“En el barco hemos recogido de todo”, cuenta Jaume Carnicer, patrón mayor de la Cofradía de Vilanova i la Geltrú, en Barcelona. “Hemos encontrado lavadoras, carritos de la compra y mucho plástico. Todo lo que te puedas imaginar”, lamenta el pescador. En sus 32 años de experiencia surcando el Mediterráneo ha visto cómo los fondos marinos de la costa catalana están cambiando sus corales y gorgonias por artículos más propios de un vertedero.
Estos soldados marinos son esenciales porque proveen de alimento, protección y pesca a su entorno. El problema es que prácticas invasivas como el arrastre o el aumento de la temperatura media del mar les están sometiendo a una presión mayor. El jardín mediterráneo se está pareciendo cada vez más a un desierto, lo que se traduce en menos capturas y en costes inasumibles para el sector pesquero.
“El que es pescador, ya no quiere que su hijo lo sea”, comenta Gerard Mars, otro de los pequeños faeneros de la Cofradía de Vilanova i la Geltrú. Cuenta que “se está perdiendo el relevo generacional”, porque la profesión ya no sale rentable. El coste del gasoil, de las piezas del barco o incluso de las redes ha subido. “Lo que ha bajado es el precio del pescado. Un día crees que has hecho la semana con la pesca de esa jornada y luego te lo pagan a mitad de precio”, lamenta.
Mientras muestra estrellas de mar, cangrejos o gorgonias atrapadas en las redes de su barco, cuenta que el mar es más hostil que el que pudo encontrar su abuelo. Tanto Mars como otros pequeños pescadores de la costa catalana se dan cuenta de que algo está cambiando en su “casa”, como prefieren llamar al mar que navegan a diario.
Por este motivo, desde septiembre de 2021, y a través de sus cofradías, se han unido a un pequeño grupo de científicos del CSIC y de la Universidad de Barcelona, la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) y ecologistas del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Una alianza formada con el único objetivo de colaborar para poder recuperar el mar que conocieron sus antepasados.
Bajo el nombre de Life Ecorest, el proyecto financiado por la Unión Europea pretende restaurar hasta 29.000 hectáreas de hábitats marinos profundos a lo largo del litoral de Girona y Barcelona. Solo en esta superficie se estima que más del 90% del fondo del mar entre los 50 y los 800 metros de profundidad muestra signos de degradación.
“Estamos frente a una emergencia ambiental extraordinaria de biodiversidad”, reconocía en la presentación del proyecto Josep María Gili, biólogo y ecólogo marino del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC). Ya no sirve con dejar que el mar se recupere por sí solo, asegura el científico, porque los daños son constantes y el cambio climático no deja margen de acción. “Hay que ayudar a los ecosistemas”, insiste.
Lo que plantea el proyecto piloto que ya se está realizando en la costa catalana es que todas aquellos organismos sésiles –es decir, fijados al fondo marino– que se queden atrapados en las redes de pescadores puedan ser devueltos al mar. La peripecia no es nada sencilla.
Como explica Mars, cuando recoge redes después de ir a faenar, dedica gran parte de su jornada a quitar “con mucho cuidado” cada uno de los invertebrados y animales capturados por accidente. “Es bastante complicado”, apunta el pescador, y “muchos pescadores se ríen de ti cuando te ven haciendo esta separación”. “No lo entienden”, asegura.
En este sentido, Carnicer, asegura que aunque para los pescadores “lo más importante es poder sacar el pescado que nos interesa”, reconoce que no podrán seguir haciéndolo si siguen aplicando “un tipo de pesca intensiva” y deteriorando el fondo marino. Apunta que había cosas que ya se hacían: “Cogías una gorgonia o un coral y lo volvías a tirar, pero lo que no sabías es que hay especies para las que hacer esto no es productivo, es como si no hicieras nada”.
En este punto, destaca el papel de los científicos y expertos a la hora de poner sus conocimientos en común. “En el fondo lo que intentamos todos es seguir mejorando el Mediterráneo. Si tú recuperas tu zona, el beneficio viene directo”, porque sabes “que va a repercutir en que dentro de un tiempo haya más biomasa, por ejemplo”.
El método ‘bádminton’
La pata científica ha sido esencial en este proyecto, porque una vez que pescadores como Mars recogen los organismos y los depositan en barreños con agua, los científicos les tratan en pequeños acuarios que se han instalado en cada cofradía. Primero se dejan en unos acuarios que llaman de recepción, y ahí les vigilan durante 48 horas para calibrar las posibilidades de supervivencia. Permanecen en una especie de cuarentena.
Andreu Santín, investigador del ICM-CSIC muestra las esponjas, holoturias, estrellas de mar y corales acumulados en uno de los acuarios durante el último mes. Cuenta que una vez empiezan a mostrar un buen estado de salud, se les traslada a otro acuario de trabajo en la misma cofradía desde el que, más tarde, se les dará el alta para que puedan ser devueltos al mar.
La forma no es sencilla y, como cuenta a EL ESPAÑOL Jordi Grinyó, biólogo e investigador del Royal Netherlands Institute for Sea Research, nace de una experiencia previa en las Islas Baleares. Cuenta que el canal de Menorca, donde se pesca a diario, es un jardín comparado con el fondo marino catalán. “Está muy bien conservado, y lo que observamos es que hay formas de trabajar ligeramente distintas”, asegura.
Cuenta que los pescadores de las Islas Baleares limpiaban sus redes in situ, antes de llegar a puerto. Con ellos vieron cómo si se sujetaba a estos organismos sésiles a una especie de cantos rodados, el coral o la gorgonia caía de pie hacia el fondo del mar. Lo que le permite esto es que no acabe enterrado por la arena y muera, sino que pueda seguir haciendo su función y expandiéndose.
Es lo que ellos llaman el método bádminton. Se hace un pequeño agujero en una piedra, se introduce la parte baja del coral o gorgonia y se le coloca una masilla alrededor. Con eso, explica Grinyó, “pasa como con las plumas de una pelota de bádminton, que siempre la parte que pesa mira hacia el suelo”.
“Más del 90% de los corales que tenemos a 90 metros, caen de pie. Tras más de un año y medio de observación de las poblaciones restauradas, aproximadamente el 92% de las colonias siguen vivas”, asegura el investigador.
Los últimos salvavidas marinos
“Lo que es evidente es que tenemos un gran problema en los mares y océanos, y hay que ayudar a que se recupere. Hoy en día nos estamos dando cuenta de que se está perdiendo”, lamenta Carnicer. Por este motivo, científicos como Gili insisten en la participación activa de los distintos actores del proyecto para recuperar el ecosistema.
“Los fondos profundos de unos 80 metros de profundidad están por debajo del área de más impacto del cambio climático”, por lo que estas zonas que se van a restaurar en Cataluña pueden ser auténticos “reservorios de biodiversidad”, apunta el científico. “Estamos ante dos grandes oportunidades: actuar para que el mar se recupere más rápidamente y hacerlo en una zona que va a ayudar a preservar la biodiversidad”.
El problema de biodiversidad es mayúsculo. Según el último Índice de Planeta Vivo publicado por WWF y la Sociedad Zoológica de Londres, desde 1970, se ha producido una pérdida poblacional de especies del 69%. Es una caída en picado muy preocupante y sin freno que demuestra cómo aún hace falta la puesta en marcha de más medidas y acciones para su recuperación. El goteo invisible de la extinción de especies ya alcanza el 2,5%.
José Luis García, responsable del programa marino de WWF, apunta que “nuestra relación con la naturaleza se ha roto y debemos empezar a cambiar nuestra relación con ella. No queda mucho tiempo”, e insiste en que “la próxima década es crítica para empezar a restaurar la naturaleza y tener un balance positivo”, pero aún “estamos bastante en pañales”.
El experto señala que en un momento de transición como en el que nos encontramos, proyectos como el de Life Ecorest son un impulso innovador y suponen “un punto de inflexión” sobre cómo podemos ayudar a la naturaleza.
Por este motivo, García cuenta que la idea va más allá de la frontera catalana, porque la idea es poder trasladarla a otras zonas del Mediterráneo y, a ser posible, al resto de Europa. Desde la Fundación Biodiversidad del MITECO comentan que, “por ahora, está previsto ir a Motril y Mallorca”.
“Queremos transmitir la urgencia, pero también la esperanza, porque el hecho de tener visiones diferentes nos va a hacer más inteligentes a todos y va a poder asegurar que estas zonas afectadas pueden ser espacios de recuperación climática para que la biodiversidad pueda sobrevivir y adaptarse a la pérdida que estamos enfrentando”, señala García. Concluye que el objetivo es “que puedan ser espacios de vida y puedan ayudar a restaurar un maltrecho mar Mediterráneo”.