“El hecho de que el Ártico se caliente está beneficiando a mucha gente”, lamenta Santiago Giralt, glaciólogo del Instituto de Geociencias de Barcelona (GEO3BCN-CSIC). Lleva 10 años investigando en el extremo norte más helado del planeta y asegura que el deshielo se hace cada vez más latente, “se nota”. Como también la militarización de la zona y el fuerte interés geoestratégico por los intereses económicos que esconden los bloques de hielo.
Los datos no mienten. El Ártico atraviesa uno de sus peores momentos. Solo en las dos últimas décadas, el Polo Norte ha perdido alrededor de un 30% del volumen del hielo marino que existe durante el invierno. Una caída que ha sido especialmente drástica en los últimos tres años, con una disminución del 16% del hielo interanual, el que debe mantenerse con el paso del tiempo.
Esta tendencia, cuanto menos, preocupante se desprende del estudio publicado este año en la revista Geophysical Research Letters por investigadores del Instituto de Tecnología de California y del Centro de Ciencias Polares de la Universidad de Washington. Unas advertencias a las que se une la última evidencia que dio a conocer la revista Nature: el Ártico se está calentando cuatro veces más rápido que el resto del planeta.
Es una de las zonas más sensibles al cambio climático. Que los dos polos se calienten no son buenas noticias. Como explica Giralt, “son fundamentales para regular la temperatura de la Tierra. El que tengan hielo implica que desvían el 90% de la luz que les llega” y “esto mantiene a los dos polos fríos”.
Entre las temperaturas cálidas del ecuador y las gélidas de los polos, se forma toda la circulación atmosférica y esto facilita que haya zonas en latitudes medias de la Tierra que sean especialmente habitables. Sin embargo, como explica Giralt, lo que está ocurriendo con el calentamiento global merece mucha atención.
“El gradiente de temperatura entre los polos y el ecuador disminuye mucho y provoca una climatología variada y extraña que hace que, de repente, tengamos unos veranos muy extremos o unos inviernos especialmente fríos”, cuenta el glaciólogo. Por eso, “cuando tocas el sistema climático o una parte importante de la regulación del clima de la Tierra [como el Ártico], los efectos son globales”.
Los ‘dueños’ del Ártico
Hay que tener presente que el Polo Norte no es un sistema ni mucho menos simple. Es, en su mayor parte, un océano cubierto por una banquisa o extensión helada en la que confluyen diferentes soberanías. Abarca zonas de Rusia, Estados Unidos (con Alaska), Canadá, Groenlandia (territorio autónomo de Dinamarca), Noruega, Islandia, Finlandia o Suecia.
De estos ocho estados árticos, solo los primeros cinco –conocidos como Arctic Five– son ribereños, pues sus litorales lindan con las aguas árticas. Como explica Elena Conde, profesora titular de Derecho Internacional Público en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), la Declaración de Ilulissat de 2008 supuso una decisión unilateral de estos cinco países para proclamar que iba a regir el Derecho del Mar en el Ártico.
De acuerdo a la normativa internacional, cada uno de los cinco países ribereños con soberanía en el Ártico ven reconocida como propia una parte del extremo helado. En concreto, todo lo que se extienda desde su costa hasta las 200 millas náuticas. Esta es una extensión en la que están dotados de pleno derecho de exploración y explotación de los recursos (también de los pesqueros). Y aquí es donde se encuentra la auténtica bomba de relojería.
Rubén Fuster, investigador especializado en el Ártico, asegura que los Estados árticos tienen interés en los combustibles fósiles que aún quedan por explotar en el Ártico. De acuerdo con el Servicio Geológico de Estados Unidos, el Polo Norte podría esconder unos 90.000 millones de barriles de petróleo, importantes reservas de gas —hasta un 30% de las reservas mundiales— y hasta un billón de dólares en recursos minerales como las tierras raras, además de que existen relevantes recursos pesqueros.
Como explica Giralt, la Antártida se considera territorio internacional y está protegido. Sin embargo, el Ártico tiene propietarios y meter un sistema de protección “es difícil”. El investigador asegura que, hasta ahora, explotar sus recursos “era muy complicado, porque había grandes masas de hielo, el tiempo era extremo y mantener maquinaria e infraestructuras es de todo menos simple”.
Sin embargo, “conforme va subiendo la temperatura, las condiciones son cada vez menos extremas y a nivel logístico es mucho más fácil”. Por este motivo, “lo que están haciendo países como Rusia es aprovecharse del cambio climático”, porque “todavía hay toda una parte económica que hay que explotar”. De hecho, según Fuster, hay que tener en cuenta que “en torno al 50% de las reservas potenciales de petróleo y el 70% de las de gas natural del Ártico se encuentran en los límites marítimos rusos”.
El deshielo, por tanto, pasa a un segundo plano, porque hará más accesibles los macro yacimientos del mar de Barents y del mar de Kara (ambos bajo soberanía rusa) y “garantizará la continuidad del sistema económico ruso y la pervivencia de la geopolítica energética del Kremlin”, explica Fuster.
No obstante, el deshielo no es inminente y, por eso, las potencias árticas están empleando enormes esfuerzos en poner a punto buques rompehielos que les permita navegar por la banquisa ártica. Especialmente Rusia, que como señala el investigador, es el país con mayor proporción territorial y con mayor porcentaje de población en la zona: la mitad de los cuatro millones de habitantes del Ártico son rusos.
Insiste en que “esto le confiere un mayor peso en la gobernanza de la región y le dota de una poderosa identidad ártica” y, por este motivo, se apoya de “más de una veintena de rompehielos, entre los que se incluyen siete rompehielos nucleares”. También otros países como China, que está construyendo el mayor buque de este tipo, o Estados Unidos, que ya ha autorizado la ampliación de una flota con seis nuevos barcos polares que puedan surcar el Ártico.
Como explica Giralt, cuando llega el verano los rompehielos fuerzan a que el hielo anual del Polo Norte desaparezca. El poco que queda se hace añicos cuando irrumpen los rompehielos. Detrás, van los cargueros y así van abriendo rutas.
“Tiene un impacto medioambiental”, asegura el glaciólogo, porque por un lado se contamina una zona que es casi prístina –aunque cada vez lo es menos– y, por otro lado, se está favoreciendo la rotura del hielo. “Hay toda una serie de intereses económicos monstruosos detrás para que esa ruta funcione” y “quién le dice a Rusia, Canadá o Dinamarca que no exploten los recursos que están ahí, porque es su territorio, es su soberanía”.
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La situación, por tanto, puede complicarse en los próximos años. Y no solo por los efectos climáticos que pueda desencadenar el deshielo acelerado en el Ártico, sino porque ya se está convirtiendo en un escenario de confrontaciones geopolíticas.
“Yo he mantenido que [el Ártico] ha sido un espacio de cooperación por variados motivos –acuerdos de delimitación marítima, la creación del propio Consejo Ártico, cooperación científica, etc– desde el final de la Guerra Fría hasta 2017”, asegura Conde. Sin embargo, puntualiza que “desde 2017 hasta 2022, se han producido importantes rupturas que avisan de un cambio de paradigma probable”.
Los ‘Arctic Four’ y Rusia
El Ártico no ha sido un espacio de confrontación tradicional, aunque el deshielo y la complicada situación geopolítica que vive actualmente el mundo ha hecho que sea un foco de tensión mayor de lo que cabía esperar.
En este sentido, hay que tener en cuenta que de los Estados árticos —y con la entrada de Suecia y Finlandia—, tan solo Rusia no pertenece a la OTAN. María del Mar Hidalgo, analista principal del Instituto de Estudios Estratégicos (IEEE), asegura que el Polo Norte ya está “muy militarizado y se prevé como una zona de conflicto por intereses económicos”.
En la aspiración de Putin para devolver a su país al papel de superpotencia, el Ártico ocupa un lugar fundamental en su estrategia y en su seguridad nacional. De hecho, “así lo admitió el propio Putin en 2014 y así consta en su estrategia de seguridad global”, señala Fuster. Para el gigante euroasiático, cuenta el analista internacional, existen dos tipos de intereses clave: los económicos y los relativos a la defensa nacional.
Además de los intereses por los recursos naturales, el deshielo también permite la apertura de una nueva ruta marítima que podría ahorrar muchos kilómetros y Rusia se está aprovechando de ello. Hasta ahora, sólo existen dos grandes rutas entre Asia y Europa: el Canal de Suez y la Ruta de la Seda. El deshielo permitiría abrir una nueva Ruta del Norte, mucho más corta que las otras dos.
Según señala Giralt, la ruta de Suez tiene más de 20.000 kilómetros, mientras que la del norte es de unos 13.000 kilómetros. “Ahorras combustible, es mucho más fácil, más rápido…El calentamiento global está generando más vías sin hielo”, señala el glaciólogo.
Por tanto, no es de extrañar el interés ruso en este lugar inhóspito del planeta. La mayor navegabilidad, defiende Fuster, “permitirá a Rusia proyectar su poder y economía a nivel global, pasando de exiguas salidas a mares navegables a poseer una enorme línea de costa utilizable emplazada en una de las principales rutas de navegación del futuro”. De hecho, ya está construyendo grandes proyectos de infraestructura con financiación china y japonesa.
Dado el gran potencial económico, para el Kremlin, la ampliación de la Alianza hacia el norte es una gran preocupación y, por ello, indica Fuster, “ha conllevado a que sea el más militarizado de la región”. En los últimos años, Rusia ha aumentado enormemente sus capacidades militares en la región: posee diversas brigadas árticas, va en camino del centenar de bases militares, posee un Mando Estratégico conjunto para el Ártico, y su principal flota, la del Norte, radica en la región.
China: el protagonista inesperado
A todo ello se ha unido la inesperada presencia de un actor como China, que aunque se defina como un Estado casi ártico, para Fuster, es un outsider de la región. Para el gigante asiático, el Ártico es un pastel muy jugoso, tanto para sus intereses comerciales como para la extracción de recursos naturales.
El deshielo, señala la Del Mar, permite “establecer una Ruta de la Seda Polar por el límite de las aguas territoriales de Rusia” y además tiene el incentivo añadido de que “habría pocas interferencias de Estados Unidos”. Esto es, una nueva ruta por el norte significa para Beijing pasar por tierra amiga en vez de por el Estrecho de Malaca, donde los estrategas chinos temen que una nación rival sea capaz de interrumpir el tránsito comercial. También ha invertido en crear su propio rompehielos: el Xuelong 2.
Para ello, China ha invertido en varios ámbitos. Groenlandia, por ejemplo, ha sido uno de sus objetivos, pues dispone de uno de los mayores depósitos de tierras raras del mundo. “China está muy interesada en que se lleve a cabo esa extracción de minerales”, indica la analista del IEEE.
Asimismo, China y Rusia ya han iniciado varios proyectos conjuntos para explotar recursos naturales en el Ártico. Por ejemplo, en 2013, una empresa rusa, Novatek, y China National Petroleum Corporation (CNPC) se asociaron en una joint venture para financiar un proyecto de gas natural licuado (GNL) de Yamal.
Se espera que la Ruta de la Seda Polar sirva como un vehículo de cooperación entre China y Rusia, aunque como señala Del Mar, para ello, es “imprescindible que las relaciones entre Rusia y China sean buenas, porque es un win-win (ganancia-ganancia)”. Y explica: “China puede beneficiarse de esta ruta y a la vez Rusia puede obtener financiación para la explotación de recursos tanto minerales como gasísticos y de petróleo”.
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Un nuevo foco de tensión
Con vistas al futuro, si el calentamiento global prosigue en los niveles actuales, más pronto que tarde, el Ártico se convertirá en un territorio de pugna estratégicamente crucial para las potencias. De hecho, para la analista del IEEE, “el Ártico es una moneda importante de cambio para otros tipos de conflictos y a nivel geoestratégico”. Así, cuenta, “cualquier zona cercana al Ártico que quede bajo el paraguas de la OTAN va camino de la misma dirección: de alguna manera a contener a Rusia y los propósitos comerciales de China”.
El conflicto de Ucrania, indica Del Mar, va a ser todo un desafío para la relación estratégica entre China y Rusia: “Si a China le interesa llegar a Europa a través del norte, habrá que ver si Europa está dispuesta a ceder y a establecer esa vía comercial”. El gigante asiático, añade, “tendrá que lidiar entre su apoyo económico o no a Rusia, porque tampoco le interesa perder esa ruta”. Así, para la analista, China es la que está ahora más preocupada por el conflicto de Ucrania.
La progresiva militarización de la región, señala Fuster, responde a una mayor competitividad entre Rusia y la OTAN, y “ha sido un fenómeno que ha vivido con el clima de cooperación existente, sin llegar a enturbiarlo, al menos hasta este preciso momento”. Aunque también señala que la cancelación de la actividad del Consejo Ártico ofrece previsiones poco halagüeñas y puede que la cooperación quede encallada durante bastante tiempo.
El mayor dilema que se plantea en toda esta pugna geopolítica es el aspecto medioambiental, pues, para Giralt, debe haber un cambio de paradigma. “Evidentemente tiene unos recursos y gracias a ellos hemos avanzado, pero hay que hacerlo de forma sostenible, porque sino esto puede ser un auténtico infierno”, concluye el glaciólogo.