Como bien nos cuesta aprender a los humanos, todo lo que tiene un principio tiene un final. Es ley, no ya de vida, sino de creación. Sin embargo, esto no supone ningún consuelo cuando miramos hacia Benalmádena y a su Tívoli cerrado. No es consuelo porque esta realidad nos pega un pellizco en el recuerdo de cuando celebramos allí la Primera Comunión entre sus atracciones. O cuando vimos cantar a Rocío Jurado, Julio Iglesias, La Pantoja, Sergio Dalma, Alejandro Sanz, Demis Roussos, Montserrat Caballé, Boney M, Lola Flores, Miguel Bosé, Alaska o, alucinante, James Brown. Hubo una época en la que sólo eras alguien si pasabas por su teatro.
Tívoli (con tilde) World se ha convertido, ay, en el símbolo de un tiempo que se ha marchado para no volver. Por mucho que Benalmádena hable de expropiación, lo cierto es que la plantilla sigue a la espera de que el parque vuelva a abrir sus puertas cerradas desde la temporada alta 2019, la última que llenó a tope. Luego vino la pandemia a estrellarse como un torpedo en su línea de flotación, que ya llevaba años muy carcomida, y desde entonces ahí sigue, pasto de youtubers que se cuelan en sus abandonados 65.000 metros cuadrados dedicados en cuerpo y alma al ocio desde el año 1972.
La Covid no es la única culpable, pero ha sido la última causa de que Tívoli World no cumpla este 2022 con medio siglo de existencia, 50 años de un símbolo indiscutible en la Costa del Sol y, durante muchas décadas, un reclamo insuperable en toda Andalucía, cuando los parques de atracciones no eran ni mucho menos la norma.
Como las montañas rusas
Pero empecemos por el principio. Como bien saben los ingenieros y los diseñadores de montañas rusas, todo lo que sube termina por bajar. Y Tívoli inauguró el 20 de mayo de 1972 una nueva forma de pasarlo bien en la provincia de Málaga estando en lo más alto.
Usando el emblemático parque de atracciones de Copenhague, Jardines Tivoli, como referente en todos los sentidos, la familia danesa Olsen, con el empresario Bernt Olsen a la cabeza, creó un espectacular centro de ocio en pleno corazón de Arroyo de la Miel invirtieron lo que ahora son seis millones de euros, pero que entonces eran más de mil millones de las antiguas pesetas.
Contando, como es lógico, con el apoyo del alcalde de Benalmádena de entonces, el fallecido Enrique Bolín, supuso una gran innovación en el equipamiento costasoleño y mantuvo en vanguardia al sur de España. Además, nos hizo soñar con la posibilidad de que Disney montara en Sevilla su Eurodisney, cosa que, por motivos conocidos, no pudo ser, yéndose hasta la fría Francia.
Tívoli World, unido a la Costa del Sol y su brutal desarrollismo que ahora se nos antoja alucinatorio, adquirió fama mundial atrayendo a turistas y visitantes. Se calcula que a lo largo de su historia ha acogido a más de 35 millones de personas. Lo que en tivolinos, la moneda oficial del parque, supone muchísimos árboles dedicados a billetes de juguete.
El secreto está en la innovación
Durante años, la mera novedad del parque fue suficiente para que marchara como un tiro, pero una de las obsesiones de los primeros propietarios de Tívoli fue ir renovando constantemente sus atracciones (qué cosas, eh) con nuevas novedades y diferentes eventos que, sobre todo en verano, convertían la agenda del parque en una de las más populares de la provincia.
Con más de 40 atracciones mecánicas diseñadas para todas las edades, la oferta del parque se fue actualizando con los tiempos, y en este sentido, el Pasaje del Terror fue el último gran pelotazo de Tívoli que, para su inauguración, contó con el mismísimo Anthony Perkins, el actor que interpretó al asesino en serie Norman Bates en la película Psicosis de Hitchcock. Brutal.
Así, a lo largo de las décadas de los 70, 80 y 90, Tívoli World fue la punta de lanza del ocio de la Costa del Sol con una oferta para toda la familia que atraía poderosamente al turismo nacional. Y es que, aunque el parque se pensó para un publico objetivo que sería un 80 por ciento extranjero y un 20 por ciento nacional, años más tarde se comprobó que la realidad era bien distinta, ya que los turistas españoles marcaban la pauta de las visitas anuales.
Por lo que, mientras los padres, pero fundamentalmente las madres, disfrutaban de Julito en el escenario, anunciado a bombo y platillo, con avionetas que pasaban por la línea de costa arrastrando banderolas publicitarias, con carteles empapelando cada rincón de la Costa del Sol, los hijos recorrían sus falsas calles y se montaban en los coches de choque y las norias.
Y, claro, en un lugar como aquel, nuestra particular Las Vegas, las anécdotas protagonizadas por los artistas son infinitas, como cuando el ya mencionado James Brown actuó con mucho retraso porque no quería salir al escenario sin dejar perfecto su pelo, para lo cual necesita un secador profesional de peluquería que tardó en llegar.
O la historia que, hace una década, cuando el parque cumplió 40 años, José Luis Guzmán, por entonces su relaciones públicas, contaba a los medios de comunicación provinciales. Según relataba, en 1993 dos chiquillas se presentaron para conocer a Alejandro Sanz. Y no sólo lo consiguieron, sino que, una de ellas, le relató que su hermana, también fan, padecía anorexia y que no podía estar allí porque estaba ingresada.
Ni corto ni perezoso, Sanz pidió un coche y fue a visitar a la joven enferma al centro hospitalario donde se encontraba para pedirle que pusiera todo su empeño en curarse. Según Guzmán, la chica engordó diez kilos y en otra ocasión en la que el artista regresó a actuar a Tívoli fue la invitada de honor y se sentó en primera fila. Para el relaciones públicas tivolino, Alejandro Sanz le salvó la vida.
Tanto para un roto como para un descosido
Tívoli servía para todo. En 1985 la Vuelta Ciclista pasó por su recinto, por poner un ejemplo, y las primeras actuaciones de Mecano tuvieron lugar en su auditorio en el verano del 82. El trío acababa de lanzar su primer disco y se estrenaban sobre las tablas en un concierto con un directo que, según crónicas de la época, sonaba demasiado enlatado.
Actuaciones, eventos y encuentros que unidos a los propios cacharritos del parque marcaron un hito sin el cual no es posible entender a la perfección la historia de la Costa del Sol de los últimos años.
Además, como hemos escrito, la cronología de Tívoli está lleno de altibajos, teniendo varias épocas de esplendor y caída, aunque ninguna tan fuerte como la actual. Así, los grandes periodos del parque tuvieron lugar en sus comienzos, en la década de los 90, donde se volvió a poner de moda y sus propietarios supieron sacarle provecho dándole un fuerte empujón que lo hizo resurgir.
Paradójicamente, tras el 2004, tuvo otro momento de auge, con la adquisición de Tívoli por parte del cordobés Rafael Gómez (el empresario con el mote más molón conocido: Sandokán), que permitió realizar una reforma entre 2005 y 2008, dándosele una vueltecita a todos los espacios: los jardines, los locales comerciales, los restaurantes, el resto de tiovivos…, además de adquirir nuevas atracciones como El Saltamontes, la Noria Gigante y la impresionante Torre de Caída Libre de 60 metros de altura que se convirtió en símbolo de su renacimiento y de la que los más cobardes se bajaban en el último instante.
Otro pelotazo, pero de los malos
Cuando Sandokán compró Tívoli por unos 30 millones de euros, la Costa del Sol estaba siendo arrasada por la ola del pelotazo… una que, en 2006, arrastraría al cordobés con su detención durante la instrucción del caso Malaya, acusado de pagar mordidas al capo de la corrupción marbellí y amante del arte, Juan Antonio Roca.
Tras salir de la cárcel, en 2007, Rafael Gómez firmó la venta de Tívoli a la promotora Tremón. El parque entraba dentro de un paquete de propiedades por valor de más de 380 millones de euros. Buscaba liquidez para hacer frente a las acciones judiciales que tenía por delante. Un periplo que le llevaría hasta 2017, año de su última condena, y más allá.
De hecho, Sandokán afirmó a mediados del año pasado que Tremón jamás pagó su compra y por eso el empresario sigue considerándose dueño.
Lenta agonía en blanco y negro
No obstante, el desenlace de esta situación compleja no deja de estar lejos y los trabajadores que todavía quedan, alrededor de 700, se encuentran desesperados ya que llevan más de 300 días sin cobrar. Para denunciar esta situación, el pasado viernes 9 de septiembre hicieron público un corto que relata el momento que atraviesa Tívoli World.
En blanco y negro, desgranan los pormenores que llevó a finales de junio al Ayuntamiento de Benalmádena a mantener una reunión con los empleados para abordar las diversas líneas de acción con las que tratar de garantizar la reapertura del parque y el mantenimiento de sus puestos de trabajo.
El mantenimiento de unos puestos de trabajo y, también, el de un símbolo económico y social de la Costa del Sol que, si cae definitivamente, supondrá en sí mismo otro tipo de emblema: el de un negocio próspero que se dejó caer en barrena por la falta de entendimiento e interés.