Durante la batalla naval de Vélez-Málaga, el 24 de agosto de 1704, una bala procedente de la escuadra angloholandesa impactó con la borda del navío Foudroyant, el buque insignia de la flota aliada francoespañola, y arrolló a los guardiamarinas que estaban en el puente junto al comandante. Cuatro de ellos murieron en el acto; otro recibió un golpe directo en el pie y la pantorrilla izquierda, que quedaron seriamente destrozados. El herido era un joven de 15 años llamado Blas de Lezo, al que le hicieron apresuradamente un torniquete con una camisa y bajaron a la enfermería.
Ese lance sirvió como prólogo de la leyenda de coraje y resiliencia del "medio hombre" tuerto, cojo y manco, de uno de los marinos y militares españoles más singulares y admirados del siglo XVIII. En el combés del buque francés, y consciente en todo momento, mordiendo un trozo de cuero, se le amputó la pierna con una sierra de arco. Su conducta durante la batalla naval reportó al guipuzcoano el ascenso a alférez y la recomendación para ocupar un puesto en la corte de Felipe V. Sin embargo, rechazó este retiro dorado y a los pocos meses del accidente solicitó su incorporación activa a la Marina.
No es en absoluto desconocido este episodio de la biografía de Blas de Lezo, pero nunca lo habíamos visto. Y mucho menos con tanta crudeza como nos lo muestra Jordi Bru, fotógrafo dedicado a la recreación de ejércitos y batallas históricas:
Esta impresionante estampa es una de las 28 composiciones fotográficas que conforman La Armada Real (Desperta Ferro), un espectacular volumen que reconstruye desde dentro, en primera persona, la edad de oro, el siglo XVIII, de la Marina de guerra española. Bru, mano a mano con el historiador Rafael Torres, transporta al lector a todos los escenarios que explican cómo esa nueva Armada borbónica se convirtió en la segunda flota más importante del mundo: los bosques de Burgos de donde se extraía la madera para hacer tablas y palos para construir los buques, los astilleros donde se armaban, los puertos desde donde zarpaban, el fragor de los combates navales o la apretada y penosa vida a bordo.
Dice Bru, al otro lado del teléfono, que este proyecto ha sido "un reto en toda regla", mucho más ambicioso que sus trabajos previos —Los Tercios (2020) y Soldados (2022)—. El resultado es un libro pionero con recreaciones fotográficas que, por primera vez en todo el mundo, se cuela en el pasado y lo rescata con un realismo sobrecogedor, se mete de lleno en la historia de un siglo entero de una Armada y sus protagonistas. "No se ha hecho nada así en otro lado ni con fotografías, ni con pinturas, ni con artistas digitales", asegura el fotoperiodista.
El guante se lo lanzó el propio Rafael Torres durante la presentación de una de sus obras de composiciones históricas. "¿Para cuándo un libro como este, pero de la Armada?", preguntó el catedrático. Bru contestó en ese momento que era imposible: no había en España grupos de recreación en torno a la Marina de guerra y muy pocos busques de época. Pero a la mañana siguiente, tras hacer unas pruebas en el ordenador, cambió de opinión. "A un navarro no hay que decirle que una cosa no se puede hacer", bromea el fotógrafo.
Buques reales y maquetas
El objetivo del proyecto estaba claro: describir cómo se logró crear una nueva y poderosa Armada Real. "No se trata simplemente de la historia de individuos heroicos en la acción militar y en el trabajo cotidiano, sino más bien de una sociedad que encontró en la construcción de un complejo sistema naval oportunidades desconocidas para crecer", explica Torres —para quien se quede con ganas de más chicha histórica, que acuda a su monumental Historia de un triunfo (2021, también en Desperta Ferro)—. Pero Bru apenas tenía fotografías de producción propia, el único material con el que trabaja, para embarcarse en esta aventura.
"He tenido que crear todo visualmente desde cero", reconoce. Y eso se traduce en miles de kilómetros: viajes a un festival marítimo que se celebra en Ruan, a Barcelona, Portsmouth o Bayona para capturar imágenes de algunos barcos míticos como la fragata sueca Götheborg, los interiores del HSM Victory, el buque insignia del almirante Nelson, o la impresionante L'Herminone; o a los museos navales de Madrid y Cartagena, donde se conserva una extraordinaria colección de maquetas, que en sus composiciones resultan difíciles de discernir.
También faltaba el elemento humano, uno de los ingredientes clave de las obras del fotógrafo. "Sin los grupos de recreación histórica de distintas partes de España que han posado desinteresadamente esto habría sido imposible", reconoce. Los protagonistas de la operación de Blas de Lezo pertenecen, por ejemplo, al grupo Voluntarios de Madrid. El cirujano, que se llama Manuel Abradelo, es de hecho cirujano en la vida real. Para recrear un combate "a toca penoles", desde las cofas de los mástiles, Bru llamó a los militares del Regimiento de Infantería "Tercio Viejo de Sicilia" Nº 67, asentado en San Sebastián, donde vive, y con apenas un uniforme y un fusil los ha convertido en miembros del Regimiento de África, precisamente el antecesor de la unidad moderna. Un guiño sensacional.
"Incluso hemos tenido que vestir a gente solo para posar de náufragos", añade sobre la foto de portada del libro, la que ilustra este artículo y la que más le ha costado armar. "Normalmente busco paisajes que me sirvan para cada época que retrato y cada hito histórico, pero aquí necesitaba el mar, olas, aguas embravecidas... Por suerte vivo a 300 metros de la playa". El trabajo de Bru es un encaje de bolillos, un puzle al que ir añadiendo piezas, pero siempre respaldado por una exhaustiva investigación histórica.
"En la imagen de 'El privilegio del mando' Rafael me hizo quitar un gorro de oficial que estaba sobre la mesa porque descubrió un reglamento por el cual estaba totalmente prohibido poner los sombreros encima de la mesa. En esta fotografía se puede identificar el rango de cada personaje por las líneas de los uniformes o los botones de las mangas... Ese es su nivel de precisión histórica", relata el autor. "También he tenido que quitar una cadena que iba desde el ancla hasta el barco porque en la época todo era soga, o incluso me pedía que le pusiese más corta la casaca a un artillero naval...". Una apasionante singladura para revivir lo que habría sentido un marino de la Armada española en su edad de oro.