Cuando el equipo de arqueólogos españoles dirigidos Carmen Pérez Die, doctora en Historia Antigua por la Universidad Complutense y directora de la misión arqueológica, aterrizaron en la región en 1984, en lugar de un denso e infinito mar de dunas les recibió un refrescante océano verde a la sombra de las palmeras. Estaban en la orilla occidental del Nilo, entre este río y el oasis de Fayum.
Bajo el sol africano la tierra rebosaba de la vida que brotaba de entre su limo, extremadamente fértil para los cultivos que alimentan y alimentaron Egipto. Estaban a 130 kilómetros al sur de El Cairo, en un punto muy concreto en el curso del inmenso Nilo que controlaba el paso hacia el Mediterráneo y las rutas de caravanas cargadas de productos.
Los egipcios llamaban a la ciudad Nen-Nensu, pero es más conocida con el nombre que le pusieron los griegos: Heracleópolis Magna. Con más de 10.000 metros cuadrados; su periodo de máximo apogeo ocurrió en torno a 2160 a.C., cuando las primeras dinastías de los faraones del Reino Antiguo colapsaron. Era el Primer periodo intermedio y el hambre se adueñó del país mientras el comercio se interrumpía. Aprovechando el caos, un gobernador provincial llamado Khety se trasladó a Heracleópolis y se proclamó faraón. Acababa de fundar la Dinastía IX. Durante siglo y medio, esta inmensa ciudad se convirtió en la capital del Antiguo Egipto.
Las necrópolis
Cuando la Misión Arqueológica Española en Heracleópolis Magna llegó a la zona en 1984 apenas se sabía nada de la ciudad, tal y como ha recordado Carmen Pérez Die en una conferencia celebrada la semana pasada en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) para conmemorar los 40 años de estudio de la ciudad.
Sus misterios siguen siendo muchos, pero gracias a la arqueología se ha podido escribir la historia de este yacimiento sumido en el olvido. Lo primero que se conoció fue una necrópolis sin cadáveres que fue reutilizada numerosas veces hasta que fue destruida de forma intencionada por motivos desconocidos. Muchos de los fragmentos arquitectónicos aparecieron esparcidos y quemados y aún siguen siendo estudiados en los fondos del MAN, que conserva más de 3.000 piezas egipcias de las excavaciones de Heracleópolis.
Estaba compuesta por varias mastabas que contaban con una pequeña capilla para realizar ofrendas, un pozo y cámaras funerarias. Estas reducidas tumbas protegían a un nivel mágico a los difuntos. Todo el entorno está plagado de simbolismo, especialmente llamativas son sus falsas puertas, destinadas a separar el mundo de los vivos y de los muertos.
En ellas, los sacerdotes inscribían los nombres de los difuntos. Contaban con una serie de "ojos" para que el fallecido pudiera observar el mundo de los vivos y cruzarlo a voluntad para recibir ofrendas. Se han encontrado hasta un total de 35 falsas puertas donde aparecen sus títulos, lo cual es importantísimo ya que "nos permiten conocer a la sociedad heracleopolitana de esta época", explica Pérez Die.
Egipto volvió a dividirse mil años después de la destrucción de esta primera necrópolis. Los masawes, una tribu libia, se hicieron con la ciudad, que pasó a estar muy fortificada al ejercer de frontera entre los soberanos del norte en Tinis y la teocracia de Amón que gobernaba el sur desde Tebas.
En el segundo cementerio del yacimiento, datado en el Tercer periodo intermedio (1070-650 a.C.), se mezclaban sumos sacerdotes, generales, príncipes, altos funcionarios... Todos con un ajuar inmenso: vasos canopos, joyas, collares de oro y lapislázuli, ofrendas, amuletos y cientos de ushebtis, pequeñas figurillas que debían servir al difunto en el más allá.
"Hemos podido establecer una vinculación entre los sacerdotes heracleopolitanos, los sumos sacerdotes del sur y los reyes tanitas al norte. Esto quiere decir que en este momento es una gran capital y ambos reinos quieren controlarla a través de una política feudal, casando a sus hijos con los señores de la ciudad", detalla Pérez Die.
Esta ciudad de templos abovedados, grandes habitaciones de piedra con techos estrellados y pesados sarcófagos se reformó y remodeló cientos de veces. Soberanos posteriores reutilizaron sus tumbas, grabaron sus nombres sobre las estatuas y, más tarde, fue conquistada por la población local. Entre los miembros de la élite terminaron mezclándose más de mil cadáveres del pueblo llano, amontonados unos encima de otros.
El dios que pudo reinar
Más de mil años antes de esta política de alianzas, durante el Reino Medio, hacia finales del III milenio a.C., el faraón de Tebas Mentuhotep II soñaba con volver a unificar Egipto. Lo consiguió a sangre y fuego. Los sacerdotes tebanos, con la cabeza rapada y cubiertos de pieles de leopardo, se dirigieron hacia Amón, el dios creador, conocido también como "El Oculto". Los enemigos del faraón eran muchos y sus dioses poderosos, especialmente el de Heracleópolis: Herishef.
Continúa siendo uno de los dioses más desconocidos de Egipto. Se representaba con la cabeza de un carnero y se consideraba nacido de las aguas primordiales. Entre sus títulos figuran "el que habita en el lago" o "el señor del temor". Algunas versiones afirmaban que sujetaba uno de los pilares del cielo. Finalmente, Tebas triunfó, depuso a los reyes de Heracleópolis y unificó de nuevo el país del Nilo. Una hipótesis apunta a que fue en esta cruenta guerra cuando se destruyó la primera necrópolis.
Amón había triunfado y su culto se convirtió en uno de los más importantes mientras Herishef, respetado, no disfrutó de la misma fama. Este no fue el fin de la ciudad: cuando los griegos y macedonios de Alejandro Magno conquistaron Egipto a los persas casi 2.000 años después seguía siendo un núcleo de primer orden. Es a ellos a los que debe el nombre por el que se la conoce más comúnmente al asimilar su culto con Hércules, al que llamaban Heracles.
["Revolucionario" hallazgo español del Antiguo Egipto: tumbas únicas y momias con máscaras]
Lo último que han descubierto los arqueólogos españoles es el inmenso templo dedicado a Herishef, que aún está siendo investigado. Orientado hacia la estrella canopo, la segunda más brillante del firmamento, se alinea con la necrópolis que fue incendiada por los tebanos.
La labor arqueológica ha sido inmensa en estos cuarenta años. Mirando al pasado, la directora de las excavaciones se siente satisfecha con el trabajo realizado, aunque reconoce que aún queda mucho que estudiar: "La investigación española actual en Egiptología es sobre todo ciencia, cooperación, conservación dotación patrimonial (...). Con este proyecto hemos querido rescatar el olvido de los siglos, recuperar el recuerdo de las personas y desearíamos haber cumplido con el objetivo que nos trazamos: partir a la búsqueda del tiempo perdido, llegar a la meta del tiempo recobrado".