Ni el papa de Hitler ni el de Mussolini: revelan el verdadero papel de Pío XII y por qué se calló ante el Holocausto
- El historiador David I. Kertzer presenta el retrato más profundo y actualizado del controvertido pontífice gracias a materiales desclasificados.
- Más información: La II Guerra Mundial no fue como nos la han contado: "Hitler no quería un conflicto general en 1939, se vio obligado"
Una de las primeras decisiones adoptadas por Pío XII tras ser elegido papa, el 2 de marzo de 1939, fue escribir a Hitler agradeciendo sus buenos deseos y para expresarle su esperanza de poder restaurar las relaciones entre la Iglesia y el Tercer Reich. Su predecesor en el cargo, Pío XI, había emprendido una feroz campaña de críticas contra el régimen nazi y la persecución de los católicos, sobre todo a raíz del Anschluss, la anexión de Austria. El nuevo pontífice, el candidato favorito de las potencias fascistas, ordenó a L'Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, cesar toda reprobación al Gobierno alemán.
Pocas semanas después, Hitler convocó al príncipe Philipp von Hessen, uno de sus amigos más cercanos y yerno del rey Víctor Manuel de Italia, y le encomendó la tarea de organizar una reunión secreta con el papa. El objetivo era explorar un acuerdo de amistad y buenas relaciones entre Berlín y la Santa Sede. El primer encuentro se celebró el 11 de mayo. "Nadie sabe que estamos manteniendo esta conversación. Ni siquiera mis colaboradores más cercanos", aseguró Pío XII antes de prometer que "el pueblo alemán está unido por su amor a la Patria. Una vez que tengamos paz, los católicos serán leales, más que nadie".
Como resultado de esta primera aproximación —hubo varias más en los meses siguientes—, Hitler llamó a varios funcionarios regionales para que enviaran informes sobre la situación religiosa en sus regiones, con el fin de poder negociar sobre sus preocupaciones con el Vaticano. A partir del 25 de mayo se ordenó a la prensa alemana que cesara sus ataques al catolicismo y a sus sacerdotes en el territorio del Reich, y que se hablara bien de ellos si surgían buenas ocasiones para hacerlo. Comenzaba así una nueva etapa en las relaciones entre el régimen nacionalsocialista y la Santa Sede.
Estas reuniones entre Pío XII y el príncipe nazi han permanecido ocultas durante más de ocho décadas y solo han salido a la luz con la apertura de los archivos del controvertido pontífice en el Vaticano. Fueron eliminadas de forma sistemática en una gran compilación de documentos de la Santa Sede sobre la II Guerra Mundial. Ahora las desvela David I. Kertzer, catedrático de Ciencias sociales y profesor de Antropología y Estudios Italianos en la Universidad de Brown, en El papa en guerra (Ático de los Libros), probablemente el relato más completo, certero y actualizado del verdadero papel desempeñado por Eugenio Pacelli durante el conflicto.
Dichas conversaciones, apunta el historiador en una entrevista con este periódico, pueden considerarse un éxito desde el punto de vista de Hitler porque Pío XII siguió intimidado por el führer y evitó las críticas directas al régimen nazi. "Para la Iglesia, aunque no resultaron en ningún avance significativo, tal vez evitaron una persecución mucho mayor de los católicos", valora.
En sus conclusiones, el investigador rechaza el calificativo que se le atribuye a Pío XX como "el papa de Hitler". ¿Cuáles fueron entonces sus motivaciones para arriesgarse a pasar a la historia como un cobarde líder moral? "Son variadas —responde el autor—. Al principio, cuando los nazis arrestaron y enviaron a cientos de sacerdotes polacos a los campos de concentración, temía alienar a los católicos de Alemania, donde había estado doce años como nuncio. Cuando la victoria del Eje parecía clara, estaba ansioso por proteger a la Iglesia en una Europa dominada por Hitler. Al final de la guerra no quería a una Alemania totalmente derrotada, sino que quería que fuese un baluarte contra la expansión soviética y comunista".
Silencio con el Holocausto
La radiografía que traza Kertzer de Pío XII huye de las interpretaciones extremistas —de héroe espiritual a villano— y casa con la de un equilibrista que no quería molestar demasiado a nadie para poder cumplir su misión: la protección de los intereses institucionales de la Iglesia católica en el contexto de una guerra mundial. "Buscaba que ambos bandos salieran beneficiados, de modo que en sus declaraciones incluía frases que los periódicos de Alemania o Italia pudieran citar pareciendo que estaba a su favor, y otras que permitiesen a los Aliados demostrar que el papa estaba realmente de su parte", apunta el investigador.
La principal controversia sobre Pío XII en este periodo se ha centrado en su silencio sobre el Holocausto y en la falta de denuncias claras a los nazis por el exterminio de los judíos de toda Europa. Uno de los primeros relatos fidedignos sobre esta masacre lo recibió en octubre de 1941. Un obispo de Eslovaquia informó de que "a los judíos simplemente se los fusila (...) asesinados sistemáticamente". Al mes siguiente, el padre Pirro Scavizzi, capellán militar italiano, le detalló los horrores perpetrados en Ucrania por los alemanes. "Lo vi llorar como un niño y rezar como un santo", recordaría más tarde el sacerdote. Por esas mismas fechas, monseñor Angelo Roncalli escribió en su diario tras una audiencia con el papa: "Me ha preguntado si su silencio con respecto a las acciones de los nazis no es un error".
"El papa sabía lo que estaba pasando antes que nadie", resume el historiador, uno de los más respetados vaticanistas. "Pero eso no quiere decir que quisiera ver a todos los judíos asesinados. Simplemente no quería correr el riesgo de provocar un impacto negativo en la Iglesia haciendo algo que pudiera antagonizar públicamente con el régimen nazi y el fascista italiano". En Italia, con la inmensa mayoría de la sociedad católica, el atormentado Pío XII fue la única figura con autoridad capaz de oponerse a Mussolini. Pero tampoco se atrevió a emprender un desafío y el Vaticano encendió sus mecanismos de propaganda para crear la imagen de un campeón de la paz.
En la gran redada del gueto de Roma, el 16 de octubre de 1943, los nazis apresaron a 1.259 judíos para deportarlos. Si bien Pío XII no dijo nada públicamente para condenar esta operación, desde la secretaría del Vaticano se redactó apresuradamente una lista de los encarcelados que la Iglesia consideraba católicos —los bautizados o los hijos de los "matrimonios mixtos"— y se la entregó al embajador alemán. De esta forma lograron salvarse unos 240. "El Vaticano había estado luchando contra el régimen fascista durante años debido a las leyes raciales para garantizar que todo judío que hubiera sido bautizado escapara de la persecución", afirma Kertzer.
¿Cuál es por lo tanto el balance final? Dice el historiador que si se juzgase a Pío XII por su protección de los intereses de la Iglesia, su papado alcanzó el objetivo. En Alemania e Italia esta institución fue durante la posguerra un foco de autoridad moral y social, y los combates no afectaron a la Ciudad del Vaticano. Sin embargo, como líder moral, el diagnóstico sobre el pontífice conduce al evidente fracaso: "No le gustaba Hitler, pero se dejaba intimidar por él, al igual que por Mussolini. En un momento de gran incertidumbre, Pío XII se aferró a su determinación de no contrariar a ninguno de los dos. En el cumplimiento de este objetivo, el papa obtuvo un notable éxito".