Al término de la guerra de Granada, los objetivos principales de Fernando el Católico parecían enfocados a consolidar la dinastía en Aragón y las operaciones en el Mediterráneo, pero junto a la reina Isabel de Castilla decidió entonces amparar y financiar el proyecto de Cristóbal Colón de navegar hacia Poniente en busca de las Indias y sus riquezas. "Hasta para un imaginativo político como él, parece ir demasiado lejos impulsar una aventura tan inconsistente y, técnicamente dudosa, como la que le planteó un genovés errante que no había conseguido atraer la atención portuguesa", valora el historiador José Ángel Sesma Muñoz en su biografía sobre el soberano.
Bien fuese por el rechazo de la empresa exploratoria manifestado por los rivales lusos o por la amenaza de que el almirante vendiese su plan a Francia o Inglaterra, lo cierto que en el momento de euforia por el triunfo militar los Reyes Católicos dieron luz verde al viaje. Colón usó una serie de artimañas místico-económicas para seducir a los monarcas, entre las que sobresalió la de dedicar cualquier beneficio para organizar una nueva cruzada: la conquista de Jerusalén.
Así lo manifestó más tarde el propio navegante genovés en su Diario del Descubrimiento: "y dize qu'espera en Dios que a la vuelta que él entendía hazer de Castilla, había de hallar un tonel de oro [...] y que habían hallado la mina de oro y la especiería y aquello en tanta cantidad que los reyes antes de tres años emprendiesen y adereçasen para ir a conquistar la Casa Santa, que así (dize él) protesté a Vuestras altezas que toda la ganancia d'esta mi empresa se gastase en la conquista de Hierusalem (sic)".
El ambicioso genovés llevaba desde principios de la década de 1480 rondado la corte de Isabel y Fernando y explicando su proyecto atlántico. Era consciente, escribe el historiador Fernando Cervantes en Conquistadores (Turner), que a los monarcas de Castilla y Aragón "la exploración per se les parecía muy bien, pero lo que de verdad necesitaban era dinero: el acceso a los lucrativos mercados de Asia, ricos en oro y especias".
La conquista del reino nazarí de Granada, certificada el 2 de enero de 1492, no solo hizo más acuciante esta exigencia de recursos; también, al culminar varios siglos de lucha, convenció a estos reinos peninsulares que les había sido encomendada la misión divina de proteger la cristiandad de la amenaza islámica.
El comercio y Dios discurrían por el mismo sendero, sobre todo en la mente de Fernando el Católico: ferviente devoto, como cualquier gobernante de la época, soñaba con conquistar Jerusalén. No era una aspiración absurda, pues había heredado el legítimo derecho al título de rey de Jerusalén después de que su abuelo, Alfonso V el Magnánimo, conquistara Nápoles, corona que recibía los tributos de la ciudad santa, en 1443. Para más enredo, un humanista aragonés del siglo XIII había pronosticado que los reyes de Aragón estaban destinados a tomar por la fuerza la mítica plaza.
Como avezado aventurero, Cristóbal Colón logró recabar el apoyo de influyentes grupos de intermediarios reales y financieros, muchos de ellos compatriotas, para izar las velas de sus carabelas. Y tentó especialmente a Fernando el Católico con dicho caramelo: "El proyecto podía incluir planes para regresar a España a través de Jerusalén, abriendo así una ruta de ataque por la retaguardia", explica Cervantes, profesor de la Universidad de Bristol especializado en la América de la Edad Moderna. "Desde esta perspectiva, Colón planteó el ansiado apoyo de Isabel y Fernando a su proyecto como un acto de gratitud a Dios por la victoria de Granada".
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El acuerdo final entre los soberanos y el navegante quedó reflejado en las Capitulaciones de Santa Fe, que incluían una serie de sorprendentes reconocimientos para Colón en el hipotético caso del éxito de su viaje: el título de almirante con carácter vitalicio y transmisión hereditaria, se le nombraba virrey y gobernador general de cualquier territorio descubierto y le correspondería una décima parte de todas las riquezas o mercancías que se obtuvieran, además del derecho a ejercer jurisdicción en las querellas originadas por la explotación comercial y el privilegio para participar con una octava parte en todas las empresas mercantiles que negociasen con las nuevas tierras.
Para resolver el complicado tema de la financiación, se optó por la contratación de un servicio avalado por la monarquía, pero que era costeado por particulares con los que los Reyes Católicos tenían sus propios convenios y ajustes. En concreto, los dos millones de maravedíes de la expedición los aportaron empresarios y financieros del reino de Aragón. "El hecho de que en última instancia, incluida la fórmula de financiación, recayese en los funcionarios aragoneses, pudo deberse a que fue este quien cerró la negociación de Estado con el almirante y por estar ellos menos expuestos a las injerencias portuguesas", concluye Sesma Muñoz. La cruzada de Colón fracasó porque no llegó a las Indias zarpando hacia el oeste, sino que descubrió otro continente.