El leopardo de las nieves sólo se encuentra a altitudes superiores a los 3.000 metros; a veces a más de 6.000. Es tan complicado verlo que existen numerosas incógnitas sobre sus hábitos o sobre el número de ejemplares que quedan con vida.
Hay quien teme que resten poco más de 500; los estudios más optimistas elevan la cantidad a 953. Son pocos, pero los proyectos de conservación han conseguido que los naturalistas vean un rayo de esperanza. Su población se ha estabilizado.
Son pocos los que han podido ver en directo a este escurridizo animal. Sin embargo, Vincent Munier –para muchos, el Félix Rodríguez de la Fuente francés– lo consiguió en su último documental, El leopardo de las nieves (Wanda Films), que se estrenó en cines 24 de junio.
[En busca del esquivo y mítico leopardo de las nieves]
En él, Munier no sólo ha retratado la colosal magnificencia de los yermos parajes del Tíbet, sino que ha conseguido capturar en increíbles imágenes al irbis o Panthera uncia.
Hace falta remontarse a los documentales de naturaleza de la BBC de David Attenborough para recordar unas imágenes tan sublimes en las que aparezca este misterioso animal del que tan poco se conoce.
En busca del irbis salvaje
Munier y la directora Marie Amiguet, acompañados del escritor y viajero Sylvain Tesson, han sido capaces de encapsular en deslumbrantes imágenes poéticas la belleza salvaje de decenas de animales tibetanos.
Sin embargo, es la silenciosa aparición del irbis y su "danza" frente a cámara, que culmina en una mirada penetrante al objetivo que congela el alma, lo que convierte El leopardo de las nieves en una experiencia reveladora, casi trascendente. Como si se tratara de una visión de lo imposible; algo prohibido que tan sólo es desvelado a aquellos que ejercen el perseverante arte de la contemplación. Munier lo ha conseguido.
¿Qué le llevó a crear una obra de arte cinematográfica de esta envergadura? ¿Cuál era su ambición personal con este documental?
Mi ambición era dar cierta altura a algo que hago desde hace mucho tiempo. Quería enseñar en primer plano la belleza del mundo salvaje, pero al mismo tiempo buscaba añadir el complemento de la palabra. Sylvain es un hombre muy preciso en ese sentido; Marie me aportó el sonido y la imagen. La mentalidad, entonces, era firmar una película poética, contemplativa, pero al mismo tiempo militante. Que aportara algo a través de la poesía y la imagen. Con un mensaje fuerte, que es lo que se dice al final en esa canción de Nick Cave.
¿Cómo resumiría ese mensaje?
Que hasta ahora el hombre ha avanzado pensando en el hombre, pero no hemos llegado a vivir realmente con el resto de seres vivos. Quizás ya es hora de que vivamos en el mundo de otra forma, con más respeto y armonía. Todos somos interdependientes y estamos ligados los unos a los otros. Se trata de una condición indispensable para poder seguir existiendo en este planeta. Lo vimos con la Covid: si seguimos devastando la biodiversidad, cada vez vamos a ser más vulnerables a este tipo de ataques.
La erosión de la diversidad hace que nuestros paisajes se vuelvan frágiles. Lo terrible es que nos hemos acostumbrado al horror, al cemento, a esas calles intoxicadas; a bosques que son todos iguales, a las extensiones interminables de los campos de maíz. Es hora de despertar y ver que eso no es natural. Debemos volver a admirar la belleza del mundo.
Como persona que vive en la naturaleza y por ella... ¿Qué es para usted la naturaleza salvaje?
Lo significa todo, porque para mí la naturaleza somos nosotros. Siempre hemos tenido un problema separando naturaleza y cultura. Nos hemos visto por encima de todo, como en un pedestal. Somos animales, sí, pero tenemos mucha más responsabilidad que el resto, porque nosotros habitamos, destruimos, tenemos el derecho a otorgar vida o a dar muerte.
¿Hemos perdido la capacidad contemplativa?
Absolutamente. La hemos perdido. Es uno de los grandes dramas de nuestra era. Ya casi no nos queda capacidad para maravillarnos como cuando éramos niños. Al principio nos atraía todo, pero luego el sistema, la educación, el tener un trabajo sólo para ganar dinero y consumir después nos sume en una especie de embudo desde el cual no somos capaces de contemplar cosas que son sencillas y extraordinarias. Es una lástima no tener capacidad de maravillarnos porque se trata de un alimento indispensable para nuestro espíritu.
¿Cómo llega el irbis a su vida? ¿En qué situación se encuentra?
Se trata de una especie amenazada. Como tantos otros grandes depredadores. Quizás algo menos que las demás, porque los chinos, aunque también están destruyendo la naturaleza, al menos tratan de conservar al leopardo. Sin embargo, en otros países sufren mucho más debido a la caza furtiva. Hay cosas que se nos escapan. Una de sus grandes amenazas es el calentamiento global. No olvidemos que la pantera de las nieves sigue estando en la lista roja de especies en peligro de extinción. Debemos estar alerta. Este tipo de animales se encuentran en lo alto de la cadena trófica. Son los que protegen el equilibrio del resto de especies.
¿Por qué eligió el cine como método de expresión de esa realidad?
Empecé haciendo fotografía y aún sigo con ello. Hoy llevo diez años rodando para televisión. Hay un vínculo muy fuerte entre todas estas disciplinas. El cine es estupendo porque presenta una conjunción de diferentes competencias, como la imagen en movimiento, el sonido o los textos, como ocurre ahora con Sylvain. Buscas diferentes medios para un sólo objetivo. Hay muchas emociones cruzadas. El cine, además, te permite ser autor. No te encasilla. Te otorga cierta libertad, algo que es más difícil en televisión.
Para mí esto era algo personal: quería compartir lo que sentía en el lugar en el que me encontraba. Y hay una estética. El cine permite hacer ese camino. En el caso de El leopardo de las nieves he apostado por un ritmo lento, algo que me parecía necesario porque hay que llevar a la gente con paciencia a la naturaleza. Así puede aprender que nada es automático ni funciona de repente o de forma brusca. Debemos quitarnos las orejeras, observar y ver más allá.
¿Cree que su obra servirá como elemento de concienciación?
A veces tratamos de conceptualizar las cosas demasiado y olvidamos el instinto, lo que sentimos, lo que vivimos, las sensaciones. Este es mi lado más naturalista como hombre de campo que no vive en los museos. Es un equilibrio complicado, porque yo sigo siendo un observador que va al terreno. No me considero ni siquiera un artista. El artista es la propia naturaleza. Yo llevo a la pantalla una realidad. El género documental me gusta mucho porque retrata un presente que está ahí. Pongo mi mirada y enseño lo que veo, pero no le pongo un significado.
¿Cómo ve el futuro de los ecosistemas?
Yo no soy ningún visionario. No, al menos, más que los demás. Creo que hay esperanza mientras haya vida. Es verdad que la situación es catastrófica; diría que patética. No me preocupa tanto el planeta, sino nosotros, que somos quienes nos estamos destruyendo a nosotros mismos. Desde luego, nos vamos a llevar a varias especies por delante junto a la nuestra, y el problema es que no nos damos cuenta de que, a pesar de ser inteligentes, estamos inmóviles, aún cuando nos abofetean.
Cuando mira al futuro… ¿ve esperanza?
Percibo alguna nota de esperanza. Creo que los jóvenes se darán cuenta de que hay que cambiar el camino, el trayecto. ¿Seremos capaces? Yo creo que sí. Aunque debería haber un movimiento mundial, ya que nos enfrentamos a nuestra propia autodestrucción. La pandemia fue un toque de atención de que debemos ser armónicos y respetar a los demás. A día de hoy no tenemos derecho a ser pesimistas. Si somos lúcidos podemos permitirnos el lujo de ser pesimistas, pero mientras haya vida debemos recordar que hay futuro.