"Están tocando la historia", dice Agustín Guimerá rodeando una maqueta del Santa Ana, un navío de tres puentes de 112 cañones —"son los portaaviones de hoy en día", resume—, fuerte y grande pero maniobrable como una fragata, que integró la serie más poderosa y moderna de la Armada española de todo el siglo XVIII. El 21 de octubre de 1805, durante la batalla de Trafalgar, el Royal Sovereing del vicealmirante Cuthbert Collingwood cortó la línea aliada por su popa, lanzando una descarga tan terrible que hizo que las bolas de cañón saliesen por la proa, matando a todo el que estuviese en medio. Pero apenas se puso a su costado, el buque español respondió con una tremenda andanada cuya potencia hizo escorar visiblemente al gran enemigo británico, que descubrió incluso dos hileras de tablones de su obra viva.
"Están tocando la historia", repite el historiador al señalar, camuflado en una esquina del Museo Naval de Madrid, lo que queda del palo mayor del Santa Ana, que se habría extendido unos 45 metros, el doble de lo que alcanza el techo. Tras dos horas de combate a toca penoles con el navío británico, quedó desarbolado. Si bien sobrevivió batiéndose con arrojo al último gran enfrentamiento entre marinas europeas en la era de la navegación de la vela, su final fue penoso: se hundió en el fango del arsenal de La Habana. Su historia encarna a la perfección el resurgir y la caída de la Armada española de esta época.
Agustín Guimerá, investigador del Instituto de Historia del CSIC y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, es el editor y autor de un par de los capítulos que engrosan Trafalgar. Una derrota gloriosa (Desperta Ferro), un volumen fundamental para el estudio de la icónica batalla que confirmó la superioridad de la Royal Navy en los mares. Porque cuando parece que no queda nada ya por contarse de dicho episodio, este libro, elaborado por historiadores españoles, franceses y británicos, constituye el primer esfuerzo europeo y completo, alejado de las visiones parciales, de divulgar al gran público los resultados de los trabajos de las tres academias.
"Hay que acabar con el mito: sí hubo una gran resistencia, que llegó hasta el límite, de los navíos españoles y franceses contra la escuadra de Nelson", zanja el historiador. El Redoutable, de solo dos puentes y 74 cañones, en teoría no era rival para el Victory del más grande de los almirantes británicos, pero logró frenarlo, y en esa lucha el propio Nelson fue herido de muerte por un disparo de fusil cuando paseaba por el alcázar de su buque. "Lucharon más de lo que esperaban los británicos", añade.
Trafalgar se enmarca en una especie de juego del gato y el ratón en el que incurrieron ambas escuadras en relación con los planes irrealizables de Napoleón Bonaparte de invadir Inglaterra. La flota aliada estaba fondeada en Cádiz después de la derrota en la batalla de Finisterre, el 22 de julio de 1805, y su nuevo cometido consistía en operar en el Mediterráneo occidental. Pero el almirante Pierre-Charles de Villeneuve, incapaz y desfasado, en un intento desesperado de ganarse de nuevo la gracia del primer cónsul —su relevo ya estaba en camino—, confió en lograr un triunfo que de antemano se asumía imposible por la superioridad artillera y táctica de los británicos.
"Era un combate que se podía haber evitado perfectamente", apunta Guimerá. "Villeneuve, Decrès [el ministro de Marina de Francia] y Napoleón, que era un ignorante en la guerra naval y pensaba que los barcos se podían mover como hacía con sus tropas en el campo de batalla de Austerlitz, fueron los principales responsables de Trafalgar, además de Godoy", continúa. Por si fuera poco, el almirante galo incurrió en una maniobra —ordenó virar en redondo— momentos antes de estallar el combate que sembró el caos en la formación aliada y provocó un apelotonamiento de navíos. "Fue brindarle la victoria a Nelson en bandeja de plata antes de que sonase el primer cañonazo del combate".
El libro ofrece tres narraciones diferentes del combate, que duró algo más de cinco horas, desde los puntos de vista de cada uno de los países implicados. Agustín R. Rodríguez González, especialista en historia naval española, dice que una narración objetiva y precisa de lo que en realidad ocurrió es algo extraordinariamente difícil por culpa de las discrepancias en los registros y las leyendas patrias.
Trafalgar, en números
De los 33 navíos que integraban la escuadra aliada, solo se salvaron diez. Doce fueron apresados por el enemigo, de los cuales ocho naufragaron bajo su control. Otros seis se fueron a pique los días posteriores a causa del temporal y el Achille explotó en combate matando a toda su tripulación. La división de cuatro buques del almirante galo Dumanoir fue capturada el 4 noviembre en la batalla del cabo Ortegal. En cuanto al número de bajas, los franceses fueron los peor parados, con 3.701 muertos y 1.556 heridos. Los españoles contabilizaron 1.256 y 1.241 y los ingleses, que desplegaron 33, navíos, 458 y 1.241.
Al amanecer del 23 de octubre, cuando parecía que remitía el fuerte temporal del día anterior, se hicieron a la vela siete navíos aliados en un contraataque que buscaba rescatar los buques apresados o auxiliar a los desmantelados que se encontraban a la vista. Ante esta salida sorpresiva, el vicealmirante Collingwood formó una línea de batalla entre sus presas y el enemigo. "No hubo intercambio de cañonazos, pero fue un suceso absolutamente extraordinario salir a enfrentarse otra vez a un enemigo que les había vencido de forma clamorosa; eso nunca se había visto en la historia naval", subraya Agustín Guimerá.
El artífice de la "hazaña" fue Antonio de Escaño, el oficial de mayor graduación en esos momentos. Este personaje, que fue ministro de Marina y formaría parte del Consejo de Regencia durante la Guerra de la Independencia —el Museo Naval le dedicará unas jornadas del 23 al 25 de octubre—, escribió un plan de reforma de la Marina en 1807, donde afirmaba: "Por más que sufra el noble orgullo militar, por más que nos cueste el conceder la superioridad a nuestros competidores, es preciso confesar que los ingleses son los maestros de la mar en todos sus ramos y de todas maneras, y que cuanto se trata de asuntos de marina no debe hacerse otra cosa que imitarlos".
Uno de los episodios más famosos del combate es la pericia y determinación de Cosme Damián Churruca, comandante del San Juan Nepomuceno, que apuntó y disparó por sí mismo alguna pieza de artillería en su desesperada lucha contra varios navíos enemigos, hasta ser herido de muerte. El teniente Federico Gravina, aunque herido, fue el único de los mandos principales de ambas escuadras que arbolaba su insignia en su buque al final del combate —Nelson estaba muerto, Collingwood había sido transbordado a una fragata y Villeneuve prisionero—.
En el Museo Naval se conserva un lienzo, La Santísima Trinidad, que colgaba en la cámara de popa del Santísima Trinidad, el único cuatro puentes del mundo, que fue apresado y conducido a Gibraltar. Hoy todavía muestra el agujero provocado por un impacto de una bala de mosquete. Lo curioso es que fue enviado por Collingwood a su comandante, Francisco Javier de Uriarte. "El británico tuvo un trato exquisito con los españoles", recuerda Guimerá, enfatizando en la dimensión humanitaria y diplomática de Trafalgar. "Se interesó por las heridas de Gravina y mandó barcazas a salvar a las tripulaciones de algunos navíos antes de hundirlos. Este comportamiento le sirvió tres años más tarde, en la Guerra de la Independencia, para ser recibido en Cádiz como un salvador".
En el libro colectivo se relatan múltiples episodios de cómo el pueblo gaditano hizo lo imposible por rescatar a los náufragos. Por ejemplo, un grupo de 17 franceses que no podían alcanzar la costa en Sancti Petri por culpa del oleaje, fueron sacados gracias a que la gente se metió en el agua agarrados unos a otros, formando una columna humana. En el caso del navío español Neptuno, se tiró un cerdo vivo al agua, que nadó a tierra con un cable ligero amarrado a su pernera, y que sirvió a su vez para tirar otra balsa con la que se salvaron muchos hombres.
"Trafalgar es una historia de heroísmo que esconde un ejemplo de liderazgo en un momento que nos hace falta, de gran profesionalidad por todos (españoles, británicos y franceses), un combate que nunca debió haber existido, pero que confirmó la superioridad de la Royal Navy, aunque no consiguió doblegar a Napoleón", resume el historiador. Y recuerda: "Pero Trafalgar no fue el punto de ruptura de la Armada española [todavía disponía de 42 navíos, lo que la convertía en la tercera más poderosa del mundo]. Se perdió por la invasión francesa: los barcos se hundieron en los astilleros, que a su vez se abandonaron. Todos estos marinos estuvieron a la altura de las circunstancias y cumplieron con su deber".