El carril bici y la playa de Talavera
El agua, como se sabe, pese a trasvases y regulaciones, suele volver por sus lares. Eso ha hecho que la magnífica playa de Talavera en el Tajo haya desaparecido en estos días en que ha llovido un poquito para tema sensacionalista de los hombres y mujeres del tiempo. Cuando comenzaron las obras se dijeron grandes cosas: que era lo que “los talaveranos estaban esperando” y que iba a “ser un revulsivo” de la parte sostenible esa que ahora venden en el mercado electorero nacional. Como se ve, a grandes inversiones grandes vaciedades. A la playa no ha ido nadie en tres años, más que uno en pelotas, y el deterioro de la inversión ya había comenzado antes de llegar el esperado agua.
El precedente de esta gran inversión que tanto bienes y recursos iba a atraer la proporcionó a Talavera el Plan E que tan inteligentemente se inventó Rodríguez Zapatero, y que sirvió para construir el carril bici, esa idea recurrente de todo alcalde que no sabe qué hacer con lo que tiene entre manos. El carril bici se puede decir, sin temor a errar, que fue una obra pública decidida con la más mala leche posible, ya que sirvió esencialmente para eliminar aparcamiento en beneficio del estacionamiento pagado y en invadir las aceras en detrimento de los peatones, que en Talavera han solido andar por las calzadas a falta de andenes. La cosa tuvo tanto éxito que el Ayuntamiento creó una unidad de Policía local en bicicleta, como si estuviésemos en Los Ángeles quizá porque se preveía la playa, con una agente que iba en pantalón corto enseñando el muslamen, sin duda como efecto de animación al uso de la bicicleta.
Dos obras de sustanciosa inversión que no han servido para nada, salvo para generar alguna trifulca entre peatones y los escasos ciclistas que usan el carril. En la playa, que se hizo con lo que están empedrados los infiernos, buena intención, no se ha registrado más problema que el nudista por un día. Ya se sabe que no hay conflictos donde no asiste nadie. Pero sí llama la atención que el fracaso de una no haya dado para enseñar lo que podía ocurrir con la otra. Pero, en fin, esto no es más que la localización de esas otras suntuosas inversiones en autopistas por las que no circulan coches o trenes en los que viajan el maquinista y el revisor.
Y seguimos con las mismas. Gastando el dinero de los ciudadanos en gollerías y atalajes que se presentan como grandes aportaciones para fomento del turismo -único yacimiento encontrado por la política contemporánea para la creación de empleo en plan Bienvenido Mister Marshall- o para la llamada “sostenibilidad” de las ciudades, cuando la sostenibilidad de cualquier sitio poblado es el trabajo del que pueda disfrutar la gente. Pero en eso hay pocas ideas, los caritativos planes de empleo que tienen una finalidad manifiestamente clientelar y promesas de grandes proyectos que nunca llegan.