Disidente, escatológico, irreverente, gamberro, creativo. Así es Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959). El artista visual se ha convertido en uno de los creadores malagueños más relevantes y críticos de los últimos 40 años. Su carrera está vinculada desde los primeros años a la poesía, en un momento en que aquella, en su acepción más abierta a la experimentación, no gozaba de reconocimiento.
En la década de los 80 y 90, López Cuenca llevó a cabo maneras transgresoras de hacer arte, herederas de las vanguardias, con el colectivo Agustín Parejo School, adelantándose varias décadas a toda una serie de estrategias. La obra del licenciado en Filosofía está atravesada por el humor, lo colectivo y las migraciones, y una crítica bien armada contra la mercantilización del arte y el turismo salvaje.
De hecho, en algunas piezas ha desplegado lecturas nuevas y más alternativas de las ciudades entendidas como lugares donde se vive y no donde únicamente se consume. El artista ha sido testigo directo de la transformación de Málaga en la ciudad de los museos, la Costa del Sol en megalópolis y del centro en un parque de atracciones para turistas. Y todo lo ha criticado, al igual que el uso interesado de la marca Picasso.
Para él, "la cultura tiene un carácter fundamentalmente colectivo, está siempre viva y no es un espectácuo de consumo". "La ampliación de los sistemas de explotación y de espectacularización de la cultura es muy ofensiva si has vivido otras épocas mas creativas. Te resulta insultante esa infantilización que pretende reducirnos a meros votantes cada cuatro años y a usuarios de las redes dando a me gusta", reconoce al teléfono en una conversación con EL ESPAÑOL de Málaga.
En los últimos años, "el arma más potente que puede poner en cuestionamiento al viejo orden mundial viene de la crítica feminista radical", señala. "No se trata de incorporar mujeres a lugares de poderes sin tocar el sistema jerárquico del patriarcado, sino ponerlo en cuestión de arriba a abajo, por eso provoca tanta reacción y ha dado lugar a la reaparición de un pensamiento fascista", reflexiona.
El creador, al que el Museo Reina Sofía le dedicó una retrospectiva en 2019, será reconocido por el Festival Moments este viernes. También protagonizará una charla moderada por el investigador del grafiti Juan Antonio HR en el Ateneo e inaugurará la exposición Malagana junto a Florencia Rojas, Dadi Dreucol, Álvaro Fernández (Unbuentipo), Dani Natoli, Isa Nieto y Natalia Cardoso, entre otros.
Malagana, abierta hasta el 26 de noviembre, expresa el sentimiento con el que el proyecto muestra su disidencia frente al entusiasmo con el que se asume la cultura hegemónica en la ciudad. Trata de establecer un medio que permita tomar conciencia, abrir brecha en la superficie de la ideología dominante, hacer cuña y establecer otros modos de pensar y hacer que florezcan en el seno del discurso de la sagrada tradición.
Inaugurará esta semana la exposición Malagana en el Moments donde plantea nuevas lecturas de esta ciudad. ¿Hay otra Málaga más allá de la entregada al neoliberalismo, el turismo y la operación urbanística en suelo público?
Por supuesto que hay muchos planos y niveles diversos y riquísimo más allá de la fachada que se nos vende. Respecto al proyecto, Malagana fue el primer proyecto que hizo para la red entre el año 1999 y 2000. Tenía una parte que se desarrollaba en el espacio público mediante la distribuición de tarjetas postales y en vídeos por correo. Se completaba en internet. Se nos ocurrió ponerlo en escena y desplegarlo en un espacio expositivo. Que sirviera como resorte para activar lectura por parte de otras miradas más jóvenes.
¿Qué Málaga se visibiliza en esta muestra colectiva?
Forma parte de un tipo de trabajo que he ido desarrollando en distintas ciudades de Europa y América en el que, partiendo de los iconos más característico de una ciudad, que normalmente coincide con la selección que se hace para la oferta turística, hacemos una investigación que intente ir más allá de ese relato simplicado. Nos encontraremos desde cosas que conocemos como el monumento del marqués de Larios hasta otros lugares que no existen, como la propia casa palacio de los marqueses de Larios. Hemos decidido exponer el material tal y como se produjo entonces sin añadir revisiones contemporáneas, al menos por mi parte. Los creadores jóvenes que participan despliegan una mirada actual.
También reivindicará referentes populares ocultos, desplazados o travestidos. ¿De quiénes habla en su exposición?
No se trata tanto de personas como de mirar detrás de esos clichés. Por ejemplo, el Cenachero. También se produce en otros lugares. El Cenachero es un tópico. Lo que hacemos es una lectura hacia atrás para poner en evidencia como precisamente, al igual que sucede con la figura de la cultura gitana, como los procesos de creación de las identidades colectivas echan mano de los elementos excluidos, silenciados, por etnia, clase o género, para crear una imagen a cambio de su silenciamiento como sujetos políticos. Otros ejemplos: la figura de la gitana o la utilización de las mujeres como alegoría de algo abstracto. Esa explotación es tan naturalizada que hemos dejado de verla.
Detrás de ese símbolo malagueño hay una persona de clase trabajadora e incluso explotada viviendo en condiciones precarias.
Lo que hace ese proceso de romantización de las figuras populares al folclorizarlas es ocultar su condiciones reales de explotación. Ocurre con las mujeres, el pueblo gitano y la clase trabajadora.
También aborda en su obra la sobreexplotación de la marca Picasso. ¿Hay algún proyecto aquí que no mercantilice su figura?
En el caso de Picasso, tengamos en cuenta que nunca podemos hablar de un individuo, una persona o un artista. Picasso se ha convertido en una marca comercial que es gestionada por una empresa constituida por sus herederos legales. Es un fenómeno verdaderamente extraordinario e interesante que habla de cómo la cultura se rebela y cómo la estrategia es ideal para lavar operaciones especulativas y de un carácter muy agresivo que si no tuvieran ese coartada sería mucho más difíciles que fueran aceptables. La cultura lava más blancos. Picasso en ese sentido es ya un fenómeno ideal. Él mismo había trabajado en esa dirección. La transformación del artista en marca de un modo cariscaturesco lo compran dos artistas españoles: Picasso y Dalí. El último hasta hace publicidad de él mismo. La deriva a un nivel monstruoso serían artistas actuales como Jeff Koons, que son marcas en sí mismos.
Bueno, habla de un fenómeno común en todo el mundo en una sociedad de mercado. Todos se venden a sí mismos o algún producto.
Esa es la lógica cultural que intenta imponer con mucho éxito el neoliberalismo, una deriva especialmente violenta del capitalismo, donde se intenta hacer mercancía de todo lo vivible, de la existencia en todos los niveles: las relaciones sociales, etc. Que no se escape nada a lo que se pueda extraer beneficio económico.
Málaga es ahora conocida como ciudad de los museos. ¿Qué opina de esa coletilla, sobrenombre?
Se trata de una exitosa campaña publicitaria. Los museos funcionan como anuncios y fondo para múltiples actividades. Como una especie de panoplia de decorado del orgullo local porque cuando se contemplan, no cumplen en absoluto la función que tenían los museos de ser educativos y tener un papel social al lugar donde habitan. Por no hablar de la cantidad de museos que en realidad no lo son. Hay una política meramente de escaparate, que se está tragando todos los fondos y los recursos que deberían ir destinados a la creación de un tejido cultural local. En el momento en el que estas franquicias vuelen donde les sea más favorables van a dejar un desierto.
"Málaga es un centro de escaparate, no de creación. Y cada vez más difícil que sea de reunión", me dijo la periodista Isabel Bellido. ¿Está de acuerdo, no?
Sí. Se hace una política de escaparate, de inauguraciones. Hay otra dimensión muy llamativa y suicida en términos culturales. Se consumen museos como se consume cualquier otro producto perecedero. Un museo tiene que tener otra duración y velocidad, y tiene que presentar resistencia al tiempo. La gente va a la inauguración y nunca más vuelve. Los museos se ven forzados a funcionar como un centro comercial, ofreciendo continuamente actividades y atractivos para rellenar la lista de números, el único argumento que lo justifica y no la calidad de su programación. Es verdaderamente patético y muy revelador de la sociedad donde vivimos.
¿Cómo asiste a la evolución de esta ciudad convertida, según algunos, en "un parque de atracciones"? ¿Le inspira mucho?
Estos últimos días se ha vuelto a hablar de la amenaza de desalojo de la Casa Invisible y eso me parece precisamente la señal más clara de esa deriva. Se utiliza como un cliché, como tomar una parte irrelevante del fenómeno el hecho, como dicen los columnistas, de la patada enla puerta. Es como fijarse en las rastas del diputado. Qué extravagancia. Cuando en realidad lo que se está rechazando es otro tipo de posibilidad de democracia, es decir, que los proyectos culturales sean deudores de un clientelismo total hacia la política profesional y el modelo de democracia representativa. Si tienes un proyecto, ve y pidéselo al concejal en persona y ya estás en deuda permanente con ese político. Se trataría de frenar cualquier otro tipo de experiencias culturales que nazcan desde abajo, sean horizontales y particitipativas y entiendan la democracia, no como un consenso donde vez que se llega, queda pacificado, sino como un proceso en permanente construcción desde los desacuerdos y la disidencia.
Hace poco salió una sentencia en favor de unos vecinos de la Plaza Mitjana. Usted vivió precisamente en el centro. ¿Se fue porque se hizo inhabitable?
Depende de la delicada piel de cada cual. Me fui en 2005 porque ya me parecía inhabitable. No se podía dormir y sobre todo se produce una hiperespecialización del espacio público que deja de serlo. El suelo público se privatiza progresivamente y la reducción de servicios se hace notable. Se podía ir a una exposición, a un museo y a tomar una copa, pero se hacía imposible la vida diaria. Pensemos en la progresiva transformación de los mercados en espacios de hostelería. No se puede crear el centro de una ciudad meramente para los turistas porque no tienen ningún compromiso y responsabilidad. El turismo es el lugar de la libertad, eso que vende tan bien el Ayuntamiento de Madrid, que vayas al centro a hacer lo que te de la gana. Es una invitación permanente al éxodo, a despoblar la ciudad, porque quien tiene una vida diaria no puede desarrollarla.
Por no haber, no hay ni bancos. Para intentar charlar al aire libre en el centro y no pagar por ello...
Lo llamaría arquitectura y urbanismo disuasorio. Es lo que lo pide el capitalismo neoliberal: que la ciudad no sea más que un espacio de tránsito y que los ciudadanos en el espacio público se limiten a circular o consumir. Este fenómeno se combate de una manera: organización. Se crea a través de la conciencia, de nuestra responsabilidad y de nuestro poder como ciudadanos y no como meros consumidores de los espectáculos que te ofrece la política entendida como una empresa. Te hablo de La Invisible como de movimientos similares en otras ciudades desde la época de los primeros gobiernos democráticos donde se creó una conciencia ciudadana, que no es que no exista. Como ciudadano no eres sólo un cliente de otro, sino que tienes posibilidades de desarrollar tus iniciativas desde otros lugares. Eso en democracias más asentadas es un derecho. Yo ahora mismo estoy en Italia y los movimientos sociales, lo que todavía se llaman centros sociales ocupados, hay algunos que datan de los años 70 y cumplen una función social, cultural y de concienciación extraordinaria.