"Os doy mi palabra: si me confiáis la presidencia, sacaré lo mejor de nosotros mismos, no lo peor. Seré un aliado de la luz, no de la oscuridad. Unidos superaremos esta temporada de oscuridad. Elegiremos la esperanza frente al miedo". Las palabras son de Joe Biden, el pasado agosto, al aceptar la nominación demócrata como candidato a la Casa Blanca. El eterno vicepresidente había encontrado su momento: tras dos intentos fallidos, Biden llegaba, por fin, a la papeleta.
Y lo hacía en 2020, el año en que una pandemia puso el mundo patas arriba y mató a más de 230.000 estadounidenses mientras Donald Trump negaba la gravedad del virus y daba la espalda a todas las recomendaciones científicas, pese a haber padecido la enfermedad.
El guión le iba como anillo al dedo a Biden, un año trágico para un hombre marcado por las muchas tragedias personales que tuvo que superar: la muerte de su primera mujer y su hija en un accidente de coche; la muerte de otro hijo, de cáncer y un aneurisma que casi le mata. Parecía una profecía demasiado buena para no cumplirse. Y al final lo hizo: Joe Biden será el 46º presidente de Estados Unidos.
Biden llega a la cima a los 78 años –es el presidente de mayor edad de EEUU- tras más de cinco décadas en la política. Nació en Scranton, Pensilvania, en 1942, en el seno de una familia católica y de clase obrera de origen irlandés y se mudó a Delaware con tan sólo 10 años. Era un niño tartamudo e inseguro, pero su madre nunca dejó que se encerrara en un caparazón. Le impulsó a superar sus dificultades mientras le decía que era tan brillante que sus pensamientos eran mucho más rápidos que su habla.
Biden habría de superar su tartamudez, sacarse su carrera de derecho y allí, en Delaware, un estado donde la política se hace puerta a puerta, hablando casi con cada elector, fue elegido senador en 1972, con 30 años. Tan sólo un mes después de ser elegido, la tragedia llamó por primera vez a su puerta: su mujer, Neilia, de 30 años, y su hija, Naomi, de 13 meses murieron en un accidente de tráfico que dejaba a sus otros dos hijos, Beau de tres, y Hunter, de dos, heridos de gravedad. Biden se plantea abandonar la política para atenderles, pero finalmente jura el cargo en enero, en la habitación de hospital donde se encontraban los niños.
Se recompuso y, con la ayuda de su hermana, logró sacar los dos niños adelante mientras mantenía el cargo de senador que ocupó durante 36 años. Cinco años después, en 1977, se casaría por segunda vez con la que es su mujer actualmente, Jill Jacobs, una profesora divorciada con la que ha tenido una hija, Ashley.
"Ella nos volvió a juntar", dijo Biden de su esposa en un video durante la convención demócrata. "Ella me devolvió la vida. Ella nos devolvió una familia".
En 1988, su candidatura se terminó abruptamente tras las acusaciones de plagio en algunos de sus discursos. En 2008 lo volvió a intentar, contra Barack Obama e Hillary Clinton. Volvería a desistir prematuramente, tras los caucus de Iowa, donde consiguió tan sólo un 4% de los votos. Sin embargo, ese año sería clave para su recorrido político, una vez que Obama le eligió como compañero de papeleta y Biden se convirtió en el vicepresidente de EEUU durante los 8 años siguientes.
En 2016, Biden sopesó volver a presentarse a las primarias demócratas, pero de nuevo la tragedia se interpuso en su camino. Su hijo Beau, el más parecido con su padre, "el Biden 2.0”, como le gustaba decir a Joe, murió de cáncer cerebral a finales de 2015 y Biden abandonó la idea.
Fue otro duro golpe para el político. Beau era veterano de la guerra de Irak y un político en plena ascensión en el Partido Demócrata cuando la enfermedad truncó su destino. "Beau debería ser quién se estuviese presentando hoy", dijo Biden en una entrevista este enero entre sollozos. "Todos los días me pregunto si estará orgulloso de mí. Tenía todo lo mejor de mí y nada de lo peor. Él me hizo prometer que no abandonaría".
El triunfo de un hombre normal
A Biden le han acusado siempre de falta de carisma, de ser un hombre normal, del montón, sin una chispa que le hiciera destacar entre los demás candidatos. Pero quizás en estas elecciones, esa fue su mayor cualidad: la de ser un hombre normal. En mitad de una crisis sin precedentes, contrastando con la excentricidad y el histrionismo de Donald Trump, los estadounidenses vieron en Biden la cordura, la tranquilidad y la empatía de un hombre normal, hecho a sí mismo, capaz de sobrellevar momentos muy duros. Y se aferraron a él: el hombre perfecto para el momento más duro.
Los días posteriores a las elecciones, con Biden apelando a la calma y a la paciencia, sin ceder a los ataques de Trump, que caldeaba el ambiente con acusaciones infundadas de fraude y poniendo en jaque la democracia de EEUU, demuestran el talante del hombre que llega ahora a la Casa Blanca.
Durante la pandemia, mientras Donald Trump se mofaba de los científicos, apoyaba teorías de la conspiración, hablaba de la posibilidad de inyectarse desinfectante para acabar con el virus y se negaba a utilizar la mascarilla, Biden se mantuvo firme en la defensa de las recomendaciones de la OMS. Permaneció confinado en su casa durante mucho tiempo, siempre utilizaba la mascarilla y hacía campaña por su uso y recordaba que al virus solo se le combate con un sistema de salud asequible para todos.
"El comportamiento importa, el carácter importa. Debemos devolver los valores al centro de nuestra vida pública", dijo Obama en una evento de campaña en Filadelfia. "Estados Unidos es un lugar bueno y decente, pero sencillamente hemos visto tantas sandeces y tanto ruido que a veces es difícil recordar", insistió.
El expresidente se ha volcado de lleno con la campaña de su ‘vice’. Y lo hizo destacando su "decencia" y su "empatía". Una "decencia" que Trump intentó atacar utilizando otro momento duro de la vida de Biden. Su otro hijo, Hunter, expulsado del ejército por el consumo de cocaína, con problemas de adicción y una vida personal complicada, que incluye una relación con la viuda de su hermano Beau.
Trump intentó usarle para atacar al demócrata tanto por su consumo de drogas como por su trabajo en una empresa de Ucrania, con un sueldo millonario cuando Biden era vicepresidente de EEUU. Aunque nunca se ha podido demostrar ningún tipo de tráfico de influencias, Trump usa el hecho como prueba de corrupción. Biden, por su parte, siempre ha defendido a su hijo: "Mi hijo, como mucha gente en el país, tuvo un problema con las drogas, lo ha superado y estoy orgulloso de él", zanjó. Y de nuevo, vuelve la empatía con la gente normal.
Biden no tiene el don de oratoria de Barack Obama y es conocido por algunas salidas de tono cuando le toca improvisar, pero la cercanía es un punto a su favor. "La presidencia no cambia cómo eres, revela cómo eres. Y Biden aprendió pronto a tratar a todo el mundo con respeto y es amigo de la gente trabajadora", dijo Obama en un acto de campaña. Working-class Joe (Joe, el trabajador de clase media) y uncle Joe (tío Joe), son dos de los motes por los que es conocido, destacando sus orígenes humildes y su cercanía.
Sin embargo, el recorrido de Joe Biden no está libre de sombras. Cuando anunció su candidatura, varias mujeres le acusaron de propasarse con ellas, recordando casos en los que Biden les olió el pelo, las besó y abrazó de manera demasiado afectuosa. Biden no negó las acusaciones entonces y acabó disculpándose. "Las normas sociales están cambiando. Siempre he tratado de conectar con la gente, pero seré más consciente en el futuro a la hora de respetar los espacios personales", dijo entonces. Tara Read, una exempleada del Senado llegó a acusarle de acoso sexual, algo que Biden siempre ha negado y que ha sido puesto en entredicho por investigaciones periodísticas.
A nivel político ha sido pionero en temas como el apoyo al matrimonio homosexual y la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, no todas sus decisiones resisten a la hemeroteca, como por ejemplo sus negociaciones con políticos segregacionistas; su papel en la audiencia por acoso de Anita Hill (que acusó al juez Clarence Thomas de acoso sexual en 1991) en la que permitió algunas preguntas extremadamente hirientes contra Hill; la reforma penal que hizo disparar las tasas de encarcelación en 1994, y el apoyo a la guerra de Irak en 2003. Joe Biden no siempre ha estado del lado correcto de la historia.
Hoy, el demócrata tiene delante el desafío de volver a unir a los Estados Unidos en el momento de su mayor polarización. "Biden no es un socialista", recordó Obama en Florida, al intentar recaudar los votos de los latinos. Biden es, en efecto, un moderado, con lo que de peligroso tiene eso: demasiado de izquierdas para los republicanos, pero demasiado al centro para las políticas anheladas por la nueva generación de su partido.
Se ha comprometido a luchar contra el cambio climático con una inversión de más de 300.000 millones de euros en investigación, pero no apoya en su totalidad el Green New Deal de Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders. Asume que pretende transformar el sistema sanitario de EEUU, con una reforma que amplíe la financiación del sistema público, pero rechaza la sanidad pública universal. En su agenda están también las ayudas a la educación universitaria y la reversión de la política migratoria de Trump.
"En esta campaña no se trata solo de ganar votos. Se trata de ganar el corazón y, salvar el alma de Estados Unidos", dijo Biden en campaña. Por lo pronto ha ganado los votos. Queda por ver si va a tiempo de rescatar el alma de un país roto.