Resguardada desde el norte por un acantilado de 70 metros de altura, el río Zadorra abraza la colina sobre la que se asentó la población que controló el paso hacia la llanura alavesa y el valle del Ebro. Dos puentes de época romana aún continúan en pie. Un ara dedicada a la "res publicae veleiana" desveló la identidad de la ciudad. En aquel descampado, conocido como Iruña en la Edad Media, yace la ciudad de Veleia, a la que el historiador y militar romano Plinio el Viejo denominó como la más destacada de los caristios.
A poco más de diez kilómetros de la actual ciudad vasca de Vitoria-Gasteiz y en el actual municipio de Iruña de Oca, hace más de 3.000 años se levantó un pujante oppidum caristio que comenzó a romanizarse poco a poco, hasta que en el siglo I de la era común se insertó de pleno en la Hispania romana. Bajo la jurisdicción de Clunia, el emperador Vespasiano les permitió regirse por el derecho latino y comenzó a ocupar una gran parte de la colina hasta alcanzar 126 hectáreas de extensión.
En el siglo XIX el ilustre político y académico Ricardo Becerro Bengoa paseó por la colina y retrató los restos de una pequeña iglesia gótica de la Orden de San Juan que hoy se ha fusionado con la maleza y es casi imperceptible. Antes de que los caballeros de Malta edificasen en el siglo XIII un priorato sobre la ciudad muerta, una inmensa franja dio vida a la ciudad romana de Iruña-Veleia.
Comercio y riqueza
Acosados por el polvo del camino, los mercaderes y viajeros que atravesaban la calzada Iter XXXIV, que comunicaba todo el norte de Hispania con la Galia, se encontrarían de frente con el bullicioso y caótico macellum (mercado) de Veleia, siempre abastecido por la potencia cerealística de la región y por una generosa cantidad de pescados y moluscos traídos desde la costa cantábrica.
De su esplendor en la época alto imperial data la misteriosa dama de Iruña, una rica estatua elaborada con mármol de las canteras de Carrara encontrada en 1845 por un humilde labriego. A pesar de las numerosas investigaciones, su identidad sigue en el anonimato al no encontrarse su cabeza, pero según los últimos estudios podría ser la representación de una emperatriz.
"La estatua icónica de Iruña debió de exhibirse en un lugar público importante destinado a la autorrepresentación y propaganda, como sucede con otras copias y variantes señaladas aparecidas en ninfeos, termas o foros. Un posible espacio podría haber sido el macellum", informa en un estudio Fabiola Salcedo Garcés, profesora de Arqueología en la Universidad Complutense de Madrid.
Las ciudades romanas estaban gobernadas por una élite local que tenía acceso a las magistraturas y vivía en suntuosas viviendas. Esta población no sería una excepción, tal y como muestran las dos impresionantes domus decoradas con ricos mosaicos de motivos florales y geométricos. Pero este periodo de relativa abundancia no duró para siempre.
Muralla y olvido
A pesar de su envidiable posición, la ciudad comenzó a languidecer entre los siglos III y IV d.C. El mercado comenzó a desmoronarse al estar medio abandonado, hasta que un devastador incendio terminó por destruirlo poco que quedaba de él. Lejos quedaban ya los tiempos felices en los que Hispania estaba en paz. El Imperio convulsionaba y decenas de ciudades desaparecieron. La sombra de la guerra civil planeaba sobre Roma, la inflación devoraba la economía y el limes del Rin y el Danubio, aunque tranquilos, podían estallar en cualquier momento.
Ante esta inseguridad, las autoridades decidieron proteger el enclave de Iruña-Veleia, cada vez más alicaída. Se asentó en ella un destacamento de la Cohorte I Gallica y, aprovechando los edificios en ruinas, levantaron una imponente muralla que asfixió la ciudad y la redujo a 12 hectáreas, suficientes para albergar a su menguante población.
Algunos de sus habitantes se aventuraron a vivir extramuros, tal como demuestran algunas construcciones semirrupestres adosadas a la misma. Este punto ha sido uno de los focos sobre el que han girado las últimas investigaciones sobre este yacimiento que aún tiene mucho que contar.
La cisterna que les abastecía de agua siguió funcionando hasta el final, al contrario que los desagües y alcantarillado que, una vez colapsaron, no se repararon. El templo de la ciudad, situado en una plaza destacada que debió estar repleta de vida, terminó por integrarse dentro de la muralla, convirtiéndose en una de sus 16 torres defensivas. En sus estertores finales, la ciudad se blindaba.
[La ciudad ibero-romana de Sevilla que colapsó por un terremoto: esconde un santuario excepcional]
Aún no se ha podido localizar la necrópolis de Veleia, pero en estos momentos de transición a la Edad Media comienzan a aparecer algunos enterramientos en el mercado datados sobre el siglo V d.C. Con las invasiones bárbaras y la caída de Roma como telón de fondo, la ciudad se perdió en la historia. Ya completamente abandonada no llamó el interés de los invasores vándalos, suevos o alanos cuando cruzaron los Pirineos.
Falsificación de pruebas
El antiguo director de Iruña-Veleia, Eliseo Gil, publicó en 2006 un hallazgo excepcional que pretendía cambiar la historia del cristianismo y el euskera a través de 476 piezas de los siglos III, IV y V d.C. que fueron manipuladas con un punzón durante su estudio.
Entre las inscripciones fake se encontraban frases y nombres en latín, algunos jeroglíficos egipcios, motivos cristianos y palabras en euskera. Debido a una serie de incongruencias, como la aparición de "Júpiter" con la letra J -en latín se escribía Iupiter-, saltó la alarma. Otra de las inscripciones que levantó sospechas fue un dibujo que mostraba a Jesús crucificado en el Calvario bajo la leyenda RIP, siglas en latín para "descansa en paz", lo que sería toda una "herejía", como afirmó Martín Almagro, profesor de Prehistoria y uno de los miembros del gabinete de expertos que analizó el caso.
En junio de 2020, el Juzgado de lo Penal número 1 de Vitoria resolvió condenar a Eliseo Gil a dos años y tres meses de cárcel por los delitos continuados de falsedad documental y estafa en concurso con una falta continuada contra el patrimonio histórico-cultural.
Pero Gil no actuó en solitario. Óscar Escribano, uno de sus colaboradores, fue condenado a un año de cárcel después de reconocer que había manipulado una pieza con un punzón a modo de "broma".
Rubén Cerdán, un supuesto físico nuclear, también fue condenado a un año y tres meses de cárcel por un delito continuado de estafa junto a otro de falsedad documental. Este último, junto con el exdirector del yacimiento, tuvieron que pagar 12.490 euros a la Diputación foral de Álava.