En menos de 50 años, el 60% de las poblaciones de peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos del planeta han desaparecido. El último informe Planeta vivo de la oenegé ecologista WWF es tajante. La biodiversidad de la Tierra ha venido reduciéndose a la par que nuestra huella ecológica ha aumentado un 190%. Pero, como asegura el biólogo evolutivo Josef H. Reichholf (Baja Baviera, 1945), los que más lo están sufriendo son los insectos: “Ha desaparecido más del 80% de nuestras mariposas”.
Las últimas cinco décadas han sido especialmente duras para los polinizadores, especialmente para las mariposas nocturnas, a las que el científico alemán lleva dedicando 52 años. Ahora, las investigaciones de toda una vida quedan recogidas en su libro La desaparición de las mariposas (Crítica, 2021). Su texto pretende ser una llamada de atención y un grito de socorro para no rebasar un nuevo límite planetario y frenar, como dice el autor, “ahora que estamos a tiempo”, la pérdida de un ser vivo que, a pesar de su tamaño, nos ofrece tanto.
La investigación de Reichholf, como él mismo explica, ha sido fruto de la constancia: “Desde 1969, la reducción de mariposas, especialmente las nocturnas, que hasta ahora habían sido más numerosas, se ha hecho evidente tanto en números como en diversidad de las especies”. Y lo ha visto, cuenta, gracias a un método muy particular: la captura de mariposas con trampas de luz. “Una luz ultravioleta atrae a las mariposas nocturnas, sin dañarlas, y por la mañana las contaba, determinaba cuántas había y las volvía a poner en libertad”, especifica.
Pero los resultados de su investigación no son únicos –y no por ello menos sorprendentes–: “En Inglaterra, el occidente de Europa o el sudeste de Baviera, las tendencias son las mismas, y eso nos muestra que la desaparición de las mariposas es algo común”, sentencia.
E indica que estudiar las tendencias en las poblaciones de insectos, que fluctúan de un año a otro tanto en número como variedad de especies, requiere de décadas de investigación que las universidades no suelen financiar. Queda en manos de los propios científicos, por su cuenta y riesgo, llevarlos a cabo.
“50 años de trabajo son suficientes como para demostrar que hay una tendencia muy alarmante”, reconoce. Las cifras son claras, las mariposas están desapareciendo a ritmos acelerados, pero ¿qué hay detrás de esta tendencia?
“La eutrofización y los pesticidas tienen la culpa de la desaparición de las mariposas", señala Reichholf
Pesticidas y fertilizantes mortales
La desaparición de las mariposas no es producto del azar, ni una consecuencia del calentamiento global ni del cambio climático. Sin embargo, está estrechamente relacionada con estos dos últimos fenómenos. Pues sus causas (y consecuencias) afectan al frágil equilibrio de los ecosistemas terrestres.
Reichholf asegura, sin tapujos ni dudas, que “los pesticidas son uno de los principales culpables” de que el número de mariposas haya caído en picado. Y recuerda que ya en 1962, la bióloga marina y conservacionista estadounidense Rachel Carson nos hablada de los peligros de los pesticidas para nuestras vidas en Primavera silenciosa (Crítica, 2016).
Sin embargo, la teoría de Carson requería aún de tiempo para convertirse en irrefutable: “Era necesario separar fluctuaciones de tendencias y realizar estudios a largo plazo para demostrar esta relación", relata. Ahora, sin embargo, ya es posible afirmar que “los pesticidas son uno de los principales motivos por los que las mariposas y otros insectos están desapareciendo”.
Y la explicación es más sencilla de lo que podría parecer: “Una vez que se aplican en el terreno no se quedan en el lugar en el que deberían trabajar; el aire y la lluvia los arrastran a zonas adyacentes, incluso a distancia considerable”, explica el biólogo.
No obstante, asegura, esta sólo es una parte de la historia: la otra, dice, ha quedado muy bien escondida. No se habla, alerta, de “la cantidad de fertilizantes que se usan para mejorar la producción”. Porque, como advierte, “el conjunto de nuestro paisaje, de nuestros campos, está altamente fertilizado”. Y algo que por definición no debería implicar consecuencias negativas –más bien todo lo contrario, “pues deriva en una mayor producción de nuestras tierras y más ingresos económicos”–, acaba dañando los ecosistemas.
Como ocurre con los pesticidas, los fertilizantes “tampoco están restringidos a los campos que fertilizamos”, recuerda. Encontrarlos en zonas naturales protegidas, por ejemplo, es un fenómeno común según Reichholf. Y lo explica: “El abono líquido del ganado –vacas o cerdos– que se distribuye en los cultivos expulsa componentes de nitrógeno de carbono al aire, que el viento arrastra en grandes cantidades hacia bosques y otras zonas protegidas”.
Este fenómeno causa la conocida como eutrofización –o el enriquecimiento excesivo en nutrientes como el nitrógeno de un ecosistema acuático que causa su contaminación–, donde no debería existir.
“Pensábamos que en Múnich no habría insectos nocturnos, pero hay muchísimos más que en el campo”, explica el biólogo
Por sorprendente que parezca, las zonas menos fertilizadas son las grandes ciudades. “Nadie va distribuyendo abono por los parques”, dice Reichholf entre risas por lo sorprendente del descubrimiento. Y, admite, esto tiene un efecto positivo en la diversidad de insectos que encontramos en las urbes, algo que “va contra el sentido común”.
Los resultados que obtuvo con las trampas de captura por luz en ciudades como Múnich fueron claros: “Pensábamos que en una ciudad donde vive un millón de personas no habría prácticamente insectos nocturnos y, en cambio, hay muchísimos más que en el campo”.
Los motivos de la relativa abundancia de los insectos urbanos radica en las infraestructuras naturales de las metrópolis: “En el campo lo único que vemos son terrenos amplios, todos iguales, pero la diversidad biológica se basa en la diversidad de las estructuras también, y las grandes ciudades tienen parques, fuentes, estanques, incluso ríos que la fomentan”, explica el biólogo alemán.
Además, asegura, como los árboles y la vegetación de las ciudades no se usan para producir, sino para la recreación, “ni se fertilizan ni se les echan pesticidas”.
Todo esto, reconoce, deriva en una certeza: “La eutrofización tiene tanta culpa de la desaparición de las mariposas como los pesticidas”. Y recuerda que, aunque este fenómeno haga que la hierba crezca y sea más densa, eso no significa que esté más sana: “El suelo se queda frío y húmedo, y como hay mucha vegetación, el sol no lo alcanza”, explica.
Como resultado, las mariposas no pueden hacer su vida normal, y no polinizarán las flores. “Este efecto a pequeña escala afecta también a las orugas y a otros insectos”, advierte.
Sin polinizadores no hay biodiversidad
Los insectos, por molestos que sean o insignificantes que parezcan, son un elemento clave para la salud del planeta –y la humana–. La mayoría de las flores, explica Reichholf, han de ser polinizadas por ellos: “No puedes ir al campo y polinizar las plantas de las que luego quieres recoger, por ejemplo, manzanas”. Y advierte de que la abeja melífera –también en peligro– “no puede hacerlo sola”.
“No puedes ir al campo y polinizar las plantas de las que luego quieres recoger manzanas”
Por tanto, el valor de los polinizadores como las mariposas se encuentra tanto en su capacidad de polinizar las flores con una función recreativa como económica para el ser humano. “Sin polinizadores no hay producción” de tantísimos alimentos que comemos.
Además, cuenta el científico, “los insectos, las orugas de las mariposas en concreto, son la base de la vida de muchos pájaros”. Y lo explica: “Los pájaros se alimentan principalmente de ellas, y en menor medida de los insectos que provocan plagas. Si no hay suficientes orugas que cazar, los pájaros tampoco harán de controladores de plagas”.
Si sólo se alimentasen de ellos, morirían pues solamente están disponibles durante un breve periodo de tiempo al año y en pequeña escala. Para “mantener con vida a los pájaros necesitamos, por tanto, mariposas”, sentencia.
Aunque la labor de las orugas de mariposa no acaba ahí: “Son también el alimento de pequeñas avispas parasitoides que son los mejores controladores de plagas”, recuerda. Si no hay suficientes orugas, las poblaciones de estos enemigos naturales de las plagas se reducirán hasta desaparecer y, por tanto, “necesitaremos utilizar cada vez más veneno (pesticidas) para mantener nuestros cultivos”, alerta Reichholf.
Y reconoce: “Es un círculo vicioso infernal en el que entraremos si los insectos siguen desapareciendo”.
Para este biólogo alemán es también importante recordar que “muchos insectos tienen también un valor recreativo”. Y es que son muchos los que disfrutan –y escogen su lugar de vacaciones para ello– observando a las mariposas. Porque, a fin de cuentas, “son el síntoma de un paisaje sano; son los indicadores biológicos de la salud de la naturaleza”, admite.
Y se pregunta: “Mucha gente cree en Dios, entonces ¿por qué destruimos estas creaciones divinas?”. Porque, como cuenta, un entorno sano, con mariposas, pájaros y otros seres vivos, debería ser la meta para nuestro futuro.
Por eso, hace un llamamiento, con su libro, a los europeos para presionar a la UE para que cada vez sea mayor el porcentaje de fondos destinados a la conservación de la naturaleza, y cada vez menor el que se lleva la agricultura intensiva. Y es que, sentencia, “la reducción de poblaciones de pájaros y mariposas ha estado financiada por los presupuestos europeos durante demasiados años”.