Laura Medialdea, la madrileña que diagnostica la desnutrición en los niños con una simple foto
La bióloga ha creado una app revolucionaria: "Se hace una foto al brazo izquierdo del niño, la aplicación la analiza y nos presenta el diagnóstico en el código de colores de la OMS: rojo (desnutrido), amarillo (en riesgo) y verde (sano)”.
30 marzo, 2020 00:28La pandemia del coronavirus llegó tarde a África. Pero llegó. Tras meses paseándose por Asia y Europa, el virus entró en el continente africano a inicios de marzo. Allí se ha unido a otra pandemia, anclada en el continente hace años: la desnutrición. Juntas, amenazan con cebarse con los niños, una población que en el primer mundo casi no sufre las consecuencias del virus.
Pero, en África, todo es distinto. Más de 58 millones de niños hasta los 5 años sufren desnutrición crónica en el continente africano según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y esto es un factor de riesgo determinante porque aumenta la vulnerabilidad frente al virus y sus consecuencias. Así, avisa la ONG Acción contra el Hambre (ACH), los niños y niñas menores de cinco años podrían ser los primeros en morir si el virus se adentra en países con altos índices de desnutrición.
La ONG lleva años inmersa en la lucha contra la desnutrición y Laura Medialdea (36 años) se ha convertido en una pieza clave. Esta bióloga madrileña lleva desde 2016 desarrollando una aplicación para detectar la desnutrición de forma fácil y fiable en cualquier punto del mundo, a través de una simple foto.
En la práctica el proceso es muy sencillo: "Se hace una foto al brazo izquierdo del niño la aplicación la analiza y luego nos presentará el diagnóstico en el código de colores de la OMS: rojo (desnutrido), amarillo (en riesgo) y verde (sano)”, cuenta Laura.
Dicho así parece fácil, pero detrás, hay años de investigación y trabajo en el terreno. SAM Photo – así se llama la aplicación- se compartirá por bluetooth y funciona gracias a una enorme base de datos que Laura fue construyendo. La app integra un algoritmo que compara luego la imagen del niño que uqremos diagnosticar con la base de datos. "Como la aplicación tiene que funcionar sin internet, porque en muchos sitios de África, como es obvio, no hay internet, la app tiene que llevar integrados todos los algoritmos necesarios para hacer un diagnostico fiable".
Así, Laura fue montando una especie de biblioteca virtual con fotos del brazo izquierdo de niños sanos y desnutridos que luego sirven de comparación a la hora de analizar y diagnosticar la nueva foto introducida.
La técnica aplicada es la morfometría geométrica. Se basa en tomar como referencia puntos del cuerpo comunes a todos los seres humanos y construir unos patrones en base a ellos. Para este caso, Laura tomó como referencia cinco puntos del brazo que se utilizaron para extrair unas medidas que sirven luego de comparación a la hora de hacer el diagnóstico.
Si todo sale como lo esperado, la aplicación estaría lista para la utilización en el terreno en verano del año que viene. "Primero estaría disponible para los agentes comunitarios de salud y luego para que las familias la utilicen. Mi idea es que sean los padres los que tengan acceso directo a la aplicación y con una foto puedan saber si su niño está desnutrido, si hay que llevarle al médico o no".
El país elegido para empezar el proyecto fue Senegal y Laura se ha desplazado varias veces al terreno para ahondar en la investigación. "Por temas éticos para mí era muy importante que yo pudiera aportar algo a la comunidad a la que estaba yendo y de la que estaba extrayendo tanta información", recuerda. "Senegal ya tenía un tratamiento de desnutrición gratuito hasta los 5 años. Yo sabía que, si me encontraba con niños desnutridos les podría señalizar e iban a tener ayuda. Eso me daba mucha seguridad. Porque esa información, además de servir para alimentar la aplicación, servía para ayudarles también".
Viviendo un sueño
A Laura, el proyecto de ACH le vino como anillo al dedo. Estaba haciendo el doctorado con una tesis sobre morfometría geométrica cuando una investigadora con la que trabajaba le contó que ACH estaba buscando formas innovadoras de detectar la desnutrición. "Siempre había querido aplicar la técnica a seres vivos y hacerlo con algo tan importante como la desnutrición me parece un sueño", dice.
Un sueño que casi se queda por el camino en el instituto. "A mí me gustaba la biología, pero me daba miedo no encontrar trabajo así que me convencí de que quería estudiar medicina". La idea le chirrió a su profesor de biología que veía como Laura se quedaba en la clase de laboratorio, una vez tras otra, ya pasada la hora de salida del instituto "con el pececito disecado, mirando las bacterias del yogur o lo que fuera por el microscopio". "Tú no quieres ser médica, tú quieres ser bióloga", le dijo.
Cuando compartió las dudas con sus padres, la respuesta de ambos fue clara: "Estudia lo que te gusta, que para trabajar de lo que no te gusta ya tendrás toda la vida". Y, con esta frase retumbando en la cabeza, se matriculó en biología.
Hizo la licenciatura, un master y está ahora terminando el doctorado. La calidad de su trabajo se ha visto reconocida con premios académicos y becas. Pero el camino de un investigador en España es duro. "Falta mucha inversión en el sector, hay pocas plazas y no basta con que seas bueno. Para conseguir una plaza tienes que tener más publicaciones, más estancias en el extranjero, más cursos… Estas cosas cuestan tiempo y dinero. No todo el mundo se puede permitir ir al extranjero a aprender. Yo, cuando me he ido fuera a hacer cursos, y coincidía con gente de otros países, alucinaban con que tuviera que pagarme yo la estancia. He tenido la suerte de conseguir trabajar de lo mío pero no es fácil”, dice.
Tanto que antes de empezar a trabajar con ACH Laura se había dado un plazo. "En mi cabeza, ya tenía el plan. Después de terminar el doctorado me daría un año para encontrar algo de lo mío, sino me iba fuera. Y si dentro de otro año no conseguía nada en biología lo iba a dejar". El plan B todavía no estaba claro, pero afortunadamente no le hizo falta recurrir a él.
"Tener la oportunidad de dirigir un proyecto. Idearlo, crear algo que tengo yo en la cabeza… vamos, nunca lo hubiese pensado". Laura sabe que lo que ha conseguido es excepcional pero lo trata con total normalidad. Como si fuera aún la niña que jugueteaba “con bichos y mejunjes” en el patio de su casa.
"Siempre he sido testaruda. Y siempre he pensado que cualquiera que tenga una idea, la pone en el papel, la intenta desarrollar y si no sale, pues se piensa en otra y a seguir. No hay muchas más vueltas que dar", dice entre risas.
Entonces, su pasatiempo preferido era pincharle el dedo a su abuelo, "sacarle una gotita de sangre y meterla en esos microscopios del Micronova, en donde no veías nada, realmente, pero yo allí veía todo". Cuando entró a la Universidad una de las primeras cosas que hizo fue analizar la sangre de su abuelo. "Ya que me había tirado toda la vida pinchándole qué menos que enseñarle ahora de verdad los glóbulos blancos, los rojos…", recuerda.
Clasismo en la ciencia
Laura no recuerda cuando se empezó a interesar por las ciencias. "Lo que sí recuerdo es que siempre estaba haciendo experimentos con todo lo que tenía a mano. Siempre estaba fuchiqueando que decía mi madre". Y cuando tanto se habla de la falta de mujeres en la ciencia, y de lo necesario que es fomentar el gusto de las niñas por las carreras científicas, Laura reconoce pocas trabas en el camino por ser mujer.
Sólo aquél profesor de genética molecular que, en el primer día de clase, recibió a los alumnos con esta frase: "En esta clase se hace ciencia y las mujeres no pintan nada aquí”. "En realidad me habían avisado de que el señor era muy mayor y muy machista y me matriculé casi por el reto. Terminé suspendiendo pero siempre tuve claro que el problema era suyo", dice entre risas.
Por lo demás, "no creo que lo haya tenido más difícil por ser mujer". "Aunque es verdad que en biología somos muchas más chicas que chicos y luego, a la hora de entrar a trabajar, casi todos los jefes que he tenido han sido hombres. Ahí sí que hay un techo de cristal". Para romperlo, Laura defiende las cuotas. "Si somos más chicas debería haber más jefas, ¿no? Entonces no entiendo por qué no es así. Hasta que podamos tener un tratamiento equitativo, creo que las cuotas pueden ayudar".
Pero, más que machismo, Laura refiere el "clasismo" que impera en el sector. "Si no eres doctor no eres nada. Da igual lo que sepas y lo que hayas hecho con tu licenciatura y tu master. Tienes que tener el doctorado porque te vas a codear con personas que lo tienen y si tú no tienes el título, nunca vas a estar a la altura. En el sector académico hay mucho clasismo".
Quizás por esta visión, Laura siempre tuvo claro que quería compartir con otros todo el conocimiento que generara ella y la aplicación que estaba desarrollando. "Quería que los investigadores locales se beneficiaran de esto también. Enseñarles a utilizar la técnica, que al final utilizamos cuatro gatos en el mundo. Y yo quería que este conocimiento se quedara también en Senegal, para que le puedan dar continuidad y seguir estudiando a esos niños”, explica.
Laura habla de las largas temporadas que ha pasado en Senegal con mucha nostalgia. "Al inicio te impacta, claro. Yo he ido a comunidades muy rurales, muy pequeñas y la integración no es fácil. Primero porque eres blanca y, solo por eso, la gente ya te trata de una manera distinta… mejor, casi siempre… Si te paras a pensarlo es terrible, que te traten mejor por ser blanca, pero es así".
La investigadora pasó hasta seis meses seguidos viviendo en esas comunidades. "Al inicio no se fían, claro. No saben qué vas a hacer allí… Pero una vez te conocen, la gente es maravillosa. Yo estoy muy agradecida por ese tiempo". Entró en sus casas, participó en sus vidas como si fuera una más y se adentró en su cultura.
"Hay cosas que te siguen chirriando. La poligamia por ejemplo. En las ciudades ya no, pero en las comunidades se sigue practicando. Y tú llegas y, cuando coges algo de confianza, les preguntas a ellas si eso lo ven bien, que sus maridos se casen con más de una mujer, y te dicen que sí. Que así tienen ayuda en la casa, con las tareas, que es bueno para ellas. Y eso para ti es imposible de comprender. Pero luego entiendes que es su cultura, que las cosas cambian de manera muy lenta y que no les puedes mirar con los mismos ojos con los que miras aquí".
Aún así, Laura destaca que, aunque sea despacio, las mujeres están conquistando un espacio que antes no les pertenecía. "Cuando yo llegué, en 2016, las niñas casi nunca iban al colegio. Era algo que me chocaba mucho. Iba a una comunidad y la mayoría eran niñas. Pero luego, en el colegio, solo estaban los niños. Ahora eso ha cambiado y, si tienen la posibilidad, mandan a todos los críos al colegio, independientemente de que sean niñas o niños", dice.
Cuando vuelve la vista atrás, Laura se siente parte del cambio. "Hace un tiempo, ACH apoyó una campaña de concienciación sobre el derecho a estudiar de niños y niñas. Y te das cuenta que va calando. Ellos mismos te lo dicen ahora. Que llevan a las niñas al colegio porque también quieren que aprendan. Y eso es muy bonito. Siento que he aportado mi granito de arena y estoy muy orgullosa".
*Si tiene que elegir un referente en su vida, Laura se queda con sus abuelas. “Las dos han venido a Madrid desde sus pueblecitos muy pequeños, de Galicia y Extremadura. Vinieron solas, se pusieron a trabajar, formaron una familia y la sacaron adelante. Son mi ejemplo de mujeres fuertes”, dice.