Una vez más, volvemos a tener un cambio de hora. Esta vez, cambiaremos al horario de verano, esto es, en la madrugada del sábado al domingo los relojes pasarán de las 2:00H a las 3:00H. Desde hace algunos años, la Comisión Europea ha abogado por terminar con el cambio de horario, aunque por ahora con poco éxito. El gran problema con el que se ha encontrado es que no ha conseguido poner de acuerdo a todos los Estados miembro, sobre todo a la hora de decidir con qué horario se quedaría cada país.
El intenso debate generado en torno a esta cuestión ha terminado por que la Comisión haya desistido en su cometido y ha decidido no aplicar “ningún cambio precipitado en los husos horarios” hasta que todos los ciudadanos europeos conozcan los verdaderos “riesgos y oportunidades que comporta”.
La práctica viene de lejos. Si bien el cambio se ha aplicado intermitentemente en España desde principios del siglo XX, la medida se adoptó definitivamente en 1974 para ahorrar energía debido a la crisis del petróleo. Por tanto, una buena parte de la población española sólo ha conocido esta realidad.
Sin embargo, cada vez son más los detractores de esta medida. Según una consulta pública realizada en 2018 por la Unión Europea, el 84% de los encuestados estaba a favor de abolir el cambio de horario bianual. Además, la “mayoría de los encuestados (76%) afirmaron tener una experiencia negativa con el cambio del horario de invierno al de verano (y viceversa)”.
De hecho, desde hace años existe una petición en la plataforma Change.org que busca “acabar con el cambio estacional de hora oficial”. Una de las principales cuestiones que alega la petición es que el cambio provoca un cambio brusco en “nuestro ritmo de vida”.
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En esta línea se expresa la doctora Carla Estivill, directora de la Fundación Estivill Sueño y miembro del comité de la Barcelona Time Use Initiative (BTUI) —una iniciativa para terminar con el cambio de horario—, que remarca que al modificar nuestro día (pasamos de un día de 24 horas a uno de 25), “esto repercute en nuestros ritmos circadianos”.
Esto es, modifica los ritmos que controlan nuestro ritmo de sueño y vigilia. “Nuestro cuerpo y cerebro necesitan un tiempo para adaptarse y cuanto más progresivo sea, mejor. Pero este cambio lo hacemos de golpe”, indica la doctora.
Este cambio, explica Estivill, no todo el mundo lo recibe de la misma manera. Puede ser relativamente bien adaptado por las personas adultas o adolescentes sanos, pero resulta especialmente “perjudicial para sectores de población como personas mayores, personas enfermas o los niños”. Y añade: “El fin de semana que cambiamos la hora todo el mundo intentará aprovechar esa hora de más para dormir, pero una persona mayor se va a despertar pronto igualmente”.
Sin embargo, otros expertos, como Ricardo Martínez Murillo, neurobiólogo del CSIC que trabaja en el Instituto Cajal, consideran que el impacto es mínimo. Martínez defiende que la alteración es mínima y, según señaló en una entrevista a EL ESPAÑOL, "es un impacto perfectamente asumible por la capacidad de adaptación de nuestro sistema nervioso".
En la misma línea se posiciona Jose María Martín Olalla, profesor de física en la Universidad de Sevilla, que considera que el cambio de hora es positivo. “La hora de verano funciona bien en verano y la hora de invierno funciona bien en invierno”, remarcó en una entrevista para Xataka.
Al explicar las razones, el profesor indica que al usar relojes, estos no entienden de estaciones: “Las estaciones existen y, hasta cierto punto, es razonable que la actividad humana se adapte estacionalmente de forma diferente en invierno que en verano”.
Cambiar para ahorrar
Pero, vistos los potenciales efectos (o no) de esta medida en la salud humana, ¿realmente contribuye a la reducción del uso de la energía? ¿Merece la pena el esfuerzo? Según las estimaciones realizadas hace algunos años por el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), el cambio de hora conlleva un ahorro energético en iluminación de 300 millones de euros en España. Aunque no existe ningún informe reciente sobre estos datos.
En Estados Unidos también se han realizado mediciones. En 1975, el Departamento de Transportes determinó que el cambio de horario contribuyó a un ahorro energético del 1% entre los meses de marzo y abril, coincidiendo con el horario de verano. Otro estudio de 2011 afirmó que el ahorro llega a 1,3 teravatios de electricidad, esto es, una reducción anual del 0,03%.
Esta última cifra muestra un ahorro poco significativo. Para Sara Pizzinato, responsable de campaña de Energía de Greenpeace, el cambio de hora “tenía sentido en su momento para ahorrar en caso energético —principalmente el referente al alumbrado—, pero esta medida es cada vez menos importante porque el alumbrado público y las luces de las casas son cada vez más eficientes”.
Sin embargo, advierte Pizzinato, eso no “significa que el ahorro y la eficiencia energética dejen de ser fundamentales”. Tal y como señala Raquel García, técnica de Energía del Programa Clima y Energía de WWF España, el cambio de hora es una de las medidas que puede contribuir a la reducción del uso de energía, pero quizás no la más efectiva.
Así, defiende García, lo mejor es apostar por mitigar el cambio climático a través de dos herramientas. Por un lado, utilizar energías renovables y así evitar las emisiones. La segunda, el ahorro y la eficiencia energética, esto es, “apagar las luces en aquellas habitaciones en las que no estamos, utilizar regletas con interruptor o utilizar electrodomésticos que sean sostenibles”.
Pizzinato alerta de que "el 50% de la energía que utilizamos en todos los sectores se derrocha” y, por eso, concluye: “Tenemos que tener ya un debate sobre cómo ahorrar energía y más en un contexto como el de la guerra de Ucrania”.
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