que habría cabido esperar. El veterano periodista Ahmed Rashid fue muy claro en su entrevista con EL ESPAÑOL cuando se estaban produciendo los acontecimientos: "EEUU no tenía ningún plan, todo se ha dejado para el último minuto en Afganistán".
El 31 de agosto se completó la caótica evacuación del país asiático. El mayor general Chris Donahue, comandante de la 82 División Aerotransportada del Ejército de EEUU, fue el último soldado estadounidense en abandonar Afganistán.
Desde el 14 de agosto, un día antes de que los talibanes tomaran Kabul, más de 79.000 civiles fueron evacuados en vuelos militares de EEUU desde el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai. Junto con los vuelos de la coalición internacional, la cifra ascendía a más de 123.000 civiles evacuados, a fecha 31 de agosto.
Atrás quedan las imágenes de los afganos que pretendían huir aferrándose a las alas de los aviones que despegaban del aeropuerto Hamid Karzai o incluso a sus trenes de aterrizaje. Atrás quedan las explosiones en medio de la tensión que provocaba la evacuación de las tropas internacionales. Atrás quedan las vidas de miles de personas que no tuvieron la suerte de ser evacuadas.
El primer año de Biden como presidente de EEUU se cierra pues de manera circular: comenzó de la peor manera posible y concluye de forma paupérrima. Ambos acontecimientos ponen de manifiesto que algo falla en la sociedad actual si no somos capaces de proteger nuestras instituciones democráticas de ataques orquestados. Y si, pese a los informes que nos facilitan los servicios de inteligencia, insistimos en evacuar un país en el que después de haber estado instalados durante veinte años sabemos que va a regresar al punto de partida: tomado por el régimen que pretendíamos descabezar.
Algo de razón tenía Zemeckis en esa frase que planteaba en 1989 en la segunda entrega de Regreso al Futuro. Pero que nadie se confunda, el asalto al Capitolio en el que participaron tiktokers, tuiteros y facebookeros de Trump y el fracaso de la retirada de Afganistán no ponen en evidencia únicamente a Biden. EEUU no es débil porque su presidente tenga 79 años (Trump tiene ahora 75). EEUU es débil porque ha perdido peso e influencia en el tablero internacional. Todo el que han ganado Rusia y China. Todo el que EEUU se ha dejado ganar.
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