La comunidad científica lleva décadas alertando del cambio climático y advirtiendo de las líneas rojas que no se deben sobrepasar. Esos límites fueron los que, en 2009, los científicos Johan Rockstrom, del Stockholm Resilience Centre (SRC), y Will Stefen, de la Australian National University, definieron como fronteras planetarias.
Encontraron que existían concretamente nueve procesos que hacían estable el sistema terrestre y que, de ser sobrepasados, podían poner en peligro la habitabilidad de la Tierra.
Este marco conceptual se elaboró así para marcar un espacio de actuación seguro para el ser humano. De esta manera, desde gobiernos hasta sociedad civil podrían así poner en marcha acciones para tratar de dar marcha atrás y volver a un punto –más o menos– inicial desde el que partir de la sostenibilidad.
El científico Mario Molina, ganador de un premio Nobel, junto con su compañero Frank Sherwood, comenzó a estudiar en la década de los 70 un grupo de químicos muy particular: los clorofluorocarburos o CFC. Entendidos como milagrosos por aquel entonces, parecía que venían para quedarse. No eran tóxicos y absorbían el calor. Eran sobre todo utilizados en aerosoles.
No obstante, los estudios posteriores demostraron que cuando estos químicos llegaban a la estratosfera y la radiación del sol los destruía, se liberaban átomos de cloro que tenían graves consecuencias. Sólo un átomo de cloro acababa con miles de moléculas de ozono.
La idea de que la capa de ozono podría estar destruyéndose creó gran consternación por aquel entonces. Era la barrera que evitaba que se colasen grandes cantidades de radiación en la Tierra. Los rayos ultravioleta podían provocar cáncer de piel en humanos e incluso también daños en los sistemas biológicos terrestres y marinos.
La idea de que la capa de ozono podría estar destruyéndose creó gran consternación en los años 70
Tras descubrir el agujero en la capa de ozono en los años 80, el mundo entró en pánico y las naciones comenzaron a dejar de utilizar los productos con CFC. Las campañas de concienciación se centraron en aquel momento en los aerosoles, como un producto que hacía más visible cómo al apretar el difusor, expulsaban una sustancia que se evaporaba y contaminaba. Hacían más visible el problema.
En 1987, los países se reunieron en Montreal para establecer un tratado con el que controlar estos químicos. Fue el primer y único gran tratado en materia de medio ambiente de la historia reciente, y consiguió devolver al planeta a una zona segura en uno de sus límites planetarios: el agotamiento del ozono estratosférico.
Los científicos dieron la señal de alarma y el mundo lo tradujo en medidas y políticas. Gracias a este protocolo, aún hoy nos encontramos en una zona segura en este límite.
En la actualidad, según los científicos que establecieron el concepto de las fronteras planetarias, hemos excedido cuatro de los nueve límites: el clima, la deforestación, los nutrientes y la biodiversidad.
En estos aspectos se están cruzando puntos de no retorno, pero –según los expertos– aún estamos a tiempo para volver a la zona segura. Se trata de crear un nuevo modelo de crecimiento en torno a la sostenibilidad.
El clima
Este año, el Grupo de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas emitió un informe demoledor: los seres humanos somos los culpables de que el planeta se esté calentando a un ritmo incesante. Advertían de la importancia de mantener el aumento de temperatura en este siglo en 1,5 °C.
Gracias al protocolo de Montreal, nos encontramos en una zona segura respecto al agotamiento del ozono estratosférico
Para ello, la prioridad inmediata es reducir las emisiones de carbono a cero, así como tratar de disminuir la presencia de otros gases como el metano que, aunque se encuentran en la atmósfera en menor medida que el CO₂, son mucho más contaminantes.
Actualmente, se emiten 40.000 millones de toneladas de carbono cada año, lo que plantea que, de seguir de este modo, se llegará al límite en siete años. Para mantenernos por debajo de los 1,5 °C, se deberían emitir menos de 300.000 millones de toneladas más de carbono.
De acuerdo al ritmo de producción actual, los científicos proponen que se podrían llegar a reducir un 50% cada década.
La ciencia ha demostrado en múltiples ocasiones que la manera de evitar sobrepasar la frontera del clima es doblegar la curva de emisiones. Según los científicos, aún se puede actuar para conseguir volver a una zona segura.
Medidas como plantar miles de millones de árboles más o alejarse de los combustibles fósiles devolvería al planeta a una zona segura. Además, argumentan los expertos, reduciría también la contaminación del aire, ralentizará la acidificación de los océanos y reducirá la presión sobre la biodiversidad.
Para mantenernos por debajo de los 1,5 °C, se deberían emitir menos de 300.000 millones de toneladas más de carbono
La deforestación
Los árboles son esenciales para captar el carbono que los seres humanos emitimos a la atmósfera, pero además tienen un importante papel en cuestiones como la fertilidad de los suelos, por ejemplo, o en la existencia de lluvia. Pueden ser el centro del desarrollo sostenible, porque se trata de restaurar el sistema natural.
La Amazonía es una de las zonas que más está sufriendo la deforestación. Tanto que su temporada seca ha ido durando seis días más por década desde los años 80. Si se alarga más de cuatro meses, los árboles mueren y se reemplazan por la sabana.
Partes del Amazonas, de hecho, ya están cambiando. Y con el calentamiento global podría aumentar, según los expertos, al 60%. Hasta ahora se ha perdido en torno al 20% de selva.
Hay que recordar que los árboles captan carbono y si mueren, este pasaría a la atmósfera. Científicos que estudian el Amazonas han calculado que la selva podría emitir 200 billones de toneladas en los próximos 30 años. Es decir, lo mismo que ha emitido el mundo en los últimos cinco años.
La temporada seca de la Amazonía ha ido durando seis días más por década desde los años 80
Las medidas contra la deforestación y la repoblación de árboles en el planeta podría ayudar, por tanto, a regular el clima y el agua dulce, además de tener grandes beneficios sobre la producción de alimentos.
La biodiversidad
La diversidad biológica del planeta está compuesta por todas las especies de agua o tierra. Se han talado selvas, se han expandido los cultivos y, por tanto, se ha perdido biodiversidad.
Este límite de la biosfera se está sobrepasando. Al menos un millón de especies de plantas y animales de unos ocho millones están en peligro de extinción. Una tendencia negativa que, según científicos como Anne Larigauderie, se podría llegar a una sexta extinción en masa.
Y es que en solo 50 años se ha acabado con cerca del 60% de vida salvaje, lo que muchos califican de crisis de biodiversidad. Esto tiene sus efectos sobre la alimentación de la que depende la población mundial.
Las altas tasas actuales de daño y extinción de los ecosistemas pueden ralentizarse mediante los esfuerzos para proteger la integridad de los sistemas vivos (la biosfera), mejorando el hábitat y la conectividad entre los ecosistemas mientras se mantiene la alta productividad agrícola que la humanidad necesita.
Exceso de nutrientes
El flujo de nutrientes como el nitrógeno o fósforo, propios de fertilizantes utilizados en actividades humanas como la agricultura, están causando un grave impacto sobre la salud del planeta. De hecho, los acuíferos son los mayores damnificados de esta práctica, aunque también otros sistemas naturales de gran importancia ecosistémica como los humedales.
El mayor ejemplo en España lo tenemos ahora mismo en el Mar Menor donde, desde hace varios años, se han vivido procesos de contaminación de sus aguas que ha derivado en la aparición de muchos peces flotando muertos por falta de oxígeno. El último episodio de anoxia se produjo, sin ir más lejos, el pasado julio. Aunque no es el único.
El mar Báltico es el más contaminado del mundo por el vertido de nutrientes que provienen de cultivos y otros sistemas de producción de alimentos. Estos químicos acaban cambiando la composición del agua y tiene graves efectos. Algo que también ocurre en los océanos y que parece ser el origen de la pérdida de algunas especies marinas.
Este es uno de los límites más críticos de la biosfera, según los científicos. Por lo que frenar o regular su uso podría devolver esta frontera a un punto seguro para aliviar el impacto que tiene sobre el planeta.