Grupos ecologistas, pastores, artesanos y decretos firmados por políticos en los despachos de Madrid que afectan a territorios cuyos signatarios prácticamente desconocen. Salvajes, el cuento del lobo recoge un cóctel explosivo de conflictos que se desarrollan en el seno de la España rural, cada vez más vaciada y olvidada. No faltan amenazas ni violencia; tampoco imágenes de gran dureza.
No es casualidad que el equipo de la obra, producida por Wanda Films, enviase durante su campaña promocional una cabeza de ganado decapitada al ministro de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, Luis Planas.
"La reacción fue pensar que se trataba de una amenaza. Conseguimos demostrar que, en realidad, lo que es cotidiano para el mundo rural para el urbano, a veces, puede generar caos y exaltación", explica el director de este documental, Álex Galán.
Salvajes, el cuento del lobo se zambulle en la turbulenta espiral de malestar e incertidumbre que padecen los ganaderos asturianos ante la explosión demográfica del lobo, y analiza las versiones de todas las partes (ecologistas y ganaderos), sin anteponer prejuicios ni buscar una respuesta dirigida a creer a uno de los dos 'bandos'. El objetivo del cineasta es hacer una exposición de argumentos que permita a todas las partes expresarse y escuchar al resto.
Malestar y frustración
Uno de los conflictos que más afecta a los campesinos denunciantes es la expansión del lobo, fuente de malestar entre los habitantes de algunos pueblos de la cordillera cantábrica. El Gobierno prohibió su caza en toda España, bajo sanciones millonarias que incluían penas de cárcel. Sin embargo, los ganaderos advierten de que su defensa y conservación ha aumentado su presencia cerca de las fincas. No es raro amanecer y encontrar alguna res muerta o una estampida provocada por el ataque de uno (o varios) de estos carnívoros.
Frustrados y desprotegidos al ver cómo los lobos atacan su ganado y amenazan sus tierras, e impotentes ante la imposibilidad de poder dar caza (o al menos ahuyentar de alguna forma) a estos animales, los ganaderos se han organizado y apostado por lo que Galán denomina "autogobiernos al margen de la ley". Han decidido ir por libre y exponerse a las mutas. A veces, el conflicto deriva hasta límites extremos que pasan por amenazar de muerte a quienes defienden a ultranza al animal o se anteponen a ellos.
"El mundo rural ha llegado a un punto en el que percibe a los ecologistas como un enemigo", alerta Galán. "Eso es muy preocupante, porque en la parte funcional o práctica el pastor es el primer ecologista; quien mantiene el territorio de la forma más virgen posible", recuerda.
"En la parte teórica el animalista tiene nuevas visiones que aportar, pero eso no llega al pastor, ya que se han tomado decisiones demasiado egoístas [en el pasado]", continúa el cineasta. "Esto es aplicable a todos los bandos, que sólo piensan en ganar batallas, y al final eso ha hecho que haya muchos pastores o ecologistas que son vistos como una amenaza por uno u otro lado, cuando deberían estar unidos".
Pregunta: El lobo es un tema espinoso. Usted que ha estado de primera mano con ecologistas y ganaderos... ¿En qué situación se encuentra el debate?
Respuesta: Ahora mismo el conflicto entre lobos y pastores, y entre grupos ecologistas y ganaderos, está más caliente que nunca. Aunque es la vieja historia del ser humano contra la naturaleza: aquí hablamos de los pastores y los lobos, pero si estuviésemos en Patagonia, en Argentina, serían los gauchos y el puma, o en Filipinas los agricultores y la mosca de la fruta.
En realidad hablamos de la naturaleza salvaje que afecta al modo de vida de las personas. Ahora mismo la situación es delicada porque durante los últimos años el lobo ha ido adquiriendo una figura de protección cada vez mayor, hasta culminar hace unos meses con la inclusión del lobo en el Listado de Especies en Régimen de Protección Especial (LESPRE) [agosto de 2021].
P.: ¿Y eso qué ha generado en el mundo rural?
R.: Ha provocado que los pastores y las zonas que sufren daños de lobos se hayan sentido completamente abandonados por el gobierno. Muchos pastores han decidido recurrir al autogobierno, es decir, a gestionar el territorio como a ellos les parece, aunque sea al margen de la ley. En medio de todo este asunto están metidos los grupos ecologistas, que claman por proteger al lobo, y las asociaciones de pastores, quienes piden controlar al lobo o apartarlo de las zonas en las que hace daño.
P.: Ecologistas y ganaderos. Parecen universos irreconciliables.
R.: El lobo es un pretexto, pero al final es un choque de dos mundos: el rural y el urbano. Dos universos cada vez más distantes, con una brecha cada vez más marcada, y en la que el lobo ejerce de bisagra rota que impide que se junten.
P.: ¿Hemos romantizado al lobo?
R.: Lo hemos romantizado e idealizado en el mundo urbano: nos lo ponemos en camisetas, en tatuajes y amamos de ellos la parte salvaje que nosotros mismos hemos perdido. Porque el lobo representa todo aquello a lo que nosotros hemos renunciado como especie. Y, por el otro lado, es un animal odiado y repudiado en el mundo rural porque causa daños, porque mata animales y porque interfiere en nuestro modo de vida.
P. En Salvajes da voz a ambas partes. Al menos aquí se trata de entablar un diálogo.
R.: Salvajes no trata tanto de aportar una solución a ese conflicto sino de, como bien dices, de lograr que ambas partes se vean, reconozcan y escuchen; que comprendan que la otra parte tiene algo de razón. Y que quizás es cuestión de vernos frente a frente, porque incluso en una guerra, el soldado que está en una trinchera sabe que el militar que está en la de enfrente se encuentra de mierda hasta el cuello, igual que él.
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A veces, como en Navidad, se fuman un pitillo juntos, ¿no? Intentamos que Salvajes sea ese pitillo de Navidad. Luego, a partir de ahí, la solución parece compleja. De cualquier forma, estamos en el año 2022 y todos hemos llegado hasta aquí. Hay lobos y hay pastores. Se trata de que no desaparezca nadie.
P.: Hablábamos hace unos días con los ganaderos de Somiedo y nos decían lo mismo: la muerte del campo llega por la falta de relevo generacional.
R.: Vivimos en un mundo que expulsa a la gente a las ciudades al mismo ritmo que idealiza lo salvaje. Estamos creando rincones salvajes, pequeñas reservas o parques temáticos de la naturaleza, y hacinando a las personas en ciudades seduciéndolas con comodidades, con acceso a la cultura y otras cosas que hacen que las nuevas generaciones ya no quieran dedicarle la vida a los animales o a la naturaleza. Ese relevo cada vez es más escaso.
Padecemos una idealización del mundo rural como entorno al que mirar y como entorno al que tratar con cierto paternalismo, pero no como lugar al que hay que comprender y en el que podemos vivir. Creo que no sabemos diferenciar entre pueblos llenos de gente y pueblos vivos. Nos encontramos pueblos llenos de gente teletrabajando, pero no pueblos vivos donde las personas se sigan dedicando a la agricultura, a mantener los caminos, a cuidar los bosques o incluso a potenciar la ganadería en libertad, extensiva. El relevo generacional, por tanto, es complicado.
P.: ¿Qué es lo que falla?
R.: Por un lado, la sensibilización hacia el mundo rural. A veces se buscan medidas para incentivar que la gente se quede en el mundo rural, pero no se escucha lo que quienes viven allí están pidiendo. Se toman medidas desde una ciudad o desde un despacho, que está muy bien, tiene que hacerse también, pero se emiten informes y se adoptan medidas, proyectos o estudios que no tienen tanto pie de campo como deberían.
Creo que lo que hace falta es que esos estudios y esas ideas se tomen escuchando el día a día de la gente que vive en el campo. Para grabar este documental estuvimos dos años enteros de convivencia en las cabañas con los pastores. De lo contrario, no podríamos saber realmente lo necesitaban decir y lo que querían contar. Para tener planes sobre el reto demográfico y la repoblación del mundo rural habría que hacer lo mismo: escuchar.
P.: Es muy fácil que un político de un despacho de Madrid le diga a un ganadero asturiano lo que debe hacer... sin conocer siquiera Asturias.
R.: Eso es. Hay una sensación de abandono y de frustración de los habitantes, quienes ven que de los pueblos se acuerda la gente sólo cuando quieren preparar un estudio o vender una marca como algo rural. Pero luego la gente de allí lo que te está diciendo es 'déjame funcionar como funcionaban mis antepasados, que si hemos llegado hasta aquí es porque funcionaba todo. Y no nos aburráis a base de decretos, que pueden estar bien y ser acertados, pero que tienen que ir combinados con escuchar a la práctica de la gente'.
¿Qué pasa cuando llega un gobierno y consigue imponer su ley a 'esos garrulos de pueblo', como a veces se refieren a ellos, despectivamente. Que como no los convencieron, como los insultaron, como no los entendieron y como nunca se interesaron en comprenderlos, se van a saltar la ley en cuanto [los políticos] se den la vuelta.
P.: ¿Se ha ideologizado todo en el mundo rural? Porque hay una instrumentalización política evidente.
R.: Estoy totalmente de acuerdo. Mi opinión es que se está politizando el descontento del mundo rural, el descontento de los animalistas y ecologistas y, sobre todo, y lo más peligroso, se está politizando la gestión de la naturaleza. Respecto al tema de la protección del lobo o al despoblamiento rural, creo que los partidos políticos están tratando más de ganar una batalla, cada uno la suya, que de solucionar la guerra.
P.: ¿Cómo afecta la despoblación a la proliferación de lobos salvajes?
R.: Se nota que vienes de Asturias (risas). Es algo que nunca me preguntan. El lobo vivía o vive, o debería vivir, en las zonas altas de la montaña, en los bosques, en zonas alejadas. Hace años, cuando los lobos se asomaban a un pueblo se encontraban rres tractores, veintisiete vecinos, un montón de niños, ruido y gente. Entonces se daba la vuelta y se ponía a hacer lo que hace un lobo salvaje: comer animales del monte.
Ahora mismo, cuando un lobo se asoma a un pueblo, ¿que encuentra? A tres personas de 80 años sentadas en un banco esperando el atardecer. Ya no hay amenaza, así que se acerca cada vez más. Esa despoblación y esa falta de relevo generacional hace que los daños se agudicen muchísimo más. Si antes había veinticinco pastores, el lobo también mataba. Pero hoy te mata a ti, mañana a mí, pasado a otro, y cuando te vuelva a tocar, igual pasó bastante tiempo. Pero ahora hay un pastor o dos, y siempre reciben los daños los mismos, lo cual es más punzante.
P.: ¿En qué consisten esos 'autogobiernos'?
R.: Una frase que nos decía gente que practicaba autogobierno era esta: 'Todo lo que me cuentan está muy bien, pero nosotros no leemos el BOE'. Claro, eso implica estar totalmente en los márgenes de la ley. ¿Qué medidas trae el autogobierno? Lo primero es que hay que tener claro que es otro tipo de gobierno, nada más. Y como todo gobierno tiene fallos y aciertos.
Lo que pasa es que el está practicado siguiendo las enseñanzas de los antepasados, personas que consiguieron mantener un territorio como lo conocemos hasta ahora. La gente de los pueblos dice que si nuestros antepasados siempre gestionaban el territorio de una forma, y gracias a ello nuestras zonas son las que mantienen más biodiversidad, no nos deberían dar lecciones sobre cómo hacerlo desde sitios donde no hay ninguna biodiversidad, desde donde se ha acabado con todo.
P.: Visto así tiene lógica. Pero también puede ser peligroso, algo anárquico.
Tienen razón en un porcentaje muy alto, pero oye, el mundo avanza, hay que escuchar opiniones científicas y todo debería poder confluir en puntos en común. Lo ideal sería que mucho de lo que se practica como autogobierno fuese entendido por el propio Gobierno de la nación y no hubiese que hacerlo con nocturnidad, con alevosía y con esa siniestralidad que a veces resulta súper desagradable, ¿no? Lo ideal sería que los que practican el autogobierno entiendan que hay cambios, cambios de sensibilidades, y aceptar que la ciencia también tiene algo que decir.
P.: ¿Qué es lo que más le ha sorprendido descubrir durante el rodaje?
R.: Me quedaría con dos conceptos. Uno es la idea de haber descubierto a través del documental algo que yo no pensaba que existía, que son esos núcleos y tejidos rurales donde todavía se practica el autogobierno. Es una forma de vida que te esperas encontrar en Siberia, pero que cuesta pensar que se pueda producir en la Península Ibérica.
Otra parte muy emotiva fue toparse con la idea del 'relevo generacional'. Rodamos con un niño pequeño de 12 años en una zona de montaña muy compleja. Escuchar cómo nos decía que a lo único que aspiraba era a estar tranquilo sentado en una piedra... me llevó a pensar que aún hay gente que mantiene esa esencia salvaje.
P. Quizás la clave esté en encontrar un nuevo Félix Rodríguez de la Fuente, alguien que una ambos bandos y los reconcilie.
R.: Es curioso porque la figura de Félix es lo más cercano que hubo a un nexo puro entre el mundo de los pastores y el mundo ecologista. A los primeros los entendía y apoyaba, pero también amaba los animales. Todos, más o menos, podían empatizar con él; comprenderle. Félix fue el último gran nexo de unión. Y hasta su figura se ha sido convertido en una herramienta.
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Hoy en día se ve cómo los animalistas sacan discursos de Félix sobre la protección absoluta del lobo, cuando Félix nunca ha dicho ciertas cosas, y cómo algunos simpatizantes de los pastores sacan el discurso de Félix hablando de abatir lobos, cuando él también había dijo que necesitaban protección. Hasta hasta el mismo Rodríguez de la Fuente se ha instrumentalizado. Hoy en día faltan referentes, en general, de casi todo. Referentes íntegros, neutrales, gente que decida olvidar su causa y su bandera y se muestre a favor de la empatía.
P. Para acabar, queríamos preguntarle por la campaña de promoción. Le enviaron una cabeza de cabra decapitada al ministro Planas. ¿Cómo reaccionó ?
R.: (Risas) Causó mucho revuelo porque se interpretó como una amenaza. Nosotros lo que hicimos con esa campaña era mostrar la desconexión tan grande que hay entre el mundo urbano y el mundo rural. Cogimos un elemento del mundo rural que en los pueblos la gente ni miraría, en este caso la cabeza de una cabra que se quedó en una cuneta, y la introducimos en el mundo urbano. En este caso la enviamos al ministro de Agricultura, pero también a varias cadenas de televisión.