Deborah Turbeville, la fotógrafa que sabía captar el alma y la belleza de las mujeres de una forma diferente
Bernal Espacio Galería inaugura en Madrid la primera exposición en España dedicada la mujer que cambió la fotografía de moda.
4 octubre, 2023 01:42Logró hacerse un hueco en un mundo, el de la fotografía de moda, dominado por los hombres. Y conscientemente, se alejó de esos colegas que buscaban fotografías que parecen cuadros y de las etiquetas de fotógrafa de moda, fotoperiodista, retratista e incluso artista.
[De Abbot a Woodman, un vistazo al diario fotográfico de Carla Sozzani]
"Encontraba alegría y belleza en las cosas más oscuras", explica Paul Sinclaire sobre su amiga Deborah Turbeville. "Simplemente veía la belleza de una manera diferente", añade el copresidente de la Fundación, que lleva el nombre de la fotógrafa estadounidense.
Nacida el 6 de julio de 1932 en Stoneham, una pequeña localidad del estado de Massachusetts, a solo 14 kilómetros de Boston, tuvo una infancia peculiar, en la enorme casa que había sido de sus abuelos y en la que, a la muerte de estos, vivirán sus padres con las hermanas de su madre.
Criada en el seno de una familia rica, matriarcal y con una cierta superioridad intelectual, según sus biógrafos, la pequeña recibió una educación esmerada pero muy solitaria. Cómo "una niña tímida y asustadiza", según su propia madre, dejó su apartado hogar en las afueras de Boston para estudiar teatro en la bulliciosa ciudad de Nueva York es un misterio.
Pronto se convenció de que su carácter introvertido no estaría cómodo sobre las tablas de Broadway y encontró trabajo como ayudante de Claire McCardell (1905-1958) diseñadora de moda estadounidense, precursora de la moda casual y deportiva, para quien también hacía de modelo.
Así conoció a Diana Vreeland, todopoderosa editora de Harper’s Bazaar, quien la contrató para trabajar como editora de moda. En la redacción de la revista, entonces más importante que Vogue, coincidió con el fotógrafo Richard Avedon y el director de arte Marvin Israel, con los que años después lo aprendería todo.
Aburrida de su trabajo, cambió de revista, pensando que en Mademoiselle le encontraría el gusto a la moda, pero siempre se consideró ajena a un mundo que buscaba la luz, el color, la alegría y el glamour de lo nuevo, cuando ella prefería la oscuridad, el blanco y negro y la belleza escondida en lo vintage.
Pasó de experimentar con una cámara Pentax, aprendiendo de forma intuitiva y casi autodidacta, a convencer a las revistas de moda de que otra forma de mostrar la realidad era posible.
Según Beatriz Guerrero González-Valerio, profesora de Fotografía en la Universidad CEU San Pablo, "Deborah Turbeville no tuvo una gran formación en lo que se refiere a conocimientos técnicos, sin embargo, supo aprovechar sus primeros errores, como eran las imágenes desenfocadas, y convertirlos en un sello de su estilo".
En un interesante estudio, titulado La fotografía de moda y la puesta en escena a través de la obra de Deborah Turbeville, la misma docente explica: "A lo largo de su dilatada carrera, fue capaz de crear su propia visión, a través de unas puestas en escena llenas de poesía y misterio".
Cómo logró convertirse en una de las fotógrafas editoriales más influyentes del siglo XX es otro misterio, porque cambió completamente los códigos imperantes en la fotografía de moda: mediante el desenfoque y el grano evita la nitidez y, en la plena eclosión de modernidad de los 60, juega a que sus imágenes parezcan antiguas.
Frente a las modelos bien alimentadas, energéticas y sonrientes, que miraban directamente a la cámara, para vender bien los productos, Deborah Turbeville impuso sus maniquíes, delgadas, lánguidas y serias, que a menudo desvían la mirada y parecen ajenas al mundo.
Para diferenciarse todavía más, frente a la fotografía en estudio, prefiere trabajar en exteriores y escoge localizaciones y escenarios poco convencionales, como edificios abandonados, bosques agrestes, jardines conquistados por la maleza, cementerios y calles desoladas para crear unas imágenes oníricas y perturbadoras.
Los críticos coinciden en que Deborah Turbeville, Guy Bourdin y Helmut Newton se convierten en los años 70 en los fotógrafos que transforman la fotografía de moda en arte de vanguardia.
Pero en ese triunvirato, ella es la única mujer y la única estadounidense. Y logra unas fotografías con una mirada extremamente femenina, con una forma de aproximarse a la mujer que solo otra puede lograr y que no la convierten en un objeto de deseo.
[Marta Ortega anuncia su nueva exposición dedicada al fotógrafo Helmut Newton]
Sus fotografías transmiten una sensación de melancolía, nostalgia, misterio y un cierto dramatismo, así como una visión de la mujer diametralmente opuesta a la imagen estereotipada o sexualizada que imponen sus colegas masculinos.
Turbeville no busca imágenes perfectas ni nítidas en las que mostrar lo exterior y evidente, sino fotografiar el alma de sus modelos vestidas con ropa elegante en ambientes decadentes en los que el tiempo parece haberse detenido.
Busca el contraste y lo original desenfocando la realidad. La propia fotógrafa lo explicaba así: "En mis imágenes, nunca sabes, esa es la incógnita. Es solo una sugerencia y dejas que el público le asigne el significado que desee. Es moda disfrazada".
Asimismo, para diferenciarse todavía más de lo que estaba haciendo la fotografía artística, Turbeville manipula las copias impresas, rompiendo, recortando y pegando unas imágenes sobre otras con cinta adhesiva o alfileres, escribiendo anotaciones, raspando y erosionando hasta conseguir el tono y la textura deseada.
Según Turbeville, "destruyo la imagen después de haberla creado (...) borrando un poco de tal manera que nunca esté completamente allí...". El resultado son unas imágenes que buscan a toda costa ese aire envejecido y sepia y unos collages fotográficos a través de los cuales Turbeville crea una narrativa casi cinematográfica y una atmósfera inquietante.
Apasionada del cine de misterio, prefiere los días nublados y lluviosos que aportan una carga psicológica y emotiva a sus imágenes y transportan a los espectadores a lugares donde el tiempo no avanza inexorable.
En 1975 Deborah Turbeville comienza a trabajar en Vogue. Realiza un reportaje de diez páginas sobre trajes de baño, titulado Bath house, en un baño público de la calle 33 de Nueva York. La estética del reportaje, tan alejado de las conservadoras imágenes de moda de la época, provocó una protesta pública.
En él, cinco jóvenes posan de forma poco convencional dentro de un espacio que, según algunas críticas, parecía una recreación de las cámaras de gas. Aunque hoy nos parezca imposible calificar las fotografías de polémicas, ni el escenario ni las actitudes de las modelos gustaron a las lectoras de la revista que, en algunos estados fue retirada de los quioscos.
Para Turbeville, en sus fotos "hay una sensación persistente de que algo anda mal. Mi trabajo no está completo si no contiene algún vestigio de esta frustración en las imágenes impresas", escribe en libro Women on Women (1979), sobre mujeres que fotografían a otras mujeres.
En 1981, Jacqueline Onassis, que trabaja como editora en Doubleday, le encarga fotografiar las habitaciones a las que los turistas no tenían acceso en el Palacio de Versalles, de las que la ex primera dama supo en su visita a Francia con John F. Kennedy, pero que muy poca gente conocía.
Las impactantes imágenes de salones medio vacíos en los que los pocos muebles aparecen cubiertos por sábanas, como si sus moradores ya no vivieran allí, se publicaron en el libro Unseen Versailles (Versalles nunca visto), que ganó el American Book Award.
Deborah Turbeville publicó otros libros monográficos que parecen un álbum de recortes en los que las fotografías están amontonadas unas sobre otras. Entre las imágenes, alterna textos propios, escritos a mano o mecanografiados, citas de autores o comentarios propios, como en un diario personal.
Tanto Unseen Versailles (1981) como Newport Remembered (1994) "nos evocan el encanto y el atractivo de lugares con pasados gloriosos", dice Beatriz Guerrero González-Valerio. Past Imperfect abarca su obra desde 1974 hasta 1997. El libro comienza con una cita de Proust sobre Flaubert:
"Confieso que ciertos usos del pretérito imperfecto de indicativo –de este tiempo cruel que presenta la vida para nosotros como algo efímero y al mismo tiempo pasivo, que en el mismo momento convoca nuestras acciones, las sella con ilusión y las borra en el pasado sin dejarnos, como hace el pretérito indefinido, el consuelo de la actividad– han sido para mí una fuente inagotable de misteriosa tristeza".
Como indica la fotógrafa en el prólogo, le gusta crear la sensación de escenas en progreso, de narraciones abiertas, sin terminar; historias incompletas o fragmentos de sueños. Por eso Franca Sozzani, directora de Vogue Italia, la define como "poeta de la fotografía".
Casa No Name (2009), contiene imágenes de la casa que la fotógrafa poseía, desde 1985, en San Miguel de Allende (México), y evoca en imágenes el realismo mágico de Frida Kahlo o Isabel Allende.
Deborah Turbeville: the fashion pictures (2011) ofrece una retrospectiva de todo su trabajo de moda, con imágenes seleccionadas y editadas por ella misma. Incansable, la fotógrafa estuvo trabajando hasta antes de morir, de cáncer de pulmón, en un hospital neoyorquino.
El próximo 24 de octubre se cumplen diez años 10 años de su muerte (2013), a los 81 años, y solo la muerte pudo parar sus ganas de fotografíar el mundo para intentar comprenderlo mejor.
En Deborah Turbeville: The Power of the Female Gaze (Deborah Turbeville: El poder de la mirada femenina), Bernal Espacio Galería muestra, por primera vez en España, treinta de sus fotografías vintages, en colaboración con MUUS Collecction (USA) encargados de preservar el legado de la fotógrafa.
Según Efraín Bernal, director de la galería, "Turbeville captura la esencia de la soledad y la introspección, invitando a los espectadores a contemplar las profundidades de la experiencia humana. Sus fotografías son hermosamente inquietantes, resonando con un sentido de anhelo y una profunda conexión con la psique humana. Cada imagen cuenta una historia, dejando una impresión indeleble en el observador y recordándonos el poder de la narrativa visual".
Deborah Turbeville vivió a caballo entre Nueva York, México y San Petersburgo, una de sus ciudades predilectas. Los tres lugares son escenarios de sus imágenes junto con París y sus alrededores, Cracovia, Praga, Inglaterra y Venecia. Deborah Turbeville toma fotografías en las calles y en los decadentes interiores que encuentra durante sus paseos.
Esta artista pionera se vale de grandes ventanales, espejos rotos, cortinas hechas jirones, muebles cubiertos de polvo, chimeneas antiguas, desconchones en las paredes, tapices raídos, suelos rotos y escaleras que no llevan a ninguna parte para lograr esa atmósfera de glorias pasadas y esplendor perdido.
A pesar de su inclinación a la fotografía más artística que comercial, trabajó en campañas de publicidad para grandes marcas como Yamamoto, Commes des Garcons, Oscar de la Renta, Emmanuel Ungaro, Sonia Rykiel, Chanel y Valentino. Precisamente, uno de sus últimos trabajos fue la campaña de primavera-verano 2012 de Valentino, que realizó en Pozos (México), un pueblo minero abandonado.
Hoy sus obras están en museos y colecciones de todo el mundo, desde Estados Unidos (Art Institute of Chicago; Getty Museum y LA County Museum of Art, en Los Angeles; Metropolitan Museum of Art y Whitney Museum of American Art, en Nueva York; National Gallery of Art de Washington D.C.; Museum of Fine Arts de Boston…) a Europa (Centre George Pompidou de París, National Portrait Gallery y Victoria and Albert Museum de Londres…).
Efraín Bernal, director de Bernal Estudio Galería, asegura que "Deborah Turbeville fue la primera fotógrafa que dejó de cosificar y sexualizar a la mujer en el ámbito de la fotografía editorial y publicitaria, como hacían otros fotógrafos, por ejemplo, Helmut Newton”.
Su estilo único, en el que trata la fotografía de moda como una refinada forma de arte, sigue inspirando a fotógrafos y diseñadores de todo el mundo. Deborah Turbevillefue pionera en romper con la sublime perfección asociada a los editoriales de moda.
Quizás porque no se tomaba la moda demasiado en serio, como ella misma aseguró. O quizás, precisamente, por todo lo contrario. Y, mientras imponía su propia visión y una mirada diferente, se convirtió en la fotógrafa que, según algunos, mejor captó el alma de las mujeres. Según Efraín Bernal, "la esencia de la fotografía de Deborah Turbeville es que supo captar como nadie el universo femenino".
Información útil sobre la exposición:
- Inauguración: Miércoles, 4 de octubre. 19h-21h.
- Duración: Hasta el 28 de octubre de 2023.
- Lugar: Calle San Lorenzo 3, Madrid (Metros Tribunal / Alonso Martínez)
- Horario: Martes a Viernes, de 11:00h a 14:00h y 16:30h-19:00h.
Sábados, de 11:00 a 14:00h. - IG @bernalespacio