PP: el acogedor mundo del quincallerismo político
No se podrá negar que el PP, a medida que se suceden las sentencias judiciales, se define como otro de los paraísos en que los quincalleros de la política, vestidos de limpio en este caso, han desarrollado sus actividades propias. Una condición que otros partidos ya habían alcanzado mucho antes pero que no le justifican. Ahora sólo se salvan los de Rivera, aunque por estos lares castellanos tiene también su historial, no precisamente muy limpio moral y económicamente hablando.
Lo que más sorprende es el fuego amigo contra Rajoy. Leo a uno del partido en un periódico nacional que comenta agriamente que el presidente afee a Pedro Sánchez su búsqueda de alianzas con los progolpistas independentistas mientras él mismo ha acudido al PNV para aprobar los presupuestos del Estado. A este mismo, que ha desempeñado varios cargos electos que naturalmente no hubiese conseguido sin el respaldo de uno de los grandes partidos políticos, no recuerdo haberle leído lo mismo cuando Aznar pactaba con los dirigentes más independentistas del PNV o el honrado Pujol los mismos presupuestos. Ni que haya recordado que esa misma política de pactos casposos la había desarrollado antes Felipe González. Es fácil contrastar el dato en la hemeroteca sin moverse de casa gracias a Internet y el esfuerzo de los grandes periódicos por clasificar sus productos detalladamente.
El análisis tertulianés, de urgencia, repentizado y vocinglero, se ha trasladado a la columna de opinión, y el argumento se queda en observar las hojas. Que el sistema democrático funcione, haya sentencias judiciales aún no firmes y eso genere un temporal político delata que demócratas, por más que se confirmen y se rasguen las vestiduras, hay pocos. Que eso sirva para desestabilizar al que gobierna tiene cierta explicación desde los partidos de la oposición, que lo aprovechen los propios correligionarios sobre todo cuando se han beneficiado de su militancia en ingresos y popularidad, tiene que ver más con el trilerismo y la venganza, que con el sentido de Estado.
Últimamente en España el funcionamiento de la Justicia desconcierta y se antepone la opinión personal a la general. Igual hay que leer, si uno se considera sinceramente demócrata, de nuevo a Rousseau para entender lo de la voluntad general, que no es la de cada uno. Ese funcionamiento de las instituciones o suscitan protestas o sirven de argumentos para los ávidos de poder. Pero en ninguno de los dos casos se valora la imagen que trasladamos al mundo global y lo que esas decisiones suponen para la permanencia de la nación. O sea, no hay sentido de Estado, sino de tertulia tabernaria por muy transmitida por televisión que esté.
Digo yo, que sería muy triste para un político contemporáneo pasar a la historia como colaborador necesario en la disgregación de España. El siglo XIX debería haber acabado en 1975 con la muerte de Franco, que por lo que se sabe, se impuso ese servicio. Pero hay una clase política contemporánea empeñada en reverdecer los glorisos años de disgregación, enfrentamiento civil y debilitamiento de la nación.