Al terminar la ponencia no hubo aplausos. Era el 18 de febrero de 1881 y el médico cubano Juan Carlos Finlay, miembro de la delegación colonial española de Cuba y Puerto Rico, acababa de presentar su hipótesis sobre la transmisión de la fiebre amarilla en la Conferencia Sanitaria Internacional de Washington. En ella, ante la frialdad, indiferencia y escepticismo de sus conmilitones, defendió el papel de los mosquitos como vectores de la temida enfermedad que se cobraba miles de vidas en toda América y África.
Su hipótesis fue acogida en algunos casos bajo un murmullo burlesco. Juan Carlos Finlay tenía problemas de habla debido a una enfermedad que contrajo en París a los 11 años. Aquel hombre nacido en 1833 en Puerto Príncipe (actual Camagüey) hijo de un oftalmólogo escocés y de una mujer de ascendencia francesa, no se dejó amedrentar. Al poco de regresar a Cuba presentó en la Real Academia de Ciencias de La Habana a la hembra del mosquito Aedes Aegyti como agente transmisor del virus causante de las fiebres -invisible con los métodos de la época- y se dispuso a probarlo.
Entre 1881 y 1900, con ayuda del médico español Claudio Delgado Amestoy, inoculó a 104 voluntarios con formas benignas del virus y demostró que, una vez contagiados, quedaban inmunizados. Aireó sus resultados y propuso que la mejor manera para acabar con la enfermedad era exterminar a las larvas del mosquito y aislar a los enfermos. Durante 20 años fue ignorado hasta que, con Cuba bajo control estadounidense, una desesperada comisión médico-militar de EEUU llamó a su puerta dispuestos a escucharle.
"Vómito negro"
La fiebre amarilla tiene su origen en África y se exportó al continente americano gracias al tráfico de esclavos. Con un alto grado de letalidad, los infectados - normalmente, aventureros, funcionarios o soldados recién llegados- vivían un calvario de delirios, fiebres elevadas, tremendos dolores de cabeza y vómitos de color negro producidos por hemorragias internas hasta morir de algún fallo multiorgánico. En 1868, expulsada la reina Isabel II, una rebelión independentista en Cuba amenazó la precaria posición del Imperio español y obligó la movilización de miles de peninsulares al Caribe.
En los diez años que duró aquel gran despliegue, solo en La Habana llegaron a morir más de 11.950 militares tras enfermar sin siquiera disparar un tiro ni haberle visto la cara al enemigo, que en la gran mayoría de casos estaba inmunizado. Para aquel entonces, Juan Carlos Finlay, médico generalista con cierta especialización en la oftalmología, llevaba años buscando sin éxito al patógeno responsable en ciertas condiciones atmosféricas.
"En 1878 leyó la descripción de una enfermedad del trigo (la roya), que requiere para su transmisión el paso del agente patógeno por un hospedero intermediario. Esto le hizo pensar, más tarde, en la posibilidad de aplicar este esquema de transmisión a la fiebre amarilla, cuyas epidemias eran difícilmente comprensibles", explica Pedro Marino Pruna Goodgall, biólogo y autor de la biografía del médico disponible en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia.
Aquella enfermedad también asolaba las ciudades portuarias de EEUU que recibían productos cubanos convirtiéndose en un argumento imperialista sobre el "atraso" de la isla. En los últimos compases de la breve guerra que enterró al Imperio español en América y el Pacífico, el 3 de julio de 1898 se hundió la flota del almirante Pascual Cervera y Topete, destrozada por la Marina estadounidense.
La bandera de las barras y estrellas ondeó en La Habana, donde la fiebre amarilla diezmó a las nuevas fuerzas de ocupación. El médico militar William Crawford Gorgas fue nombrado jefe superior de sanidad en la capital antillana con el objetivo de erradicar la epidemia. Tras intentarlo sin éxito, sus subalternos Walter Reed y Jesse Lazear acudieron a Finlay, quien les mostró su teoría y les dio muestras de huevos del mosquito Aedes Aegyti para que comprobasen los resultados de su estudio.
Desprecio y robo
Lazear, sin apenas consultar a sus superiores, utilizó aquellos mosquitos para transmitir el patógeno a varios voluntarios. Él mismo se inoculó y terminó muriendo por el virus en septiembre de 1900. Su cuaderno de notas fue recuperado por Reed, que lo presentó a la Asociación de Salud Pública de EEUU. Allí habló de la teoría de los mosquitos de Finlay y agradeció su colaboración, aunque se dedicó a criticar los resultados obtenidos por el cubano.
Siguiendo en la línea de Finlay, Reed realizó experimentos similares. "No obstante, Redd continúo objetando la labor experimental de Finlay basándose en que el período inefectivo de la fiebre amarilla y el tiempo de incubación del germen del mosquito (descubierto en 1898 por Henry Carter) no habían sido tenidos en cuenta adecuadamente por el investigador cubano. Estudios ulteriores en la duración real de estos períodos no avalan, sin embargo, la decisión de Reed de descartar totalmente los experimentos de Finlay", explica su biógrafo.
En 1901, en tan solo 7 meses, las autoridades estadounidenses lograron exterminar la enfermedad de Cuba siguiendo las recomendaciones que llevaba años divulgando Finlay: aislar a los enfermos y acabar con las larvas de Aedes Aegyti. La fama se la llevaron Crawford Gorgas, Reed y el fallecido Lazear.
"La gloria del doctor Gorgas se consolidó cuando finalmente fue enviado a sanear el istmo de Panamá a fin de poder completar la construcción del canal que ya había costado más de 20.000 vidas y llevado a los franceses a la quiebra", explica Héctor Gómez Dantés, miembro del Instituto Nacional de Salud Pública de México, en su artículo sobre el médico publicado en la revista Salud Pública de México.
Hoy el médico da nombre al prestigioso Premio Finlay de Microbiología de la UNESCO y una estatua le recuerda en Panamá, pero en aquel momento una gran parte del crédito cayó sobre los médicos estadounidenses que le habían "corregido". En 1902, el médico escocés sir Ronald Ross ganó el Premio Nobel de Medicina debido a que descubrió en 1895 que el mosquito anófeles era el vector de la malaria. Finlay ya llevaba años hablando de los mosquitos como vectores.
Algunos miembros de la comunidad científica del momento propusieron a Finlay como candidato al Premio Nobel hasta en 7 ocasiones, entre ellos, el propio Ronald Ross. A pesar de recibir varios elogios académicos nunca ganó el Nobel de Medicina y murió en La Habana en 1915 como jefe Superior de Sanidad en una Cuba independiente.