El caramelo de Sánchez a la derecha
La verdad es que si uno asiste como espectador a este debate de la exhumación de los restos de Franco se pasan momentos hilarantes. Especialmente cuando el mundo tertulianés y político se esfuerza en dejar claro que nadie es franquista. No lo son ni los que en la transición experimentaron una transustanciación, desde el plano reflexivo, naturalmente, que de un día a otro les convirtió de adheridos inquebrantables al Caudillo en avezados socialistas, comunistas o flamantes centristas, antifranquistas de toda la vida, claro. Todavía son identificables muchos y más los hijos de izquierdistas protegidos por el régimen con la esplendidez de un cargo público con los que sus padres y abuelos les proporcionaron placentera vida. ¿Deberían pedir perdón por haber disfrutado de las facilidades que la mayoría no tuvo en el régimen dictatorial?
Lo cierto es que el insustancial Pedro Sánchez, con una simpleza, ha puesto a la derecha en un sinvivir. El sonriente Pablo Casado ya ha manifestado que no se va a oponer a la exhumación y para compensar se le ha ocurrido una iniciativa chiripitifláutica: una ley de Concordia para sustituir a la mal intencionada y sesgada Ley de Memoria Histórica. La sutileza para no ser franquista identificable de Casado igual le pasa factura, porque ya no se trata de defender o no a Franco, sino de lo que representa como líder de los españoles que impidieron la sovietización de España y que se enfrentaron a los crímenes que se cometieron masivamente en nombre de esa revolución. Hay muchos españoles que, educadamente, habían mantenido en silencio sus tragedias familiares, pero el gran Sánchez ha logrado reavivar los recuerdos, que no son patrimonio de la izquierda, la mitad de España tiene víctimas en el otro bando, y muchísimos en ambos, y si unos reividican presuntos derechos, también lo comienzan a hacer los otros.
La ocurrencia del camarada Sánchez tiene mala uva, ha puesto a los españoles como en 1936, es decir, en la disyuntiva de tomar partido. Ya no cabe la tercera España porque no se trata de argumentaciones, sino de ensañamiento, desprecios y prevalencia de los derechos de unos sobre los otros. Y los partidos llamados de centro hacen lo mismo que sus ancestros republicanos, mantener un silencio temeroso, intentar andar por el filo de la navaja, en el medio de la balanza que Nietzsche no identificaba con la virtud, sino con la mediocridad.
Al simpático Casado igual su esfuerzo contemporizador le sale de regular resultado y cabrea a su parroquia por la falta de decisión, un achaque que ya se le atribuía a su predecesor Rajoy. Desenterrar a Franco ni es un acto de justicia ni de buena voluntad. Es una maniobra torticera encaminada a cabrear el ambiente al mismo tiempo que trata de recuperar una vieja imagen de 1931, la de los milicianos -y milicianas- quemando Iglesias, obras de arte, bibliotecas y profanando tumbas. Una analepsis -escena retrospectiva, o flashback que diría un moderno digitalizado-, que por lo visto atiende a las sensibilidades que hoy gobiernan el PSOE y sus socios del Frente Popular.
El mundo tertulianés se ha percatado de que esto es una estrategia de Sánchez para que la derecha se retrate, “muerda el anzuelo”, dicen. Pero la derecha no lo va a hacer. Y no porque se le ocurra un pase de pecho, ni tan siquiera es capaz de reclamar que se retiren monumentos de golpistas, pistoleros y torturadores como los que hay en los Nuevos Ministerios, muy relacionadas con el PSOE, en realidad es porque la derecha siente vergüenza de serlo. Así que, si el Frente Popular insiste un poco, acabamos todos siendo de izquierdas, ya saben, del partido único pero acogedor de distintas sensibilidades.