La ensenada portuaria de la cosmopolita Sanlúcar de Barrameda presenció convulsas semanas de ajetreo de arrumbadores, palanquines, maestros artesanos, pilotos, barqueros, marineros, oficiales de la Casa de la Contratación, funcionarios del duque de Medina Sidonia, asentistas y proveedores. El apresto de la Armada de la Especiería o del Maluco, que levaría anclas el 20 de septiembre de 1519, precisaba enormes provisiones para tan inescrutable singladura.
Esta villa señorial gaditana fue principio y fin de la primera circunnavegación terrestre. La esfericidad del planeta quedaba indubitablemente probada cuando la nao Victoria del capitán Juan Sebastián Elcano embocó la broa del río Guadalquivir un 6 de septiembre de 1522. La expedición estaría formada por 245 aguerridos marineros enrolados en los buques San Antonio, Santiago, Concepción, Trinidad y Victoria bajo el mando del almirante portugués Fernando de Magallanes. Sólo retornaron 18 hombres que padecerían inhumanas calamidades y sufrimientos, pero que con su osadía cambiaron la manera de ver el mundo.
El abastecimiento de víveres y mercaderías para rescate en el muelle de las Muelas (Sevilla) y, posteriormente, en el puerto de Zanfanejos o Bonanza (Sanlúcar de Barrameda) constituyó el mayor desafío logístico para la expedición magallánica. Surcar las procelosas y desconocidas aguas oceánicas y arribar a islas y costas ignotas reclamaba una completa dotación de recursos que dependía de la capacidad de carga de estos navíos.
La Armada estuvo fondeada en el puerto sanluqueño 41 días frente al castillo de Santiago, "haciendo aguada, llenando sus bodegas de alimentos frescos, leña para el fogón y vino y vinagre", según relata Guadalupe Fernández Morente, doctora de la Universidad de Sevilla, en su tesis Principio y fin de la Armada de la Especiería (2021). Explica que las mercancías podían utilizarse como moneda de cambio o género de canje durante esta odisea marítima.
Y el factor de la Casa de Contratación. Juan de Aranda, proveyó gran parte de este preciado arrumaje: azogue, bermellón, alumbre, piezas de paños de colores, azafrán, piezas de veintenes (plateado, colorado y amarillo), grana de Valencia, marfil, bonetes sencillos colorados, anzuelos, peines, cobre en pasta, mazos amarillos, mazos de matamundo amarillos, manillas de latón y de cobre, bacías, cascabeles, cuchillos de Alemania de los peores, piezas de bocacines con varios tintes, tijeras, espejos, plomo, cristales de colores y piezas terciopelos de distintas coloraciones.
Las vituallas que bastimentaron a la flota observaban una exhaustiva normativa y de su correcta conservación dependía el éxito o el fracaso de la empresa. Ante esta contingencia, fueron revisadas concienzudamente por los oficiales de la Casa de la Contratación en Sanlúcar de Barrameda a donde llegaban traíllas de recuas, porteando géneros desde diferentes enclaves de la Monarquía Hispánica. Las viandas primordiales de la despensa fueron el vino del Marco de Jerez, agua potable y bizcocho de pan horneado de Sevilla, que fueron envasados en odres, barricas, pipas, botas y toneles. Se almacenaban en los lugares más frescos de las bodegas de los barcos, "para lograr la mayor perdurabilidad posible", afirma Fernández.
Dentro de los toneles y de las botijas de barro acopiaron harina, arroz de los humedales del valle Guadalquivir, miel de Santa Olalla, garbanzos, lentejas y habas. Completaban el cargamento productos tan dispares como el aceite de oliva, vinagre de Moguer, tocino seco añejo, ajos, cebollas, quesos de las comarcas serranas de Cádiz o Málaga, almendras con casco de Huelva, anchovas, alvarinos secos, cazones y sardinas pescadas por marineros de los puertos de Cádiz, Sanlúcar, Huelva o Ayamonte, boquerones en salazón de Málaga, dentudos, cornudillos, bastina seca por pescado, pescado seco y bastina, sardina blanca para pesquería, uvas pasas de sol y lejía de Málaga, ciruelas, higo seco, azúcar, carne de membrillo, alcaparras, sal y mostaza.
También fletaron animales vivos para la dieta viva como seis vacas de Sanlúcar de Barrameda, tres cerdos, gallinas, etcétera, junto con el grano, cáscara de cereales desmenuzada o salvado, hierba fresca y paja para su manutención.
Por otro lado, la profesora de la Universidad de Valladolid, Beatriz Sanz Alonso, asegura en su artículo El aprovisionamiento y la salida de la expedición que en la dotación de pertrechos de los cinco navíos intervino una legión de artesanos, oficiales y aprendices de variopintos oficios gremiales. Relacionados con las fibras textiles, además de las jarcias y cabuyería, negociaron y labraron 223.000 kilos de cáñamo para cables, ayustes, orinques, sacos para portar el bizcocho, hilo para coser las piezas de lona de las velas, ovillos para las ballestas, sacos para el servicio de las naos y para la arena...
A tenor de sus recientes investigaciones, fueron los cordoneros quienes labraron estas jarcias; los maestros veleros las tejían y muchas mujeres las cardaban, hilaban y ovillaban. Los esparteros confeccionaron los estrenques, orinques, trallas, esteras y espuertas para el servicio de las embarcaciones y para extraer bizcocho de los pañoles, así como serones donde estaban depositadas las armas. Los mimbreros sajaron las liazas de mimbre para forrar las vasijas y los algodoneros fabricaron varas de mechas para armamento y de pabilo para las candelas.
Sanz Alonso comenta que desde Vizcaya transportaron pólvora embarrilada, armas (versos, falcones, lombardas gruesas y pasamuros), rodelas, pelotas de plomo para artillería y espingardas, dados, vasijas metalíferas de licor, escudillas, tajadores y morteros. Herreros de Andalucía moldearon gran variedad de cuchillos, azadas y azadones, barras y barrenas, cucharas, anclas, martillos, candados para los despenseros, grilletes, candelabros, velas de hierro, tenazas, faroles, gavietes, ganchos de batel y poleas.
Los plomeros elaboraron los granos de espingarda y pelotas de plomo. Los caldereros, ollas de cobre, calderos, hornos y embudos. Los curtidores, zurrones, manguetas y cueros para las chapas de las bombas de achique. También embarcaron medicinas, ungüentos, aceites y aguas destiladas que despacharon los boticarios. Los pescadores manufacturaron aparejos como chinchorros, anzuelos de cadena, corchos y arpones. Los fuelleros aventadores para las fraguas. Los carboneros aportaron carbón vegetal y los cereros entregaron velas ceremoniales y de sebo junto a cerote para embetunar el hilo de las velas. Incluso subieron a bordo el ornamento para oficiar misa con todo su aderezo.
Esta fugaz mirada a la gestión de los medios materiales permite dimensionar la gesta de la primera globalización encarnada en un puñado de temerarios marineros que no se amedrentaron ante la zozobra del hambre, la sed y, finalmente, la muerte.