El Gobierno atún, por lo de bonito
Se nos vendió hasta la extenuación, por lo repetitivo y simplista que es el mensaje político, la burra de que la virtud democrática residía en el voto del pueblo, que eso y únicamente eso era lo que ligitimaba al mandamás, ni otros pitos ni otras flautas, el soberano voto del pueblo expresado en libertad y orden. Y ahora resulta que el presidente del Gobierno es uno que ni tan siquiera concurrió a las elecciones, que cada vez que lo ha hecho ha batido su propio récord desmejorando su peor marca anterior y que finalmente ha llegado al cargo arropado por la casta, esa misma que despreciaba la forma electoral que marginaba el voto del pueblo. En otro ambiente estaríamos hablando de un fracasado.
Las primeras actuaciones no han podido ser más notables por estrambóticas, generalmente atribuibles al más mostrenco de la clase que sólo obtiene satisfacción él y perjudica a su entorno. Despedir a un ministro con sentencia firme por querer defraudar, controlar la TVE, dar más madera que adeudar al independentismo y manifestarse contra las decisiones judiciales en aplicación de las leyes que ha hecho el que protesta. Esta es la mayor. El número de la ministra portavoz haciéndose un lío con lo que pueden o no hacer en esta materia los miembros del Ejecutivo reveló un gran celo profesional y responsabilidad en cargo público, además de un gran sentido democrático: llevaba el asunto tan preparado como el estudiante que sale de un examen en el que no ha contestado nada a derechas asegurando que “aprietan mucho”.
Es curioso que contra la aplicación de la Ley que han realizado los jueces de La Manada se hayan manifestado todos los partidos políticos, que casualmente son los que elaboran esas leyes y las condiciones en que se deben aplicar. Son los mismos políticos que hace unos días se manifestaban contrarios a la aplicación de la prisión permanente revisable. Estos criterios cambiantes al pairo de cómo venga el viento revelan gran rigor intelectual y un conocimiento profundo del asunto que se traen entre manos. La acción política en España se va pareciendo más a una negociación esquinera en barrio de poca fama que a un asunto entre caballeros. No vivimos de mensajes sinceros, sino de trampantojos.
Al equipo gubernamental de Pedro Sánchez le llaman el “Gobierno bonito”, o sea, de escaparate. Bonitas prendas y complementos -por ejemplo, gafas de sol- montadas sobre inertes maniquíes, y como alter ego la inconsistente figura de Rodríguez Zapatero. Sánchez ya ha mostrado maneras, sobre todo cuando ha liberado al mundo su profundo pensamiento en la inauguración de los Juegos del Mediterráneo: “Lo importante era la fotografía de las tres personas que estábamos allí”. El autorretrato se lleva mucho ahora, pero es difícil convencer a alguien de que ponga encima de la chimenea una instantánea en la que esté Torra.
El “Gobierno bonito” lo es por lo bien que dice tanta insustancialidad, lo cual es un arte de la diplomacia, por eso mismo se admitirá el sinónimo “Gobierno atún”, da igual cómo lo llames, si bonito o atún, sólo se diferencian en que los hay blancos y rojos.