Hago una breve parada en mi empeño por divulgar conceptos y avances científicos para llamarte la atención sobre los devaneos de esa red social que, sin lugar para muchos cuestionamientos, ha revolucionado la forma de informarnos y comunicarnos. Te hablo de Twitter.
Con la compra de la plataforma por parte del excéntrico emprendedor Elon Musk, las dudas sobre su viabilidad han aflorado. Miles de usuarios, dicen que más de un millón, han cancelado sus cuentas en clara protesta por las primeras acciones de su nuevo dueño. Entre ellas, una mayor flexibilidad con los mensajes de odio y la vuelta al ruedo de incendiarios como Trump.
Faltaría a la sinceridad si negara que más de una y diez veces me he dicho “a … Twitter y toda su fauna”. Dejo a tu imaginación la combinación de palabras malsonantes usadas, fiel reflejo de un enfado soberano que todo humano con sangre por las venas, de vez en cuando, experimenta.
Sin embargo, es innegable la grandísima utilidad de Twitter en la difusión de los últimos descubrimientos científicos. Especialmente durante los momentos álgidos de la pandemia, fue una plataforma donde gran parte de la población buscaba y encontraba información proporcionada por quienes algo conocíamos del virus y su forma de actuar.
Pero, ¿qué ocurre con la falta de control de la información que se comparte?
Este es quizá el punto más conflictivo que tiene el uso de la red. Toda persona con acceso a una conexión se puede erigir en “experto” y emitir una opinión que, por los intríngulis de los algoritmos, puede devenir verdad palmaria a pesar de carecer de sustento y comprobación alguna.
No obstante, existe la opción de seguir cuentas con más calado para recabar información sólida: sociedades científicas reconocidas, divulgadores con criterio e investigadores que comparten datos recién salidos de sus laboratorios. Todo dependerá de dónde pongamos el límite.
Es cierto que, por alguna razón ignota, a los humanos nos encanta el cibercotilleo. En los últimos años, no hay nada más atractivo que la discrepancia electrónica a todos los niveles. Por otra parte, se ha instaurado el descrédito y el constante cuestionamiento sin base alguna, llevando a límites irracionales aquello que reza: “todas las opiniones son respetables y válidas”.
Sabiendo que puedes estar en total desacuerdo con lo que digo, creo que es pertinente que alguien eleve la voz y diga que no todas las opiniones son siempre respetables y válidas. Lo que tenemos que respetar son las personas; eso eternamente. Mas, sus opiniones serán válidas según el sustento que tengan.
La opinión de un neófito sobre un contenido concreto no puede estar a la misma altura de aquella que emite alguien que ha dedicado gran parte de su vida al estudio del tema en cuestión. Y con esto no estamos poniendo en peligro a la democracia ni a la libertad de expresión. Por el contrario, estamos estableciendo cierta jerarquía sobre los cimientos del saber.
Vuelvo al mismo mensaje: he aquí el gran problema de Twitter. Aparentemente, no discrimina entre una persona sabia con criterio y alguien que tan solo ha pagado una conexión. Quizá en este momento estés pensando en el famoso check de verificación que algunas cuentas tienen.
Supuestamente, este "sello de calidad" solo te indica que la persona es quien dice ser. Además, nunca he sabido cómo se otorga. En mi caso lo solicité un par de veces, pero no califiqué para recibirla. Te puedo jurar por lo que quieras que soy yo y no un holograma quien produce mis tuits.
Quizá sería conveniente un motor de búsqueda con priorización de aquellas cuentas con validación profesional de su contenido para que, quienes busquen una información determinada, encuentren en primer lugar los datos y luego las opiniones variopintas. Empero, entiendo que esto roza con la cacareada libertad de expresión y puedo estar a punto de ser calificado como dictador. Créeme, sé lo que es una dictadura y estoy en contra de ello.
¿Qué podemos hacer?
Mientras tanto que Elon Musk se aclare sobre en qué quiere convertir esta fantástica herramienta, sería conveniente que, si eres de los que cultivas ciencia, la sigas compartiendo. Algo quedará y en alguien calará el concepto que has difundido. En cambio, si eres de los que se interesa por la ciencia, busca aquellas cuentas con el valor añadido que aporta ser protagonistas de las historias.
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Cierta vez uno de los mejores divulgadores científicos que tiene España, Lluís Montoliu, escribió algo con lo que estoy completamente de acuerdo. Sus palabras exactas no las puedo reproducir, pero se resumen en: para divulgar ciencia, lo mejor es haberla hecho. Por ello te aconsejo seguir en Twitter a quienes hacemos ciencia para tener, de primera mano, la información científica.
¿Y la contaminación?
Con ella tendremos que convivir. Es parte de la cara B que todo avance social y tecnológico tiene. Si queremos que la información científica llegue a cada confín del planeta, no se puede acotar el uso de Twitter. Todo lo contrario, hay que globalizarlo cada vez más. Como consecuencia directa, la contaminación de los contenidos aumentará en proporción. Solo nos queda apostar por un proceso educativo individual que permita a los usuarios encontrar pepitas de oro, entre tanto lodo.
Pero hay más
Twitter no solo nos ayuda a difundir conocimiento, también puede ser una plataforma que proporciona datos para generarlo.
Es sabido que en esa red social pensamos en voz alta, quizá el término correcto sería: “en bits altos”. Es por ello que para los epidemiólogos, etólogos, economistas y sociólogos es una mina de datos para sus investigaciones.
Ya son varios los estudios que se han planteado sobre la propagación de la gripe, el impacto en la salud de la alimentación y el deporte, la incidencia de enfermedades mentales, la correlación entre comportamientos de riesgo y la aparición de ciertas enfermedades, etcétera. Todo ello usando los comentarios que publicamos en Twitter y, por supuesto, los metadatos asociados.
Queda aún la duda sobre la significancia estadística que tiene un estudio basado en la comunidad tuitera. Si somos rigurosos, solo el 4 % de la población mundial, cifrada en más de 8 mil millones de personas, usa Twitter.
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En este caso se podrían extraer conclusiones y actuar en consecuencia, teniendo en cuenta solo a quienes compartimos nuestro día a día en la red. Hay que pensar en los otros miles de millones que están fuera de la nube. No obstante, es una buena aproximación con cara B, como siempre.
De cualquier manera, ningún conjunto de datos es perfecto y los científicos estamos medianamente acostumbrados a trabajar con aproximaciones para llegar a las mejores soluciones posibles.
Volviendo al principio de la columna, Twitter es de incalculable valor para difundir el buen conocimiento. Educarnos en su uso es deseable, pero su desaparición nos podría dejar huérfanos en varios sentidos. ¿La contaminación? Como en nuestro día a día, es algo que podemos minimizar cada uno seleccionando lo que leemos, difundimos y opinamos.