Guillermo Busutil (Granada, 1961) ha sido toda su vida un periodista crítico e independiente. Desde muy niño se las ideó para explotar su vocación, la escritura, vendiendo novelas del oeste a 15 pesetas el número a sus compañeros de pupitre. Aquella integridad la ha conservado desde entonces en cada medio donde ha firmado: desde La Hoja del Lunes donde escribía críticas de cine y breves crónicas de la ciudad con 17 años a La Vanguardia, El País, Letra Global, La Opinión y La Calma Magazine.
El escritor y crítico de arte, afincado en Málaga desde 1988, forma parte de una de las generaciones más brillantes de la ciudad de la Alhambra junto a Miguel Ríos, Luis García Montero y Juan Vida. Aquel niño zurdo corregido es hoy Premio Nacional de Periodismo Cultural. La distinción le llega a los 60 años después de "una racha larga trabajando en precario con proyectos temporales y sueldos muy bajos" (desde que cerró la revista Mercurio, de la que fue director de 2007 a 2019).
En su último libro, prologado por Antonio Muñoz Molina, sostiene que la cultura no es "un adorno ni un pasaporte del turismo, ni un cuartel político ni un eslogan de escaparate"; sino "un antídoto contra el narcisismo, el aislamiento, la exclusión de los otros, y el instrumento que nos convierte en sujetos creativos y conscientes de la libertad". Su compromiso con lo civil, la memoria y lo lírico se encuentra plasmado en Noticias del frente, Nada sabe tan bien como la boca del verano y Drugstore.
A la entrevista en un bar de la Malagueta llega vestido como un dandy (a excepción de las zapatillas deportivas), con gafas oscuras y un sentido del humor desbordante. El novelista con lengua afilada y crítico literario en Zenda no tiene problema en hablar de temas controvertidos como el proyecto del hotel rascacielos del Puerto (que cree que finalmente no se hará) y la manoseada etiqueta Málaga Ciudad de Museos.
Lo han reconocido con el Premio Nacional de Periodismo Cultural. ¿Qué va a hacer con los 20.000 euros: comprar libros, tapar agujeros, irse de viaje?
En comprar libros no. Soy crítico de literatura y me los mandan las editoriales (ríe). Taparé agujeros porque llevo una racha larga trabajando en precario (desde que cerró la revista Mercurio; ahora se ha convertido en otra cosa), con proyectos temporales y sueldos muy bajos. No tengo deudas, pero viene muy bien ese dinero. Haré un buen viaje y me compraré un ordenador nuevo. Podré poner unos cuantos parches.
En una entrevista afirma no tener contrato. ¿Cómo sobrevive hoy día un periodista de su pelaje ante tal situación laboral?
Como un mercenario digno y ético en un campo de batalla. Tú vendes tu producto al mejor postor. Hago crítica de arte en el suplemento cultural en La Vanguardia, elaboro artículos de opinión y entrevistas en La Calma Magazine. También colaboro con Letra Global de Sevilla y doy clases de escritura creativa. Además he organizado hace no mucho un ciclo online de ciudad, urbanismo y cultura con el Observatorio de Medio Ambiente Urbano de Málaga. Así es como vivimos los periodistas en general y los culturales en particular.
Dedica su galardón a los periodistas de la periferia. ¿Cómo de importante es el periodismo local hoy día en un mundo tan gaseoso y globalizado?
Lo del mundo globalizado y gaseoso es en gran medida mentira. Puedes trabajar en provincias y con las redes tener una proyección nacional. Para eso debes tener nombre, trayectoria y una serie de valores. No se trata de que abras un blog o cuelgues en Facebook tu artículo. Ahí a lo mejor tienes 75 visitas de media. Vivimos en un mundo global y líquido, pero los centros neurálgicos de poder siguen estando en Madrid. El caché periodístico muy entre comillas sigue estando en Madrid o Barcelona muy a nuestro pesar.
Empezó en el oficio con 17 años haciendo críticas de cine para La Hoja del Lunes. ¿Qué sabe de la profesión ahora que no sabía a esa edad?
Cuando empecé tenía mucha pasión y era muy atrevido. En La Hoja del Lunes la crítica de cine la hacía un periodista que había sido profesor mío en los Salesianos de Granada y director del Cineclub de los Salesianos, Felipe Santos. Yo veía cine de autor en versión original con 13 años. Llegué con una formación cinematográfica muy potente. Una vez Felipe Santos no pudo hacer una crítica y me la encargaron a mí. También escribía crónicas de lo que yo veía andando por la ciudad.
De Camus, escribe en Noticias del frente, aprendió a ser un hombre que dice que no. ¿A qué cosas se ha negado tajantemente en el oficio y en la vida?
A muchas. Como Jeanette, yo nací rebelde porque la vida me hizo así. Yo soy rebelde por naturaleza. La rebeldía sin causa no existe. La rebeldía es una contestación a una realidad con la que tú discrepas, a la injusticia, el abuso, la violencia, la uniformidad. He sido un niño zurdo corregido. Eso deja huella. Siempre he buscado el ángulo diferente. En periodismo, he dicho muchas veces que no a muchas cosas por conciencia ética. Los periodistas no somos santos ni inocentes, ni estamos limpios de cicatrices.
¿La dignidad siempre debe estar por encima de todo? José Sacristán habla de "librar la batalla de la dignidad y la alegría".
Totalmente. Compartir el Premio Nacional con él me enorgullece y me llena de satisfacción. Me gusta mucho como actor. Es un monstruo del teatro. Es un tipo rebelde, ético e íntegro. Me identifico con él. Cuando a mí me dejó de pagar La Opinión de Málaga después de 17 años la disyuntiva era, o escribes gratis a cambio de visibilidad y pierdes la dignidad, o mantienes la dignidad y pierdes la visibilidad. Elegí con los ojos cerrados la dignidad. La dignidad es lo último que puedes perder como persona y periodista. Si pierdes la dignidad, pierdes la identidad, el alma, la esencia.
¿Cómo vive esta era de la imagen, donde la gente lee cada vez menos y se deja llevar por el ocio de consumo rápido?
De diferentes maneras. La vivo de la manera más consecuente conmigo mismo. Soy un hombre maduro de fronteras. Vengo de familia árabe judía. He estudiado en el Ave María en la Cuesta del Chapiz, que es la frontera entre el mundo gitano y el mundo payo. Siempre he sido un hombre en la frontera. Mi territorio ha sido la frontera. Eso te da independencia y una doble visión. Intento hacer mi propio cubo de rubik en un mundo de la imagen frente a la palabra.
¿Qué le parece la lectura literal que se hace de todo hoy día?
Soy contrario a coger el lenguaje con pinzas. Pero el lenguaje nunca ha sido inocente. Vengo de una época donde había que escribir entre líneas. Luego se liberó el lenguaje y se podía decir de todo. O de la época de la contrapregunta y el periodismo incisivo. Ahora se lleva el periodismo pactado, o a modo de masaje. Me río de esa especie de arenas movedizas en la que está el lenguaje. Pero está todo así: las relaciones sentimentales, las relaciones humanas, las relaciones políticas. Todo está en un terreno de deslizamiento. Es como si estuviéramos constantemente en una pista de hielo. Yo lo llevo bien porque me encanta el funambulismo. Me llama mucho la atención que haya un brutal empobrecimiento del lenguaje y una brutal cirugía del lenguaje. Se coge todo con pinzas y a la vez todo es muy pobre.
¿Usamos las palabras con demasiada ligereza?
Y con la animadversión maniqueísta de las palabras. Hay palabras que se han pervertido y se han politizado de manera errónea. Si tú dices que crees en la excelencia del periodismo y la educación te van a llamar fascista o de derechas. Si la excelencia es a lo que uno tiene que aspirar.
¿Qué papel juega la cultura cuando hasta el ser humano es ya una mercancía?
La cultura juega tres papeles fundamentales. Es la piedra filosofal que nos enseña a entender y a conocer mejor de donde venimos, el presente que vivimos y a hacia donde podemos dirigirnos. Todo está en la cultura. Es un río de Heráclito en permanente transformación. Es una construcción social. Cuanto más culta sea una persona o una sociedad más libre y mejor será. En la sociedad de lo que yo vengo, en blanco y negro, había un programado llamado Estudio 1, que es los años 60 y 70 nos formó en teatro a mucha gente, que en la España franquista veía obras Ibsen y Miller que eran impensables. Ahora no ves teatro en la televisión. Incluso ese teatro es difícil de ver en los teatros. Te da horizonte de la mirada.
La Torre del Puerto
En los últimos años ha manifestado abiertamente su oposición a la construcción del hotel proyectado en el dique de levante del Puerto. ¿Se convertirá esta ciudad en la próxima Dubai si no se opone resistencia?
Málaga no va a ser la próxima Dubai, sino la franquicia barata y cutre de Dubai. No estoy en contra de los rascacielos. Soy un enamorado de Nueva York y Chicago. Esa zona no es lugar de rascacielos. Málaga tiene unos terrenos hacia el interior, que son los del antiguo Amoníaco. Si te gustan los rascacielos y quieres apostar por eso, échale valor y haz una Defense al estilo de París allí. Está en mitad de la nada, en un no lugar. Haz una ciudad tecnológica. ¿Otro Benidorm? Es un error. ¿Para que se metan en el bolsillo dinero promotores, constructores y la gente que no le podemos poner cara, o los partidos políticos porque es la manera de financiarse de manera opaca? Y nos cargamos el alma de Málaga, que es su bahía. Hay que combatir la idea de que esa zona es una postal, es el alma de la ciudad. El rascacielos no va a hacerse. La bahía es de los ciudadanos, no de la empresa privada, ni del Puerto ni del Ayuntamiento. Es donde el malagueño se asoma a encontrar su identidad y su historia.
Málaga ha adoptado en los últimos años la coletilla de "ciudad de los museos". El impacto que ha tenido en el empleo es dudoso, pero sí ha beneficiado al turismo. ¿Qué opina?
La marca Málaga ciudad de museos la ha colocado en el mapa, pero ha traído detrás una precariedad laboral brutal. No ha fomentado el galerismo ni combatido la precariedad de los artistas. Los museos no han creado tejido a su alrededor. Es un invento de Francisco de la Torre para quitarse la espina de la fallida Capitalidad Cultural Europea de 2016. Saca a Málaga de la falsa etiqueta de sol y playa. Digo falsa etiqueta porque la ciudad tiene unas playas que dejan mucho que desear. Lo mismo que la calidad de sus presuntas aguas azules. Tiene un sol que es una joya y una luz que es del paraíso. En cuanto a la calidad de sus playas deja mucho que desear. La marca Málaga ciudad de museos le permitió dar un salto cuantitativo de calidad. Todas las capitales, entre ellas Barcelona, querían ser Málaga. En la época de la hipertrofia turística, en Baleares se subieron los sueldos. Se equiparó el boom de la hipertrofia turística con el trabajo. En Málaga no. Tampoco hay una mentalidad empresarial. No hay una burguesía ilustrada ni tampoco un empresariado ilustrado. Hay alguna empresa que está intentando apoyar la cultura, pero son pocas. La cultura es una empresa que necesita de buenos gestores propios, y que las empresas la entiendan como inversión rentable, como marca.