Acrisio, rey de Argos según la mitología griega, tras ser advertido por un oráculo de que un futuro nieto le daría muerte, encerró en una torre a Dánae, la única hija que había tenido con Eurídice. El aprisionamiento podía funcionar contra cualquier mortal, pero no sirvió para contener el apetito de un dios adicto al sexo como Zeus. El Júpiter de los romanos, que había seducido por la fuerza a la ninfa Egina convertido en llama, a la princesa Europa como un toro, a la reina Leda como un cisne o a Antíope bajo la forma de un sátiro, se transformó esta vez en lluvia de oro para desvirgar y dejar embarazada a Dánae, que daría a luz a Perseo.
Este mito, citado por algunos de los más grandes escritores clásicos, como Ovidio, Sófocles, Horacio o Terencio, y representado en monedas y cerámicas antiguas, suscitó el interés de los pintores del Renacimiento. Tiziano representó esta escena hasta en tres ocasiones, creando unos cuadros que principalmente tratan de sexo y con un gran contenido erótico. La primera Dánae fue realizada en 1544-45 para el cardenal Alessandro Farnese e inspiró las dos siguientes: la de 1553, la primera de las "poesías" pintadas por el artista italiano para Felipe II, y otra de mediados de la década de 1560 que fue adquirida por Velázquez durante un viaje a Italia en 1629-31.
Estas dos últimas versiones, propiedad de la colección Wellington de Londres y el Museo del Prado, se pueden ver hasta el 4 de julio en Pasiones mitológicas, la exposición temporal organizada por la pinacoteca española. En ambas, el Cupido que Tiziano había utilizado en su trabajo para Farnese fue sustituido por la sirvienta que custodiaba a Dánae en "su cámara hecha de hierro y de piedra", según Ovidio, y que, engañada por el disfraz del dios, intenta recoger el oro que cae del cielo con su delantal.
La historia de la primera de las tres telas ya desvela sus intenciones erótico-sexuales, y eso a pesar de que fueron trazadas en un contexto de creciente puritanismo provocado por la cultura de la Contrarreforma. Aunque hoy en día cuelguen en los principales museos del mundo, las "poesías" de Tiziano y otras tantas escenas mitológicas estuvieron originalmente destinadas a ámbitos reservados de la élite y a los estudios de los propios artistas.
Su receptor fue Alessandro Farnese, nieto del papa Paulo III —no confundir con su sobrino Alejandro Farnesio, tercer duque de Parma y uno de los mejores generales de los Tercios—, y hay confirmación documental de que Tiziano se inspiró en una mujer de carne y hueso para representar a la princesa.
"Una carta del arzobispo Giovanni della Casa, relacionado con el encargo de la pintura, sugiere que como modelo para Dánae se utilizó un retrato de la amante de Farnese, una prostituta de alto nivel —una cortigiana— llamada Angela. De hecho, es posible que el cuadro empezara como un retrato de ella, desnuda", apunta Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado y comisario de la muestra, en el catálogo de la exposición. Así lo revelan los análisis con rayos X de la tela: el Cupido y la lluvia de oro fueron añadidos en una segunda fase. "La historia de Dánae era un disfraz apropiado para una prostituta", añade el experto.
La segunda de estas escenas forma parte de las seis obras de temática mitológica que el artista italiano pintó para el deleite del rey Prudente. ¿Y qué sucede con esta Dánae? ¿Se inspira también en una mujer real? Hay teorías que así lo sugieren: según cuenta el catedrático Enrique Martínez Ruiz en su reciente biografía sobre Felipe II (La Esfera de los Libros), el monarca "deseaba que en las figuras femeninas [de las llamadas "poesías"] representara la cara de Isabel de Osorio, su amante, poniendo especial énfasis en que las dos primeras obras fueran escenas de fuerte contenido erótico". El otro cuadro al que se refiere el historiador es Venus y Adonis (1554), "donde se insinúa el rostro del joven Felipe".
Consultado por este periódico, Miguel Falomir, director del Museo del Prado y también comisario de Pasiones mitológicas, desmiente este supuesto: "Del mismo modo que en el caso de la Dánae de Alessandro Farnese hay evidencia documental, no sucede así con la Dánae de Felipe II". Y descarta que el rey español aparezca en la única de las "poesías" que conserva el Museo del Prado: "Son meras especulaciones carentes de evidencia documental. El rostro de Dánae, por otra parte, se repite en otras obras de Tiziano sin relación con Felipe II".
La historia del arte, por lo tanto, vierte luz sobre una asunción repetida en numerosos textos y estudios relativos a la figura del rey Prudente: la pareja de amantes no fue representada por el pincel del artista italiano.
Isabel de Osorio es la protagonista de la primera aventura amorosa conocida de Felipe II. La dama castellana, nacida en el seno de una rica familia, fue dama de la emperatriz Isabel de Portugal —madre del entonces joven y adolescente príncipe— hasta su muerte en 1539. A partir de entonces serviría a las infantas María y Juana de Austria. Ambos se conocieron en la ciudad de Toro y entablaron un profundo vínculo que provocó numerosas habladurías en la Corte. De hecho, según apunta Enrique Martínez Ruiz, "su relación con el rey fue tan conocida, que ella ya no quiso casarse".
Al regresar Felipe II de su viaje por Europa entre finales de 1548 y el verano de 1551, los amantes volverían a pasar tiempo juntos. Pero el romance se terminó a consecuencia del matrimonio del monarca con la reina inglesa María Tudor en 1554. No se olvidó por completo el rey de la mujer, pues le concedió en 1557 dos millones de maravedíes sobre las rentas y tercias del pan de la ciudad de Córdoba. Isabel de Osorio fundó en 1562 un señorío al adquirir al consejo de Hacienda dos villas cerca de Burgos: Saldañuela y Castelsarrací. Su relación fue utilizada por Guillermo de Orange para acusar al gobernante católico de bigamia en su campaña propagandística.