El lienzo de Concepción Mejía de Salvador, pintado en la última década del siglo XIX y titulado Escena de familia, está sin marco, roto, como si hubiese emergido de debajo de la tierra. Durante un largo viacrucis de casi cien años y tras pasar por los almacenes de varias instituciones públicas, el cuadro llegó en 2016 al Museo del Prado. Ahora se puede ver en una de sus salas, luciendo todas sus heridas provocadas por el desinterés del Estado. Es la metáfora perfecta para evidenciar el olvido institucional al que han sido sometidas las creadoras españolas.
Así arranca Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931), la esperadísima exposición temporal del Museo del Prado que ya tuvo que ser pospuesta por culpa de la pandemia. Un arranque que sintetiza la atrevida y necesaria propuesta expositiva: testimoniar el menosprecio en el que ha incurrido la historia del arte con las artistas; una crítica feroz al sistema que auspició, sufragó y premió una pintura de marcado discurso patriarcal en las que ellas eran simplemente eso, meras invitadas de segunda fila, creadoras incómodas.
"Esta exposición es una revisión crítica sobre la imagen y la consideración de la mujer en el mundo del arte y en concreto en el sistema artístico español del siglo XIX", explica Carlos G. Navarro, comisario de la muestra y conservador del Área de Pintura del siglo XIX de la pinacoteca nacional. "Un viaje crítico que hace el Prado al epicentro de la misoginia de esa época de la mano de las obras que conserva el propio museo en sus almacenes y que fueron adquiridas por el Estado en la centuria pasada".
Invitadas, dividida en dos ámbitos —uno que aborda el papel de la mujer como sujeto pasivo, como objeto de inspiración o narración; y otro activo, como creadoras, intervinientes del sistema artístico— aúna más de 130 obras salidas fundamentalmente de los sótanos del Museo del Prado, donde permanecían olvidadas. Cuarenta de ellas —también hay préstamos de Patrimonio Nacional y otras colecciones públicas y privadas— han tenido que ser restauradas para la ocasión.
La muestra no busca simplemente poner en valor y rescatar las obras de las principales mujeres artistas desde el reinado de Isabel II hasta la proclamación de la Segunda República, sino que todo el recorrido está claramente vertebrado por un análisis ideológico que denuncia el molde patriarcal promovido por el Estado español y cómo afectó a las creadoras. La pintura se convirtió en una herramienta sobre la cual proyectar la sociedad ideal: esa en la que las esposas estaban supeditadas a los maridos, donde la mujer alegorizaba todos los vicios, la que ridiculizaba la rebeldía de las jóvenes "caídas" y moralizaba sobre los supuestos malos hábitos progenitores femeninos.
Todas esas fueron las creaciones premiadas en las exposiciones nacionales, el principal foco de prestigio y reconocimiento para los artistas españoles del XIX, y compradas por el Estado. Unos certámenes que se escandalizaban ante cuadros escalofriantes como los de Antonio Fillol: La bestia humana, donde denuncia abiertamente la explotación sexual de la mujer; o El sátiro, en el que una niña humilde acompañada de su padre identifica a su abusador. Esta pintura social escandalizó tanto que el jurado consideró que sobrepasaba los límites de lo admisible y la censuró. Un cuadro que hoy "duele mirar", como asegura el comisario.
Nombres propios
En la segunda parte del recorrido, plagado de citas feministas de autoras contemporáneas como Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal, Invitadas descubre la faceta de Isabel II como defensora y promotora de las mujeres artistas. En esas décadas aparecen los nombres de sobresalientes pintoras y miniaturistas como Teresa Nicolau, la primera en vender una obra suya al Estado y la más destacada del Romanticismo español junto con Rosario Weiss, excepcional dibujante lastrada por la etiqueta de discípula de Goya, Asunción Crespo o Emilia Carmena de Prota.
Si bien la presencia de las mujeres en los certámenes nacionales fue incrementándose a medida que avanzaban el siglo —la crítica dejó de definirlas como "aficionadas" y empleó el título de "verdaderas pintoras"—, su abanico temático siguió restringido a la elaboración de bodegones, donde sobresale María Luisa de la Riva. Aunque hubo rebeldes, creadoras que desafiaron el canon patriarcal que les reclamaba ser señoras antes que pintoras. En este sentido, destacan Elena Brockmann o la más célebre Rosa Bonheur y sus felinos lienzos, pero también figuras olvidadas como Antonia Bañuelos, que quedó excluida de las compras del Estado por razones sexistas.
Miguel Falomir, el directo del Museo del Prado, señala que esta exposición es "un paso más ambicioso" en la línea emprendida por la pinacoteca estos últimos años de visibilizar a las mujeres en la historia del arte. Ha habido exposiciones dedicadas a Clara Peeters o Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, pero en las salas de la institución son todavía muy pocos los lienzos expuestos de producción femenina. La muestra temporal, sin embargo, puede entenderse también como una autocrítica al discurso museográfico del Prado, que hasta ahora ha sido heredero de esa política de adquisiciones y de preeminencia de lo masculino. Su escasa presencia las convierte de por sí en invitadas.
La cuestión ahora es saber si la pinacoteca se atreverá e integrará esta crítica tan cruda a un sistema artístico que discriminó la obra femenina en el resto de sus salas. ¿Volverán las obras de Invitadas a los almacenes o tendrán hueco en la exposición permanente? Falomir asegura que algunos cuadros de estas pintoras se subirán a planta, pero sin desvelar todavía ningún título. "Estamos en proceso de estudio", dice. ¿Y qué pasará con los espacios dedicados a la pintura del siglo XIX: se registrará en el museo una paradójica contraposición de discursos? "Las exposiciones temporales son el campo propio de los museos para testar y decidir los cambios que se hacen en las salas", cierra Carlos G. Navarro abriendo la puerta a un nuevo escenario.