La década que empezó en 2021 es para la ONU la de la restauración de ecosistemas. Un intento de luchar contra el daño que nosotros mismos hemos infligido al medio ambiente, mitigar los efectos de la crisis climática, reducir nuestra vulnerabilidad frente a la misma y, al mismo tiempo, utilizar este proceso para mejorar la sociedad.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calcula que en estos 10 años, de los que ya llevamos dos, se podrían restaurar 350 millones de hectáreas de ecosistemas terrestres y acuáticos degradados. Así, se generarían 9 billones de dólares en servicios ecosistémicos, además de eliminar de la atmósfera de 13 a 26 gigatoneladas de gases de efecto invernadero.
Las Naciones Unidas definen la restauración de los ecosistemas como “un proceso de invertir la degradación de los ecosistemas –como paisajes, lagos y océanos–, para recuperar su funcionalidad ecológica".O en otras palabras: "mejorar la productividad y la capacidad de los ecosistemas para satisfacer las necesidades de la sociedad". La propia presentación del concepto ya implica una labor de cuidado del medio ambiente y unos objetivos económicos sostenibles.
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Josu G. Alday, profesor de Ecosistemas y Restauración Ecológica de la Universitat de Lleida, añade que “lo que pretende la restauración es que el ecosistema degradado recupere los recursos para continuar su desarrollo sin una ayuda adicional, es decir, que no dependa de acciones humanas para su mantenimiento”.
Para este experto, “lo interesante de la restauración ecológica es que es multidisciplinar y requiere los conocimientos de ámbitos diferentes como geomorfología, edafología, gestión forestal, biología animal y de microorganismos para conseguir la recuperación de los ecosistemas. Esta combinación es lo que la dota de poder para recuperar los ecosistemas”.
Trabajo de campo
Los ejemplos recientes más estudiados de recuperación de ecosistemas se han producido en países como Australia o EEUU. En el primero, con las grandes recuperaciones de zonas afectadas por minas o explotaciones. En el segundo, con la recuperación de las grandes praderas del llamado tallgrass, propias del Medio Oeste, en la zona de las Grandes Llanuras.
En España, Alday señala que los programas que más éxito han tenido "son los que se han dedicado a la recuperación de zonas de ribera o marismas". Como, por ejemplo, las marismas de Rubín en San Vicente de la Barquera (Cantabria) o la restauración de las marismas del río Barbadun en Muskiz (Vizcaya). Igualmente, la Fundación Global Nature está trabajando en la recuperación de humedales en Castilla-La Mancha y en zonas mineras de Valencia se están poniendo en práctica técnicas que ya han funcionado en otros países.
Países por los ecosistemas
Actualmente, según el programa de la ONU en la Década de la Restauración, 57 países, gobiernos subnacionales y organizaciones privadas se han comprometido a restaurar más de 170 millones de hectáreas. O lo que es lo mismo: la mitad del objetivo global que se han impuesto las propias Naciones Unidas y la FAO.
El proyecto se basa en esfuerzos regionales como la Iniciativa 20x20 en América Latina, que busca restaurar 20 millones de hectáreas de tierras degradadas, y la Iniciativa de Restauración del Paisaje Forestal Africano AFR100, que tiene como objetivo restaurar otros 100 millones de hectáreas de tierras empobrecidas para 2030.
El profesor Alday apunta que cuando hablamos de restauración es imposible asegurar que se devolverá el ecosistema al estado exactamente anterior a la degradación previa. “Un ecosistema, por ejemplo, un bosque de hayas, está definido por la suma de los procesos que se ha producido en ese bosque durante años o siglos. Esto hace que para que un ecosistema volviera a su estado anterior, tendría que estar sometido a los mismos procesos. Esto es prácticamente imposible”.
"Mucho tiempo"
Normalmente, explica, “con la restauración ecológica, lo que intentamos conseguir es volver a situaciones similares al ecosistema anterior a la perturbación. La expectativa es que con el tiempo ese ecosistema restaurado se espera que produzca servicios similares a los que producía el ecosistema sin degradar”.
Igualmente, se debe tener en cuenta que es más fácil recuperar pastos y zonas de vegetación herbácea que bosques, al ser las zonas de pastizales menos complejos que los ecosistemas más maduros. “En cualquier caso, siguiendo con el ejemplo, para recuperar un bosque maduro se necesita mucho tiempo, estamos hablando de cientos de años, posiblemente”, concluye.
Pero la verdadera importancia de este tipo de actuación radica en que “los ecosistemas son fundamentales para garantizar la vida sobre el planeta, asegurando ciclos como el de los nutrientes o el del agua, por lo que conservarlos y mantenerlos debería ser una prioridad”. Por eso es más interesante revertir el daño de los destruidos por acciones humanas, como los ejemplos clásicos de la minería o los incendios provocados.
“Cuando los ecosistemas se degradan por causas naturales, la obligación de restaurar ya no es tan clara. Los procesos naturales son intrínsecos a los ecosistemas y en parte ayudan a la generación de oportunidades para las especies”, admite el experto.
La ONU considera la restauración de ecosistema como clave para conseguir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2030. Calcula que, en la actualidad, cerca del 20% de la superficie cubierta de vegetación del planeta muestra una tendencia decreciente en su productividad, con pérdidas de fertilidad relacionadas con la erosión, el agotamiento y la contaminación por todo el mundo.
Para 2050, la degradación y el cambio climático podrían reducir los rendimientos agrícolas en un 10% a nivel mundial. Y hasta en un 50% en determinadas regiones.
Alday insiste: “La restauración ecológica de los ecosistemas se debe de centrar en recuperar la funcionalidad del ecosistema y los servicios ecosistémicos que proporciona. Ello trae consigo valores ambientales como los de fijación de carbono, conservación de la naturaleza, o ciclos de nutrientes, entre otros”.
Pero “también implica valores sociales, es decir, una vez invertido tiempo y dinero en la recuperación del ecosistema, se espera que su aprovechamiento, disfrute o uso de recursos naturales por parte de la sociedad se realice de forma responsable", recuerda.
Porque, advierte, "el fin debe ser mantener el ecosistema restaurado en el tiempo, aprovechando los recursos que el ecosistema proporciona. Por ejemplo, no tendría sentido invertir dinero para recuperar un bosque maduro con especies en peligro de extinción, para a los pocos unos años cortarlo completamente para obtener un beneficio maderero”.